Aquella carta sentida del amigo alemán Harald Martenstein, titulada «Sobre emigración y expulsiones» y en la que, entre otras cosas, se decía: «no, no fue una gran acción humanitaria (ese abrir las puertas a los emigrantes sin examen previo). Las víctimas de los ataques terroristas también son personas», fue también columna en el periódico alemán […]
Aquella carta sentida del amigo alemán Harald Martenstein, titulada «Sobre emigración y expulsiones» y en la que, entre otras cosas, se decía: «no, no fue una gran acción humanitaria (ese abrir las puertas a los emigrantes sin examen previo). Las víctimas de los ataques terroristas también son personas», fue también columna en el periódico alemán «Die Zeit on line«, uno de cuyos redactores es el periodista Jürgen von Rutenberg.
Hoy Harald Martenstein me envía una reflexión sobre el intercambio mantenido entre ambos colegas:
Estimado Jürgen von Rutenberg, desde hace 15 años usted es mi redactor. Formamos una vieja pareja con todo lo que ello conlleva, menos sexo. La semana pasada le envié una columna a mi juicio políticamente correcta, hablaba de la situación de un refugiado (Samir Narang). Y pensé: «Esto le va a gustar a Jürgen». Pero el artículo contenía un par de frases que le cayeron a usted a contrapelo, vaya, que le disgustaron. Decía yo allí: «Primero se permite entrar a cientos de miles, sin examen detallado previo, cosa que no es una gran acción humanitaria. Las víctimas de los ataques terroristas también son personas». Y usted me responde: «Las grandes acciones humanitarias pueden conllevar también riesgos y, naturalmente, este dilema formaba parte de la gran tragedia desde el inicio.»
Jürgen, permítame que le responda.
Tiene razón, todo acto tiene efectos secundarios. Y en este caso previsibles. Si se admite en un país a miles de jóvenes de países y regiones donde florece el fanatismo, y si a lo largo de meses se prescinde de controles, muy bien se puede suponer que entre ellos haya asesinos. No digo que no se deban admitir refugiados -estoy a favor-, no, tan sólo critico la forma en la que hemos hecho en Alemania. Siempre hay un margen de riesgo, pero nosotros lo hemos maximalizado.
Y aunque no todos de los que llegaron eran realmente refugiados, a pesar de todo probablemente a algunos de ellos esta política ha salvado la vida. Otros han muerto en atentados. Es verdad, así y todo nadie puede predecir qué acciones de éstas hubieran ocurrido. Si se deja abierta la puerta del piso lo vaciarán, ¿pero alguien puede decir que si hubiera estado cerrada no habría sido saqueado por ladrones?
El dilema tratado aquí lo ha descrito Ferdinand von Schirach en su obra interactiva «Terror». Allí se pregunta si se puede derribar un avión de pasajeros, pilotado por terroristas y que va a estrellarse contra un estadio lleno de espectadores. A elegir entre muchos muertos o no tantos. Parece fácil. En votación la mayoría de los espectadores probablemente se decidiría por el derribo, pero en realidad el número de muertos nadie conoce de antemano. ¿Y qué pasaría si entre las víctimas de la Breitscheidenplatz (plaza de Berlín donde arrolló el camión matando a 12), hubiera estado el hombre que descubrió el suero antisida?
Señor Jürgen, dos preguntas. ¿Daría su vida por salvar a 20 refugiados? Tal vez. Es lo que haría un héroe. ¿Y sacrificaría la vida de su hijo? Le digo que yo no. Éste es otro dilema entre el humanismo universal y el amor de uno por los próximos. Yo desconfío del humanismo universal. Quien dice amar por igual en realidad no ama a nadie. Es del amor al prójimo del que puede brotar el amor a los demás. ¿Sería capaz usted de ir al padre de una víctima del terror y decirle «su hijo ha muerto por humanismo»?
De una muerte así sólo uno mismo responde, es él quien debe elegir. Ningún gobierno del mundo tiene derecho a exigir algo así a sus ciudadanos. Un gobierno debe preocuparse de la seguridad y bienestar de todos a él confiados y cuando, en la medida de lo posible, lo ha hecho, entonces debe ayudar a los demás, y también en la media de lo posible.
¿Sabe usted lo que yo considero una gran hazaña? Ciertamente no en una situación de presión abrir las fronteras por abandono, por dejación y sin recursos. ¡Y ancha es Castilla! Algunos países acogen y recogen, sin tener que hacerlo, de campamentos a algunos refugiados concretos, especialmente necesitados, no a jóvenes fuertes sino a enfermos, a mayores, a débiles, a viudas, a huérfanos…
No son muchos, pero para esta gente nosotros somos su única tabla de salvación.
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