La muerte de Osvaldo Bayer ha generado una oleada de recordatorios, a los cuales ni se me ocurrió sumarme, pensando, como siempre, que «ya todo estaba dicho» o que en todo caso, a quien le podría interesar otra recordatoria más. Y sin embargo, repensándolo, a las 48 horas, leyendo algunas despedidas, me di cuenta que […]
La muerte de Osvaldo Bayer ha generado una oleada de recordatorios, a los cuales ni se me ocurrió sumarme, pensando, como siempre, que «ya todo estaba dicho» o que en todo caso, a quien le podría interesar otra recordatoria más.
Y sin embargo, repensándolo, a las 48 horas, leyendo algunas despedidas, me di cuenta que probablemente tenga yo algo que decir, por lo menos algo de todo lo que nunca queda dicho.
Así que tejo aquí algunos hilos con el Osvaldo que conocí, que modificó mi vida.
Conocía a Osvaldo siendo lector de Los Vengadores de la Patagonia trágica. Y en 1975, estando yo trabajando en una editorial que empezaba a conocer las amenazas de los «comandos restauradores», vi que por las condenas de muerte para los de las listas negras de la Triple A, Osvaldo, como muchos otros, optaban por el exilio.
Peculiar el de Osvaldo, reencontrándose con sus raíces teutonas, instalándose precisamente en la tierra de sus padres.
Poco después, con la dictadura instalada a pleno en Argentina, me tocó iniciar mi propio exilio. Por la prensa anarquista me enteré de un largo reportaje de la revista inglesa Freedom a Osvaldo. Allí, en inglés, obviamente, Osvaldo narra su encuentro con Che Guevara. 1960. Momento que se vivió como eclosión revolucionaria. Junto con otros argentinos y argentinas -esto no es política de inclusión de género− participó de una visita no turística a Cuba cuyo objetivo principal era conocer al compatriota. Osvaldo cuenta el embeleso de todas o casi todas las visitantes ante la gallarda figura. Que todos esperan ansiosamente hasta que hace su ingreso a la sala donde la delegación argentina espera. Osvaldo cuenta que el Che no se sienta, al contrario deambula entre mesas y sillas y plantea el qué hacer. Hay que armarse para luchar; cuando dos o tres se decidan, se trata de sorprender a un policía en la calle, inmovilizarlo y arrebatarle el arma. Una vez, dos veces. Teniendo ya un par de pistolas, el núcleo revolucionario se puede plantear copar un pequeño destacamento, de uno o dos policías. Y así, progresivamente, a medida que el grupo se nutra con nuevos ingresos y más armas arrebatadas, se podrán encarar objetivos mayores y más difíciles, hasta estar en condiciones de enfrentar a militares…
Osvaldo cuenta que lo escucha y no puede dar crédito a la fábula. Entonces, en el medio del silencio arrobado, sobre todo de las mujeres, Osvaldo ensaya una pregunta, la pregunta típica de un país futbolero; ¿Y los contrarios, no juegan?
Osvaldo cuenta que desde su altura, el Che lo miró y le contestó displicente: −son todos mercenarios. Con lo cual cerró el debate. Que nunca tuvo lugar. Porque recordaba que fue la única pregunta del encuentro. El reportaje de Freedom fue de 1979.
Pasaron los años y Osvaldo y tantos otros, como yo, terminamos el exilio.
En uno de mis últimos intentos de publicar en Suecia había yo escrito (en sueco) «Mito y realidad de El Hombre Nuevo» y enviado a la revista de cultura Fenix. Y cuando me iba del país que tan cálidamente me acogiera (valga la paradoja climática), sin haber logrado que lo publicaran, otro refugiado, paraguayo, que había aplicado sus energías en Holanda al Instituto de Historia Social, de Amsterdam, me recomendó muy entusiastamente que me pusiera en contacto con Osvaldo Bayer, regresado a Buenos Aires. Que realmente valía la pena, insistió.
Así que reinstalado yo a mi vez en Buenos Aires, usé los datos de mi amigo y le alcancé a Osvaldo Bayer mi miniensayo, sobre el Hombre Nuevo.
Pasó un año. Sin noticia alguna. Y un buen día, ya debíamos estar con la URSS en harapos, me llega devuelto el sobre con «Mito y realidad…» Miré atentamente. Prolijamente cerrado. No sabía si había llegado a leerlo o no. De cualquier modo, no había comentario alguno.
Pese a la anécdota recordada en Freedom, tuve la impresión que Osvaldo se encuadraba en la izquierda, las izquierdas, duras y puras; ciegas, sordas, mudas.
En 1993, Osvaldo inaugura la primera cátedra (libre) de derechos humanos en las universidades argentinas. Un mojón histórico.
Yo le había perdido la pisada. Y en 1998, Osvaldo me convoca para cubrir el área de Ecología en la cátedra que él preside. Sorpresa mayúscula (y no sólo mía, sino de otros que contaban ser «elegidos» para tal tarea).
Lo que yo imaginaba frialdad, que «me habría cortado el rostro» ante un texto incómodo o impresentable, no se compaginaba con esta invitación donde con mucha simpatía, ponderaba mi labor. Me dijo simplemente que leía mis artículos sobre ecología.
La noción de hombre nuevo, como la misma URSS, habían quedado atrás [1] … estábamos en 1998.
Cuando años después, me decidí a preguntarle por el destino de «Mito y realidad del hombre nuevo» (que por cierto permanecía, y permanece, inédito), no tuve respuesta. Evidentemente, no le interesaba comentar el punto.
Trabajando juntos, y conociendo ahora los reportajes que a menudo le hacían en Argentina, más de una vez le propuse que sacara a luz su experiencia cubana, con el Che en 1960. A mi modo de ver, revelaba un grado de madurez que Osvaldo con sus 33 años entonces, ya tenía (por algo había quedado solo entre veinteañeros y veinteañeras deslumbrados durante aquella visita).
Nunca comentó mis expectativas, pero años, muchos años después, apareció aquella visita de 1960 en sus entrevistas argentinas. Sentí que había dado como un paso político.
Me parece que fue luego que sufriera la «degradación» que le impusiera Hebe de Bonafini retirando su nombre del café de Madres de Plaza de Mayo y seguramente luego que se tuviera que retirar, en un mar de hostilidad, de la Universidad de la misma organización.
En la lista extensísima de tomas de posición que tuvo Osvaldo, siempre del lado de los perseguidos, recuerdo una particularmente, enfrentando con mucha valentía los sentimientos patrios de argentinos y chilenos: reivindicar el territorio patagónico cis- y trasandino para los mapuches.
Tuve el inmenso honor de tener un prólogo suyo para mi libro Futuros: contra una visión autoindulgente del desastre planetario.
Se solidarizó, como con tantos antes, con un perseguido desaparecido en democracia: Santiago Maldonado, lo cual habla de su enorme compromiso.
Su hijo Esteban a la hora de su muerte lo presenta tal cual vivía y estaba en el último tiempo, con la bonhomía y los proyectos de siempre, y sus cuentas pendientes, como dice su hijo, para debatir con di Giovanni o el Gallego Soto o Wilkens…
Lo había visto hace 4 o 5 meses. Lamento estar ahora lejos; lejos de Marcelo, su «sucesor» en la cátedra, y de tantos otros compañeros, a quienes ahora apenas saludo con estas líneas.
Notas
[1] Salvo para las paredes de la facultad. Donde seguían proliferando con igual virulencia que antes los carteles y afiches de ‘poder rojo’, ‘poder proletario’, ‘dictadura de clase’ y otras consignas y consignismos.
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