Una de las características particulares del ser humano es su intenso anhelo por comprender el mundo que le rodea y, por medio de esto, comprenderse a sí mismo, dado que el hombre se distingue esencialmente del animal, por la conciencia. En la infancia de la especie humana, cuando los medios necesarios para lograr esta comprensión […]
Una de las características particulares del ser humano es su intenso anhelo por comprender el mundo que le rodea y, por medio de esto, comprenderse a sí mismo, dado que el hombre se distingue esencialmente del animal, por la conciencia. En la infancia de la especie humana, cuando los medios necesarios para lograr esta comprensión de manera adecuada resultaban harto insuficientes, se recurría a mitos por medio de los cuales se intentaban explicar los enigmas de la vida. Con el desarrollo de la técnica de producción, surgió pronto un grupo social que se pudo liberar de las más duras tareas del trabajo manual.
La filosofía surgió sólo cuando las premisas indispensables alcanzaron un grado suficiente de desarrollo; esto tuvo lugar por primera vez en la Grecia antigua, específicamente en Jonia y adquirió el carácter de una auténtica revolución. Esta época estuvo marcada por profundos cambios, fue un momento de vertiginosa expansión económica en la región del mediterráneo oriental; en Grecia se había introducido el dinero y con él, el comercio.
El comercio fue feroz; se comerciaba todo, no sólo los bienes materiales y los animales, pronto las mismas personas arruinadas por aquel régimen de intercambio comenzaron a ser también comerciadas. Nada se resistía a aquella fuerza arrolladora que poseía el dinero. El resultado de esto fue el rápido ascenso de un grupo enriquecido bajo las nuevas condiciones, una excesiva concentración de la riqueza y sus consecuencias previsibles: el empobrecimiento general y masivo y, finalmente, la consolidación de una formación económico-social esclavista, junto a lo cual se desarrolló y llevó a sus límites la división entre el trabajo manual y el intelectual.
En un periodo de tantos cambios, es natural que las viejas ideas sean puestas en tela de juicio; es aquí, cuando todas las creencias y tradiciones eran puestas en duda que se llevará a cabo el primer intento por explicar racionalmente el mundo. Fue esta la primera vez que el hombre se volcaba en contra de la superstición y la ignorancia y lo haría de una manera firme y contundente.
Platón posteriormente separará la realidad en dos mundos, uno sensible y otro inteligible. Todas las religiones y mitos anteriores hacían la misma separación entre el cielo y la tierra; los primeros filósofos concentraron sus esfuerzos en encontrar un principio común a toda la naturaleza considerando diferentes elementos materiales (agua, aire, fuego), esta fue la nota más característica de la naciente filosofía en aquel entonces. Si tomamos en cuenta la gran ausencia de instrumentos disponibles, veremos en ello un logro impresionante. Otra de las características es la ausencia de ese desgarramiento que afecta al intelectual del presente, no se limitaron a cultivar una sola área del saber; Tales, por lo que sabemos se dedicó al comercio, la geometría, la astronomía y la ingeniería. No es mucho lo que de él se sabe, pero se dice que predijo un eclipse, fue consejero político e investigador de la naturaleza (Laercio, 2007, p. 45). De Anaximandro se dice que escribió sobre la naturaleza, la esfericidad de la tierra, las estrellas fijas, entre otros temas. Es el primero de quien existe registro de haber realizado un experimento; observando atentamente la sombra de un palo vertical determinó de manera precisa la duración del año y de las estaciones, creó un cuadrante solar y una carta de navegación astronómica, así como un mapa que mostraba los límites del mar y de la tierra (Laercio, 2007, p. 91). Anaximandro más de 20 siglos antes que Darwin se había adelantado a la teoría de la evolución (Farrington, 1983 p. 36).
La lección dictada por estos filósofos fue uno de los más valiosos aportes rendidos a la humanidad: los secretos de la naturaleza pueden ser revelados y no constituyen misterios accesibles únicamente a los dioses sino también a los hombres que más bien pueden comprenderla prescindiendo de ellos. Las conclusiones extraíbles de esto son peligrosas para aquellos que se valen del engaño y la superstición con el fin de mantener sistemas de opresión; el mundo no ha sido creado por ningún dios, es el resultado de la interacción de fuerzas materiales predominantes en la naturaleza desde todo los tiempos.
Hemos dicho que la división entre el trabajo manual e intelectual es característica de esta etapa, pero los primeros filósofos no eran hombres teóricos en el sentido que ahora damos a este término. Todos los logros y conquistas por ellos realizadas no fueron producto, como se ve, de la pura actividad intelectiva, sino el resultado de una rigurosa investigación y de la más minuciosa experimentación, de manera que también fueron hombres prácticos dedicados no únicamente a la filosofía sino al perfeccionamiento de todas las ramas del conocimiento.
La época del surgimiento de la filosofía estuvo marcada por el florecimiento de las ciencias y las artes en general, las grandes obras arquitectónicas que aún persisten son un vivo testimonio de los logros con los que las ciencias prácticas de la época se hacían. Este fue el periodo de Teodoro de Samos, el gran ingeniero a quien se atribuye la invención de el nivel, la escuadra, la regla, el torno, la llave y el desarrollo de una técnica para fundir el broce (Farrington, 1974, p. 51) Por aquel entonces Hipócrates fundaba su famosa tradición médica. El desarrollo posterior del pensamiento fue confirmando cada vez más la validez de este método. Demócrito de Abdera era un espíritu alegre y ávido de conocimiento, era partidario de la democracia y crítico de la esclavitud (Demócrito, fr. 251), en tanto atomista era de la opinión de que existían en el universo una pluralidad de mundos errantes por el espacio, naciendo y pereciendo desde toda la eternidad (Farrington, 1983, p. 69). Fue partidario de la teoría atomística, ferviente defensor de la democracia, veía a las religiones en general como dañinas y negaba la existencia de almas inmortales puesto que no existe nada aparte de átomos y el vacío (Demócrito, fr. 125). Anaxagoras fue el primero en afirmar que la luna brilla solamente porque refleja la luz, sostenía por oposición directa a los prejuicios de la época, que el sol y las estrellas no eran dioses sino rocas ardientes. Fue condenado y perseguido por sus ideas; poco a poco el misticismo volvía a fortalecerse y la tolerancia hacia las ideas científicas declinaba (Farrignton, s.f., p. 74).
Los grandes avances del momento, en una sociedad esclavista, donde los más vinculados con la actividad practica sufrían brutalmente, hicieron surgir la ilusión de que las más elevadas conquistas de esa sociedad eran atribuibles únicamente al cerebro. Y si los héroes del primer periodo filosófico apenas dedicaban tiempo a las cuestiones puramente teóricas; Tales, por ejemplo, escribía: «nosotros que no escribimos nada, viajamos por Grecia y Asia» (Laercio, 2007, p. 53); pronto aparecería una nueva tendencia que elevaría a primer plano lo puramente especulativo, deductivo y «espiritual» y desdeñaría todo lo relacionado con lo práctico.
El más amplio movimiento filosófico representativo de esta tendencia fue la escuela Pitagórica; esta que, evidentemente debe su nombre a su fundador Pitágoras, llegó a ser una amplia sociedad científico-religiosa y también política que actuaba esotéricamente, y a poseer una impresionante influencia en la Magna Grecia, llegando a controlar, en algunos momentos, importantísimas ciudades (Copleston, 1994, p. 44). La sociedad estuvo impregnada de misticismo. Habían quedado impresionados por las matemáticas, las cuales hicieron progresar grandemente pero de las cuales, extrajeron conclusiones muy erróneas. En esta ciencia, en las matemáticas, pensaron encontrar el fundamento de todo (notemos como es reemplazado el elemento material de los primeros filósofos para poner la atención sobre algo puramente ideal como el numero), «nutriéndose de ellas, dieron en considerar que sus principios son principios de todas las cosas que son» (Aristóteles, 1994, p. 89). Enseñaban que todas las cosas eran números, había números masculinos, números femeninos, Dios mismo era un número, el «número por excelencia»; algunos eran tenidos en mayor estima y considerados sagrados. Lo mismo sucedía con las figuras, como la tetraktys por la cual acostumbraban a hacer juramentos; se dice que Pitágoras mando a asesinar bueyes al descubrir el teorema que lleva su nombre, lo cual consideró una revelación de los dioses; la orden se regía por reglas de tipo monásticas, como no comer habas, no atizar el fuego ni recoger lo que se cayó; era estrictamente prohibido revelar cualquier cosa relacionada con la orden, Pitágoras era considerado un semidiós, introdujeron el desafortunadamente acostumbrado criterio de verdad que consiste en apelar a la autoridad (Ipse dixit); enseñaban el desdoblamiento del hombre en cuerpo y alma y ponían gran esmero en salvar a esta ultima de la expiación de su «pecado» por medio de sus normas y de la filosofía tal y como ellos la entendían, despreciando al cuerpo y todo lo material (ascetismo).
Este giro dado por la filosofía está íntimamente relacionado con la estructura social esclavista de la cual fue producto, a propósito del pitagorismo Benjamin Farrington señala:
Las matemáticas no solo parecían haber explicado las cosas mejor que la concepción jónica, sino que también contribuían a mantener el alma de los adeptos libre de contactos con lo terreno y material, y se adaptaban al temperamento cambiante de un pueblo en el que el desprecio por el trabajo manual se hermanaba con el incremento de la esclavitud» (Farrington, 1947, p. 43).
La sociedad comercial de los jonios dio paso a una decadente sociedad de base social esclavista al mismo tiempo que la extraordinaria producción científica y filosófica que había sustentado iba siendo sustituida por tendencias religiosas. La sociedad pitagórica represento en primera instancia este renacer religioso (Copleston, 1994, p. 43) La misma civilización que hizo posible el surgimiento de la filosofía, estaba llamada a fabricar estas tendencias irracionales y anticientíficas, en la medida en que se volvía ella misma irracional y se veía obligada a prescindir de la ciencia y aliarse con el mito para conservarse. En una realidad en la cual, quienes más vinculados están con el trabajo físico son los que sufren las peores iniquidades (y esta es la realidad de una sociedad esclavista), el mundo no puede menos que parecer, un lugar vil y despreciable, lleno de miseria y sufrimientos. La actividad práctica era, en apariencia, algo que no traía el menor provecho; aquellos encargado de la labor intelectual (quienes dirigían la producción, los políticos, maestros, etc.) parecían mejor bendecidos.
Las matemáticas, con su formalismo, eran vistas como algo alejado, sin relación alguna con la realidad, y como figuras estéticamente perfectas. En lugar de buscar una alternativa para superar la decadencia del momento, se dio la espalda a la realidad; la mirada se dirigió al cielo y creyó (o más bien fingió) desatenderse totalmente de la tierra; al fin y al cabo, si los números son aquello que participa en todas las cosas y constituyen realidades perfectas, aprehendidas sólo con el entendimiento, debe existir un lugar conformado por estas realidades perfectas; se consideró que los planetas eran esferas cristalinas perfectas que giraban en círculos perfectos emitiendo una melodía celestial (armonía del universo). El misticismo pitagórico tuvo fuerte influencia en Platón, de quien se dice que compró unos libros a Filolao, uno de los más destacados pitagóricos; y a través de Platón, hizo sentir su influencia en la cristiandad que sumergió a la humanidad en el más puro oscurantismo y detuvo el avance del conocimiento por siglos.
Está claro que el carácter que toma la filosofía, no se encuentra desprendido de la realidad social a la que pertenece. Hoy en día, seguimos rodeados con toda clase de creencias fantásticas y religiosas; estas constituyen una poderosa traba al progreso y hunden a la civilización en la barbarie; es el resultado de un régimen que se vale del engaño e ilusiones para perpetuar dominio y opresión. Sólo una sociedad igualitaria, liberada de las divisiones propias de un sistema basado en la explotación podrá poner remate a aquella revolución iniciada en Grecia, hace unos 2.500 años, cuya esencia era acabar con la superstición y liberar al hombre de las ataduras propias de la ignorancia; constituirá, en sí mismo, una revolución de mayor magnitud, que hará progresar la ciencia a niveles hasta ahora apenas imaginables, en este mismo acto, la humanidad entera irá obteniendo logros cada vez mayores, porque habrá de cosechar los dulces frutos de la ciencia, pues tal y como lo entendían los grandes maestros de la antigüedad, de los cuales apenas hemos examinado a unos pocos de sus representantes, el trabajo (la actividad práctica) y el conocimiento, están indisolublemente ligados, y uno no puede progresar si no progresa al mismo tiempo el otro.
Trabajos citados
Aristoteles. (1994). Metafisica. Madrid: Gredos.
Copleston, F. (1994). Historia de la filosofia (Vol. I). Barcelona: Editorial Ariel.
Democrito. (2008). Fragmentos. En Fragmentos presocraticos (pág. 284 a 321). Madrid: Alianza Editorial.
Farrington, B. (1947). La Ciencia griega. Buenos Aires: Editorial Lautaro.
___________(1968). Mano y cerebro en la antigua Grecia. Madrid: Editorial Ayuso.
___________(1983). Ciencia y Filosofía en la antigüedad . Barcelona: Editorial Ariel.
___________(S.f.). La Civilización de Grecia y Roma. Buenos Aires: Ediciones siglo Veinte.
Laercio, D. (2007). Vidas y opiniones de los filosofos ilustres . Madrid: Alianza Editorial.
Marlon Javier López es docente de filosofía en la Universidad de El Salvador
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