Más que de millones de euros, la corrupción es una trama invisible que se nutre y se sustenta de secretos inconfesables e información íntima y privilegiada. Tal es su modus operandi. La información es poder. Y viceversa. Y los secretos que urden los entresijos de las madejas corruptas se mantienen en pie a costa de […]
Más que de millones de euros, la corrupción es una trama invisible que se nutre y se sustenta de secretos inconfesables e información íntima y privilegiada. Tal es su modus operandi.
La información es poder. Y viceversa. Y los secretos que urden los entresijos de las madejas corruptas se mantienen en pie a costa de un equilibrio siempre inestable y a punto de romperse entre los diferentes elementos que los componen.
Cuando alguien cae en desgracia o existe peligro de perder su patrimonio o prestigio, e incluso de dar con sus huesos en la cárcel, tirar de la manta puede ser un recurso de última hora para que el resto de compinches salven su pellejo antes que el fuego pueda provocar en su piel heridas irreversibles.
Las amenazas latentes suelen surtir inmediato efecto: tapar la boca del locuaz es urgente, existiendo mil modos efectivos para ello. Entre la falsa honra y la vergüenza a plena luz del día se teje una emocional y finísima tela de araña que se abona mediante formas muy dispares: dinero a tocateja bajo cuerda, uso de influencias políticas y judiciales, promulgación de leyes espurias…
No existen antídotos eficaces contra el lujurioso desenfreno de la corrupción. Hay muchos resortes para que el silencio cómplice de la verdad se camufle entre tecnicismos legalistas y favores en la sombra que se deben abonar obligatoriamente si no se quiere terminar en el arroyo de la miseria o en el abandono inducido del ostracismo público.
Así funciona la globalidad neoliberal: connivencia total entre señeros políticos, empresarios de postín, juristas venales e intermediarios pícaros de medio pelo. La unión de todos estos actores dan la película de la España de hoy en un viejo escenario de cartón piedra realizado para tal ocasión: el régimen capitalista.
Tirar de la manta es un aviso para que los que todavía no están manchados por imputación alguna empiecen a mover el culo y los hilos del poder en aras de salvar al caído en desgracia. Se trata de una vetusta red de apoyo tácito que cubre como una póliza de seguro a todo riesgo las peripecias irregulares o ilícitas que conlleva la política capitalista de corte occidental.
Estas tramas hacen con el pueblo llano casi todo lo que quieren. Mientras no se derrumbe la cultura capitalista que les ampara, seguirán ahí, haciendo de su capa un sayo tantas veces como lo deseen. No es el corrupto el que hace al sistema sino la estructura la que pare políticos que se dejan comprar y se venden por motivos egoístas al mejor postor: los mercados, las multinacionales, las grandes empresas…
Lo que necesita el régimen es que la clase trabajadora tire de la manta de una vez por todas para conquistar una plaza pública auténticamente democrática. El pueblo sabe más de lo que cree saber pero le da miedo ser sujeto de su propia historia.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.