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La elección brasilera de la democracia autoritaria

Fuentes: Virginia Bolten (Argentina)

A pesar de las más grandes movilizaciones de mujeres en Brasil, rechazando la candidatura de Jair Bolsonaro a la presidencia del país, el político de derechas ha ganado la primera vuelta electoral. Esto confronta la idea que la democracia está en las calles y muestra la importancia del voto de opinión que, como se ha […]

A pesar de las más grandes movilizaciones de mujeres en Brasil, rechazando la candidatura de Jair Bolsonaro a la presidencia del país, el político de derechas ha ganado la primera vuelta electoral. Esto confronta la idea que la democracia está en las calles y muestra la importancia del voto de opinión que, como se ha visto en las últimas elecciones en Colombia, está fuertemente anclado a factores emocionales del electorado: las derechas latinoamericanas utilizan los llamados morales al orden, se aprovechan de la LGTBIfobia para atacar los discursos de género e infunden miedo a la imposibilidad del consumo en lo que denominan posibles «dictaduras castro chavistas». La gente vota siguiendo muchas veces estos ideales y valores que, aunque parezcan retrógrados, siguen marcando agendas de gobierno.

Las movilizaciones conocidas como EleNão, que recuerdan al mismo tiempo el carácter patriarcal del sistema político brasilero, tuvieron una masiva participación en más de 100 ciudades siendo representativas las que se llevaron a cabo en São Paulo, con más de veinticinco mil personas, y Rio de Janeiro, con más de cien mil personas. Las manifestaciones fueron respondidas con otras menos asistidas a favor del candidato, sin embargo, el resultado electoral fue todo un contraste.

Dichas diferencias se dan a pesar que, según datos de BBC News Brasil, desde el final de la dictadura cívico-militar-eclesiástica no había una diferencia tan grande entre los votos de varones y de mujeres. Es decir, en la intención de voto era mayor el apoyo a Bolsonaro entre los varones que mujeres. Los resultados electorales hablan entonces que una parte de las mujeres si están apoyando al político de derecha. No obstante, si se contabilizan solo los votos de las mujeres, los candidatos Haddad y Bolsonaro hubieran tenido la misma cantidad de votos, si se tienen en cuenta solo los votos de los varones, Bolsonaro hubiera ganado en primera vuelta.

Dichas movilizaciones estuvieron de la mano de un crecimiento en el activismo virtual electoral; uno de los mejores ejemplos fue el grupo de facebook Mulheres Unidas Contra Bolsonaro, el cual estaría detrás de varias de las convocatorias a movilizarse. Con casi cuatro millones de participantes, el grupo ayudó a construir un espacio de sociabilidad contra la candidatura del ex coronel, encuentro que se trasladó al espacio físico de las calles. Aunque la excusa central fue lo electoral, tanto la virtualidad como las calles demostraron que la voz de las mujeres hoy se levanta como actor central que no puede volverse a ignorar. La potencialidad que tiene debe entenderse más allá de lo electoral ya que carga en si la crítica a la exclusión sistemática de las mujeres de las tomas de decisiones que les afectan, en el caso particular del Brasil, especialmente este factor está marcado por el racismo estructural e institucional ya que la mayoría de la población brasilera es negra y es este el sector de la sociedad más pauperizado. También las mujeres indígenas tuvieron una participación importante es las protestas del último 29 de septiembre.

A pesar de estas grandes movilizaciones, la discusión electoral presenta características que no pueden olvidarse y explican la victoria de Bolsonaro: el candidato representa por un lado a las viejas y nuevas oligarquías rurales que ven en su candidatura la posibilidad de proyección del agronegocio; así mismo el discurso misógino, xenófobo, racista y homofóbico recoge las aspiraciones sociales que distintos sectores, inclusive muchos de ellos empobrecidos, ven como ideal social: ese al final es el resultado del ideal que las iglesias evangelistas promueven como orden social. Finalmente, algo de su apoyo es resultado del rechazo a la forma de gobernar los últimos años por el partido del ex presidente Lula da Silva: la sombra de corrupción terminó convirtiéndose en una excusa para que varios medios de comunicación, sumado a un poder judicial parcializado, motivaran a que los votantes vieran una opción en el llamado castrense al orden de Bolsonaro. No puede descartarse la tendencia mundial a la ultra-política, negación de la política con tendencias autoritarias, a veces con salida a la violencia militarizada y a la deshumanización, siguiendo la línea de Trump en Estados Unidos.

Ahora empieza el camino para la segunda vuelta de las elecciones. Este debería conocerse mejor como la apuesta por el «mal menor». Se vio en Colombia cuando sectores del electorado votaron por un candidato sin experiencia como Duque, solo para que no quedara Petro quien era demonizado como un guerrillero al poder; y en el mismo sentido muchos de los que en primera vuelta no habían votado por Petro lo hicieron en segunda para impedir que llegara Duque, quien representaba la vuelta a los tiempos del gobierno de un ex presidente que permitió los peores crímenes del paramilitarismo en el país. La discusión con Bolsonaro será similar: votar por el nuevo orden social autoritario que promete reorganizar al Estado o por la apuesta socialdemócrata que sigue utilizando a la pobreza como caballito de batalla para ganar el control de la burocracia estatal. El electorado llegará a la segunda vuelta en Brasil con una polarización que no da como resultado votar por el candidato deseado sino por el que puede vencer al que no se desea. Aunque en cada uno de los bandos electorales se ataque al otro diciendo que no entiende la realidad, hay que enfrentar los resultados: los votantes son conscientes de a quien votan, hay en disputa proyectos de sociedad.

Luego de las elecciones se mantiene la necesidad que el movimiento social se articule para darle solución a las necesidades de sus vidas. Una de las esperanzas que tiene Brasil son justamente las mujeres que se han movilizado. Ellas ya saben que al patriarcado se lo puede no solo enfrentar sino también acabar, porque sus luchas les han permitido ir a la universidad, empezar a ganar un poco más, e inclusive cuestionar la desigualdad de salarios, lograr tener derechos igualitarios como trabajadoras, y el reconocimiento del trabajo doméstico y de cuidados no remunerados. El Estado no es el único lugar donde se confronta al patriarcado, por eso seguramente los próximos años veremos las consecuencias de este movimiento en otras esferas de la vida.