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Ocho claves para el patriotismo democrático que viene (IV)

A propósito de ecologismo, identidad, conservación, progreso y reacción

Fuentes: CTXT

Con esta entrega finalizamos la serie en la que proponemos algunas claves para un patriotismo democrático. Hemos tratado ya los puntos 1. Democracia, 2. Soberanía y 3. Pueblo (s), 4. Feminismo e 5. Inmigración. Acabamos con 6. Ecologismo, 7. Identidad y 8. Conservación, Progreso, Reacción. 6. Ecologismo Marx dice que en la Naturaleza, donde Ovidio […]

Con esta entrega finalizamos la serie en la que proponemos algunas claves para un patriotismo democrático. Hemos tratado ya los puntos 1. Democracia, 2. Soberanía y 3. Pueblo (s), 4. Feminismo e 5. Inmigración. Acabamos con 6. Ecologismo, 7. Identidad y 8. Conservación, Progreso, Reacción.

6. Ecologismo

Marx dice que en la Naturaleza, donde Ovidio veía una «masa ruda y caótica», con toda su «originariedad salvaje y boscosa», el capital sólo ve una forma de renta. La Tierra, la Naturaleza, es para el capital, junto con la fuerza de trabajo humana, el combustible más inmediato para alimentar su rueda. También aquí el neoliberalismo vive del desorden: rompiendo los equilibrios ecológicos más fundamentales -sobreexplotación de recursos, contaminación, cambio climático, calentamiento global, pérdida de biodiversidad, desertificación, escasez de agua-….

Como ha mostrado David Harvey, la acumulación capitalista, cuando ya no funciona por el mecanismo habitual de reproducción ampliada -como es el caso en las sucesivas crisis y la sobreacumulación neoliberal actuales-, se realiza «por desposesión». Hay toda una historia de regímenes de propiedad de bienes comunales para uso de la comunidad que, como es el caso con los cercamientos ingleses, las game laws o las leyes del robo de la madera alemanas, fueron progresivamente hurtados a las clases populares. Esto es el «nuevo imperialismo». Además, como lleva mucho tiempo mostrando la ecofeminista Yayo Herrero, corre parejo con la explotación del trabajo fundamentalmente feminizado de sostener la vida.

La relevancia política es grande. Apuntaba Joan Subirats en su librito de conversación con César Rendueles sobre los comunes que no es de extrañar que hoy, en la sociedad de mercado, tras el desplome del Estado como proveedor de bienestar, acucie la necesidad de acercarnos a lo colectivo, no reducido esto a los contornos de lo estatal-público. «Lo común representaría entonces la necesidad de reconstruir ese espacio de vínculos, de relaciones y de elementos que conforman lo colectivo». Acuíferos, bosques, tierras, forman parte de eso colectivo y común, que requiere compromiso y acción. Aquí hay un vínculo importante con los movimientos municipalistas: así por ejemplo, se habla sobre Barrionalismo o, en el municipalismo vasco se reivindica el Batzarre , una asamblea democrática local que estaba vinculada al Auzolan , los trabajos comunales que daban derecho a participar en la asamblea. Como apunta con agudeza Rendueles, el concepto de los comunes es la forma en que nuestra contemporaneidad se plantea la cuestión clásica de cómo se constituye una comunidad política, en el marco del fracaso evidente de la pretensión neoliberal de construir una gobernanza de pura gestión post-política.

Un patriotismo democrático tiene como reto plantear una alternativa en nuestra relación con lo común, con los recursos naturales y con el medioambiente, más allá de los nuevos enclosures , privatizaciones, financiarizaciones y demás mecanismos por los cuales el mercado penetra en espacios comunes, naturales y medioambientales. Y es un reto que consiga acercarlo con un lenguaje que no hable de macrodatos o tendencias irrefrenables, sino que apele a la experiencia diaria y cotidiana: redefinir nuestra forma de movernos, habitar, alimentarnos o transportarnos.

7. Identidad

Ante el desorden generalizado en el interregno , los de Davos tiene su propia propuesta de nuevo contrato social. «Aspiramos a construir una Europa que permita a los ciudadanos estar en el centro de la Cuarta Revolución Industrial, maximizando el impacto de las nuevas tecnologías en el bienestar, el crecimiento y la innovación y la creación de empleo a través de la inversión y un nuevo contrato social», proclamaban este verano. Es la UE de los emprendedores, la rebaja fiscal, Pablo Casado y Manuel Lacalle: un contrato entre individuos que reciben servicios.

Frente a esto, un patriotismo democrático no puede responder proponiendo solamente medidas técnicas distintas: un poco más de gasto público, un poco más de impuestos, un poco más de… El lazo político es algo más que ser cliente de un Estado al que se paga impuestos, se vota cuando toca y se reciben servicios a cambio. Ninguna sociedad puede sobrevivir sin «pegamento simbólico». El intento liberal de producir «partículas elementales» (Houellebecq) en lugar de seres humanos topa con un límite irrebasable, antropológico: la necesidad de contarnos quiénes somos, de proyectarnos como colectivo, como un nosotros. Por eso Gramsci estaba fascinado por la noción de «mito» de Sorel: una ideología que no es fría utopía ni doctrina, sino, escribe el sardo, «una creación de fantasía concreta que actúa sobre el pueblo disperso y pulverizado para suscitar y organizar en él la voluntad colectiva». Suscitar la voluntad colectiva en un pueblo pulverizado: efectivamente, para Sorel, el mito no remite al pasado. Habla de los orígenes, pero para incitar en el presente a lo que sucederá: solo es sagrado si socializa. No es verdadero ni falso: es fecundo o no. Su valor es operativo. En su introducción a una obra de Renan, con quien comparte la idea de comunidad política como voluntad que incita a la acción colectiva, Sorel afirma que toda la cuestión es encontrar «fuerzas» capaces de hacer la conducta conforme a preceptos: no hay actos sin intensidad de creencias. Y éstas no son un «residuo irracional» del que habría que desembarazarse, sino, al contrario, la condición de hacer nacer el «entusiasmo colectivo».

En una intervención a propósito de la cuestión de la identidad, Íñigo Errejón prevenía contra una cierta arrogancia consistente en pretender que una vez que se ha demostrado que todas las identidades son construidas, que no son un dato dado por la arqueología o la biología, ya seríamos libres de la dominación: que el desmontaje de las identidades equivale a la liberación del individuo. ¿Qué queda, sin embargo, tras el velo? Que estamos solos. Lo que construye las sociedades es la creencia de que hemos sido algo en el pasado y queremos ser algo en el futuro Una sociedad sin esto es una sociedad en «crisis moral»: sin aferrarnos a alguna forma de universal simbólico y aglutinante tenemos sólo la expansión de las diferencias. Siempre es ampliable, pero nunca es prescindible. Desde aquí Errejón aboga por un cierto «esencialismo estratégico»: para existir en común, necesitamos la creencia en mitos colectivo que nos agrupen. En la teoría, siempre cabe mostrar su carácter de construcción a lo largo de la historia y la cultura; en la práctica, esas creencias tienen la solidez de una «fuerza material», decía Gramsci. Quizás no se pueda llegar más allá que a constatar que nuestras categorías teóricas y nuestras voluntades políticas no tienen la misma lógica.

Ahora bien, todo se juega, naturalmente, en cómo se construya simbólicamente dicha comunidad. Es evidente que existen formas de patriotismo etnocentrista, excluyente, xenófobo o anti-igualitario. Pero cabe pensar una identidad no reaccionaria. Blasco Ibáñez escribe: «Nuestra patria verdadera está allí donde esbozamos el alma, donde aprendemos a hablar, a coordinar las ideas por medio del lenguaje y nos moldeamos en una tradición.» Es decir, en una tradición que no es pasado, sino lo que permanece porque se comparte. Rita Segato, antropóloga feminista, afirma que una comunidad requiere dos condiciones: densidad simbólica y percepción por parte de los miembros de que provienen de una historia común y se dirigen a un futuro común. Es decir, una comunidad no está cerrada en el pasado, en un patrimonio de costumbres muertas, ni un haplogrupo genético, ni unos apellidos: es el proyecto de darse una existencia común como sujeto colectivo, desde una tradición compartida común hacia un futuro común. «Haber hecho grandes cosas juntos y querer hacer más», el «referéndum cotidiano» de Renan: una voluntad. Un patriotismo republicano, no una nación esencialista.

Ninguna sociedad puede vivir sin este pegamento simbólico. La única pregunta es quién va a darle forma. Un reto para el patriotismo democrático será encontrar un lugar que esquive tanto el etnonacionalismo excluyente y reaccionario como el individualismo neoliberal meramente progresista. Hace falta, como ha señalado J. L. Villacañas en alguna ocasión, pensar una «comunidad existencial», que a la vez respete la heterogeneidad y armonice lo plural: cuidado de lo concreto y garantía de derechos. El debate en torno a Europa tiene que situarse también en estas coordenadas.

8. Conservación, Progreso, Reacción

La nueva Internacional Nacionalista toma los contornos de una Internacional Reaccionaria. Ahora bien, existiría el espejismo opuesto, de vertiente liberal-ilustrada y a veces asumido por la izquierda progresista: el de un progreso lineal, infinito, según el cual todo lazo con el pasado es un lastre, una superstición. Sin embargo, una simple ojeada permite observar que las grandes luchas tratan de mantener conquistas, instituciones o derechos pre-existentes; y, cuando se exigen nuevos, se hace en nombre de aquello que se esperaba tener. «Las revoluciones son siempre una negociación con el pasado, incluso cuando quieren hacer tabla rasa con lo que las ha precedido». Es por eso que Errejón afirmaba: «Yo no creo que haya una dicotomía entre el progresismo y el conservadurismo». En efecto, adherirse a la tradición verdaderamente significa asumir su carácter innovador: no hacer lo que otros hicieron, sino lo que harían en nuestro lugar, dijo Léon Blum. Hay un cierto conservador que, a diferencia del reaccionario, ve en lo que era lo que puede reaparecer: proyección del pasado en el futuro. Ante un neoliberalismo que es desorganización generalizada de los modos y proyectos de vida de la gente, de sus identidades, de sus certidumbres, de su pertenencia, el mayor cambio es, paradójicamente, el de introducir orden. Por eso añadía Errejón: «Yo creo que hoy debemos defender una parte del conservadurismo en nuestro combate contra el neoliberalismo y por tener unas condiciones de vida dignas». Porque cuando se trata de mejorar las relaciones sociales o frenar el desequilibrio climático en una sociedad basada en la aceleración permanente, «lo más radical es echar el freno de mano». Benjamin y Chesterton lo sabían muy bien.

Alba Rico acuñó una fórmula afortunada: «revolucionarios en lo económico, reformistas en lo institucional y conservadores lo antropológico». Es muy sencillo: «hay que conservar la condición de todos los bienes comunes, que es la Tierra misma, amenazada en pleno Antropoceno por la intervención del ser humano […]. Es fundamental ser conservador en el plano antropológico porque creo que lo que más ha destruido el capitalismo son los vínculos». Marx lo escribió en el Manifiesto Comunista : la obra del capital es que «todo lo sólido se desvanece en el aire».

Evidentemente, esto no sólo no excluye, sino que exige poner en cuestión la esclavitudes y dominaciones que llevan aparejadas formas tradicionales de sociedad: dominaciones de clase, de género o de raza. Hay que despojar, decía Alba Rico, a los vínculos de las relaciones de poder desiguales que los han parasitado. Así por ejemplo, afirma, es evidente que el patriarcado ha parasitado los vínculos, haciendo que históricamente sea la mujer quien se haya encargado de los cuidados. Extender los cuidados no sólo es «liberar a la mujer», es liberar a la sociedad y aumentar el bienestar social de todos. «No hay que detenerse, no hay que conservar todo lo dado, lo que hay que conservar son las formas, las fiestas, las ceremonias y los vínculos. Pueden cambiar los cuerpos pero hay que conservar los vínculos. Si no es así acabaríamos aceptando el conservadurismo en los términos que propone el patriarcado, el catolicismo o el pensamiento reaccionario«.

El patriotismo democrático, en fin, tiene que encontrar el modo de conjugar una visión democrática y progresista con una pulsión antropológica de conservación de los vínculos frente al vendaval neoliberal: será la única manera de erigir un mundo habitable que acoja y ya no necesite para nada las promesas reaccionarias.

Fuente: https://ctxt.es/es/20181024/Firmas/22530/Clara-Ramas-democracia-feminismo-Ecologismo-Identidad-Conservaci%C3%B3n-Progreso-Reacci%C3%B3n.htm