La historia produce hechos y procesos únicos e irrepetibles. Puede haber parecidos de familia como se percibe, por ejemplo, en los movimientos sudamericanos de independencia del siglo XIX. Pero en el fondo de los fondos subsiste siempre una singularidad indescartable: los recorridos y avatares transitados por los diversos países sudamericanos desde aquel entonces lo certifican. […]
La historia produce hechos y procesos únicos e irrepetibles. Puede haber parecidos de familia como se percibe, por ejemplo, en los movimientos sudamericanos de independencia del siglo XIX. Pero en el fondo de los fondos subsiste siempre una singularidad indescartable: los recorridos y avatares transitados por los diversos países sudamericanos desde aquel entonces lo certifican. Hay, no obstante, momentos excepcionales derivados de situaciones o acontecimientos diversos, entre otros: las consecuencias de una guerra, el padecimiento de una dictadura, el desarrollo de una dura crisis económica o la navegación de una coyuntura política cuya resolución puede marcar el rumbo de una época.
Brasil atraviesa en la actualidad una situación excepcional; en lo que sigue, trataré de examinarla.
El próximo domingo 7 de octubre se realizarán allí elecciones generales. Se elegirá presidente y vice mediante un sistema de doble vuelta (el segundo turno será el 28 de octubre); dos tercios del Senado (53 de 81 senadores, mandato por 8 años); la totalidad de la Cámara de Diputados (513 escaños, mandato por 4 años); todos los gobernadores estaduales (26) más el de Brasilia (mandatos por 4 años), que se eligen también por doble vuelta, y sus respectivas asambleas legislativas unicamerales (4 años en todos los casos); y la totalidad de las autoridades municipales: alcaldes y concejales (también 4 años en ambos casos). Está en juego, entonces, la totalidad de los cargos públicos electivos del Poder Ejecutivo en los niveles nacional, estadual y municipal y, con la excepción de un tercio de los senadores, la totalidad de los cargos legislativos también.
Esta coyuntura electoral, que seguramente alumbrará nuevos escenarios, es tributaria de cuatro rasgos excepcionales:
Primero. Se ha venido desarrollando un intervencionismo mediático-judicial que en una primera fase involucró a algunos altos dirigentes del PT entonces gobernante y desalojó de la presidencia a Dilma Rousseff, acusada de una insignificante redistribución de asignaciones presupuestarias. Y en una segunda, apuntó a impedir que Lula pudiese participar como candidato presidencial y a agrietar las posibilidades de éxito de un PT obligado a competir con un candidato alternativo. Como se sabe, tanto el impeachment de Dilma que determinó su salida anticipada del gobierno en agosto de 2016, cuanto el procesamiento y ulterior condena de Lula, que dieron como resultado su encarcelamiento, fueron de una desvergonzada insustancialidad jurídica.
Segundo. Se ha producido un rápido y vigoroso cambio de posiciones en las Fuerzas Armadas brasileñas, en particular, de su Ejército. Desde una concepción presta a considerar la posibilidad de construir una autonomía estratégica de Brasil, y celosa de procurar el resguardo tanto de la Amazonia (verde) como de la Amazonia Azul (el Atlántico Sur y su riqueza ictícola y petrolera), pasaron a otra de reconsideración de su relación con los Estados Unidos y de reacomodamiento y realineamiento. De este viraje se ha desprendido, por un lado, la habilitación -por primera vez- de maniobras militares combinadas en el punto amazónico que conecta a Brasil, Colombia y Perú, de fuerzas militares de los tres países junto a efectivos del Comando Sur de los Estados Unidos, el año pasado. El motivo: adiestrarse para la lucha contra el narcotráfico. Y por otro, la apertura de la explotación privada de petróleo en el llamado Pre-Sal, en el Atlántico Sur.
Pero además de lo anterior -y más importante- los uniformados brasileños han retomado un papel tutelar respecto del sistema político. Es decir, han vuelto al intervencionismo militar clásico practicado con fruición en épocas anteriores. En septiembre del año pasado, el general Antonio Hamilton Mourão, aún en actividad, sostuvo en una conferencia dada en un círculo masónico paulista: «O las instituciones solucionan el problema político por la acción del Poder Judicial retirando de la vida pública a estos elementos envueltos en todos los ilícitos o entonces nosotros tendremos que imponer eso. Entonces, si tuviera que haber habrá [intervención militar, E.L.]. Pero hoy consideramos que las aproximaciones sucesivas tendrán que ser hechas». Lo dicho por Mourão se ha ido cumpliendo puntualmente. Hubo otras definiciones públicas en el mismo sentido efectuadas por el jefe del Ejército brasileño, general Eduardo Villas Boas (recojo algunas de ellas en mi nota «El papel tutelar de los militares en Brasil», publicada aquí el 8 de abril de este año), algunas incluso muy recientes. Todas apuntan en la misma dirección.
Tercero. Se ha producido una fórmula presidencial compuesta por el capitán retirado Jair Bolsonaro -diputado que en la votación que destituyó a Dilma invocó al coronel Brilhante Ustra, destacado torturador de la última dictadura brasileña- y el recién mencionado general Mourão. Una dupla que cuenta con el pleno apoyo del Ejército y protagoniza un hecho hasta donde sé, no registrado en la historia política sudamericana desde el siglo XX en adelante: dos militares candidateados como presidente y vice.
Cuarto. Lo que forzadamente podría denominarse el centro político brasileño se encuentra virtualmente evaporado. El ya nonagenario Fernando Henrique Cardoso convocó a una asociación de partidos de centro para enfrentar la polarización entre el Partido Social Liberal (Bolsonaro) y el PT, con muy escaso éxito hasta ahora.
Merece ser mencionado, además, como parte del complejo contexto electoral brasileño, el habitual y nada excepcional injerencismo de la gran potencia del norte, materializado a través de su embajada, del Comando Sur y de los lazos e influencias que ha ido construyendo en estos años el Departamento de Justicia norteamericano sobre el Poder Judicial brasileño.
Así las cosas, el intervencionismo jurídico-mediático opera en estrecha colaboración con el militar: entre ambos han prohijado una novedosa vía paragolpista que ha desalojado, perseguido y obstruido al PT, en beneficio de los candidatos verde-oliva. Avanza lo anunciado casi sin reparos por el general Mourão: limpiar el camino a través de la vía judicial mediante «aproximaciones sucesivas» y se mantiene como reaseguro la posibilidad de una intervención militar directa. El centro está casi desarticulado. Son pocos ya los ciudadanos que se confunden respecto de los partidos que lo representan: han apoyado la opción paragolpista y no hay lavandina que pueda blanquear ese comportamiento. El PT, por su parte, busca procesar el duro golpe que le significó la exclusión de Lula. Ha rearmado su fórmula presidencial, que encabeza ahora Fernando Haddad (foto principal), y ha vuelto a la batalla.
Conforme a la última encuesta levantada por IBOPE (22 y 23 de septiembre), el renglón presidencial está encabezado por Bolsonaro (28%), Haddad (22%), Ciro Gomes (Partido Democrático Trabalhista, 11%), Gerardo Alckmin (8% Partido Socialdemócrata Brasileño), y Marina Silva (5% Red Solidaria), que reúnen el 74% de las preferencias. Los votos en blanco equivalen a un 12%; el resto se reparte entre los otros candidatos y los indecisos (14%).
Bolsonaro permanece con el mismo porcentaje que tenía en la encuesta anterior de IBOPE (12 a 18 de septiembre); Haddad creció 6%, Gómez se mantuvo en 11%, Alckmin subió 1% y Silva bajó 1%; en blanco un 12% y el resto de los otros candidatos y los indecisos se mantienen en 14%. Desde que se incorporó a la contienda presidencial, Haddad no ha cesado de crecer; los restantes cuatro se mantienen casi sin variación. El candidato militar pierde en segunda vuelta con Haddad (37% a 43%), con Gomes (35% a 46%) e incluso con Alckmin (36% a 41%); y empata con Marina Silva (39%-39%). A lo que cabe agregar que Bolsonaro tiene en el último de los sondeos indicados un 46% de rechazo y Haddad sólo un 30%.
Bolsonaro, debido a una agresión sufrida recientemente, no ha podido hasta ahora participar de la campaña electoral (esto también es excepcional), mantiene al día de hoy un alto nivel de rechazo, no parece tener la posibilidad de crecer mucho más allá de su porcentaje actual y pierde en segunda vuelta ante sus tres inmediatos seguidores. Haddad por el contrario continúa ampliando su caudal, ha conseguido un cierto traspaso de los votos que anteriormente juntaba Lula y tendría la posibilidad de crecer un poco más en el segmento de los indecisos. Y como se ha indicado ya -y corroboran encuestas de otras empresas especializadas- derrotaría en segunda vuelta a Bolsonaro. El PT da así muestras de una capacidad de sobrevivencia que es asimismo excepcional.
Falta poco más de una semana para la primera vuelta. De sobra se sabe que no corresponde ni conviene arriesgar vaticinios. Pero se puede decir que la flecha ya está en el aire, quizá para llenarse de sol si el diablo no mete la cola.
Fuente: https://www.elcohetealaluna.com/una-eleccion-excepcional/