Lo ocurrido con Jair Bolsonaro en las elecciones de Brasil confirma las previsiones de múltiples pensadores que, a partir de lo ocurrido en Reino Unido con el Brexit, Trump en USA y las derechas xenófobo-racistas en Europa, mostraron que no eran eventos casuales sino parte de tendencias globales. Se podría decir que amplios sectores sociales […]
Lo ocurrido con Jair Bolsonaro en las elecciones de Brasil confirma las previsiones de múltiples pensadores que, a partir de lo ocurrido en Reino Unido con el Brexit, Trump en USA y las derechas xenófobo-racistas en Europa, mostraron que no eran eventos casuales sino parte de tendencias globales. Se podría decir que amplios sectores sociales «acomodados pero lastimados por el sistema» no encuentran respuesta a sus miedos y frustraciones en el «neoliberalismo progresista» («izquierdas liberales»), y se refugian instintiva y obsesivamente en liderazgos y proyectos políticos autoritarios que les ofrecen el orden y la represión como posible solución.
Antes de avanzar sobre esos «miedos» y «frustraciones» es necesario volver sobre miradas de largo plazo, que nos pueden ayudar a construir pistas y a mirar con otros ojos este tipo de fenómenos que son repetitivos y cíclicos en la historia de la humanidad y de la lucha de clases. Sin una perspectiva de ese tipo nos perdemos en la coyuntura, nos asustamos y ayudamos (inconscientemente) a la reacción desesperada a la crisis «civilizatoria» que afronta el planeta.
Modos de producción, post-capitalismo y agentes sociales del cambio
Modos de producción, post-capitalismo y agentes sociales del cambio
El modo de producción basado en trabajo esclavo, que incluía a casi la totalidad de las mujeres, se mantuvo a lo largo de dos milenios y medio desde la aparición de la llamada «civilización». Luego, el feudalismo duró en Europa más de mil doscientos años. El capitalismo lleva cinco siglos . Cuando el trabajo esclavo dejó de ser rentable y «sostenible», la esclavitud -parcial y formalmente- se reemplazó por otro tipo de explotación. El agente social que acabó con el esclavismo no fue el esclavo sino el gran terrateniente y jefe militar convertido en señor feudal. Igualmente, el sujeto social que encarnó el capitalismo y acabó con el feudalismo no fue el siervo de la gleba sino el comerciante que invirtió en procesos productivos y se tornó en burgués o capitalista. Los esclavos, los campesinos semi-esclavos y los trabajadores asalariados, que han sido las víctimas directas de esos modos de producción, aunque han luchado contra la explotación y la opresión, no encarnaron -por sí mismos- los nuevos modos de producción que reemplazaron el anterior. Carlos Marx creyó en el siglo XIX que ello iba a ser posible con los «proletarios» o trabajadores asalariados convertidos en una clase «para sí» y, que por tanto, iban a representar los intereses emancipatorios de toda la humanidad. Pero, esa prospección resultó fallida. Las luchas sociales y políticas (resistencia, alzamientos, rebeliones, revoluciones) que han sido impulsadas por las clases explotadas y oprimidas han jugado un importante papel en los cambios ocurridos a lo largo de la historia, pero si se mira en perspectiva, las transformaciones -de una u otra manera- han estado impulsadas por la evolución de las formas de producción y reproducción de la vida, en donde el aspecto cultural y tecnológico es determinante. Hoy, como lo visionó correctamente Marx, el capitalismo ha creado en su interior las condiciones materiales de su superación. Diversos teóricos y estudiosos del capitalismo y de sus contradicciones intrínsecas empiezan a avizorar esas nuevas relaciones de producción que pueden representar el surgimiento de un modo de producción post-capitalista. Las luchas de los esclavos modernos, entre los que hay que incluir a todos los excluidos, oprimidos y explotados (los asalariados, las mujeres, los precariados, los migrantes desempleados y desarraigados, etc.) son muy importantes pero no debemos perder de vista el «nuevo sujeto social» que, muy posiblemente, sea el enterrador del capitalismo: el prosumidor en red colaborativa, que es la personificación individual y colectiva del re-encuentro entre el trabajo físico y mental, los medios de producción y el consumo. Muchos de los «prosumidores» ni siquiera se interesan en las políticas del Estado; algunos actúan a contra-corriente, otros aprovechan las fisuras que dejan los monopolios, pero cada vez crecen más y avanzan hacia nuevas áreas de la producción, los servicios, el entretenimiento y la producción de software y conocimiento. (Rifkin y Mason).
La condición humana frente a los retos y cambios
Estamos hoy frente a una situación en la que la sociedad global se enfrenta a un acumulado de conflictos de larga data que ponen en cuestionamiento «todo lo humano»; hasta ahora. El agotamiento de la economía crematística que surgió con la propiedad privada, el patriarcalismo histórico, la religión monoteísta, la lógica formal, la idea de progreso y de democracia, está en el eje central de la crisis material, moral y espiritual que vive la humanidad. El miedo a lo por-venir se acrecienta a máximos niveles y, la condición humana, a veces olvidada por la «historia humana» (Alba Rico, 2018) , sale de las catacumbas negadas por el ser humano «civilizado» y aparecen en toda su dimensión las precariedades y debilidades humanas.
Los conflictos acumulados por más de cuatro milenios están «explotando» repetidamente desde hace 230 años; desde las revoluciones liberales («burguesas»). El problema es que no han encontrado solución viable, visible, o siquiera posible. Dichos conflictos son (de acuerdo a mi propia lista): la sobrevivencia humana frente a la destrucción de la naturaleza y a los límites del modelo de desarrollo imperante; la liberación femenina frente a la familia patriarcal; los derechos de los niños y jóvenes frente a los de adultos y viejos; los derechos individuales frente a los bienes comunes y sociales; los derechos del futuro frente a los del pasado; los derechos de grupos sectoriales (etnia, cultura, religión, género, edad, nación) frente a los derechos universales; los conflictos entre clases y sectores sociales; la lucha entre el deseo, la satisfacción y la frustración.
No es casual que en la actualidad una gran cantidad de películas y series de televisión aborden el tema del peligro y amenaza de seres extraterrestres, vampiros humanos, «muertos vivientes», «aliens» o cuanta figura amenazante y poderosa se pueda inventar para meter miedo. En el pasado fueron los dioses vengadores, el diablo y satán, los mongoles, los hunos, los bárbaros, los salvajes, los vagabundos y/o las (os) brujas (os). Ahora tememos a los yihadistas musulmanes, a los redivivos «comunistas», a las mujeres «libertinas», a los inmigrantes invasores, a los homosexuales, a los delincuentes, a los indios y negros, al extraño y al diferente. Todo genera miedo y temor. Y en verdad, el panorama se muestra apocalíptico y catastrófico ante la amenaza del cambio climático, guerras nucleares, epidemias incontrolables, drogadicción, crisis económicas, inseguridad, delincuencia, caos informático, control mediático, invasión de la privacidad, consumismo compulsivo, temor al fracaso, etc. A pesar de los avances científicos, tecnológicos y culturales, gran parte de la humanidad se comporta como un niño asustado.
El chivo expiatorio «liberal progresista»
Después del fracaso de la solución socialista y comunista del siglo XX, que degeneró en sistemas y regímenes autoritarios, apareció la globalización neoliberal del capitalismo que se expandió por el planeta y lo invadió casi todo. Las «izquierdas» en su gran mayoría se amoldaron a la nueva situación y, podríamos decir que -en general- se involucraron de buena fe en la gestión del capitalismo introduciendo algunos programas sociales asistencialistas y paternalistas para atenuar la pobreza y la desigualdad. La burguesía neoliberal global asumió retóricamente muchas de las banderas de las «izquierdas» intentando legitimar sus falsas democracias, cada vez más recortadas y formales. Las consignas de inclusión social y multiculturalismo perdieron su carácter transformador convirtiéndose en la narrativa del «progresismo liberal», plagado de cinismo, en donde se banalizan y mercantilizan los valores y los derechos humanos, arrebatándoles su esencia revolucionaria. Las luchas de los pueblos y de los trabajadores por dignidad y justicia se convirtieron en ideologismos vacíos e hipócritas en manos de tecnócratas y burócratas profesionales. La vieja utopía de la revolución social quedó en el pasado.
No obstante, como era de esperarse, las tibias «soluciones» implementadas por los gobiernos «progresistas» solo podían ser sostenibles en momentos especiales y particulares, basadas en incrementos transitorios de los ingresos de los Estados capitalistas (bonanzas de precios internacionales de materias primas). Mientras tanto, parte de los sectores de la población productiva, los antiguos obreros industriales, los pequeños y medianos productores urbanos y rurales, las clases medias emprendedoras, que son los grandes afectados por la globalización neoliberal, no encontraron ofertas de solución entre los partidos tradicionales (liberales y conservadores, demócratas y republicanos, laboristas y conservadores, socialistas y populares, etc.). Tampoco las «nuevas izquierdas progresistas» tienen soluciones globales y, aún antes de gobernar como en Grecia, son puestas contra la pared por las instituciones financieras globalistas.
Igual sucede en América Latina en donde los gobiernos progresistas no han logrado diseñar una propuesta que enfrente el problema de la industrialización de sus materias primas y de la comercialización internacional de sus productos procesados. La gran crítica es que se dedicaron los pocos recursos (o muchos, en algunos casos) en manos del Estado, a financiar programas estatales en educación, salud y vivienda (creando nuevas clientelas y burocracias) sin priorizar proyectos en el aparato productivo para enfrentar en un nuevo terreno la globalización neoliberal y el poder de la gran burguesía financiera global. Así, pareciera que muchos sectores populares que ascendieron de estatus social convirtiéndose en clases medias, que se beneficiaron de dichos programas sociales, hoy abandonan a sus antiguos benefactores y acuden a nuevos «protectores».
Ahora aparecen las «derechas neo-populistas» que tienen un indudable sabor y perfil neo-fascista, reivindicando el nacionalismo xenofóbico, el racismo y la homofobia, los valores de la propiedad privada, la familia y la tradición, reforzadas por todo tipo de iglesias neo-protestantes y pentecostales que desde hace varias décadas preparan sus ejércitos de fanáticos dispuestos a limpiar de pecado a la humanidad. Una época de cacería de brujas y de inquisición pos-neoliberal está a la vista. El «fascismo social» visualizado y teorizado por Boaventura de Souza Santos pareciera estar buscando formas estatales para imponer «desde arriba» fórmulas autoritarias y dictatoriales. La bota militar aparece a su lado.
A eso nos enfrentamos. Lo importante es que no confundamos las bases sociales y sus miedos y frustraciones con los agentes políticos que los representan. Hasta ahora pareciera que no viéramos a esos sectores sociales frustrados y rabiosos como parte de nuestra responsabilidad, o si los vemos, parece que les tememos tanto como ellos a nosotros. He ahí nuestro principal limitante a superar. Allí, en esa gran masa de «productores» y/o trabajadores críticos del «estatismo», que rechazan con furor el paternalismo y el asistencialismo que muchos de ellos recibieron pero que ahora sienten que pagan con su trabajo e impuestos, está buena parte de las bases de la vieja izquierda proletaria y popular. Son las paradojas de la historia.
La experiencia de los gobiernos de la restauración neoliberal (Macri en Argentina y Temer en Brasil) nos muestra que no la tienen fácil y que su fracaso le prepara el camino, ya sea a las «nuevas derechas nacionalistas-populistas» o a nuevas versiones de gobiernos de izquierda. Se trata entonces, de impedir la deriva dictatorial-autoritaria de las derechas neo-fascistas, y de diseñar nuevas propuestas y prácticas que superen -con creces- lo hecho por las izquierdas progresistas. No será nada fácil pero no es imposible. No obstante el espíritu crítico y autocrítico deberá colocarse al frente.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.