Cada 1 de mayo se recuerdan los sucesos de Chicago de 1886, cuando la represión a la lucha reivindicativa de los trabajadores derivó en la ejecución de varios líderes obreros. Desde entonces esa fecha se ha consagrado como Día del Trabajo. Y en Ecuador se la conmemora oficialmente desde 1913. La fecha sirve, además para […]
Cada 1 de mayo se recuerdan los sucesos de Chicago de 1886, cuando la represión a la lucha reivindicativa de los trabajadores derivó en la ejecución de varios líderes obreros. Desde entonces esa fecha se ha consagrado como Día del Trabajo. Y en Ecuador se la conmemora oficialmente desde 1913.
La fecha sirve, además para recordar la trayectoria del movimiento de los trabajadores, cuyos orígenes en Ecuador se remontan a fines del siglo XIX e inicios del XX. Aparecieron, entonces, las primeras organizaciones de trabajadores asalariados y semiasalariados urbanos. Pero el sindicalismo creció bajo un lento proceso, que acompañó al ritmo igualmente lento de desarrollo del capitalismo. Por eso, recién en 1938 se fundó la Confederación Ecuatoriana de Organizaciones Católicas (CEDOC) como primera central nacional auspiciada por la Iglesia y jóvenes conservadores, a la que siguió en 1945 la Confederación de Trabajadores del Ecuador (CTE) patrocinada por el Partido Comunista y en 1962 la Confederación Ecuatoriana de Organizaciones Sindicales Libres (CEOSL), vinculada al sindicalismo anticomunista norteamericano.
Aunque el romanticismo sociológico y también el marxismo dogmático han creído que el movimiento de los trabajadores siempre se ha identificado con la izquierda, bajo la idea de que el «proletariado» cumple una misión histórica, el mismo hecho de que las primeras centrales nacionales tuvieran distinta ideología y diferentes motivaciones de lucha, desmiente las idealizaciones conceptuales.
Si se examina la historia del proceso sindical y también político del movimiento de los trabajadores ecuatorianos, se advertiría que sus «luchas» no han tenido siempre e inexorablemente un camino progresista y democrático, sino que también se han levantado consignas cuestionables, hubo dirigentes reaccionarios, vínculos con partidos de derecha o momentos de confusión para apoyar ciertos gobiernos o combatir a otros. Algo de ello puede seguirse a través de la Historia del Movimiento Obrero Ecuatoriano que publicó ese entrañable militante obrerista que fue Patricio Ycaza Cortez (1952-1997), quien no ha tenido alguien que le reemplace en su dedicación a la historia de los trabajadores.
Las centrales nacionales recién convergieron en procesos unitarios a fines de la década de 1960 e inicios de la de 1970, de manera que el nacimiento del Frente Unitario de Trabajadores (FUT) en 1981, que agrupó a esas centrales, fue el resultado de un largo proceso que fluctuó entre la confrontación mutua y el acercamiento de las reivindicaciones. Patricio y yo escribimos la historia del FUT que todavía está inédita.
Con el FUT se identificó la izquierda ecuatoriana y respaldó las famosas huelgas nacionales que se sostuvieron hasta mediados de los ochentas. Enseguida actuaron contra el movimiento de los trabajadores una serie de factores históricos: el represivo gobierno de León Febres Cordero (1984-1988) quien jamás se reunió con algún dirigente del FUT; la sucesión, a partir de 1992 de los presidentes Sixto Durán Ballén, Abdala Bucarám, Fabián Alarcón, Jamil Mahuad, Gustavo Noboa, Lucio Gutiérrez y Alfredo Palacio, quienes, además de evidenciar la crisis política e institucional del país, apuntalaron el modelo económico empresarial/neoliberal de nefastas consecuencias sociales y laborales; y, sobre todo, el derrumbe mundial del socialismo y con él la desvalorización del marxismo y la debacle de todas las izquierdas políticas del país.
Para 2006, el FUT, los partidos marxistas y varias organizaciones de izquierda no pasaban de ser membretes. Las nuevas generaciones no sabían siquiera cuáles eran las centrales sindicales nacionales. Las derechas campeaban en la política y los empresarios dominaban en la economía. Ninguna organización de izquierda tradicional y peor marxista había sido capaz de levantar una alternativa electoral. De modo que bajo tales circunstancias, un «out sider» como Rafael Correa (así se lo calificaba por entonces) y un movimiento-partido nuevo, como era Alianza País, capitalizaron las reacciones nacionales, obtuvieron el apoyo de todas las izquierdas y también del movimiento de los trabajadores.
El gobierno del presidente Rafael Correa (2007-2017) abrió un nuevo ciclo histórico en Ecuador, edificó otro modelo económico y antepuso los intereses y derechos de los trabajadores a los del capital, por lo cual el primer sector de oposición sistemática a su gobierno estuvo en la elite empresarial del país identificada en las cámaras de la producción y los banqueros.
Instituciones internacionales como PNUD, FMI y BM reconocieron, en diversos documentos, los logros económicos y también sociales de ese gobierno. La CEPAL tiene estudios anuales sobre la realidad latinoamericana en los que permanentemente se resaltó el manejo económico del Ecuador, que nada tuvo de neoliberalismo, y sobre todo los significativos avances del país en redistribuir la riqueza, consolidar obras y servicios públicos, avanzar en derechos sociales y en servicios públicos. Académicos de otros países latinoamericanos igualmente han sido objetivos en estudiar ese avance del Ecuador, colocado como referente para otros Estados.
Sin embargo, hoy resulta incómodo para muchos reconocer esas realidades del pasado inmediato, las olvidan a propósito, tratan de tomar distancia frente a ellas por conveniencia y solo resaltan aquellas reformas laborales del «correísmo» que ciertamente significaron fórmulas de «flexibilidad laboral», contra las que escribí a su debido tiempo.
Es plenamente explicable que el movimiento de los trabajadores se haya dividido frente al gobierno de Correa, con centrales tradicionales en la oposición y nuevas organizaciones en respaldo. También tiene explicaciones históricas el hecho de que durante el gobierno de Correa, una serie de dirigentes y líderes sindicales hayan pasado del apoyo a la oposición total, hasta llegar a identificarse con las derechas políticas del país y converger incluso con personalidades de las cámaras de la producción. Esta historia es la que no se recuerda.
Pero el gobierno de Correa ya no está. Y el movimiento de los trabajadores, otrora activo, combatiente y luchador contra el «correísmo», carece de similar comportamiento en la actualidad. Está lejos del ambiente que tuvo el FUT originario, que fue capaz de despertar amplia movilización y solidaridad de las clases medias, sectores populares e izquierdas.
En un año de nuevo gobierno las definiciones han cambiado totalmente: la economía se enrumba bajo los principios de la empresa privada y el mercado, se favorece esa visión con medidas que apuntan a reducir las capacidades del Estado, debilitar el sistema tributario directo y seguramente introducir mecanismos de flexibilización y precarización del trabajo, que guarden coherencia con el modelo de sociedad. El presidente Lenín Moreno inició otro ciclo histórico que ha roto con el progresismo latinoamericano.
En tales circunstancias, en este 1 de mayo ciertamente debemos saludar a los trabajadores ecuatorianos y del mundo; pero, al mismo tiempo, este Día debería servir para que el propio movimiento de los trabajadores evalúe su actuación en el pasado, sea crítico frente a lo que ocurre en el Ecuador del presente y asuma una línea de conducción que le reivindique como sujeto de la construcción de una sociedad diferente. Los trabajadores ecuatorianos demandan de sus dirigentes esa coherencia histórica, porque nada pueden esperar en las filas de las derechas políticas y económicas.
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