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La culpa esencialista

Fuentes: El Telégrafo

Cada vez que en el país se producen protestas sociales, en los últimos 25 años, sobre todo después del memorable levantamiento indígena de la década de los noventa, una buena parte de la población ecuatoriana, sentida por la culpa que implica pensar en los siglos de exclusión que ha tenido el sector indígena, enseguida asume […]

Cada vez que en el país se producen protestas sociales, en los últimos 25 años, sobre todo después del memorable levantamiento indígena de la década de los noventa, una buena parte de la población ecuatoriana, sentida por la culpa que implica pensar en los siglos de exclusión que ha tenido el sector indígena, enseguida asume uno de los recursos más autocomplacientes con respecto a esa inveterada situación: tomar sus causas (justas y demostrativas de la vileza del capitalismo, por supuesto) y su valor social como la forma más distintiva de la ‘reserva moral y política’ del país, y, desde ahí, obviar el papel público que han jugado -los indígenas- desde que aquel levantamiento les dio una gran conquista, legítima por lo demás: dejar de ser actores sociales invisibilizados y ser, por fin, actores políticos prácticos.

Desde entonces el movimiento indígena y su expresión electoral (Pachakutik) han participado -de distintas maneras- en los desafíos de la construcción democrática, y le han dado al país lecciones de vida y de contacto real con el pasado que es, cómo negarlo, parte de nuestro sustrato cultural.

Pero en el devenir social de todo conglomerado humano la acción de un sector, por más que la culpa (¿católica?) de la mayoría los mire desde su propia inferioridad moral, metafóricamente hablando, no puede determinar el pulso político de un proceso como el que lleva a cabo Rafael Correa Delgado.

El memorial de agravios indigenista (no indígena) olvida que el Estado ecuatoriano, sobre todo el parido en las luchas independentistas, se erigió a pesar de que en sus entrañas estuvieran latiendo los valores más rancios del liberalismo político, y, que su papel, por más de 200 años, aplicó la visión y acción de las oligarquías costeñas y serranas sobre lo que debía ser nuestra nación, es decir, que las masas despolitizadas y pobres debían, a la fuerza, asumir que los valores liberales (valores de clase, en términos marxistas), siendo valores oligárquicos, debían ser los valores de todos.

Hoy, esos valores, vueltos un refrito político y mediático en la noción democrática opositora, son los valores que siguen defendiendo quienes reniegan de la reforma del Estado que se hizo en Montecristi, y que no le quita nada a la «reserva moral» indígena e indigenista que hoy, extrañamente, ese refrito apuntala y defiende en las calles y en la espuma del Twitter.

Pareciera que la culpa, un complejo cóctel de ideología y subjetividad procesadas en el trabajo diario del orden educativo, social, cultural y comunicacional que nos ha formado durante tantas generaciones, brinda sus frutos en una corriente opositora que no se distingue de derecha o de izquierda, sino que simplemente apela a esos valores oligárquicos/republicanos incubados apenas sustituyeron a los españoles. O sea, al ver a las oposiciones hoy despotricar contra Correa, lo que vemos es el nuevo esplendor del colonialismo político de los esencialistas indigenistas y de los liberales (callejeros o tuiteros) que esta semana aman a quienes -antes de la república- solo eran parte de la vieja domesticación colonial.

Fuente: http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnistas/item/la-culpa-esencialista.html