Las elecciones presidenciales brasileñas tienen al mundo entero discutiendo sus implicaciones, no sólo por la importancia de Brasil y su peso en la economía mundial y latinoamericana, sino por las implicaciones impredecibles de la muy probable victoria del candidato Jair Bolsonaro. Sin tapujo alguno, Bolsonaro expresa un proyecto político que se proclama: misógino, homofóbico, racista, […]
No es la versión «tropical» de Donald Trump, sino algo mucho peor. Para encontrar referentes con que comparar a Bolsonaro muchos han tenido que remitirse a Adolfo Hitler y a Benito Mussolini. Así de grave es la cosa. Como ellos, Bolsonaro apela al descontento popular, en especial de las capas medias de la sociedad, incluyendo segmentos de la clase obrera, les señala algunos supuestos responsables (migrantes, favelianos y el propio Partido de los Trabajadores) y les promete «orden».
La irrupción del fenómeno Bolsonaro y su impresionante respaldo popular ha sorprendido hasta a los más duchos analistas políticos, que debaten todo tipo de explicaciones y respuestas posibles. Uno de ellos es el ampliamente conocido marxista argentino, Atilio Borón, quien ha dedicado varios artículos al tema, pero queremos referirnos a uno de ellos, con el que deseamos hacer una especie de «diálogo virtual»: «Bolsonaro: tres hipótesis y una sospecha«.
Atilio Borón atribuye el vuelco del electorado popular hacia el proyecto derechista de Bolsonaro a un problema de conciencia producido por el supuesto de que las políticas sociales del PT al «sacar de la pobreza» a millones de familias, éstas adquirieron una especie de conciencia falsa de tipo consumista (¿pequeñoburguesa?) perdiendo la conciencia comunitaria y solidaria que tenían antes como pobres, antes de ser redimidos por el PT y cuando votaban por éste partido.
En general, toda la intelectualidad de los partidos reformistas, populistas o progresistas, encarados ante la crisis de estos proyectos, tan robustos hasta hace 5 años, tienden a cargar las culpas sobre una especie de conciencia inmadura de los sectores populares y señalan que la tarea está en «seguir educando».
De esta manera, estas vertientes políticas eluden cualquier autocrítica de las políticas del «progresismo». Escurren el bulto y le echan la culpa a la inmadurez de las masas. Al respecto ya hemos escrito en «La crisis del progresismo y la ofensiva de la derecha en Latinoamérica«.
Muy resumidamente queremos responder al enfoque de Borón con las siguientes ideas:
- El fenómeno Bolsonaro, al igual que Hitler, Mussolini, Trump y otros es un producto de la grave crisis del sistema capitalista y el alto sufrimiento que está produciendo esta crisis en buena parte de la humanidad con pobreza, desempleo, bajos salarios, inseguridad, migraciones forzadas de millones de personas (como lo de Honduras) y hambre. Constituye una búsqueda desesperada de una salida a la crisis del sistema por parte de un sector de las masas.
- En algunos casos, sobre todo cuando ya ha gobernado el «progresismo» o la socialdemocracia (Europa), y fracasado en resolver la crisis, el fenómeno se expresa como voto a la ultraderecha. Pero cuando no ha gobernado hay vuelcos a la izquierda. Por ejemplo, la reciente victoria de López Obrador en México, o la buena votación al congreso obtenida por el Partido Socialismo y Libertad (PSOL) en Brasil en el primer turno de estas elecciones.
- Ante la falta de salidas a este sistema que agobia sus vidas, las personas se aferran a cualquier propuesta que les dé algo de esperanzas, desde la religión hasta un carismático fascista que con el dedo les señala unos chivos expiatorios a quienes responsabilizar: la «ideología de género», los inmigrantes, los chavistas, etc. Hitler culpaba a los comunistas y judíos, y la mayoría del pueblo alemán le creía.
- El cambio del electorado que hace un par de lustros confió en el PT, Lula y Dilma, para el caso brasileño, y ahora lo hace en Bolsonaro, no se debe al «éxito» de la política social de los gobiernos petistas, «que sacaron de la pobreza a millones», sino todo lo contrario: es una prueba del fracaso del reformismo petista que no resolvió ningún problema de fondo y, por el contrario, quedó embarrado en la trampa de la corrupción. Si fuera como dice Borón, sucedería todo lo contrario a lo que señala: la gente seguiría votando por sus benefactores.
- Veinte años después de diversos tipos de regímenes «progresistas» en América Latina, el resultado es que: seguimos siendo la región con mayor desigualdad social del planeta, seguimos siendo países dependientes mono exportadores, sustentados sobre las rentas de las exportaciones de algún tipo de materias primas, las oligarquías tradicionales siguen ostentando el mismo o mayor grado de control económico y político.
- Los programas sociales (transferencias, como las llama el Banco Mundial), han sido solo un paliativo a la pobreza, pero no han modificado en absoluto las condiciones de vida, por ello es falso decir que se sacó a esas personas de la pobreza. Se les ayudó a sobrellevar la pobreza, que no es lo mismo.
- Los pueblos convertidos en electores buscan afanosamente una tabla de salvación frente a las desesperantes condiciones de vida que impone este capitalismo en decadencia. Los límites del «progresismo» han consistido en su incapacidad para romper los diques de la desigualdad y la explotación capitalista.
- Mientras hubo crecimiento económico, por los buenos precios de las materias primas, en especial el petróleo, el Estado dirigido por partidos progresistas tuvo suficiente para programas sociales y la acumulación capitalista. Había la falsa ilusión de que se podía hacer un «capitalismo más humano».
- Ahora que los precios de las exportaciones se fueron a pique y se vino el déficit fiscal el imperialismo financiero impone los «ajustes», los recortes de las ayudas sociales, para volcar todo lo posible a la ganancia empresarial. Se acabó la ilusión, vuelve el capitalismo descarnado. Ahora se evidencia que no ha cambiado nada y la situación de las mayorías sigue siendo desesperada. Eso lleva a los electores a buscar otras alternativas, especialmente aquellas muy apoyadas en los poderosos medios de comunicación, como Bolsonaro.
- Tal vez constituya una perogrullada, pero hay que decirlo: la única manera de enfrentar eficazmente a la extrema derecha y la burguesía que la sustenta es construyendo proyectos políticos anticapitalistas y, cuando se es gobierno, atreverse a la nacionalización de la banca, la gran industria y el comercio exterior apoyados en la movilización de la clase trabajadora organizada. Porque la alternativa sigue siendo «socialismo o barbarie» (Rosa Luxemburgo). La barbarie de este capitalismo decadente.
- Lo que ha fracasado y ha permitido el éxito de Bolsonaro es apostar por una política de conciliación con la burguesía, en los marcos de una democracia burguesa representativa y controlada. Dándole a los trabajadores algunas ayudas sociales para no tocar el corazón del capitalismo. Ese sistema fue estable sólo en tiempos de bonanza capitalista, como en la fase del boom de la postguerra, sobre el que se sustentaron los gobiernos de la socialdemocracia europea, alternándose con liberales y socialcristianos. Pero en un momento de crisis profunda del capitalismo la lucha de clases, la lucha por la renta nacional se dirime en la imposición de una de las dos clases sociales: o a través de un gobierno represivo de la burguesía, o a través de una verdadera revolución socialista obrera.
- Hoy es más acuciante que nunca la construcción de alternativas políticas consecuentemente anticapitalistas, con dirigentes honestos y probados, sin las máculas de la corrupción. Pero un prerrequisito de esto es un balance autocrítico de la fase populista o progresista anterior sin escurrir las responsabilidades políticas de los dirigentes, ni cargarlas sobre las espaldas de los sufridos pueblos.
- Por supuesto, al margen de las diferencias que pueda haber, la tarea inmediata es procurar evitar el triunfo electoral de Bolsonaro, que puede terminar liquidando las conquistas democráticas del pueblo brasileño una vez que haya ganado, tal y como hizo Hitler en 1933. Lo cual requiere la unidad de fuerzas populares y democráticas, en torno al voto crítico a Fernando Haddad en la segunda vuelta. Voto crítico.