(En esta historia, todo parecido con la realidad no es pura coincidencia) Tico no es mucho español, ni mucho europeo, ni mucho futuro. Es un mendigo callejero que toca con su flauta el Himno de la Alegría y que perturba a las personas que se sientan en las terrazas pidiéndolas unas monedas para sobrevivir en […]
(En esta historia, todo parecido con la realidad no es pura coincidencia)
Tico no es mucho español, ni mucho europeo, ni mucho futuro. Es un mendigo callejero que toca con su flauta el Himno de la Alegría y que perturba a las personas que se sientan en las terrazas pidiéndolas unas monedas para sobrevivir en este mundo que siente repugnancia y escalofríos ante la presencia de los indigentes (aporofobia).
Le conocí hace un año más o menos. Yo estaba escribiendo en mi despacho al aire libre, (la mesa redonda que ocupo en el Café Columbus de Cartagena). Era un día por la mañana en el que se escuchaban los estridentes graznidos de las gaviotas y sonaba la música del pasodoble «Suspiros de España»1 que sale del interior de la cabeza de una farola.
Se me acercó tembloroso, como si tuviera miedo a que le pegasen, y me dijo: «Si le gusta una mujer, puedo escribirle un poema de amor para que la enamore. Es gratis, sólo deme, si quiere, la voluntad».
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Hoy no – le dije- quizás otro día.
Cuando se disponía a marcharse, le llamé y le pregunté: ¿Cómo te llamas?
El hombre menudo, que frisa con los cuarenta y que parece que anda arrastrando los pies, me respondió: Mi nombre es Robertico, pero me dicen Tico. ¿Quieres que te toque algo de Mozart? También se imitar el canto de los pájaros y el viento en la hojarasca, así como como sonidos de animales invisibles que solo yo veo.
Miré a Tico y me hundí en los tristes pozos de agua de sus ojos negros. Su cabello azabache brillaba como un pedazo de noche estrellada. En un instante, decidí hacerle un encargo, darle trabajo. ¡Oye, Tico! -le dije- escríbeme algo sobre lo que siente tu corazón, sobre lo que ves, sobre lo que piensas, sobre lo que amas, sobre lo que odias.
A partir de aquel día empecé a recibir relatos suyos -escritos con dificultad con gordos caracteres-. En algunos expresaba un odio profundo a la humanidad que, a su juicio, debería recibir un gran castigo por excluir a millones y millones de personas y matarlas, a veces de un manotazo, otras lentamente, viéndolas o no viéndolas sufrir. En otra de sus entregas había copiado la letra de la canción «El miedo va a cambiar de bando» de Los Chikos del Maíz. En hojas sucesivas fueron apareciendo «poemas de sangre» que parecían haber sido escritos por un condenado a muerte que nació conociendo la sabiduría del viejo Sileno, preceptor de Dionisos.
Dicen los viejos aedos griegos que cuando los maestros preguntaron a Sileno ¿Qué es lo mejor que le puede ocurrir al hombre? el padre adoptivo de Dionisos les contestó: «Lo mejor que le puede ocurrir al hombre es no haber nacido y, si eso no es posible, morir pronto».
Veo a Tico casi todos los días y le pago por su música y sus poemas. Cuando se sienta en la calle, enfrente de la Caja de Música, detengo «al mono de la mente y al caballo de la voluntad»2 y escucho «El Himno de la Alegría» (escogido para que todos los europeos nos amemos como locos) y, después, «Suspiros de España», pasodoble que aviva el doloroso destierro que padecen muchos españoles (y no españoles) en su propio país.
Tengo fotos de Tico tocando la flauta, pero he decidido no publicarlas pues estas líneas están escritas en la orilla de una isla mediterránea. Y, por eso, serán borradas con la espuma del mar que esculpió a Afrodita. O por los niños que mueren boca abajo en la arena donde se calma el vinoso ponto. Seguirán llegando refugiados de Siria (o de Tiranolandia o Hambrunolandia) traídos por las mafias o atraídos por los cantos de sirena del Himno de la Alegría de Ludwig van Beethoven. Y tú, Tico, ¿has reservado ya una plaza en la nave espacial que va a tu casa? Escucha, hermano, si no encuentras la alegría en esta Tierra, no la busques más allá de las estrellas….
Y vuelve a cantar Quiquiriquí el Noble Gallo Beneventano para anunciar -como hacía Sinuhé el egipcio-, que escribo para mí porque ya no creo ni en los dioses ni en los hombres.
Notas
1 Enfrente del Café Columbus (fundado en 1932) hay una farola que cuelga de un brazo modernista que sale de la fachada de la Casa Cervantes (Palacio construido por Victor Beltri, en 1900). Dentro del poliédrico farol hay una caja de música que, cada hora, repite el melancólico pasodoble «Suspiros de España» del maestro Antonio Álvarez (1867-1903). Se dice que, para los exiliados españoles de la Guerra Civil «Suspiros de España» simbolizó´, entre otras cosas, la nostalgia y la tristeza del país perdido.
2 Expresión taoísta del clásico chino «Viaje al Oeste», obra que trata sobre las hazañas del rey mono Sun Wukong. Aunque la novela fue publicada de forma anónima en 1590, algunos estudiosos se la atribuyen al erudito Wu Cheng’en.
Blog del autor: http://www.nilo-homerico.es/
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