Este es el enésimo artículo sobre La confluencia. Si le aburre el tema, le sugiero que deje de leer ahora mismo. De lo contrario, por favor, proceda sin prejuicios. El debate público actual, en España, está tan envenenado (y los españoles somos culturalmente tan adeptos al etiquetado simplista) que me veo obligado a aclarar que […]
Este es el enésimo artículo sobre La confluencia. Si le aburre el tema, le sugiero que deje de leer ahora mismo. De lo contrario, por favor, proceda sin prejuicios.
El debate público actual, en España, está tan envenenado (y los españoles somos culturalmente tan adeptos al etiquetado simplista) que me veo obligado a aclarar que no tengo vínculos institucionales (más allá de amigos en ambos sitios) ni con Podemos ni con Izquierda Unida (IU). Simplemente, me siento indignado con lo kafkiano de la situación actual: estamos a meses de las elecciones generales y unos cuanto grupúsculos que comparten, como mínimo, su aversión a la austeridad neoliberal y a la corrupción de la casta no logran ponerse de acuerdo para limar diferencias y confluir en una sola lista y eso, a pesar de las buenas perspectivas…
El debate en torno al tema no está siendo ni medianamente presentable porque, como de costumbre, no está siendo tomado en serio por aquel actor que, por lo que sea, goza de una posición de fuerza: ayer fue IU; hoy, Podemos.
Hagamos memoria. Pongamos las cartas boca arriba.
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Mientras que IU disfrutó de esa posición de fuerza prácticamente no hubo nada que se moviera la izquierda de la socialdemocracia. Aquello fue Chernobyl. Seamos sinceros, activemos nuestra memoria: hacia dentro, férreos controles y llegado el caso (de tener que negociar) intercambio de cromos: «tú en el numero tres; yo en el uno y todos tan contentos». Al igual que en otros partidos (de la casta) aquí hubo una generación de bloqueo que, aunque hablaba bonito, se fue pudriendo moralmente a medida que pasaba el tiempo. Cuesta decirlo pero si el sistema no la cooptó, se aprendió su juego y terminó haciéndola funcional a sus intereses…
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Hacia afuera, más de lo mismo. Misma táctica, misma miseria: secretarías de «movimientos sociales» y «unidad de la izquierda» por doquier. Exceso de burocracia; mucho bla, bla, bla pero avances reales, cero. Migajas al que se sumaba y palo ideológico al que disentía (que, indefectiblemente, era tachado de traidor, sí no, de cosas peores)… Y en el caso de que no hubiera margen de maniobra, más de lo mismo: «tú en el número tres; yo en el número uno y todos tan contentos». Lo curioso es que todavía nos preguntamos por qué la juventud vivió, durante décadas, alejada de la política y/o de España (mientras que, la derechona se comía terreno, suelo, cimientos, derechos y todo lo que se le pusiera por delante…). ¡Qué bonitos discursos! pero menuda mierda de izquierda, de cultura política y de país nos legaron.
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Por eso el 15M fue, ante todo, un soplo de aire fresco. Lo fue porque no solo representó un grito (mudo) contra la casta que nos malgobernó durante décadas sino porque también puso al descubierto las vergüenzas de esa izquierda que entraba a trapos que no debía entrar, se comportaba como no se debía comportar y se atrevía a presentarse, con altanería, como LA alternativa, EL espíritu de rebeldía, etc. En suma, izquierdismo ilustrado: todo para ti pero sin ti. Ni jóvenes ni excluidos ni pueblo. Clases medias urbanas, mesiánicas, arrogantes y plagadas de posturas de cara a la galería. Pero en el fondo, aceptación de las reglas imperantes sin ambages ni matices. Mucho borreguito barbudo y pocas nueces…
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Quizás por eso, terminó pasando lo que tenía que pasar: irrumpió Podemos, otro grito (esta vez, sonoro) que politizó el 15M. Al principio ilusionó pero en poco tiempo, el partido de los círculos, se ha deslizado por una pendiente viciosa: pronto descubrió que defender iconos renta más -al menos en el corto plazo- que ser iconoclasta. Primero empezó constituyéndose como partido: con su logotipo, su secretario general, su burocracia y su discurso oficial. Un partido más bonito que un San Luis que es justo lo que nunca quiso la mayoría de los que salieron a las plazas. Muchos, empero, hicieron de tripas corazón… pero llegó el momento de la verdad y el líder de ese nuevo partido -que cada vez se comporta más como un viejo líder– no solo insultó gratuitamente a la gente de izquierda (que siempre fue diferente de la dirigencia de izquierda) sino que llevó su dedo tan lejos como para establecer alianzas por unción (hacia afuera) pretendiendo excluir de paso, de la listas electorales, casi a cualquiera que disintiera (hacia adentro) o no fuera conocido.
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Podemos, con la irrupción de Ahora en Común, está a la defensiva y la toca de víctima. Parece haber intercambiado papeles con IU: para defender, numantinamente, sus posiciones le sirve casi cualquier argumento. Ellos sostienen que están logrando romper los techos estructurales de la vieja IU -lo cual es cierto- pero eso parece que les da derecho a conducirse con una arrogancia, un unilateralismo y una petulancia similar al de su denostada matriz. Y todo ello, por supuesto, en nombre de una unidad popular que sus cuadros se empeñan en diseñar selectivamente (basándose en una extraña combinación de Gramsci con Juego de Tronos). A partir de ahí, la tomadura de pelo: llamo casta al PSOE, pero le sostengo; trato con desdén a la izquierda pero prevengo contra su fragmentación; digo que no quiero coaliciones, pero las propongo donde me da la gana y con quien me da la gana… Y además, si me critican, me cabreo y llamo gruñones a los demás porque le hacen el juego al enemigo (¿quién diablos es realmente el enemigo?) y porque nosotros, que podemos, todavía no hemos gobernado nunca (los juegos de palabras y el politiqueo barato, tan denostados el 15M, al parecer no cuentan porque, nosotros y solo nosotros, encarnamos la esperanza).
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Y mientras tanto, como casi siempre, los que ni Podemos ni IU pero sí coincidimos en la necesidad, imperiosa, de acabar con el Régimen de la Transición (y su casposa cultura política) nos convertimos en rehenes de un debate que, en el fondo, lo es -¡como siempre!- de nombres, posiciones y sobre todo, egos… Porque ¿alguien puede decirme dónde diantres están las ideas, los programas y los proyectos? Si se pregunta, todos dicen que las tienen pero esas, seamos honestos, sí que no han salido del famoso pueblo sino de una combinación de iluminados, encuestas y think tanks. La triste realidad, de hecho, es que ahora mismo, abajo, se ha dejado de debatir y de aportar… ¿Quizás, porque a nadie le interesa que eso se haga, catárticamente, como ocurrió durante el 15M? ¿Los Indignados desactivados?
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¿No será, entonces, que esto es política y por ende, ley de vida? -empieza a preguntarse un pueblo sometido a siglos de opresión y a un Estado asfixiante que -liberalismo mediante- arrancó de cuajo tradiciones históricas de democracia participativa (como el comunal, de base municipal o las viejas comunas anarquistas) mucho más logradas que la renqueante politiquería parlamentaria. De hecho, en la práctica (y más allá de la todavía imprecisa propuesta de Ahora en Común) ¿no sería deseable pensar en modernas plataformas sin aparato, permanentemente abiertas al debate y a candidaturas de personas que, más allá de etiquetas e identidades, coinciden en lo básico? ¿O es que ese íntimo sentimiento popular es aceptable, solo si, antes, pasa por el tamiz de los Comités Federales y los líderes de turno porque así se acordó en no sé qué encíclica resolución?
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Termino ya, con más preguntas: ¿Alguien puede explicarme por qué sigue confundiéndose cambio social con victoria electoral? ¿Y por qué siguen feticihizándose unas elecciones ante ante cuyo altar, en el fondo, sigue sacrificándose la democracia? ¿En qué consiste la transformación? ¿Es que sólo cuentan los números? ¿Por qué narices todos se postulan para entrar en política pero nadie aclara cuándo piensa salir? Es más ¿por qué resolver con más partidos aquello que (casi) todos coincidimos en que fue asolado por partidos? ¿Pueden seguir siendo las coaliciones, sopas de letras? ¿Hay mucha diferencia entre una sopa de letras y un consomé cocinado por un solo chef? ¿Qué diferencias reales hay entre izquierda y derecha? ¿Si no hay izquierda y derecha, qué nos une? (si es que nos une algo) ¿Por qué cualquier mindundi suele creerse líder? ¿Y por qué diablos siempre tiene que haber siempre líderes? ¿Y liderazgo con conocimiento público? ¿Esto es, acaso, un duelo de vedettes? ¿No hay política sin TV? ¿Somos acaso, menores de edad?
Resumámoslo en una única y última pregunta: ¿por qué no allanar de una vez el camino para que ahora, en las próximas elecciones, podamos votar todos juntos? Ganar sería solo el principio y por más que a todos nos cueste confiar, debemos ser sinceros: compartimos tanto y la oportunidad es tan buena que sería idiota caminar por separado. #UnidadPopular
* Juan Agulló es Sociólogo y periodista. @JAgulloF
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