La historia política del Ecuador marcó otro hito, dramático y vergonzoso, según el cristal con que se mire. Viene el desenlace operativo, sí, y seguramente se enredará aún más la telaraña de conceptos jurídicos de acusados y acusadores. Sin embargo, nadie puede perder de vista lo importante y trascendente del momento histórico. Sería un error […]
La historia política del Ecuador marcó otro hito, dramático y vergonzoso, según el cristal con que se mire. Viene el desenlace operativo, sí, y seguramente se enredará aún más la telaraña de conceptos jurídicos de acusados y acusadores. Sin embargo, nadie puede perder de vista lo importante y trascendente del momento histórico. Sería un error no ver el bosque porque los árboles estorban: Ecuador asiste a la caída del telón de una forma de ejercer el poder durante una década. Eso es mucho decir en un país que se caracteriza por tener altos niveles de politización.
Aún es temprano para descifrar el alcance y la dimensión de lo ocurrido. Lo que sí se puede afirmar es que el terremoto político de este lunes -cuando se dictó prisión preventiva contra el Vicepresidente de la República, por presuntos delitos de corrupción- dejará víctimas y damnificados. El umbral de la historia marca ya un antes y un después del 1 de octubre de 2017.
Cuando el proyecto político de Alianza PAIS (AP) empezó a tomar forma (2005-2006), el discurso de avanzada de sus líderes caló enseguida en una ciudadanía que venía de sufrir traiciones políticas, derrotas sociales y terribles castigos económicos.
En ese terreno abonado por la historia germinó el proyecto político liderado por Rafael Correa. Él llegó justo a tiempo, con un verbo ágil y mensajes hondos («manos limpias y corazones ardientes», se decía). Su propuesta de cambio político y social no tardó en seducir al gran electorado que estaba agotado e incrédulo. Un electorado cuya moral se arrastraba por el suelo, que andaba con bolsillos rotos, sin autoestima.
Fue ahí justamente, en medio del desierto moral que comprometía el futuro del país, que AP sacó sus ases e instaló un proyecto original que ayer crujió y se rompió.
En la fase originaria del proyecto de AP se escucharon varios conceptos, que luego se convertirían en principios rectores y hasta en políticas públicas: tolerancia cero con la «santísima trinidad»: la partidocracia, la prensa corrupta y mercantil, los poderosos grupos de poder fácticos.
Aquella tolerancia cero tenía un correlato conceptual y alto valor estratégico para la dirigencia de AP de entonces. Había que estar en contra de los tres enemigos, esos tres ejes del mal, porque eran sinónimo de corrupción pura; encarnaban el pasado oprobioso del país. En suma, era la trilogía de la contrarrevolución a la que nadie podía hacerle ninguna concesión…
Pero las revoluciones políticas tampoco escapan a las leyes de la dialéctica. Esto quiere decir que a veces avanzan y a veces retroceden. En el caso de la Revolución Ciudadana -categoría que AP instaló al inicio como sinónimo de socialismo del siglo XXI-, los logros que reivindica hoy en los planos social, económico y productivo, de pronto son duramente cuestionados por la justicia ecuatoriana. Lo que pudo verse como simple tema de forma y administración -la puesta en marcha de la gran obra de la revolución ciudadana-, no tardó en adquirir una dimensión moral y ética de enormes proporciones.
Las formas delictivas para hacer las cosas, hoy se sabe, liquidaron las buenas ideas, las aspiraciones legítimas; traicionaron a millones de ecuatorianos que creyeron en un proyecto político que dispuso de miles de millones de dólares, durante una larga década de ejercicio político unilateral y de férreo control del aparato estatal.
Un Vicepresidente con prisión preventiva, por presuntos actos de corrupción en el manejo de fondos públicos, es un mensaje poderoso y necesario, dentro y fuera del Ecuador. Una revolución verdadera carga siempre con una cruz: ser y parecer.