Arabia Saudí y otros cinco productores marcarán el rumbo al alza del mercado del crudo en 2018. Las tensiones geopolíticas en Irak, Irán, Libia, Nigeria y Venezuela marcarán el flujo de petróleo
Un conductor espera dentro de su coche para poder repostar en una gasolinera de Riyadh. REUTERS/Faisal Al Nasser
El objetivo es situar el precio del barril de crudo por encima de los 70 dólares en las postrimerías de este año. Órdenes de Riad. Que es como decir el mariscal de la OPEP. De hecho, su cotización, ya desde hace mes y medio oscila por encima de la psicológica barrera de los 50 dólares. Para los tiempos que corren. Porque en la historia reciente, esa frontera se estableció, primero en los 100 dólares, tan sólo un par de ejercicios después de la crisis de las punto-com, a mediados de la década pasada y, con posterioridad, en plena crisis financiera, en el tránsito hacia el decenio actual, en los 150 dólares. Cota que llegó a superar holgadamente; incluso con las potencias industrializadas en depresión económica grave.
Pero, ahora, lo que estaba en juego es la propia supervivencia de la OPEP, cuyo gran objetivo es mantener la cotización en una horquilla adecuada a los intereses del cartel energético, que es casi sinónimo de decir, al dictado de Arabia Saudí, principal productor mundial. Y Riad ha puesto la profética cifra de los 70 dólares por barril encima de la mesa para el inicio de 2018. Un desafío que parece cercano, a juzgar por los contratos de futuro que se cierran, a dos meses vista, en el mercado energético estas semanas.
La empresa no es baladí. Después de un bienio con un valor de mercado próximo a 35 dólares, las arcas de sus socios se han visto más que mermadas. A lo que hay que unir un elenco notable de tensiones geoestratégicas globales, como el conflicto nuclear de Corea de Norte , regionales, del mismo tenor, con Irán, o específicos, como los cambios en el establishment saudí para tratar de consolidar el poder y liderazgo de Mohamed bin Salman , conocido como MBS en los círculos diplomáticos occidentales. El millennial heredero del trono wahabí.
El poder del heredero wahabí
La mano de MBS ha mecido la reciente purga en el establishment de Riad, y que ha supuesto el cese de once príncipes, de la rama Saud del anterior monarca, el difunto Rey Abdulá, cuatro ministros en ejercicio y varias decenas de ex titulares de carteras y de empresarios del país. El principal de estos últimos, Alwaleed bin Talal, también de sangre azul y una de las más suntuosas fortunas del planeta. Todos ellos, acusados de corrupción. Y la práctica totalidad, vinculados a la floreciente y generosa industria petrolífera.
El príncipe heredero no sólo es el hijo predilecto del Rey Salman. Es a quien el monarca ha cedido todo el poder para que pilote la reconversión del país. En todos sus ámbitos. Desde el económico hasta el político y de seguridad.
El consenso entre los observadores políticos sobre la emergente figura de MBS, al que catalogan de «auténtico hombre fuerte» del régimen de Riad -pese a la creciente oposición social hacia su paulatina acumulación de funciones, de resortes del Estado y de petrodólares sin control- incide en el sello personal del príncipe, no sólo en la guerra fratricida en el país de las luchas dinásticas, las rivalidades tribales y las disputas políticas, eclesiásticas y económicas por excelencia. Detrás de su alargada sombra también está el patrocinio saudí en el conflicto bélico de Yemen, que ha llevado a Riad a elevar sus gastos militares hasta poner en riesgo la salud de sus otrora saneadas finanzas y de emprender una crisis diplomática de alto voltaje con Qatar, de la mano del resto de los emiratos del Golfo Pérsico, hasta señalar a Irán -su rival geoestratégico en la región- con quien rompió relaciones en 2016 y a quien culpa de auspiciar desde Yemen el envío de un misil de medio alcance que fue interceptado cerca del aeropuerto de la capital saudí.
Aprovechando el respaldo de la Casa Blanca, que también ha desempolvado la crisis nuclear con Teherán y que desea que Irán pierda influencia en una de las zonas más convulsas del mundo. Pero, además, MBS es el instigador de la decisión oficial de enterrar el ciclo del petróleo barato, el diseñador de los multibillonarios proyectos de infraestructuras y de las reformas estructurales encaminadas a modernizar la economía y, especialmente, el auspiciador de una triple alianza, la que pretende sellar con China y Rusia al margen -o, cuanto menos, con el beneplácito inicial y de facto- de EEUU, su histórico aliado.
China entra en la escena saudí
Los lazos de Riad con Pekín y con Moscú se han fortalecido en las últimas semanas. Aunque la frenética actividad diplomática saudí también ha dejado entrever un despliegue de intereses por el resto de los mercados emergentes de Asia … y Japón. Busca un nuevo equilibrio de poder en el mundo, menos expuesto a Occidente, y más proclive a su lado oriental. Con el petróleo por bandera. Al fin y al cabo, su cartera de clientes se inclina cada vez más hacia el Este. En una etapa en la que la energía parece haberse consolidado como arma de acción política hacia el exterior.
China ya no disimula su intención de atraer a la industria de hidrocarburos saudí a su órbita de influencia. El régimen de Pekín quiere acceso preferente a las inversiones en infraestructuras saudíes y disponer de cualquier derecho de tanteo en la venta del 5% de la petrolera Aramco. Para ello, está dispuesto a acabar con la compra de crudo de la OPEP, al que vetó hace años por su negativa -sostenida desde Washington a cambio de equipamiento militar de alta tecnología- a utilizar las ventas bilaterales de gas y petróleo en yuanes en vez de en dólares.
Esta maniobra elevaría sustancialmente el actual pedido, de aproximadamente la tercera parte de la energía que consume la segunda economía y el principal importador de crudo del mundo que está en constante crecimiento desde hace más de tres décadas. En los cálculos geopolíticos de Pekín, de largo alcance, coexisten varias declaraciones de intenciones.
La primera, garantizar a Riad que cualquier incremento de su producción será bienvenido en el efervescente mercado de consumo energético chino. Y Arabia Saudí posee las mayores reservas del planeta, con permiso de Venezuela. Con esta maniobra el Reino saudí taparía, a medio plazo, parte del agujero de 200.000 millones de dólares en el que se evalúa su déficit presupuestario desde el colapso del crudo, a comienzos de 2015.
Una segunda táctica, al calor de una serie de acuerdos bilaterales anunciados entre la primavera y el verano pasados, para incrementar las inversiones mutuas en varios sectores, entre ellos el de la energía, pero también el de la construcción y el comercial, para atender los nichos de negocios de la reedición de la Ruta de la Seda, el proyecto impulsado desde Pekín, para impulsar los flujos de mercancías y de capitales entre Occidente y Oriente y entre el Norte y el Sur, y los programas de modernización de las infraestructuras saudíes, que prevén aumentos de la inversión foránea desde el 3,8% del PIB hasta el 5,7%, lo que supondría inyecciones adicionales de 12.000 millones de dólares cada año hasta 2030. Y para los que Riad y Pekín ya han suscrito un fondo inversor conjunto dotado inicialmente de 20.000 millones de dólares.
En tercer lugar, ofertas concretas de PetroChina y Sinopec por la adquisición de una parte (o la totalidad) de los 2 billones de dólares en los que se valora la venta del 5% de Aramco y para que el fondo soberano saudí que el príncipe heredero pretende dotar con otros 2 billones de dólares invierta en participaciones de empresas chinas.
Finalmente, la alianza estratégica del recién reelegido secretario general del Partido Comunista Chino y presidente del país más poblado, Xi Jinping, con Riad pasa por suministrar material bélico a un país que soporta la mayor factura de los gastos militares de los emiratos del Golfo en sus incursiones aéreas y terrestres en Yemen y que suponen desembolsos de 197.600 millones de dólares cada año desde 2012, el 12% del total global. Y, de paso, abrir otro foco de rivalidad con EEUU, que acaba de sellar un pacto militar con Riad por valor de 110.000 millones de dólares.
La conexión rusa y asiática
Pero la grieta en el sistema de petrodólares instaurado por Richard Nixon y el Rey Faisal en 1973 no es sólo china. Rusia también participa de este viraje. El reciente viaje del Rey Salman a Moscú se ha saldado con una propuesta de adquisición del sistema antimisiles ruso S-400 y una serie de memorándums de entendimiento; es decir, de acuerdos de cooperación industrial y militar por un montante de 3.000 millones de dólares. Además de pactos de trasferencia tecnológica de la rusa Sibur para construir una planta petroquímica en Arabia Saudí y de Gazprom y Aramco para incrementar la capacidad de extracción de ambas petroleras. Conversaciones para reducir la producción de crudo en otros 1,8 millones de barriles diarios y elevar así los precios sin dañar las ventas saudíes a Asia y, por supuesto, la concesión a Rosneft, con la que las multinacionales del sector chinas han realizado intercambio de acciones, como socio estratégico de la petrolera estatal saudí, vital para reservar una porción del pastel privatizador.
En parecidas jugadas se maneja MBS en India, de forma aislada o de la mano de Rosneft o de la china Sinopec, principalmente, con Essar. En joint-ventures para la construcción de refinerías, como la del puerto de Vadinar, clave para aumentar la capacidad exportadora de la compañía rusa hacia el mercado indio, incrementar en más de 3.500 las estaciones de servicio del país o reestructurar con sus brazos financieros la astronómica deuda de la corporación india.
La lista de acuerdos recientes abarca países asiáticos como Taiwán, Corea del Suro Japón, y un elenco de petroleras que van desde Petronas a Pertamina. El lobby energético asiático, pues, se ha instalado en Riad. Con acciones triangulares con Pekín y Moscú.
La ‘revolución silenciosa’ saudí
MBS ya dejó algunos retazos de sus intenciones ‘reales’ con la revelación de la llamada Visión Saudí 2030. Una especie de contrato social con el que pretende, en un horizonte algo superior a un decenio, cambiar la fisonomía de una nación fundada en 1932 bajo un acto de legitimidad entre la Casa Saud y el clero wahabí, que no comulga precisamente con algunas de sus ínfulas modernizadoras. Su objetivo, en el orden económico, es meridianamente nítido: acabar con la crudo-dependencia; poner el epitafio a la dictadura de los hidrocarburos, el maná financiero de este petro-Estado. Después de un trienio, el último, en el que el precio del barril de crudo ha descendido un 60%, lo que ha contribuido, casi en igual medida que el gasto militar en Yemen, a la generación de un déficit fiscal del 15% del PIB. Los ingresos por petróleo aportan el 90% del presupuesto, casi todo por sus ventas al exterior, y representan más de la mitad de su PIB.
El heredero saudí ya ha iniciado la andadura de su road map. Entre otras medidas, ha reducido los subsidios a la gasolina, la electricidad y el agua, y ha impuesto in gravamen, por IVA, y tasas sobre bienes de lujo y bebidas azucaradas que, en conjunto, añadirán unos 100.000 millones de dólares a las arcas a partir de 2020, según sus cálculos. Dice que para «ejercer presión tributaria a las clases más pudientes». Mensaje para reconciliarse con la creciente oposición social interna hacia su persona. En especial, de los fieles wahabíes reacios a cualquier señal modernizadora. De ahí que haya depuesto al príncipe Miteb bin Abdulá como responsable de la Guardia Nacional y al hasta ahora titular de Economía y Planificación, Abdel Fakesh, por dos afines a su causa, el también miembro de la Casa Real, Khalid bin Ayyaf, pero de la familia Muqrin, y el número dos del ministerio, Muhamed Al Tuwaijri, que ya ha jugado un papel activo en la política económica y fiscal de la agenda Visión Saudí 2030. Control hermético sobre la seguridad y las finanzas.
El otro repóquer en juego en la OPEP
Pero Arabia Saudí no es el único factor que puede ejercer de detonante de un encarecimiento de los precios del crudo. Hay, al menos, otros cinco focos de tensiones.
Irak. Acapara los mayores riesgos de suministro a corto plazo. El sorprendente tamaño de los pozos petrolíferos de Kirkuk ya ha ocasionado volatilidades en el precio del crudo. Las últimas estimaciones hablan de que los pozos Bai Hassan y Avana pueden tener una capacidad extractiva de, al menos, 275.000 barriles diarios. Aunque, de momento, el mercado piensa que sólo podría alcanzar dicho ritmo de forma provisional. A la espera de conseguir inversiones tecnológicas de las grandes petroleras para consumar su objetivo de suministro. Conversaciones de negocios que, aseguran fuentes conocedoras de las mismas, están avanzadas y podrían suponer la puesta en el mercado de 400.000 barriles diarios procedentes de estos campos. Irak representa el factor productivo a corto plazo más trascendental en el sector energético. Porque sus campos del sur también se acercan a su potencial productivo, de 600.000 barriles diarios.
Irán. Es, quizás, el gran interrogante sobre la mesa de análisis del mercado de la energía global. Su situación es de suma fragilidad. El riesgo de que EEUU imponga nuevas sanciones a Irán, tras el deterioro de las relaciones declarada y reconocida por la Administración Trump, a cuenta de la carrera nuclear del estado persa, es una opción más que real. Como también las dificultades que tendría la Casa Blanca para hacer cumplir a Teherán con las imposiciones que tenga pensado instaurar. Con o sin ayuda de sus aliados internacionales, que está por ver. En especial, en la tarea de bloquear las exportaciones de crudo. El secretario de Estado, Rex Tillerson, ha llegado a asegurar que Washington bloqueará cualquier acuerdo de negocios entre compañías europeas e Irán. Goldman Sachs estima que, en el peor escenario geopolítico, varios cientos de barriles de crudo diarios estarían en riesgo de participar en la oferta del mercado. Mientras da por hecho que la sanción estadounidense sobre el crudo iraní alcanzará, al menos, el millón de barriles por día. Como ocurrió en los años previos a la firma del acuerdo nuclear entre el régimen de Teherán y la Administración Obama.
En cualquier caso, la amenaza iraní no tiene visos de que pueda ponerse en marcha, al menos, en lo que queda de año.
Libia. El socio norteafricano de la OPEP está exento de cualquier acuerdo del cártel hasta que logre recuperar sus niveles de extracción perdidos tras la revolución árabe. El pasado año ya se comportó según las pautas previstas para su sector energético por el mercado. Una señal de la paulatina vuelta a la normalidad. De hecho, casi ha triplicado sus números. De 300.000 barriles al día en agosto de 2016 ha pasado de producir algo más de 850.000 en la actualidad. Incluso en algunas semanas se ha aproximado al millón de barriles. Sin embargo, los riesgos de deterioro de algunas de sus plantas y pozos petrolíferos, dañados por la violencia del conflicto libio de los años precedentes, hacen todavía complicado que Trípoli logre alcanzar la cifra de 1,25 millones de barriles diarios, que se le reclama desde el mercado y, mucho menos, los 1,6 millones de los años previos al estallido de la revuelta social. Pese a ello, Libia supone otro factor de riesgo sobre el precio del crudo. Precisamente por las oscilaciones de cálculo de su producción. También por las dudas sobre su inestabilidad política y sobre la certeza de sus cálculos extractivos.
Nigeria. Su diagnóstico es similar al de Libia. También se encuentra exento del recorte de cuotas decretado por la OPEP para impulsar el precio del crudo por su alta tensión política, con efectos de difícil cuantificación social y económica. Aunque en los últimos meses la violencia ha bajado en el Delta del Níger. Como consecuencia del alto el fuego decretado el pasado año. Aun así, la producción de crudo se encuentra en niveles reducidos de 1,2 millones de barriles diarios en 2016 y de 1,8 millones de barriles en la actualidad. Mientras la paz social se mantenga frágil, la capacidad extractiva nigeriana se resentirá. Y los grupos rebeldes revelan su frustración con las conversaciones de paz iniciadas con el gobierno. El rebote de la producción de crudo nigeriano no está, pues, asegurado.
Venezuela. Otro de los interrogantes que los inversores manejan en sus precios de contratos de futuro. Venezuela también está inmersa en una agitación civil de alta intensidad. El pasado mes de septiembre, produjo 1,89 millones de barriles por día, lejos de los 3,2 millones de finales de los años noventa del siglo pasado e, incluso, de los casi 2,4 millones de barriles de 2015. Sin liquidez en las arcas del país, la estatal PDVSA ha paralizado sus proyectos de inversión y tiene serias dificultades para mantener sus actuales cuotas extractivas. Por si fuera poco, informes del sector constatan un deterioro de la calidad del crudo venezolano. El crudo bruto no acaba de salir sin las impurezas exigidas por los estándares internacionales. Y el yugo de los acreedores sobre la creciente y desorbitada deuda de la petrolera venezolana presiona cada vez con mayor fuerza. La posibilidad de quiebra crece por momentos. Todos estos componentes contribuyen a poner en duda la capacidad productiva de crudo del país.
Fuente: http://www.publico.es/economia/petroleo-barato-toca.html