A Manuel Vázquez Montalbán, desde tu ausente presencia. 7 millones de libras: es la inversión que Londres tiene previsto para construir un área de protección de camiones. Más perros adiestrados, más vallas y más asistencia es lo que ha declamado David Cameron este Viernes para reforzar la seguridad en el Reino Unido. ¿Qué es […]
A Manuel Vázquez Montalbán, desde tu ausente presencia.
7 millones de libras: es la inversión que Londres tiene previsto para construir un área de protección de camiones. Más perros adiestrados, más vallas y más asistencia es lo que ha declamado David Cameron este Viernes para reforzar la seguridad en el Reino Unido.
¿Qué es lo que perturba a François Hollande y Cameron? Calais. ¿Qué existe en Calais? Inmigrantes, sin trabajo y sin papeles. En concreto, es la terminal de Coquelles lo que quita el sueño a la podrida diplomacia palaciega del Reino Unido y Francia. Allí, en Coquelles, noche tras noche, desde un túnel que une a Francia e Inglaterra bajo el canal de la Mancha, emergen cientos y miles de almitas con la, por lo visto, ofensiva, violenta y desestabilizadora pretensión de buscar pan y trabajo.
No, no tienen papeles, pero dice la leyenda que tienen mucha hambre, mucha rabia e índices casi explosivos de angustia y ansiedad, como los personajes de Gasán Kanafani en las tres novelas polifónicas que dan forma a Una trilogía Palestina; Hombres en el sol, Lo que os queda y Um saad.
El consejo de administración de Eurotunnel y el funcionariado galo y británico, uña y carne que son, colaboran juntos para reforzar la vigilancia de la Zona. Mientras tanto, Francia pone los agentes de policía y Reino Unido pone la platita para la construcción de la susodicha área de protección – sic -: 7 millones de libras. Al cambio, unos diez millones de euros, en los que van empaquetados los destinados a la construcción de una valla de seguridad.
Y, mientras tanto, en tiempo real, enfoquemos al parlamento Inglés. Ese fétido burdel de inhumanidad que es el palacio de Westminster; Greg Clark anuncia la próxima ley de inmigración, cuya intención implícita no es otra que obligar a los propietarios de inmuebles a expulsar a los inquilinos sin papeles. Una negativa a proceder en consecuencia tendría como castigo multas y penas de hasta cinco años de cárcel.
El podrido cinismo de Greg Clark no conoce fronteras; para maquillar de intenciones humanitarias su camaleónico fascismo, neoliberal en lo económico, puritano en lo moral y, en consecuencia, racista, clasista y patriarcal en lo social, argumenta que su nuevo juguetito legal tiene el motivo de impedir que los caseros exploten a sin papeles u ofrezcan morada en condiciones insalubres a esos pobres plebeyos extranjeros sin más posesión que sus cuerpos.
A esta gestión securitaria, la mayor parte de nuestros eurobobos parlamentarios -gracias a Carlos Taibo por acuñar el término-, han respondido. Y responden, siempre, con silencio. Con el mismo silencio con el que la avalan, porque saben que si alguien levanta el dedo en Bruselas más de lo debido, éste le será cortado y sus privilegios de funcionario de la euro-realpolitik se terminarían con un mero pestañear de las élites del Palacio de Westminster y el Palacio de Versalles.
Seamos realistas, aunque duela: el neo-fascismo financiero ha ganado la batalla cultural a la izquierda. Ha normalizado el nihilismo y la narcotización moral y política de la fraternité plebeya. ¿De quien es la responsabilidad en esta derrota?: nuestra, y de nadie más. De los plebeyos mismos y de los que se quieren sus representantes o cargos electos; sabemos hace mucho tiempo que la ignorancia y la miseria, cuando fermentan en geografías pluri-étnicas, son un perfecto caldo de cultivo para una auténtica normalización de escenarios Mad-Max en las calles coexistiendo con una totalitaria y esquizofrénica ansiedad, tanto por el control demógrafico de los movimientos de población como por su enfrentamiento recíproco.
Sí, sabemos esto hace mucho, mucho, mucho tiempo, pero no tenemos coraje ni agallas para atajar el mal por su misma raíz, y esa raíz no es otra que la reproducción globalizada de geografías-miseria y cientos de pasos fronterizos vallados y amurallados en guerra civil permanente. Esa raíz no tiene otro diagnóstico que capitalismo en su fase superior: Imperialism, It’s called.
Mirémonos al espejo un poquito: nuestro relajo cultural y ético debiera darnos tanta vergüenza como la brutal inhumanidad de nuestros enemigos. Que la sociedad civil llegue a colaborar con esta bárbara legislación anti-inmigración es responsabilidad de un persistente y prolongado olvido de la pedagogía laica, republicana y marxista en los barrios y escuelas de las geografías-misería.
En Ferraz, el PSOE guarda silencio. En el comité de sabios y los círculos -¿críticos?- de Podemos, se guarda silencio. En Génova, el Partido popular guarda silencio. En la mayor parte de los medios mayoritarios de la península ibérica se guarda silencio. En Jerusalén, se guarda silencio. En Washington, silencio. En Bruselas, silencio. En Berlín, silencio. En Londres, silencio. En la Meca, silencio. El mismo silencio que se sigue guardando después de la claudicación de Tsipras seguida de su despido fulminante a todo su equipo de gobierno. El mismo silencio que se guardó cuando nadie supo y quiso gritar: – ¡Eh, idiotas, que este referéndum es sólo consultivo, no vinculante!
Decime qué callais y os diré cuales son vuestros miedos y, por supuesto, vuestras posibles estrategias. Decidme qué callais y os diré aquello que el anacrónico – sic – Silvio Rodríguez decía en Playa Girón: ¿Hasta dónde debemos practicar las verdades? Las izquierdas estamos dando un espectáculo tan patético, tanto en España como en Europa, que no vendría mal que pasásemos medio año con la cabeza metida en un agujero, como los avestruces, haciendo penitencia moral e intelectual:
– «Soy un gilipollas, no volveré hacerlo. Soy un gilipollas, no volveré hacerlo. Soy un gilipollas, no volveré hacerlo».
Exigimos, debemos exigir, hacia afuera, una declaración oficial que atribute a David Cameron y a François Hollande como personas non gratas en España, puesto que el bloque unitario del bipartidismo dinástico, ad intra, para las gentes republicanas y de izquierda, ya hace mucho tiempo que tampoco es persona non grata. En este sentido, aforismos tan luminosos como los de Lichtenbeg –La sinceridad abofetea a la gratitud en plena cara- adquieren un sentido político evidente en relación a las retóricas amables de quienes tratarán de vendernos la motito de una revisión del espíritu –¿santo?- de la transición. Por mi parte, quisiera dejar claro que la total ruptura de relaciones y diálogo institucional con cualquier agente político que trate de re-interpretar o re-formular el espíritu de la transición, no es una actitud negociable.
De la ya harto conocida voluntad de destino en la barbarie entre el conservadurismo liberal y el conservadurismo social-liberal sólo podemos inferir una cosa; nada, absolutamente nada podemos oponer a ese matrimonio in-civil sino una profunda subversión, una profunda desobediencia civil permanente ante la que pasará a la historia como la política del muro y el alambre que siguió a décadas de espejismo binestarista en Europa. La política del muro y el alambre que desenmascaró poco a poco los bellos sentimientos democráticos de una Europa que ofreció al mundo, después de dos mal llamadas guerras mundiales, un modelo social lo más parecido a un campo de concentración en el que la vigilancia, el control y el castigo, hacia dentro y hacia fuera, tanto contra el nativo y el extranjero plebeyo y disidente, se convirtieron en doctrina y práctica política.
Por el amor de un Dios en el que no creo, y por el amor de una humanidad con la que soy cada día más escéptico: mirémonos al espejo de una santa vez las izquierdas europeas y atrevámonos a negar que somos responsables directos de la normalización de la auto-humillación cultural ante el fascismo, porque si alguien se atreve a negarlo no merece más que desprecio y la expulsión de cualquier organización presuntamente revolucionaria y di sinistra.
Apliquemos severa auto-crítica y la auto-exigencia que también esperamos de nuestros compañeros. Apliquémosnola, porque es altamente probable que Europa no tenga otra solución que aquel fantasma que supo canalizar y organizar los profundos anhelos vitales de millones de personas que no buscaban otra cosa que una vida sin miseria cotidiana.
No somos, ni euro-céntricos, ni euro-comunistas. Humanidad somos, y caminar pensando queremos, y viceversa, hacia una quinta internacional.
Sigue estando en nuestras manos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.