El fenómeno Bolsonaro en Brasil ha desatado un gran debate entre los sectores progresistas y las «izquierdas» de América Latina. Hay que avanzar en el análisis sin caer en justificaciones, negaciones, ánimos revanchistas o espíritus moralistas, que no sirven para nada. Claro, hay que profundizar en las causas particulares y generales de todo lo ocurrido […]
El fenómeno Bolsonaro en Brasil ha desatado un gran debate entre los sectores progresistas y las «izquierdas» de América Latina. Hay que avanzar en el análisis sin caer en justificaciones, negaciones, ánimos revanchistas o espíritus moralistas, que no sirven para nada. Claro, hay que profundizar en las causas particulares y generales de todo lo ocurrido para poder reaccionar pronto y de la mejor manera. Pero, hay que recordar que «nada es perfecto en el mundo», «sorpresas nos da la vida» y «la vida no acaba aquí» [1] .
Intentaremos aportar algunos elementos en la misma dinámica del anterior artículo (http://goo.gl/xLRKWw); es decir, con una mirada de mediano plazo reconociendo la complejidad de la situación. Ello, por cuanto nuestra tesis central es que enfrentamos una crisis sistémica y no solo del capitalismo. Están en juego los fundamentos de la actual civilización humana que se basa en la economía crematística y demás componentes materiales, sociales y filosóficos que se formaron a lo largo de los siglos (concepciones y técnicas depredadoras de la naturaleza y del ser humano, relaciones sociales de explotación, formas políticas de dominación como el patriarcalismo y la democracia representativa, y la lógica lineal y formal).
Ubico cuatro aspectos en la discusión planteada: 1. ¿El ascenso de Bolsonaro es un fenómeno global o es particular (local y regional)? 2. ¿Es fruto de procesos sociales provocados por la crisis sistémica del modelo de desarrollo o es solo resultado de estrategias planeadas y ejecutadas por las élites capitalistas? 3. ¿Los líderes «proto» y «neo-fascistas» se fortalecen ante la ausencia de una propuesta trascendente y transformadora de las fuerzas democráticas o solo es resultado de errores puntuales de los gobiernos progresistas y de izquierda? 4. ¿Se debe abandonar el campo de la lucha institucional incluyendo lo electoral o hay que tratar de rectificar sobre la marcha?
En el anterior escrito quedaron planteadas unas preguntas que ahora espero responder y en medio de ese ejercicio ofrecer algunas pistas-respuestas sobre el problema que tenemos entre manos. Ellas son: ¿Qué es el Prosumidor, qué papel juega en la economía postcapitalista y cómo podemos contribuir con su desarrollo cualitativo y cuantitativo?; y, ¿Cómo las luchas sectoriales (de clase o sector social, género, edad, etnia, cultura) pueden contribuir a la superación del actual modelo de civilización o pueden servir de excusa a las propuestas conservadoras, clasistas, machistas y racistas?
El prosumidor en red colaborativa: ¿sepulturero del capitalismo?
En términos sencillos el prosumidor es el nuevo artesano del siglo XXI. Para visualizarlo sirve un ejemplo: una familia produce energía eléctrica en su casa de habitación con tecnología solar o eólica. Está conectada a la red eléctrica nacional, consume su producido, vende el sobrante y, a veces, compra la que le hace falta para cubrir un mayor consumo. Ese prosumidor integra y combina conocimiento, trabajo manual e intelectual, está vinculado al mercado, tiene una relativa autonomía y se moderniza tecnológicamente para competir-colaborar con la sociedad, con otros prosumidores o con la empresa que opera y administra la red nacional o internacional.
Ya existen en el mundo millones de personas que son prosumidores sin saberlo y actúan en muchas áreas de la producción. En el mundo híper-desarrollado aprovechan los enormes avances tecnológicos para trabajar en red, abaratar costos de producción y comparten sus productos en términos de equivalencia o en forma gratuita (Rifkin, 2014). En los países de la periferia capitalista existen cientos de miles de asociaciones de pequeños y medianos productores y consumidores que enfrentan a los grandes monopolios nacionales y transnacionales en defensa de sus bienes comunes, su territorio, producción y saberes (Ostrom, 2003).
Estos pequeños y medianos productores para convertirse en verdaderos «prosumidores en red colaborativa» requieren del apoyo estatal, pero no un apoyo paternalista y sectorial (subsidios) sino todo un plan que implique el esfuerzo y la participación de toda la sociedad (profesionales y técnicos, banca colaborativa, universidades, leyes regulatorias, gobiernos locales y regionales, etc.) para apropiarse de toda la cadena productiva (producción de materia prima, acopio, transporte, procesamiento, comercialización, consumo) en el ámbito local, nacional e internacional. Todas las luchas sectoriales deberían enmarcarse en esa dinámica socio-holística e integral. Todo derecho implica deberes; todo privilegio debilita la lucha contra los monopolios.
El crecimiento cualitativo y cuantitativo del prosumidor y de las redes colaborativas requiere de la lucha en el terreno institucional y estatal; no para acabar de un día para otro con los monopolios sino para regular las condiciones de la competencia y la interacción entre la economía precapitalista, capitalista y postcapitalista. Por ello se habla de intervención estatal pero no de planificación centralizada ni de expropiación de medios de producción. Es ya una lucha a muerte pero que se juega a mediano plazo en el terreno de la competitividad y la eficiencia no sólo económica sino también social, ambiental, cultural e institucional (Mason, 2016).
Por tanto, la lucha política por el control del Estado sigue vigente pero no para realizar «desde arriba» los cambios estructurales (anticapitalistas) o para prometer desde los gobiernos soluciones a todos los problemas que vive la humanidad (o a sus diferentes clases y sectores sociales) sino para desarrollar formas de producción que al romper con los ejes primordiales del modo de producción capitalista (separación del productor, los medios de producción y el consumo), puedan debilitar paulatinamente a los monopolios y crear condiciones para el surgimiento de nuevas relaciones sociales colaborativas en menoscabo de la competencia salvaje e irracional. Y de hecho, ir desmontando la sociedad patriarcal.
En esa lucha ya estamos involucrados pero nos falta ser más conscientes del terreno que pisamos y de las posibilidades que tenemos para impulsar acciones organizadas por fuera y por dentro de la institucionalidad «heredada». Esa «nueva» perspectiva nos permite, además, mejorar la acción política y perfeccionar los objetivos de la lucha institucional que no tenemos por qué abandonar a ningún nivel. Al tener una mirada de mediano plazo podemos darle una función más modesta pero más efectiva a esa participación en el «aparato estatal», luchando sin tanta retórica épica por imponer mínimos principios de ética, honestidad y eficiencia administrativa.
De esa manera, los más esclarecidos dirigentes del movimiento social y democrático no tienen porqué involucrarse en funciones «administrativas» y «estatales»; esa función específica se le puede encargar a burócratas especialistas, no elegidos sino designados con base en criterios operativos y en condiciones similares a las de otros trabajadores técnicos. Hay que desmitificar el Estado volviendo sobre los pasos de los inventores griegos de la democracia, ahora que tenemos todas las herramientas tecnológicas y comunicativas para recuperar el papel de decisión y control del ágora societal (control social). Significa invertir la lógica de la democracia representativa y abrir espacios a la participación social.
No es una idea nueva, Marx la planteó en 1871 y los bolcheviques rusos la aplicaron pero -desgraciadamente- perdieron el rumbo cuando se «enamoraron» y fueron cooptados por el «Estado heredado», después de 1917. Hay que revisar esa experiencia y retomar la senda «desde abajo».
El debate sobre Bolsonaro, el proto-neo-fascismo y las propuestas trascendentes
La mayoría de los analistas que he podido leer y revisar basan sus análisis en las particularidades de Brasil y de América Latina. El peso de la herencia colonial e imperial sobre la sociedad brasileña; la manera «no frontal» como se pasó de la dictadura a la democracia; la estrategia del imperio estadounidense para no perder su control sobre este estratégico país; la decisión de las élites dominantes de romper el pacto social construido con el «lulismo» desechando la democracia como terreno para tramitar los conflictos; la reacción anti-establecimiento y anti-política acumulada en amplios sectores sociales, principalmente entre las clases medias; la identificación de las luchas de diversos sectores sociales (indígenas, negros, habitantes pobres de barrios populares, mujeres, homosexuales, etc.) con el desorden y la inseguridad, ubicándolos como obstáculos al progreso, cargas para la sociedad y amenazas para la moral, la propiedad privada y la familia tradicional; la incapacidad de las fuerzas progresistas en el gobierno de romper con el pacto con la burguesía y avanzar hacia una verdadera democratización del país; el papel de los medios de comunicación para construir un relato anti-petista que finalmente fue canalizado por Bolsonaro. Alguien habla de un posible fraude electoral, parcial y no decisorio.
Todas estas razones pueden ser válidas para el caso de Brasil y América Latina. No obstante, pienso que el fenómeno Bolsonaro hace parte de un proceso global que asume formas concretas de acuerdo a las particularidades de cada país y/o región. Es evidente que existe una reacción importante y global de amplios sectores sociales afectados (algunos arrasados) por la globalización neoliberal que no han encontrado soluciones o atención en las propuestas progresistas y de izquierda. El Brexit, Trump y otros procesos «nacional-populistas» tienen bases sociales «anti-globalización neoliberal» y Brasil no es la excepción. Pienso que para avanzar hay que resolver las preguntas centrales del momento: ¿Por qué las fuerzas progresistas, democráticas y de izquierda -en este instante- no logran competir y derrotar a las propuestas y acciones de la ultraderecha proto-neo-fascista? ¿Tenemos efectivamente una respuesta a la crisis sistémica del capitalismo que sea viable y creíble para las mayorías planetarias? ¿Los errores cometidos por los gobiernos progresistas de América Latina son puntuales y corregibles en el corto plazo o se requiere una revisión de fondo de nuestra concepción filosófica, ideológica, política, metodológica y práctica?
En la primera parte de este escrito creo haber desarrollado algunas ideas que tienen que ver con ciertos voluntarismos detectados y con la creencia de que el «Estado heredado» es la herramienta principal para impulsar los cambios estructurales que la sociedad necesita, desconociendo anteriores experiencias (positivas y negativas) de los trabajadores y de los pueblos a lo largo de los últimos 200 años. Sin embargo, creo que el tema está abierto y en desarrollo. Pienso que nuestros «relatos socialistas y/o comunistas» no ofrecen una narrativa trascendente (espiritual) que convenza y arrastre a las grandes mayorías de la humanidad. Tampoco la propuesta progresista logró enfrentar los retos del momento. El miedo y el odio por ahora nos ganan la partida; las iglesias y los fanatismos conservadores, clasistas, racistas, xenófobos, homófobos y machistas nos llevan la delantera. El momento nos exige una reflexión más profunda y un replanteamiento general.
Existen importantes «bolsones de resistencia» que están construyendo en la práctica y en la teoría nuevas alternativas para responder a la crisis de civilización que vivimos. Se requiere diseñar una estrategia para juntarlas y potenciarlas. Algunos caminos se cierran y otros se abren. ¡Todo es posible si nos lo proponemos!
Nota
[1] Títulos o partes de letras de conocidas canciones de nuestro folklor musical.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.