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La diosa que se enamoró del joven más bello y le regaló la inmortalidad, pero…

Aurora y Titono

Fuentes: Rebelión

La diosa Eos (Aurora) se enamoró locamente del hermosísimo Titono, sólo comparable en belleza a su hermano Ganímedes, quien fue raptado por Zeus para solaz de su lecho y para que le sirviera de copero en las fiestas dionisíacas (orgías pre-cristinas) que se celebraban en el Olimpo. Tanto Titono como Ganímedes eran hermanos de Príamo, […]

La diosa Eos (Aurora) se enamoró locamente del hermosísimo Titono, sólo comparable en belleza a su hermano Ganímedes, quien fue raptado por Zeus para solaz de su lecho y para que le sirviera de copero en las fiestas dionisíacas (orgías pre-cristinas) que se celebraban en el Olimpo.

Tanto Titono como Ganímedes eran hermanos de Príamo, el célebre rey de Troya que sucumbió ante los engaños (el enorme caballo de madera) de Ulises, quien, tras concluir la guerra, se demoró diez años en llegar a casa, la isla de Ítaca, demostrando con su tardanza lo duro que puede ser el matrimonio cuando aparece alguien que te hace «tilín» en el camino.

Cuando la divina Aurora pidió al omnipotente Zeus que concediese la inmortalidad a su amado Titono, el portavoz del rayo la complació, pues él mismo estaba enganchado a Ganímedes y entendía como nadie los estragos que hacían en el corazón -y en otros sitios- ambos príncipes.

Como Eos estaba cegada por la pasión, se le olvidó pedir a Zeus que, además de la inmortalidad, regalase a su amor la eterna juventud, descuido que pagó muy caro y trajo innúmeros sufrimientos a la diosa de sonrosada luz que precede a la salida del Sol.

Aurora y Titono vivieron felices un tiempo pero, como es lógico, un día el príncipe empezó a envejecer, y envejeció tanto, tanto, tanto, que cada mañana se arrugaba y encogía un poco más. El proceso continuó hasta que se convirtió en una especie de cigarra que no paraba de cantar «mori» mori», lo que en su lenguaje significa «quiero morir», «quiero morir».

Dicen los aedos que cuando la Aurora de dedos rosados veía a su cigarra (algunos dicen grillo) lo empapaba todo y así nació el rocío.

Zeus, por su parte, se lo pasaba de maravilla con Ganímedes, y, cada vez que había una fiesta importante en el Olimpo, ponía en la mesa de los banquetes el mantel del arcoíris, para dejar constancia de sus inclinaciones sexuales. Algunos dioses decían que era bisexual, otros que heterosexual y homosexual, y los más maliciosos y maliciosas confesaban que era un pervertido, pues acostumbraba a bajar a la Tierra en forma de animal y obligaba a las mujeres a practicar la zoofilia.

(Cuando los descendientes de los griegos cambiaron el nombre de Zeus por el de Dios, sólo le permitieron encarnarse una vez en forma de palomo (o tórtolo, según las fuentes), pues había que suavizar su gusto por transformarse en animales muy llamativos o espectaculares).

Sin entrar en detalles, Zeus disfrutaba de su bisexualidad metiendo mano a Ganímedes y a la bellísima Europa, «la de grandes ojos». Esa doncella, (hija del rey Agenor de Fenicia) fue raptada por el omnipotente adoptando la forma de un bellísimo y seductor toro blanco. Con ella tuvo, en un bosque de Creta, tres hijos: Minos, Radamantis y Sarpedón.

Sea o no sea cierta la historia de Aurora y Titono, lo que aquí nos interesa es el asunto de la «pasión ciega» pues a veces el arrebato, el impulso incontrolado, por muy maravilloso que sea, puede causarnos grandes sufrimientos. De ejemplos como ese está plagada la tragedia griega.

Y vuelve a cantar Quiquiriquí el Noble Galló Beneventano para advertir a los hombres que todos llegamos, pronto o tarde, a la edad de los metales -como dice la sabiduría popular-y acabamos con plata en la cabeza, oro en la boca y plomo en el pene.

Blog del autor: http://www.nilo-homerico.es/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.