Deberá pasar todavía bastante tiempo para que Lenín Moreno deje de ser visto, juzgado y apreciado en función de Rafael Correa. Lo cual es natural, en cierto sentido, después de 10 años seguidos de un gobierno cuyo estilo político se caracterizó por explotar la imagen de Correa, usándola como motor para reivindicaciones sociales, legitimación y […]
Deberá pasar todavía bastante tiempo para que Lenín Moreno deje de ser visto, juzgado y apreciado en función de Rafael Correa. Lo cual es natural, en cierto sentido, después de 10 años seguidos de un gobierno cuyo estilo político se caracterizó por explotar la imagen de Correa, usándola como motor para reivindicaciones sociales, legitimación y fuerza electoral. Diez años de eso no se pueden olvidar en dos meses. Y, sin embargo, hay una fetichización de Correa que alimenta esta condición. No solo que será difícil que el discurso político deje ir a Correa, y que Correa salga del discurso político, sino que hay casi una fascinación por creer que toda acción de Moreno es una respuesta a Correa.
En parte, es un resultado de la manera en que se desarrolló la campaña presidencial de Moreno. Un Moreno que hizo la ronda con las bases, pero se olvidó de hacerla con aquellos que compran tinta por barril. Si bien no se debe a los medios, ni tiene por qué deberse a ellos, son parte de la realidad y de la compleja manera en que se construyen, dentro del imaginario colectivo, las imágenes políticas. Querer cambiar esa dinámica de poder puede ser loable, pero no por eso se debe desconocerla.
Entonces permitió que sea más Correa que Moreno el motor electoral, creando muchas incógnitas alrededor de Moreno, y dando espacio para que estos cuestionamientos sean interpretados como una sumisión a los ‘planes de eternización en el poder’ de Correa.
Con esta antesala, parece que el propio Moreno, queriendo imponer su estilo propio mostrando sus cartas (demasiado tarde para manejar su imagen como presidente), decide establecer un discurso cuya base respondía a las críticas de estilo con las que se manejó el Ejecutivo en los últimos diez años. Ese fue su discurso de posesión. Pero, a partir de eso, Moreno no ha podido librarse de esa confrontación discursiva y de estilo. Moreno, ante el público, no es su propia persona. Moreno no tiene plan, ni visión ni personalidad, sino que es una constante respuesta a Correa. Cualquier cambio en el aparato del Estado, en la configuración de la burocracia, en la aproximación a los movimientos sociales, a la oposición, no es visto como una posición de Moreno, por convicción de Moreno, por los acuerdos a los que llegó Moreno, o por la visión independiente que tiene Moreno, sino como una manera de distanciarse de Correa, de responder a Correa, de ‘enterrar’ a Correa.
El propio Correa no ayuda. Su activa presencia en las redes impide que Moreno pueda forjar su imagen política, como sujeto político autónomo. Correa termina por alimentar el fetiche de periodistas y ciudadanos, de opositores y ‘guerreros digitales’. Un fetiche que, en este punto, no distingue de posición política. Alimenta a correístas y anticorreístas por igual.
No hay motivo por el cual la oposición deje de alimentar ese fetiche. Sin duda, es la carta que les permite moldear el mensaje y atacar el nuevo gobierno. El nuevo gobierno todavía no encuentra su ritmo y su voz para cambiar ese mensaje. Pero lo que sorprende es el empeño que se tiene desde AP, desde los propios partidarios, desde su bancada legislativa, por mantener viva la imagen de Correa rondando siempre lo que haga o diga Moreno. Sería un buen momento para dejar que Moreno sea su propia voz.
Entender, apoyar y criticar a Moreno por el mérito de su accionar, en función de sí mismo, más que un apéndice a diez años de Correa. Sería un buen momento para que, comenzando por los correístas, dejen a Moreno gobernar en función de Moreno.
Fuente: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/moreno-en-funcion-de-correa