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A bote pronto sobre Fidel y un personaje mediocre

Fuentes: Rebelión

La muerte es la compañera inseparable del ser humano. Coinciden muchos óbitos a la vez, anónimos los más, intrascendentes unos, simbólicos otros. Las guerras producen víctimas a lo bestia, muy lejanas para el confort occidental, que a veces llora con emoción falsa imágenes infames de moribundos hambrientos, pobres inmigrantes que perecen en la mar o […]

La muerte es la compañera inseparable del ser humano. Coinciden muchos óbitos a la vez, anónimos los más, intrascendentes unos, simbólicos otros.

Las guerras producen víctimas a lo bestia, muy lejanas para el confort occidental, que a veces llora con emoción falsa imágenes infames de moribundos hambrientos, pobres inmigrantes que perecen en la mar o damnificados en harapos de calamidades naturales. Sus muertes caen en la profunda sima del olvido una vez consumidas por la avidez del instante posmoderno.

Incluso los relatos de mujeres asesinadas por el machismo pasan fugaces por la retina del homo ludens sumido en la precariedad vital de salir adelante en la vida como sea, a trompicones, a codazos, suicidándose cada día en la normalidad estresante del régimen capitalista.

Pero en ocasiones una muerte singular sacude las conciencias adormiladas. Fidel Castro se ha ido, sin embargo Fidel sigue vivo. Su cuerpo se ha marchitado; su figura icónica continuará insuflando aliento a las gentes que luchan por una sociedad más justa y solidaria y dará que hablar a las lenguas viperinas y retrógradas de las elites corporativas mundiales y las clases acomodadas.

Fidel ya era un mito sin haber traspasado el umbral hacia el más allá. Su lucidez intelectual y su arrojo personal puesto al servicio de la clase trabajadora no tienen parangón en la historia contemporánea. Estamos ante una cumbre humana extraordinaria, tanto en sus errores como en sus aciertos.

En contraste con la España actual de ínfima calidad colectiva, moral y estética, donde una medianía como Rita Barberá ha acaparado portadas y comentarios por doquier a través de palabras y páginas de dudoso gusto, Fidel, un político de verdad, contradictorio, cabal y auténtico, habla por si solo: su trayectoria y su dignidad le avalan. Siempre ha estado con los que sufren la Historia.

Por su parte, la excaldesa del caloret chabacano y populista y de las tramas corruptas que brotaban en sus alrededores sin ella advertirlo (supuestamente), se ha marchado con el ruido mediático del poder establecido y las pompas interesadas de las castas irredentas y meapilas de toda la vida: en loor de la crema globalizada, aquella que solo busca su propio beneficio a costa de mentiras ideológicas y explotación laboral intensiva de la inmensa mayoría.

Fidel era pueblo, pueblo que quiere liberarse de las cadenas y labrarse un futuro digno en respeto y coexistencia pacífica. Barberá no ha sido más que un personaje de pacotilla al servicio de sí misma y de los pudientes. Las colosales diferencias saltan a la vista: uno vivirá en los corazones de millones de personas y la otra no será más que recuerdo efímero para unos pocos, sus familiares, sus amistades, sus compinches.

Con solo decir Fidel, durante mucho tiempo nacerán sonrisas de complicidad y lucha solidaria entres gentes muy diversas de territorios y culturas muy dispares. Su nombre tiene peso específico y densidad absoluta. ¿Quién osará pronunciar el nombre de la política del PP pasado mañana? Su sombra mediocre nada dirá a las futuras generaciones, pese al endiosamiento metafísico de su fallecimiento inesperado.

Descansa soldado Fidel, pero no dejes de pensar en lo que aquí has dejado.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.