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Ecuador y el ocaso de los dioses

Fuentes: Contra / Tiempos

Tuvo que llegar la crisis económica, aquella académicamente negada[1] por el jefe de Estado (el término State of denial ya fue utilizado por el pulitzer Bob Woodward como título de un libro donde narra las mentiras del gobierno estadounidense durante la guerra de Afganistán e Irak) para que la ciudadanía ecuatoriana comenzará a cuestionar severamente […]

Tuvo que llegar la crisis económica, aquella académicamente negada[1] por el jefe de Estado (el término State of denial ya fue utilizado por el pulitzer Bob Woodward como título de un libro donde narra las mentiras del gobierno estadounidense durante la guerra de Afganistán e Irak) para que la ciudadanía ecuatoriana comenzará a cuestionar severamente el saber gubernamental -el saber[2] es un recurso que por su naturaleza es objeto de lucha política- y su práctica.

La crisis económica está significándole al poder su resquebrajamiento político. Mientras las alianzas estratégicas armadas antaño con quienes el oficialismo define terminológicamente como «híbridos» (sectores no organizados al interior de Alianza PAIS) tienen los días contados ante la acelerada erosión correísta, el Palacio de Carondelet -el monte Olimpo ecuatoriano- empieza a reflejar un estado decadente muy lejano a las estampillas idílicas manejadas por la Secretaría Nacional de Comunicación (el Reichsministerium für Volksaufklärung und Propaganda ecuatoriano) hasta hace relativamente poco tiempo.

El oficialismo es consciente que el nivel de deterioro que sufre su «acrópolis» de poder es debido a las reiteradas ofensas recibidas -cada vez en mayor medida- desde los hombres y mujeres que componen su ciudadanía. Son estos seres mundanos, quienes ignorando recientes páginas escritas de sagradas glorias (milagro ecuatoriano, jaguar latinoamericano, gobierno ejemplo para el mundo, mandatario mejor valorado del planeta y país de la felicidad), quienes tienen la osadía de protagonizar el actual ocaso de sus antiguos dioses. El deterioro actual es tal que ni Zeus, encarnado en la figura del jefe de Estado ecuatoriano, se ve ya capaz de acomodarse debidamente en su «merecido» trono al interior del círculo de los doce del Olimpo.

Pérdida de valor del discurso correísta

En la antigua Grecia existía una categoría intermedia de conocimiento que se ubicaba entre la certeza y la ignorancia, siendo definida en aquel entonces como «doxa». Aunque la «doxa» ha sido traducida de múltiples formas, no era más que la ideología adoptada por el poder, es decir, ese tipo de saber acomodaticio que encuentra su legitimidad en el esquema de dominación existente, configurando a su vez un coro de sofistas que la propagan y repiten ante cada ocasión o circunstancia. En Ecuador esta cuestión fue grave, pues incorporó también a estas serenatas a quienes se consideran la intelectualidad nacional y a sus respectivos centros de trabajo (muy pocas universidades nacionales tuvieron el valor de resistir el envite del poder), En la práctica se demostró que la «doxa» ecuatoriana no va más allá de ese tipo de saber subjetivo y encorvado que haciendo alarde de su mediocridad se muestra como incapaz de satisfacer al intelecto humano.

Pero el conocimiento, desde su mismo origen, surge dialécticamente poniendo en cuestión la veracidad del saber aprendido, el conocimiento tipo y la ideología dominante. Si algo tiene la plebe cuando comienza a sacudirse las ataduras a las que son sometidos por la dominación, es que desarrollando su ingenio crítico termina poniendo en cuestión las estructuras del saber, conscientes de que saber es poder, evidenciando el culto que desde los establishment burocráticos y las élites económicas se hace de aquello para preservar prebendas de todo tipo, reconocimientos vacíos de contenido intelectual y autoridad jerárquica. No es casualidad que en el país de la «meritocracia» (olvidemos banales episodios vinculados a títulos falsos, tesis plagiadas del rincón del vago o sorprendentemente doctorados familiares con la misma tesis académica) el establishment y las élites se hayan apropiado de ese tipo de saber depurado y codificado de manera tal que lo convierten en mecanismo de afianzamiento de la estructura de dominación socialmente existente. En resumen, para un modelo de pensamiento acotado por lo sistémico, no hay espacio para los sectores sociales que cada vez en mayor medida se sienten menos representados.

Pero lo que históricamente ha ignorado el poder es que la evolución del saber ha sido siempre algo estrechamente ligado a los procesos revolucionarios, entendiendo por revolución la ruptura del orden establecido y no slogans publicitarios. El saber progresa porque no se identifica con los logros alcanzados, porque es inconformista y crítico frente a la ideología dominante y a quienes la veneran. Es lo que los griegos definieron como la «paradoxa», la «doxa» transformada por la dialéctica[3] como un estímulo para la reflexión.

Durante estos últimos años, en Ecuador la «doxa» se convirtió en dogma y ley, pasando a ser el sostén ideológico cultural de un nuevo universo construido desde el poder. El correísmo reactualizó la vulgaridad sofista recogida irónicamente por Platón en los diálogos de Gorgias: «Proponte por modelos no a esos que disputan con estas frivolidades sino a las personas que han conquistado fama y riquezas y que gozan de las otras ventajas de la vida». En resumen, no te metas en problemas con el poder pues puedes vivir bien sin arruinarte la vida…

Fue desde ahí, desde donde se fue construyendo propagandísticamente una multiplicidad de frases que de forma sistemática eran repetidas por el presidente Correa y seguidas a coro por los diferentes responsables de sus carteras ministeriales, la bancada oficialista en el Legislativo, los seguidores de base de su partido y la intelectualidad académica al servicio del régimen: «el ser humano por encima del capital», «la Patria ya es de todos», «quien tiene más debe aportar más», «el pasado no volverá», «toda acumulación de riqueza excesiva es injusta e inmoral», «en esta revolución nadie se cansa», «los honestos somos más, muchos más», «somos un gobierno técnicamente muy cualificado», «trabajamos con manos limpias, mentes lúcidas y corazones ardientes por la Patria», «con petróleo o sin él, la economía ecuatoriana se mantiene sólida», «Ecuador es referente mundial en su lucha contra la pobreza», «político que miente, político que se va a su casa», «confíen en su gobierno, yo no miento» y un largo etcétera más de consignas bandera que no vale la pena seguir enumerando.

En la práctica esta estrategia consistió en referenciarse en los valores, proyectos y prioridades políticas que se encarnaron bajo el ciclo regional progresista, período durante el cual el correísmo llegó al poder. «Donde fueres haz lo que vieres» dice la sabiduría popular castellana. Pero más allá de la ideología política del mandatario -no abordaré el tema dada su escasa relevancia respecto al contenido de este texto- es un hecho que la mayoría de asesores, ministros, subsecretarios, comisionados y legisladores implicados en las diferentes etapas de la gestión correísta, ni han formado parte de las luchas sociales protagonizadas por el pueblo ecuatoriano en las últimas tres décadas ni provienen de estructuras organizativas con compromiso social (por favor, se ruega no confundir compromiso social con boy scouts).

Hoy, cuando desde el método empírico-analítico (observación de fenómenos y análisis estadístico) ya es fácil vislumbrar la abismal distancia existente entre el discurso y la praxis correísta, cabe hacer una reflexión sobre el nivel de degradación en el que se ha sumido la política institucional ecuatoriana: fidelidad política basada en intereses personales, políticos que no se diferencian de los otros más allá de por la forma en la que se son empaquetados y se les vende (candidatos-mercancía) y una lógica político-clientelar que se ha generalizado a lo largo y ancho de todo el país.

El hecho de que el marketing político -sin distinción entre las candidaturas políticas con capacidad de disputar espacios de poder- no haya encontrado sus límites en la ética, ha significado a la postre que la sociedad ecuatoriana se haya despojado de criterios ideológicos y afinidades partidistas. La gestión correísta durante estos nueve años de gobierno deslegitimó cualquier valor atribuible a las doctrinas portadoras de fuertes concepciones igualitaristas, a los conceptos de universalidad y otras interpretaciones e incluso degeneraciones del marxismo. Pero más allá de ello, existe un malestar ciudadano respecto a la política en general, el cual se traduce en el hecho de que estos se sientan como «invitados de piedra» dentro del sistema democrático: algo parecido a piezas en un tablero de juego en el que la ciudadanía no se siente como jugadores aunque reiterativamente se les diga que son los protagonistas de la partida.

Crisis de representatividad en ciernes

Ecuador vive un momento político pre-electoral. A menos de nueve meses de los próximos comicios legislativos y presidenciales ya son identificables las tendencias políticas generales existentes en el país.

Al interior del oficialismo y volviendo a la Grecia clásica, cabe reseñar que el empíreo olímpico ecuatoriano se encuentra en el peor de sus momentos desde que nueve años y medio atrás asumiera el mando del país.

El oficialismo se caracterizó por despreciar el cuestionamiento que le ha ido realizando un cada vez mayor número de ciudadanos, entendiendo de forma simplista que en la historia de la Humanidad siempre ha habido infieles y desagradecidos. Esta abstracción de la realidad fue funcional hasta que los «traidores» empezaron a cuestionar la estructura sacerdotal del poder y los devotos comenzaron a negar ofrendas a los que se consideraban sus dioses.

Profundizando en la falta de agilidad divina, cabe señalar que Zeus tardó más de nueve años en descubrir que los pretendidamente homéricos poetas y poetisas de su parnaso, no eran tan eficientes y capaces como en el mundo de los dioses los dioses tienden a pensar. Entre otras cuestiones, la mala gestión de los recursos, la multiplicidad de errores estratégicos, la prepotencia y sordera que caracterizan las lógicas del poder, los logros escasos respecto al volumen de inversión aplicada, la escasa planificación y, en última instancia, las graves falencias demostradas en la actual gestión posterremoto, le hicieron descubrir al Zeus ecuatoriano que dejó de ser un dios para pasar tan solo al status de rey, pero además un rey desnudo.

En la actualidad el oficialismo vive una pugna interna enmarcada en la lucha por el delfinazgo correísta. La no presencia de Lenin Moreno en el país durante el mes posterremoto ha derivado en un importante costo político para su imagen como heredero, hecho que en la actualidad estratégicamente pretende enmendarse (como ya indicó Confucio, el hombre que ha cometido un error y no lo corrige comete otro error mayor). Por su parte, la persistente estrategia gubernamental de posicionamiento mediático a Jorge Glas comienza a rendir sus frutos, más allá de que su figura política se limite a una clonación deficiente del actual mandatario. Pero mientras la encarnizada batalla sucesoria continúa al interior del oficialismo, Alianza PAIS descubrió que el mundo exterior también existe.

La oposición conservadora liderada por Guillermo Lasso (quien en la mitología romana -que sustituyó a la griega- podría ser asociado a un Plutón[4] que intenta usurpar el trono de Júpiter) es consciente de que ya en este momento, sin necesidad de que se agudice aún más la crisis, si llega a segunda vuelta podría disputarle al oficialismo el sillón presidencial. En su estrategia de desgaste gubernamental, Lasso tiene claro dos cosas: está donde está más por deméritos del contrario que por méritos propios, y tiene aún pendiente por resolver un conflicto con el otro ala de la derecha que encabeza Jaime Nebot. Ya sabemos que entre la órbita de Plutón y Neptuno (planeta este último cuyo nombre deviene de la deidad romana de los mares) existen una gran cantidad de objetos pululando alrededor del Sol.

A los demás dioses del Panteón romano, se sienten a la izquierda o la derecha de la deidad suprema de la triada capitolina, no les queda más protagonismo que al que puedan acceder desde los curules del Legislativo.

Pero más allá de quien ocupe el sillón presidencial, más del 50% de la población ecuatoriana (según datos de las principales encuestadoras nacionales) no se siente identificados con ninguno de los posibles candidatos presidenciales y sus respectivos partidos. Quienes consideren el próximo 19 de febrero que más allá de lo bueno y malo de la gestión correísta, por salud democrática su ciclo en el poder debe terminar, votará mayoritariamente a la opción que esté mejor posicionada para ser su alternativa (a falta de capacidad de convencimiento, esa es la estrategia de CREO); y a quienes le de miedo la alternativa política que encarna la opción conservadora, mayoritariamente apostará por la continuidad oficialista esperanzados en que una nueva cara signifique un cambio dentro de la cada vez más insufrible continuidad verdeflex. Pero ni una opción ni la otra contará con apoyos incondicionales ni ilusiones ya perdidas. Citando a Moliere, las y los ecuatorianos aprendieron que «somos fácilmente engañados por aquellos a quienes amamos».

Sin embargo, las constituciones modernas han organizado la estructura política del Estado en la forma representativa de gobierno, y tanto se sobrevaloró el concepto de representación que pasó a ser la lógica concebida para la participación popular. Aunque los desarrollos discursivos sobre la representación política presentan una abanico de perspectivas de lo más variado, el sistema democrático convencional redujo la garantía de participación en la cosa pública a la garantía de estar representado. Aunque el texto constitucional vigente abrió algunas ventanas para la coexistencia de la democracia representativa con otros modelos de democracia más reales, en la práctica tanto el Ejecutivo como el Legislativo fueron incapaces -de forma consciente o como demostración de sus limitadas capacidades- de alterar la lógica institucional heredada. En todo caso, cabe señalar que el proceso político ecuatoriano no llego más allá de proliferar en algo que Napoleón Bonaparte ya inauguró allá por el año 1804 como una maniobra política que se repetiría cíclicamente en los tiempos posteriores, el abuso del mecanismo delegativo para legitimar la autocracia. Bajo esta forma de «populismo», en la periferia del sistema mundo el bonapartismo lamentablemente ha sido bastante frecuente.

La crisis política que se avecina

Si entendemos como crisis política un proceso donde se altera o rompe el normal funcionamiento del sistema político y de las relaciones entre actores políticos y sociales que lo componen, produciendo, durante un determinado periodo de tiempo, momentos de incertidumbre e inestabilidad institucional, cabe advertir que el Ecuador podría no estar muy lejano de ello.

La búsqueda de una nueva hegemonía en el país obliga a la reformulación del discurso de los dominantes, a fin de lograr -en circunstancias cambiantes- mantener el actual status de dominación. Pero la implantación de una nueva construcción discursiva requiere ganarse la legitimidad de los dominados, condición que ante el creciente distanciamiento entre la política institucional y el mundo de los mortales, se advierte como algo cada vez más difícil.

Desde esa lógica, el próximo gobierno será un gobierno débil, donde las mayorías legislativas posiblemente no existan y donde la relación entre el gobernante y la masa plebeya estará lejos de lo que vivimos durante la primera mitad de la era correísta.

La izquierda política ecuatoriana, quienes deberían ser los primeros en percibir que se hace necesario y urgente renovar el fragmentado discurso de los dominados con el fin de seguir planteando resistencia a la dominación, se encuentra en las antípodas de este debate. No forma parte de la discusión de una izquierda incapaz de refundarse, la construcción de nuevos imaginarios sociales como herramientas que incentiven la articulación de un nuevo orden social.

Sin embargo, gane quien gane las próximas elecciones presidenciales, parece más que evidente que el peso de la salida de la actual crisis -esa que fue tan eruditamente negada- recaerá sobre la mayorías sociales política y económicamente dominadas. Recorte de subsidios, pérdidas de poder adquisitivo, flexibilización del mercado laboral y deterioro de la ya cuestionable calidad de los servicios públicos son elementos que posiblemente activarán la movilización social y profundizan una embrionaria pero ya existente inestabilidad política en el país.

Sin vanguardias políticas y sociales con credibilidad para plantear un proyecto alternativo ante la sociedad, es más, sin capacidad ni siquiera para elaborar dicho proyecto alternativo, quedará en manos del sector social movilizado -posiblemente antipartidista pero no por ello apolítico- la posibilidad de reflexionar sobre si necesariamente hemos de estar sujetos a las definiciones de la realidad elaboradas desde los espacios en los que se disputa en la actualidad el poder político y control sobre el orden social existente.

Notas:

[1] «Rafael Correa dice que académicamente no estamos en crisis». Ver artículo en: http://www.euroamericanre.com/cms/correa-dice-que-academicamente-no-estamos-en-crisis/

[2] Según Michel Foucault, detrás de la fachada de la «verdad» se esconde la voluntad del poder, y esta «verdad» no es más que una justificación para dominar, exigiendo conformidad y sumisión. Es desde el saber, desde donde se impone una doble represión: por un lado, la que condena al silencio el discurso de los excluidos; y por otro, desde donde se determina y ordena los discursos «aceptables».

[3] El método dialéctico se inicia con la duda del saber propio, que adopta la forma de pregunta o interrogante.

[4] En la mitología romana, Plutón era el dios del inframundo. Su equivalente en la mitología griega era Hades, aunque Plutón era más benigno.

Fuente: https://contratiemposec.wordpress.com/2016/05/20/ecuador-y-el-ocaso-de-los-dioses/