Esta vez ha sido Ignacio Sotelo, « catedrático de Sociología y autor de España a la salida de la crisis«. En el global-imperial-cambio-de-formato del pasado 14 de mayo publicó «Populismos» [1]. La tesis: «Mientras el populismo de derechas apela al bien común y el de izquierdas demanda justicia social, ninguno de los dos se esfuerza […]
Esta vez ha sido Ignacio Sotelo, « catedrático de Sociología y autor de España a la salida de la crisis«. En el global-imperial-cambio-de-formato del pasado 14 de mayo publicó «Populismos» [1]. La tesis: «Mientras el populismo de derechas apela al bien común y el de izquierdas demanda justicia social, ninguno de los dos se esfuerza en sacar estos conceptos de la niebla espesa que los rodea porque lo único que buscan es alcanzar el poder». Ningún esfuerzo en el rigor y la claridad; lo esencial, de ambos, es el poder descarnado; el populismo de derechas apela al bien común y el de izquierda a la justicia social, conceptos envueltos en tinieblas y niebla como, se presupone, no ocurre con otros conceptos de las, digamos, ciencias sociales… Sopesemos las afirmaciones, tesis y argumentos del antiguo dirigente de «Izquierda socialista», la autodenominada izquierda real del PSOE.
Antes de entrar en materia, a manera de comparación, vale la pena leer-comentar sucintamente un artículo que un colega de tradición de Sotelo, Herr Martin Schulz [MS], el actual presidente del Parlamento Europeo, publicaba ese mismo día en el global, en la página siguiente además. «Mediocridad o ambición» es el título [2]. Si, al decir de Sotelo, en ámbitos populistas reina la niebla, aquí, por el contrario, debería reinar la luz esplendorosa, precisa y rigurosa del sol y de mil estrellas más. Nada de vaguedades pues. Veamos.
He tenido el honor de recibir el Premio Carlomagno, señala MS, «que cada año distingue a una persona por su trabajo en favor de la integración europea». Este prestigioso premio «tiene una larga lista de galardonados en la que me integro con humildad». Vale, sea así. El premio será un estímulo «para seguir luchando por la causa de una UE ambiciosa, ya que, a pesar de los muchos ataques que recibe desde varios frentes, la Unión sigue siendo un instrumento fundamental para afrontar los muchos desafíos que nos depara el futuro». ¡Ambiciosa, una UE ambiciosa! ¡Instrumento fundamental sin cambios señalados! Es decir: ¡como la lluvia en Sevilla, la UE actual es una maravilla! Puro rigor.
Según MS: «la UE es sinónimo de un proyecto de paz que no tiene parangón en la historia de Europa». Más aún: «Este hecho adquiere una relevancia todavía mayor este año, en el que celebramos el septuagésimo aniversario del fin de la II Guerra Mundial». Y no sólo eso: «A medida que la memoria se desvanece, los ciudadanos perciben la paz como algo que se da por sentado; y es muy lógico y natural que esperen nuevos resultados para reafirmar su confianza en la Unión». La UE tiene, además, un potencial enorme «para satisfacer las expectativas de los ciudadanos, tanto en el sector económico como en el ámbito del medio ambiente, en la gestión de los flujos migratorios o, en términos más generales, en la defensa de los intereses de Europa a escala mundial.» ¡No es broma, no es sutil práctica de alguna ironía crítica! Herr Schulz habla en serio. En todo, en economía, en ecologismo, en temas de paz, en la gestión de los flujos migratorios (¡en migraciones!), la UE es el no va más. ¡Ni en las ensoñaciones más oníricas y pueriles! De nuevo, puro rigor, conceptos nítidos.
Por la misma línea: «Son muchos los sectores en rápida transformación que determinarán ineludiblemente las vidas de los ciudadanos europeos y que, por su propia naturaleza, exigen un enfoque coordinado para encontrar soluciones efectivas». ¡Claro, distinto, nada de niebla, todo muy detallado y bien definido! «A pesar de ello, y debido en gran medida a los efectos de fuerzas políticas centrífugas en varios Estados miembros, la Unión se encuentra actualmente muy ensimismada, lo cual la distrae a menudo de aquellos problemas cuya solución esperan los ciudadanos». Algunas naciones, señala Herr Martin sin concretar referentes, «utilizan a menudo la UE como un chivo expiatorio fácil y apuntan a Bruselas como la estrategia más cómoda para explicar cualquier problema». ¿Estará apuntando Herr Schulz, entre otros, al gobierno griego? Más aún: el efecto acumulado de esa situación «redunda en que los ciudadanos se sientan cada vez más distantes de la UE, a la que ven como una sofisticada maquinaria más interesada en sus propios procesos internos que en las aspiraciones de la ciudadanía». ¿Mirada ciudadana sesgada? ¿La vemos así o es que la cosa, realmente, es así, va de ese palo?
Tomemos como ejemplo, prosigue MS, «las líneas maestras del debate de la Unión en los últimos años. El asunto que ha despertado más interés ha sido el dilema de la permanencia o la salida de Grecia y el Reino Unido». La UE, afirma repitiéndose de nuevo, «es sinónimo de un proyecto de paz que no tiene parangón en la historia de Europa». No son estos «precisamente pequeños detalles que puedan decidirse a la ligera. Pero tampoco son cuestiones que afecten a la vida diaria de los ciudadanos». Si los gobernantes utilizaran y defendieran correctamente el verdadero potencial y las auténticas capacidades de la Unión Europea para servir a sus ciudadanos, ¿hablará de Frau Merkel por ejemplo?, «el programa de trabajo real habría sido sin duda mucho más interesante y atractivo». Es decir, toda la culpa a los gobiernos díscolos. Las instituciones europeas y sus élites dirigentes son la novena maravilla del mundo mundial. ¡Deutschland-UE über alles! «Basta pensar en la puesta en marcha del mercado único para valorar hasta qué punto un calendario positivo y prometedor puede suscitar el interés del público». ¡Mercado único, interés del «público», ausencia de crítica alguna a la política monetaria, al euro! Nada, todo perfecto. Puro rigor. Sin nieblas.
Por regla general, sigue comentando Herr Schulz, «en el mundo cada vez más globalizado que habitamos los problemas no se circunscriben a las fronteras nacionales». La concertación a nivel de la UE es fundamental, afirma, ¿para qué y por quien dirigida?, «por lo que debemos hacer todo lo posible para emprender proyectos ambiciosos que abran de nuevo los ojos de los ciudadanos a las oportunidades que ofrece la Unión». ¿Proyectos ambiciosos? ¿Por ejemplo? ¿Alguna concreción? ¿Más acumulación, más desigualdad, más explotación, peores condiciones obreras? ¿Es eso, son esas las ambiciones de la UE? Haciendo caso omiso a la realidad del mundo globalizado, prosigue MS, «las fuerzas que abogan por la renacionalización pretenden reducirnos a nuestros pequeños países, como si fuera esta la respuesta más simple al más complejo de los problemas». Mucha mezcla heterogénea en el paso para, seguramente, descalificar en bloque. La vehemencia de ese planteamiento, comenta, «que tiene su base en un mundo irreal, le confiere atractivo por su sencillez ilusoria y nos distrae del lanzamiento de un programa verdaderamente ambicioso en favor de los intereses de la Unión y de sus ciudadanos». ¿Y qué programa a favor de los ciudadanos debería ser ese? ¿Alguna concreción o todo en tinieblas?
Al final, apología pro doma sua: «La nueva Comisión y los movimientos tectónicos a nuestro alrededor nos están impulsando a la acción. Un plan inversor de estímulo del crecimiento está tomando forma, la unión de la energía y el mercado único digital están a la espera, acaba de formularse una propuesta de nueva política migratoria». Pero, ¿qué crecimiento? ¿El desarrollismo desalmado e insostenible de siempre? Además, y sin atisbo de crítica alguna, «la Unión se manifiesta con una sola voz en Ucrania». ¡En Ucrania! ¿Este es el camino a seguir? ¿Cómo se manifiesta? ¿Una sola voz?. Y la conferencia de París sobre el clima, añade, que veremos en qué queda, «brindará a los europeos otra oportunidad para liderar, en lugar de limitarse a seguir, la política del medio ambiente». ¿Cuándo empezamos? ¿Dirigidos por Alemania que contamina más que cualquier otro país europeo?
Por si faltara algo. «La representación democrática de la UE ha recibido un gran impulso en las últimas elecciones europeas gracias al «sistema de cabezas de lista», que hace posible que el presidente de la Comisión sea ahora elegido como resultado directo de los comicios». ¡Qué gran paso, el no va más del no más! Más aún: «Los líderes europeos tienen que aprovechar el impulso para desarrollar estos objetivos con coraje, visión y una política diseñada a largo plazo. La política no puede seguir focalizada en la mera gestión de la crisis, como ha ocurrido en los últimos años, y limitarse a hacer lo mínimo esperando que sea suficiente». ¿No es eso? ¿Entonces qué? «Ha llegado la hora de que los políticos dejen a un lado su dependencia de las encuestas de opinión, que sólo sirven para poner parches a su acción de gobierno, y descubran de nuevo cómo afrontar los desafíos y aprovechar las oportunidades, sin ambages, con los ojos puestos en la búsqueda de soluciones duraderas». ¿Dependencia de las encuestas de opinión? ¿Sólo de esas encuestas? ¿Y de los grandes poderes? Por la misma línea: «A la vista están los efectos destructivos de aquellos políticos que, en lugar de gobernar con determinación, no hacen otra cosa que mirar con ansiedad por encima del hombro, permitiendo con ello que otras fuerzas más destructivas fijen el orden del día de sus políticas». ¿Y qué políticos son esos?, ¿de qué políticas habla Herr Schulz?
¿A qué todo es concreto, comprensible, sin nieblas, preciso, claro, etc etc, nada de nociones imprecisas como bien común o justicia social?
Otro planteamiento, mucho más audaz y orientado a largo plazo señala Herr Martin, «fue el que defendieron en su día los arquitectos de la integración europea: aquel planteamiento fue el que nos trajo la paz, reconcilió a los antiguos enemigos y sacó a Europa de los escombros de la guerra». No lo olvidamos. Desde luego que no. ¿Cómo vamos a olvidarlo en tiempos de guerra en Ucrania y tras la desintegración y aniquilación de Yugoslavia y la destrucción de Libia con la colaboración de países de la UE, como ocurriera en las acciones criminales contra Iraq? ¿De qué paz hablamos? ¿Qué reconciliación se está defendiendo?
Hasta aquí Herr Martin. ¿Han leído muchas concreciones? ¿Ausencia de niebla, claridad total? ¿Rigor, nada de palabras vacías? ¿Será esto populismo? ¿De derechas, de izquierda? Veamos ahora el artículo de Ignacio Sotelo y veamos las dianas de sus críticas. ¿Estará MS entre ellas?
«No sé si la noción de clase ha dejado de ser pertinente en la sociedad actual, o más bien solo ha disminuido la conciencia de pertenecer a una determinada». Así abre IS su escrito. En cualquier caso, prosigue, «de clase antagónica y del objetivo de caminar hacia una sociedad sin clases que marcaron a la izquierda en su día no quedan más que restos en sectores cada vez más minoritarios». En algunos países no tanto. Grecia, Portugal, Venezuela, Bolivia, España incluso… Por el mismo sendero: «También se ha esfumado de nuestro horizonte cualquier visión de futuro, distinta del capitalismo financiero, la última etapa a la que hemos arribado, partiendo del capitalismo comercial en el siglo XV y del industrial a comienzos del XIX. A diferencia de la tendencia que se impuso en la segunda mitad del XIX, tampoco se vislumbra un orden social alternativo». ¿Esfumado cualquier visión de futuro? En su opinión, esa es «la innovación más importante que distingue a la vieja izquierda de la actual». ¿De qué izquierda actual estará hablando Sotelo? ¿Niebla o claridad en este punto?
La muy fragmentada estructura social de una sociedad tan compleja como la nuestra, comenta IS con un recurso gastado, y bastante oscuro a la vez, del comodín «compleja», «ha quedado comprimida en la homogeneidad que supone recurrir a la noción del bien común, o todo lo más, al enfrentamiento de los muchos de abajo con los pocos de arriba». Son populistas, ahora irrumpe el tema, así define la noción Sotelo, las ideologías que tienden: 1. A simplificar una compleja estructura social, en la que se contraponen intereses muy distintos 2. integrándolos en un mismo bien común, o todo lo más, 3. Reduciendo esos intereses distintos a la mera oposición de la mayoría desfavorecida ante una minoría opresora. ¿No se simplifica en todas las disciplinas? ¿En cuáles no por ejemplo?
Para los unos, que no concreta y ubica entre niebla, «no cabría más que una única política sensata, aquella dirigida al bien común». Para los otros, «al bien de la inmensa mayoría se opondría tan solo una minoría de opresores que es preciso, no tanto eliminar, como mantener bajo control». No habría, infiere Sotelo de lo anterior, «un enemigo común, porque todos navegamos en el mismo barco, o bien, la inmensa mayoría tendría tan solo que enfrentarse al grupúsculo de los de arriba». ¿Quién afirma una cosa así? ¿Izquierda Unida por ejemplo? ¿Podemos?
Hay más. «A esta simplificación homogeneizadora de una sociedad altamente fragmentada, los populismos añaden promesas vanas que de antemano se sabe que no podrán cumplir». Promesas vanas, mienten sabiendo que mienten. Viene ahora la distinción. «El de derecha se aferra al mito del crecimiento indefinido y en un porvenir cercano que ofrece a todos una ocupación fija y de calidad». Vale, no está mal, pero esa ha sido la política central de la socialdemocracia de la que él mismo ha formado parte.. El de izquierda, prosigue, «más realista, se conforma con prometer un mejor reparto del escaso empleo disponible, pero sobre todo un salario social a los parados que, por edad o por falta de cualificación, no tengan posibilidad de acceder a un puesto de trabajo». ¿Sólo eso y nada más? ¿En eso se reduce el programa de IU por ejemplo? Promesa, añade, «que implica reconocer que habrá que aumentar los impuestos, y aunque digan que solo a los más ricos, saben muy bien que en un mundo globalizado con enormes facilidades para la movilidad de capitales, estos disponen de infinitas maneras de escaquearse». ¿Manipulan, engañan entonces? Por lo demás, desde su posición, ¿ninguna acción gubernamental puede torcer nada? ¿No hay varios ejemplos concretos, sin nieblas ni vaguedades y mirando con perspectiva global, en sentido contrario?
Por no plantear ni siquiera, prosigue IS, «la acuciante cuestión de un capitalismo financiero de alcance mundial en el que las multinacionales se desenvuelven a su aire de un Estado a otro». Es una vieja experiencia acumulada desde hace mucho tiempo: «los poderosos, por serlo, se libran de los impuestos, y la inmensa mayoría son demasiado pobres para pagar cantidades significativas, aunque de muchos pocos se obtenga luego sumas considerables.» Y frente a ello, ¿la impotencia?, ¿la sumisión? ¿No hay alternativa, todo es uno y lo mismo? Aunque se constaten, señala Sotelo, «grandes diferencias entre las épocas y los Estados, la recaudación fiscal siempre ha sido insuficiente para satisfacer las necesidades sentidas, que durante siglos se centraron casi exclusivamente en financiar guerras». Habría que aclarar, prosigue, «la aparente paradoja de que desde el final de la guerra fría, hace ya un cuarto de siglo, pese a la reducción a mínimos del gasto militar, comenzó en Europa un período de aumento exponencial de la deuda pública». ¿Y no tiene nada que decir Sotelo ante esta aparente paradoja? ¿Reducción del gasto militar? ¿Dónde, en qué países de la UE? ¿En el mundo en su totalidad?
El populismo de izquierda, sostiene IS, máxima atención, «en un punto resulta una mayor amenaza que el de derechas, que pretende tan solo conservar el orden constitucional sin promover posibles reformas, por muy necesarias que parezcan». Se comprende, él comprende, «que el que ostenta el poder conseguido con la ley electoral vigente, no tenga el menor interés en cambiarla». El populismo de izquierda, en cambio, «ha ido tirando lastre a gran velocidad y no se plantea ya cerrar el ciclo que se inició en la Transición, por acabado que se muestre». ¿No hay aquí mucha pero que mucha niebla? ¿Cerrar el ciclo que se inició en la Transición? ¿Y eso qué es?
Hay más: «Más grave es que sigan manejando ideas que nos recuerdan el pasado. Valga como ejemplo el afán que ha manifestado de intervenir en los medios de comunicación, porque siendo propiedad del capital, marcan con su impronta las noticias que transmiten». Obvio, añade, «que los medios de comunicación, en cuanto empresas capitalistas, tratan de ganar dinero, pero este objetivo las obliga a ser competitivas, vendiendo información verídica y valiosa». ¿Vendiendo información verídica? ¿Cómo el global-imperial, por ejemplo, como Das Bild, cuando habla de Grecia o de Venezuela? ¿Una persona como Ignacio Sotelo, catedrático de sociología, se puede creer semejante cuento, semejante barbaridad conceptual? ¿No hay aquí niebla, imprecisión y oscuridad de pensamiento? ¿No hay leído nada Sotelo sobre estos temas?
«Para corregir ocultaciones y otras posibles deficiencias no hay mejor terapia que libertad de expresión en un mercado abierto. ¡Vaya por Dios! ¡Más rollo, más tonterías, más vaguedades! ¡Libertad de expresión en un mercado abierto! ¡Ni Clinton, ni Mister Milton! Ahora la estocada: «No deja de ser significativo que el populismo de izquierda», es decir, Izquierda Unida y Podemos seguramente, «comparta la opinión de Manuel Jiménez Quílez, director general de Prensa, allá por 1962, que anunciaba una ley que «pretende defender al lector de todo el inmenso mundo de presiones bastardas que actúan hoy en el campo de la información». Desde estas consideraciones es fácil deslizarse a un nuevo tipo de democracia adjetivada, si no ya la «orgánica», una que se califique de «auténtica», «radical», o «bolivariana».» ¿Está diciendo que IU; Podemos o grupos afines son proclives al fascismo? ¿Es eso lo que dice don Sotelo o leo mal? ¿Qué críticas concretas tiene nuestro catedrático a la democracia bolivariana? ¿Claridad, tinieblas, rigor o voz del amo?
Pese a sus diferencias evidentes, señala, «el populismo de derechas y el de izquierda se escabullen por igual ante la cuestión medular de nuestro tiempo, la del capitalismo financiero, que caracteriza el que los beneficios que provienen de la especulación superen con mucho a los de la economía productiva, pero, a diferencia de ésta, crea muchísimos menos puestos de trabajo». ¿Se escabullen por igual? ¿De dónde saca eso? ¿Habrá leído algo Sotelo de los programas económicos de algunas fuerzas como IU? «En el capitalismo industrial el capital obtiene el mayor beneficio de la producción de bienes y servicios que exige mucha mano de obra; en cambio la especulación financiera apenas requiere gente empleada. Una inversión es tanto más atractiva cuanto menor sea su número, y los que necesita suelen ser además altamente cualificados». ¿Es alguna novedad lo señalado? ¿Luz, tinieblas? Estando de acuerdo, ¿qué entonces? ¿Un programa y acción anticapitalistas? ¿Se apunta Sotelo a ello?
El paso final de su artículo. La hora de los populismos, «duchos en manejar el paro como fuente principal de votos, llega cuando el empleo se ha convertido en un bien escaso». El de derechas, señala, «se atreve incluso a anunciar el arribo en breve de un empleo fijo y digno, no sé cuántos millones este año, y otros tantos el próximo». El de izquierda, «aun a sabiendas que esta medida la rechazan las empresas, ofrece un mejor reparto del escaso trabajo disponible, pero sobre todo encandila con la garantía de subvencionar indefinidamente a los que por diversos motivos no puedan ser colocados». ¿Está aquí atacando a IU? ¿Las empresas son intocables, son Amos a adorar? Mientras un populismo apela al bien común y el otro demanda justicia social, comenta, «ninguno de los dos se esfuerza lo más mínimo en sacar estos conceptos de la niebla espesa que los rodea. En el fondo únicamente pretenden gobernar lo antes posible». Lo dice Sotelo y ya basta, maestro y referente de concreciones y lucha contra conceptos imprecisos y nieblas teóricas. Un ejemplo: su artículo de conceptos claros. ¡El sí que se esfuerza!
La política, la de los populismos, «no tiene otro objetivo que alcanzar el poder, pero para conseguirlo hay que mencionar otros que resulten más atractivos». Si es así, ¿qué fuerzas no son fuerzas populistas según Ignacio Sotelo? ¿Izquierda Unida, Syriza, Die Linke, el frente francés de izquierdas, la izquierda portuguesa?
¿Qué hace entonces Sotelo que no les apoya? ¿A qué espera a sumarse a las fuerzas que no acepten que este sea el mejor de los mundos posibles? ¿De verdad que nuestro gran problema es que no sabemos muy bien lo que decimos cuando hablamos de bien común o de justicia social? ¿El «bien común» es, actualmente, una noción del lenguaje de las fuerzas de la derecha?
Notas:
[1] Ignacio Sotelo, «Populismos», El País, 14 de mayo de 2015, p. 11
[2] Ibidem, p. 12.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.