Las últimas huelgas ponen de manifiesto una nueva realidad económica: los gigantes tecnológicos obtienen ganancias enormes y cada vez más gente es empujada hacia el sector de servicios de la economía, con bajos salarios.
Un repartidor de Glovo en Madrid EKAITZ CANCELA
Algunas de las últimas huelgas ocurridas en España reflejan la transformación tecnológica de la estructura económica. A ello se suman las lógicas más predatorias del proceso neoliberal, aquellas que encuentran en los avances ocurridos en la máquinas una oportunidad de acabar con los buenos trabajos del pasado al tiempo que concentran los beneficios derivados en unos cuantos multimillonarios. Las políticas de izquierda deben entender el estadio actual de desarrollo de las fuerzas productivas para colocarlas al servicio de la emancipación progresiva del trabajo, transformando radicalmente las relaciones sociales de producción.
Este trastrocamiento del régimen social ya no puede demorarse. De lo contrario, en una vuelta de tuerca a la liberalización de mercado laboral, la visión que impondrá el capitalismo será la de arrastrar a cada vez más miembros de la antaño agrupada como clase obrera hacia la precarización total de sus condiciones de trabajo. Bajo abstracciones tales como las de impulsar la figura del emprendedor que se adapta a los empleos del futuro, según la palabrearía de los palmeros de Davos, cada vez los individuos se parecen más a microrrentistas que trabajan a demanda (o a subasta) y deben estar disponibles las 24 horas del día para alcanzar un salario mínimo que además ni siquiera permite vivir con cierta seguridad a varios meses vista. Cuando parece imposible planificar la vida futura, los gigantes tecnológicos emergen para administrar el presente de manera que la explotación capitalista se reproduzca de manera inteligente, segundo a segundo, dando lugar a una especie de austeridad eterna.
AUTOMATIZACIÓN, PREVIA PRECARIZACIÓN DE LOS TRABAJADORES DE AMAZON
El aumento de la productividad que favorecen las máquinas inteligentes ya ha provocado que los primeros robots se introduzcan en los centros logísticos de Amazon en El Prat o que drones repartan paquetes en Reino Unido y Francia. De momento, bajo el actual modo de producción, estos avances solo pueden orientarse hacia la acumulación y concentración de las ganancias económicas en cada vez menos manos. Si Marx dijo que las leyes de la historia progresan según lo haga desarrollo de las fuerzas productivas, bajo esta fase exigen que la economía opere mediante infraestructuras digitales, como la nube, la cual dominan cuatro corporaciones estadounidenses y varias chinas, creando lo que se llaman oligopolios globales sobre los cuales se levantan las sociedades hoy, pues podríamos decir que estos imperio de los datos tienen la propiedad de la tierra que el resto explota.
Hemos de contemplar ademas que en dicho orden social, el pacto social fordista ha desparecido, y con ello el poder político de los sindicatos y del Estado, otrora encargados de negociar salarios mínimos o establecer acuerdos colectivos respectivamente. Ello significa que el convenio colectivo exigido por los trabajadores en lucha de Amazon será difícilmente otorgado por esta empresa, la cual deposita todas sus expectativas de rentabilidad futura en concentrar los beneficios derivados de la economía de los robots al precio de tercerizar aún más el trabajo. ¿O alguien piensa que Jeff Bezos va a crear planes sociales o mejorar las condiciones laborales cuando su plataforma ha suplantado buena parte de las personas que participaban en las cadenas mercantiles tradicionales?
Seré aún más claro: los gigantes tecnológicos han roto las relaciones entre ambos extremos del mercado, la producción y el consumo, extendiéndolas a los canales electrónicos que controlan para administrar las relaciones sociales, los comportamientos de la población e incluso para dominar el ecosistema de la identidad de los individuos conectados a sus plataformas. Para zanjar de una vez el reciente debate en la izquierda española sobre la diversidad no habría más que entender como un timeline o un motor de búsqueda destruyen la construcción autónoma de la identidad de un sujeto, entendida como un conjunto de datos monetizables, para convertir al otrora ciudadano en un mero consumidor pasivo. Eso es, de hecho, lo que provoca el algoritmo de Facebook. Y lo hace porque esta compañía, lejos de querer seguir ganando dinero insertando publicidad al lado de memes, trata de convertirse en el espacio principal donde las personas vendan y compren servicios. Por eso ha pedido a bancos como JP Morgan Chase o Citigroup que compartan sus datos financieros . En otras palabras: recopila una inmensa cantidad de información personal, Big data, para establecer una ventaja competitiva definitiva en nuevos mercado maximizando la extracción de valor de los datos.
LOS REPARTIDORES DE PERIÓDICOS Y EL AUGE DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Esta reestructuración de la economía política, vehiculada sobre las tecnologías de información y comunicación, desde luego no le es ajena a la prensa. Mientras se anunciaban los periódicos digitales que recibirán las becas en la última ronda de innovación de Google, por ejemplo InfoLibre o El Independiente, quienes desarrollarán herramientas para que los consumidores paguen de manera personalizada por la información, los repartidores de periódicos en papel se alzaban en huelga . La cuestión es que el conflicto de la empresa distribuidora Boyacá con los trabajadores provocó que en los kioscos no se encontraran cabeceras como Abc, El Mundo o El País.
De momento, esta huelga ni ninguna otra han logrado frenar el rápido desplazamiento de la producción periodística hacia la imprenta de Google, compañía que gracias a la tecnología está eliminando rotativas y puntos de venta para que sean los propios periódicos quienes encuentren formas creativas de hacer que sus lectores consuman información, es decir, para que se adapten a un ecosistema de conocimiento completamente privatizado. El precio: desaparecen los trabajadores en la parte más baja de la jerarquía del negocio, quienes quieren «sacar 20 euros diarios» por el trabajo de repartir periódicos. Lejos de ser la herramienta de la burguesía que era en el capitalizado avanzado, bajo este feudalismo temprano los periódicos son meros intermediarios que gestionan las transacciones individuales entre los monopolios tecnológicos y los destinatarios finales de la mercancía. ¡Larga vida a la prensa libre e independiente!
El problema es que los nuevos emprendedores hacen gala en congresos de un pensamiento mágico sobre internet similar al de los hippies californianos, en lugar de entenderlo como un medio de producción que ha destruido tanto la prensa como su supuesto cometido de vigilancia del poder. Lo señalaba una encuesta del Pew Research : el empleo en las redacciones ha caído casi un 25 por ciento en menos de 10 años, con la mayor caída en los periódicos. No hace falta siquiera fijarse en los repartidores, sino que basta con observar a los periodista freelance que intercambian su fuerza de trabajo a cambio de minucias, como señalaba un informe de la CNT , para entender que la plusvalía que generan sirve para que sus editores (precarizadores par excellence con marca democrática) puedan seguir arando una tierra digital asentada en la información, una que se encuentra en propiedad de dos compañías.
Efectivamente, la crisis financiera acabó con los periódicos tradicionales. Ahora los fondos de Google han llegado al rescate para ayudar a los digitales a que los suscriptores les paguen una renta para mantenerse con vida un tiempo. Claro que cuando la producción de información se desplace del motor de búsqueda a la inteligencia artificial, como planean las últimas iniciativas de Google News, a los repartidores de periódicos, a la gran parte de los periodistas y al puñado de editores que desaparezcan no les bastará con ponerse en huelga.
Taxis cortando el Paseo de la Castellana en Madrid durante la última ÁLVARO MINGUITO
LA LUCHA ENTRE LOS TAXISTAS Y UBER EN EL CONTEXTO DE LOS COCHES AUTOCONDUCIDOS
Las plataformas, ya sean Amazon, Google o Facebook, que intermedian para extraer rentas gracias al control que mantienen sobre las redes de comunicación electrónicas desatan lo que se denomina la «uberización» del trabajo de servicios. Y si estas tendencias en el mercado laboral son notables en buena parte de las huelgas, no es menor en el caso de los taxistas, los cuales afrontan la amenaza de quienes compiten contra ellos, no sólo en una suerte de « mercado de la diversidad [en internet, como hubiera que matizarle a Daniel Bernabé] «, sino en un mercado de la subasta. La verdadera trampa es la minimización de los costes provocado por la propiedad privada de la tecnología, que precariza a los conductores, esos que están obligados a trabajar día tras día en un bucle de prestación de servicios a demanda, para que no se detenga la acumulación de capital de unos pocos.
Tales son las condiciones materiales que impone la llamada «uberización», y de ello no tiene tanta culpa quienes encuentran formas individuales de sobrevivir a la crisis, sino los millonarios de Forbes o los fondos multimillonarios que se encuentren detrás de estas plataforma.
Si bien el sector de los taxis y el brazo político que lo defiende apuntan correctamente a que la industria tecnológica desplaza el dinero de los gobiernos a las cuentas offshore de las empresas de Silicon Valley, Wall Street, estrechando de este modo la capacidad de acción de los Estados, en sus manifestaciones olvidan una cuestión crucial sobre el modo de producción basado en los datos: plataformas como Uber recopilan multitud de información sobre el transporte que pronto obligará a las ciudades a contratar los servicios de movilidad, educación, salud o cualquier otra área que antes de que se iniciara el proceso neoliberal era asegurada por instituciones públicas.
Endeudadas, faltadas de crédito, y por ello absolutamente sometidas a las finanzas, estos espacios locales emergen como el nuevo objetivo del capital global, ya sea Goldman Sachs, Barclays o los fondos soberanos de Arabia Saudita, los tres detrás de Uber, o el fondo japonés SoftBank mediante su rama Vision Fund, quien ha invertido en sus competidores en India, (Ola) China, (DiDi), o Rusia (Taxi), entre otros. SoftBank, que invertirá entre 3.000 y 5.000 millones de dólares en Ele.me, el gigante de entrega de alimentos en propiedad de Alibaba, principal competidor de Amazon. La misma que anunció recientemente un aumento interanual del 49 por ciento en sus ganancias, 100.000 millones de euros, debido a sus inversiones en la industria tecnológica.
Estos son buenos ejemplos para entender cómo la agencias que controlan el capital sacan partido a los avances tecnológicos expandiendo las finanzas a cada ámbito de la vida al tiempo que preconizaran las condiciones materiales de vida de muchos trabajadores. Lo podemos ver de manera práctica en el caso del taxi y en el desarrollo de los coches autoconducidos, esos con los que ya experimenta Uber en Pittsburgh y que desarrolla Waymo, compañía de Alphabet, o de una manera más teórica gracias a las lecciones de Fernand Braudel sobre cómo históricamente los imperios-mundo han eliminado la libertad y el poder de las ciudades, entendiéndolas como nichos de valorización y capitalización mediante expansiones financieras.
En resumen, aquí no se trata de juzgar las huelgas o la labor sindical, sino de resumir tendencias en la economía que puedan abrir un recinto completamente nuevo para la acción política. Y estas son que la industria de los coches semiconducidos avanza notablemente y los chips o la nanotecnología necesaria para desarrollarlos se concentra en algunas de las grandes empresas de Estados Unidos o en China. Una transformación sistémica que además ha dado lugar a que robots y drones automaticen las fábricas de Amazon, o a que máquinas inteligentes destruyan el trabajo físico y el cognitivo por igual para continuar con la lógica de acumulación por desposesión.
Todo ello en el marco del auge de la inteligencia artificial, que gracias a la concentración de la información en la industria tecnológica puede llevar a la economía a rescatar modelos propios del feudalismo, como se ha cansado de explicar Evgeny Morozov.
Huelga organizar las luchas contemporáneas bajo el correcto esquema de riqueza para subvertirlo. Lo resumía Francesca Bría en un artículo para Le Monde Diplomatique : «Los gigantes tecnológicos obtienen ganancias enormes y cada vez más gente es empujada hacia el sector de servicios de la economía, con bajos salarios o trabajos temporarios en ventas, restaurantes y transporte, hotelería y cuidado de niños y ancianos.» Y ello es aún más palmario en España, una zona marginal en la economía mundo, a la cual la crisis ha empujado al sector servicios, ese donde las lógicas de la turistificación desatadas por la globalización neoliberal se harán cada vez más manifiestas cuando la tecnología venga a salvar el neoliberalismo perpetuando relaciones laborales microrrentistas.
Bría señalaba que «necesitamos es un salario básico como dividendo de la productividad aumentada por los robots que vuelva a la sociedad responsable de producir colectivamente esa riqueza», esto es una economía social que no esté orientada exclusivamente a crear individuos que nacen y mueren en un mercado de trabajo asentado en la subasta. Una vez iniciemos ese camino, todo el conocimiento y energía que algunas mentes pensantes liberan en redes de comunicación privadas para criticarse ferozmente por cuestiones internas, tal vez sirva para diseñar nuevas instituciones, e incluso canales de comunicación, que coloquen la tecnología en favor del beneficio común. Efectivamente, como señalaba Alberto Garzón , la necesidad de organizarse colectivamente es urgente, pero para iniciar la socialización de los medios de producción primero hace falta entender cómo se manifiesta el capitalismo en la actualidad.