«Animada por su éxito reciente, la extrema derecha controla en la actualidad los resortes del poder en Washington. La alternativa que se ofrece está clara: o bien se acepta la hegemonía de EEUU y el ‘liberalismo’a ultranza que promueve -y que significa poco más que una exclusiva obsesión por hacer dinero- o se rechazan ambos. […]
«Animada por su éxito reciente, la extrema derecha controla en la actualidad los resortes del poder en Washington. La alternativa que se ofrece está clara: o bien se acepta la hegemonía de EEUU y el ‘liberalismo’a ultranza que promueve -y que significa poco más que una exclusiva obsesión por hacer dinero- o se rechazan ambos. En el primer caso, estaremos dando a Washington vía libre para ‘rediseñar’ el mundo a imagen de Texas. Solo eligiendo la segunda opción podremos ser capaces de hacer algo para contribuir a la reconstrucción de un mundo que sea esencialmente plural, democrático y pacífico».
Hoy, EEUU está gobernado por una junta de criminales de guerra que llegaron al poder a través de une especie de golpe [de Estado]. Aquel golpe pudo haber estado precedido por unas (dudosas) elecciones: pero no debemos olvidar que Hitler fue igualmente un político elegido. En esta analogía, el 11 de septiembre cumple la función del «incendio del Reichstag» [1], permitiendo a la Junta garantizar sus poderes de fuerza policial similares a aquellos de la Gestapo. Tienen su propio Mein Kampf -la Estrategia de Seguridad Nacional [2]-, sus propias asociaciones de masas -las organizaciones patrióticas- y sus propios predicadores [3]. Es vital que tengamos el coraje de decir esas verdades y de dejar de enmascararlas en frases como «nuestros amigos estadounidenses» que han dejado de tener significado.
La cultura política es el producto a largo plazo de la Historia. Como tal, es obviamente específica de cada país. La cultura política estadounidense es claramente distinta de lo que ha emergido en la historia del continente europeo: mediante el establecimiento de Nueva Inglaterra por sectas protestantes extremistas se ha configurado el genocidio de los pueblos indígenas del continente, la esclavitud de los africanos y la emergencia de comunidades segregadas por sus especificidades étnicas como resultado de sucesivas oleadas migratorias durante el siglo XIX.
La modernidad, el secularismo y la democracia no son el resultado de una evolución en las creencias religiosas o siquiera revolucionarias; por el contrario, es la fe la que ha tenido que ajustarse para satisfacer las exigencias de estas nuevas fuerzas. Este ajuste no se ha producido exclusivamente en el protestantismo; tuvo el mismo impacto en el mundo católico aunque de modo distinto. Se creó un nuevo espíritu religioso, liberado de todo dogma. En ese sentido, no fue la Reforma la que otorgó la precondición para el desarrollo capitalista, aunque la tesis de Weber ha sido ampliamente aceptada en las sociedades protestantes de Europa, que fueron favorecidas por la importancia que les dio. Tampoco la Reforma representa interpretaciones tempranas del cristianismo; al contrario, la Reforma fue simplemente la más primitiva y confusa forma de una ruptura.
Un aspecto de la Reforma fue el trabajo de las clases dominantes conducidas por la creación de iglesias nacionales (anglicana o luterana) controladas por dichas clases. Como tales, esas iglesias representaron un compromiso entre la burguesía emergente, la monarquía y los grandes terratenientes, a través del cual pudieron acorralar la amenaza que representaban los pobres y los campesinos.
Marginar con eficacia la idea católica de universalidad estableciendo iglesias nacionales sirvió, en particular, para reforzar el poder de la monarquía, fortaleciendo su autoridad como árbitro entre las fuerzas del Antiguo Régimen y aquéllas de la burguesía ascendiente, y reforzar el nacionalismo de esas clases, retrasando, con ello, la emergencia de nuevas formas de universalismo que serían promovidas más tarde por el socialismo internacionalista.
Sin embargo, otros aspectos de la Reforma fueron conducidos por las clases más bajas que eran las principales víctimas de las transformaciones sociales provocadas por el nacimiento del capitalismo. Esos movimientos recurrieron a formas de lucha tradicionales derivadas de los movimientos milenaristas de las Edad Media. Como resultado, lejos de abrir el camino, estuvieron predestinadas a retrasar las necesidades de su tiempo. Las clases dominantes tendrían que esperar hasta la Revolución Francesa -y a sus formas de movilización democrática, popular, laica y radical- y al advenimiento del socialismo para hallar vías [que permitieran] articular efectivamente sus exigencias al respecto de las nuevas condiciones en las que vivían. Los primeros grupos protestantes modernos, por el contrario, se cimentaron en ilusiones fundamentalistas y ello, en cambio, favoreció la réplica infinita de sectas esclavas del mismo tipo de visión apocalíptica que prolifera actualmente en EEUU.
Las sectas protestantes que se vieron obligadas a emigrar en el siglo XVII desde Inglaterra habían desarrollado una forma de cristianismo diferenciado tanto del catolicismo como del dogma ortodoxo. Por ello, su imagen del cristianismo no era compartida siquiera por la mayoría de los protestantes europeos, incluidos los anglicanos, de donde emergió la mayoría de la clase gobernante británica. En términos generales, podemos decir que la genialidad esencial de la Reforma fue reclamar el Antiguo Testamento que había sido marginado por el catolicismo y la Iglesia Ortodoxa cuando definieron al cristianismo como una ruptura con el Judaísmo. Los protestantes resituaron al cristianismo en su lugar como sucesor legítimo del Judaísmo.
Legitimidad bíblica
La particular forma de protestantismo que hallo su vía en Nueva Inglaterra sigue configurando la ideología estadounidense en la actualidad. Primero, facilitó la conquista del «Nuevo Continente», instruyendo su legitimidad en base a referencias bíblicas (la referencia bíblica de la violenta conquista de Israel de la «Tierra Prometida» es un tema constantemente reiterado en el discurso de EEUU). Más tarde, EEUU extendió su misión encomendada por Dios hasta abarcar el mundo en su totalidad. Por ello, los estadounidenses han comenzado a verse a sí mismos como el «pueblo elegido» (en la práctica, un sinónimo del término nazi Herrenvolk). Esta es la amenaza a la que hacemos frente en la actualidad. Y por ello el imperialismo estadounidense (y no el Imperio) será incluso más brutal que sus predecesores, la mayoría de los cuales nunca reivindicaron estar investidos por una misión divina.
No estoy entre los que creen que el pasado solo puede repetirse. La Historia transforma a los pueblos. Eso es lo que ha pasado en Europa. Sin embargo, desgraciadamente, la historia de EEUU, lejos de trabajar por la erradicación de sus horribles orígenes, ha reforzado aquel horror y ha perpetuado sus efectos. Ello es así tanto para la «Revolución americana» como para la colonización del país mediante sucesivas olas migratorias.
A pesar de los intentos actuales de promover sus virtudes, la «Revolución americana» no fue más que una limitada guerra de independencia bastante desprovista de cualquier dimensión social. En ningún caso en el curso de su revuelta contra la monarquía británica intentaron los colonos americanos transformar las relaciones económicas y sociales: simplemente rechazaron seguir compartiendo los beneficios con las clases gobernantes de la metrópoli. Querían el poder para sí mismos no para cambiar las cosas sino para seguir haciéndolas igual -aunque con más determinación y mayores márgenes. El objetivo prioritario era proceder a la colonización del Oeste que implicaba, entre otras cosas, el genocidio de los americanos nativos. Igualmente, los revolucionarios nunca cambiaron la esclavitud. De hecho, la mayoría de los líderes revolucionarios eran propietarios de esclavos y sus prejuicios sobre esta cuestión se demostraron inquebrantables.
El genocidio de los nativos americanos estaba implícito en la lógica de la nueva elección de la misión divina para los pueblos. Su masacre no puede ser condenada simplemente sobre la base de la moral de un pasado arcaico y distante. Hasta 1960, el acto del genocidio se proclamaba bien abierta y orgullosamente. Las películas de Hollywood oponían al bien de los cowboys el diablo nativo americano, y esta tergiversación del pasado ha sido central en la educación de sucesivas generaciones.
Lo mismo ocurre con la esclavitud. Tras la independencia, tuvo que pasar cerca de un siglo antes de que la esclavitud fuera abolida. Y a pesar de las demandas de la Revolución Francesa en el sentido contrario, cuando se produjo el hecho de la abolición no tuvo nada que ver con la moralidad (solo se produjo porque la esclavitud ya no servía a la causa de la expansión capitalista). Así, los afro-americanos tendrían que esperar otro siglo para que se les concediese unos mínimos derechos civiles. E incluso entonces, el racismo profundamente arraigado de las clases dirigentes ha sido difícilmente desafiado. Hasta la década de los 60 el linchamiento siguió siendo un hecho habitual que procuraba un pretexto en los pic-nics familiares. De hecho, la práctica del linchamiento persiste en la actualidad, de modo más discreto e indirecto, en las vías de un sistema judicial que envía a miles de personas a la muerte (la mayoría afro-americanos) a pesar del conocimiento general de que al menos la mitad de los condenados son inocentes.
Migración e individualismo
Las sucesivas olas de inmigración han ayudado igualmente al reforzamiento de la ideología estadounidense. Los inmigrantes no son en modo alguno responsables de la miseria y la opresión que causan sus exilios. Dejan su tierra como víctimas. Sin embargo, la emigración significa igualmente la renuncia a la lucha colectiva para cambiar las condiciones en sus países de origen; cambian su sufrimiento por la ideología individualista del país receptor desarraigándose. Este cambio ideológico sirve igualmente para retrasar la emergencia de la conciencia de clase que escasamente tiene tiempo a desarrollarse antes de que una nueva oleada de inmigrantes llega para ayudar a abortar su expresión política. Desde luego, la migración contribuye también al «fortalecimiento étnico» de la sociedad estadounidense. La noción de «éxito individual» no excluye el desarrollo de fuertes comunidades étnicas de apoyo (irlandesa, o italiana, por ejemplo) sin las que el aislamiento individual resultaría insoportable. Sin embargo, también en esto, el fortalecimiento de identidades étnicas es un proceso que el sistema estadounidense cultiva únicamente para recuperarlo ya que debilita inevitablemente la conciencia de clase y la ciudadanía activa.
Así, mientras el pueblo de París se estaba preparando para «asaltar el cielo» (según la Comuna de 1871), las ciudades de EEUU proporcionaron el escenario para una serie de guerras asesinas entre bandas formadas por generaciones sucesivas de pobres emigrantes (irlandeses, italianos, etc.) cínicamente manipulados por las clases dirigentes.
Hoy en EEUU no hay un partido de los trabajadores ni lo ha habido nunca. Los poderosos sindicatos de trabajadores son apolíticos en su más amplio sentido del término. No tienen vínculos con partido alguno con el que puedan compartir y expresar sus preocupaciones; ni han sido nunca capaces de articular una visión socialista propia. Por el contrario, suscriben, como todo el mundo, la ideología liberal dominante que de este modo permanece incontestada. Cuando luchan, lo hacen sobre la base de una agenda limitada y concreta que en modo alguno cuestiona el liberalismo. En este sentido, eran y siguen siendo posmodernistas.
Sin embargo, para las clases trabajadoras, las creencias comunitarias no pueden proporcionar un substituto a la ideología socialista. Ello es cierto incluso para los afro-americanos, la comunidad más radical de EEUU, ya que la lucha de ideologías comunitarias está, por definición, limitada a la lucha contra el racismo institucionalizado. Uno de los aspectos más desatendidos de las diferencias entre las ideologías europeas (en su diversidad) y la ideología estadounidense es el impacto de la Ilustración en su desarrollo. Sabemos que la filosofía de la Ilustración fue la cuestión decisiva para el lanzamiento de la creación de las culturas e ideologías modernas de Europa y su impacto sigue siendo considerable hasta hoy, no solo en los centros del desarrollo capitalista, bien sean católicos (Francia) o protestantes (Gran Bretaña y Holanda), sino también en Alemania y Rusia.
Ello contrasta con EEUU, donde la Ilustración tuvo solo un impacto marginal que atrajo únicamente a una minoría aristocrática (y favorable a la esclavitud) [representada] en ese grupo encarnado en la posteridad por Jefferson, Madison y unos pocos más. En general, las sectas de Nueva Inglaterra fueron indemnes al espíritu crítico de la Ilustración y su cultura permaneció más próxima a las Brujas de Salem que al impío racionalismo de las Luces.
Los frutos de ese rechazo emergieron cuando la burguesía yanqui llegó a la mayoría de edad. En Nueva Inglaterra emergió una creencia simple y errónea que mantenía que la Ciencia (es decir, las ciencias puras, como la Física) deberían determinar el destino de la sociedad -una opinión que ha sido ampliamente compartida en EEUU durante más de un siglo, no solo entre la clase dirigente, sino también entre la gente común.
La substitución de ciencia por religión explica algunos de los rasgos sobresalientes de la ideología estadounidense. Explica por qué la filosofía es tan insignificante, porque ha sido reducida al empirismo más reductor. Explica igualmente el frenético esfuerzo de reducir las ciencias humanas y sociales a ciencias puras (es decir, duras): así, la Economía pura ocupa el lugar de la Economía política y la ciencia de los genes reemplaza a la Antropología y la Sociología. Esta última y desafortunada aberración proporciona otro punto de conexión entre la ideología estadounidense contemporánea y la ideología nazi que ha sido favorecido sin duda por el profundo racismo que recorre toda la historia de EEUU. Otra aberración causada por esta peculiar visión de la ciencia es una debilidad por la especulación cosmológica (de la cual la teoría del Big-Bang es el ejemplo más conocido).
Entre otras cosas, la Ilustración nos enseñó que la Física es la ciencia [que estudia] ciertos aspectos limitados del universo que han sido distinguidos como objetos de investigación, no la ciencia del universo en su totalidad (que es un concepto metafísico más que científico). A este nivel, el sistema de pensamiento estadounidense está más cerca de los intentos pre-modernos de reconciliar la fe y la razón que de la tradición científica moderna. Esta visión regresiva fue perfectamente adaptada a los propósitos de las sectas protestantes de Nueva Inglaterra y al tipo de sociedad religiosa omnipresente que produjeron. Como sabemos, es este tipo de regresión lo que hoy amenaza a Europa.
Democracia y mercado
Estos dos factores que configuran la formación histórica de la sociedad estadounidense -una ideología bíblica dominante y la ausencia de un partido de los trabajadores- se han combinado para producir una situación completamente nueva: un sistema regido de facto por un único partido, el partido del capital.
Los dos segmentos que integran este partido comparten la misma fórmula fundamental del liberalismo. Ambos dirigen únicamente la minoría que participa en este tipo de democracia truncada e impotente (un 40% del electorado). Como la clase trabajadora, por regla general, no vota, cada segmento del partido tiene su propia clientela de clase media para la cual ha ajustado su discurso. Ambos han esculpido su propio electorado compuesto de ciertos segmentos de intereses capitalistas (lobbies) y grupos de apoyo comunitarios.
La democracia estadounidense actual constituye el modelo avanzado de lo que yo he denominado «democracia de baja intensidad». Su funcionamiento está basado en la separación total entre la gestión de la vida política a través de la práctica de la democracia electoral y la gestión de la vida económica que está gobernada por las leyes de la acumulación de capital. Más aún, esta separación no está sujeta a forma alguna de cambio radical; forma parte de lo que puede ser denominado el consenso general. Sin embargo, es esa misma separación lo que destruye efectivamente todo el potencial creativo de la democracia política. Castra las instituciones representativas (parlamentos y otras) que de manera impotente están rendidas por su sumisión al mercado y a sus dictados. En este sentido, la elección entre votar a los demócratas o a los republicanos es en el fondo fútil porque lo que determina el futuro del pueblo estadounidense no es el resultado de las preferencias electorales sino las variaciones de los mercados financieros y de otros mercados.
Como resultado, el Estado estadounidense existe exclusivamente para servir a la economía, es decir, al capital, al que obedece enteramente abandonando las cuestiones sociales. El Estado puede funcionar de este modo por una razón primordial: porque el proceso histórico que formó la sociedad estadounidense ha bloqueado el desarrollo de una conciencia política de las clases trabajadoras.
Ello contrasta con los Estados europeos que han sido (y pueden convertirse de nuevo en) el foro obligado en el que se han desarrollado las confrontaciones entre los grupos con intereses sociales. Es por ello que los Estados europeos favorecen los compromisos sociales que se invierten en prácticas democráticas con significado real. Cuando la lucha de clases y otras luchas políticas no fuerzan al Estado a funcionar de este modo, cuando no pueden seguir siendo autónomas frente a la lógica exclusiva de la acumulación del capital, la democracia se convierte en un ejercicio completamente inútil, como ocurre en EEUU.
La combinación de una práctica religiosa dominante -y su explotación por medio del discurso fundamentalista- con la ausencia de conciencia política entre las clases oprimidas, da al sistema político de EEUU un margen de maniobra sin precedentes, a través del cual puede destruir el impacto potencial de las prácticas democráticas y reducirlas a rituales benignos (la política como un entretenimiento, la inauguración de campañas electorales con animadores, etc.).
Ideología y capital
No obstante, no debemos dejarnos engañar. No es la ideología fundamentalista la que ocupa el puesto dirigente y la que impone su lógica a los reales detentadores del poder: el capital y sus siervos del gobierno. Es el capital y solo él quien toma todas las decisiones y únicamente cuando lo ha hecho moviliza la ideología estadounidense para que sirva a su causa. Los medios que se despliegan -el uso sistemático y sin precedentes de la desinformación- pueden entonces servir a sus propósitos aislando a los críticos y sujetándolos a una forma permanente y odiosa de chantaje. De este modo, el sistema puede manipular fácilmente a la «opinión pública» cultivando su estupidez.
Gracias a este contexto, la clase dirigente estadounidense ha desarrollado una especie de cinismo total envuelto en una carcasa exterior de hipocresía que resulta perfectamente transparente a los observadores exteriores pero de algún modo invisible a los propios pueblos estadounidenses. El régimen está bastante satisfecho de recurrir a la violencia, incluso en sus formas más duras, cuando quiera que surge la necesidad. Todos los activistas radicales estadounidenses saben esto demasiado bien; las únicas opciones que tienen abiertas son renunciar, o ser un día asesinados.
Como todas las ideologías, la estadounidense es «cada vez más vieja e inservible». Durante periodos de calma (marcados con un fuerte crecimiento económico, acompañado de lo que pasan por ser niveles aceptables de beneficios) la presión de la clase dirigente sobre su pueblo disminuye naturalmente. Así, de vez en cuando, el sistema tiene que infundir nuevo vigor a esa ideología usando los métodos clásicos: un enemigo (siempre un extranjero, ya que se ha decretado que la sociedad estadounidense es buena por definición) es designado («el Imperio del Mal», «el Eje del Mal») lo que justificará la movilización de todos los medios posibles con el fin de aniquilarlo. En el pasado ese enemigo fue el comunismo; el McCarthismo (un fenómeno que los pro-estadounidenses de hoy han olvidado ya) hizo posible el lanzamiento de la Guerra Fría y la marginación de Europa; hoy, es el terrorismo que es, simple y claramente, un pretexto creado para servir al proyecto de la clase dirigente: el control militar del planeta.
Hegemonía y poder militar
El objetivo reconocido de la nueva estrategia hegemónica de EEUU es prevenir la emergencia de ninguna otra potencia que pueda ser capaz de oponer ninguna resistencia frente a los mandatos de Washington. Para ello es necesario desmantelar países que se han convertido en demasiado grandes de modo que [se puedan] crear un número máximo de satélites serviciales y dispuestos a aceptar las bases de EEUU para su protección. Tal y como han acordado los últimos tres presidentes [de EEUU], Bush-padre, Clinton y Bush-hijo, solo un país tiene derecho a ser grande y ese es EEUU.
En este sentido, la hegemonía de EEUU depende fundamentalmente de su desproporcionado poder militar más que de ninguna ventaja específica de su sistema económico. Gracias a su poder, EEUU pude situarse como el dirigente incontestado de la mafia global cuyo «puño visible» impondrá el nuevo orden imperialista sobre aquellos que pudieran resistirse a alinearse.
Animada por su éxito reciente, la extrema derecha controla en la actualidad los resortes del poder en Washington. La alternativa que se ofrece está clara: o bien se acepta la hegemonía de EEUU y el liberalismo a ultranza que promueve -y que significa poco más que una exclusiva obsesión por hacer dinero- o se rechazan ambos. En el primer caso, estaremos dando a Washington vía libre para rediseñar el mundo a imagen de Texas. Solo eligiendo la segunda opción podremos ser capaces de hacer algo para contribuir a la reconstrucción de un mundo que sea esencialmente plural, democrático y pacífico.
Si hubiesen reaccionado en 1935 o 1937, los europeos hubieran sido capaces de parar la locura nazi antes de que causara tanto daño. Retrasando su reacción hasta 1939, contribuyeron a sus cientos de millones de víctimas. Es nuestra responsabilidad actuar ahora para contener y eliminar el desafío neo-nazi de Washington.
1. Véase: Fasano Mertens, Federico: «De Hitler a Bush», separata de La República, 30 de marzo de 2003 en www.moir.org.co/irak/Carta_embajador_eeuu_uruguay.htm. 2. Véase en CSCAweb: Carl Messineo y Mara Verheyden-Hilliard: Evaluación crítica de la nueva ‘Estrategia de Seguridad Nacional’ de la Administración Bush 3. Véase en CSCAweb : El ‘Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense’, la ‘Doctrina Bush’ y la guerra contra Iraq
21 de mayo de 2003. Al Ahram Weekly, 15-21 de mayo de 2003, núm. 638 Traducción: Loles Oliván, CSCAweb
* Samir Amín, egipcio, profesor de ciencias económicas de formación marxista, trabajó de 1957 a 1960 en la planificación del desarrollo de Egipto y entre 1960 y 1963 como consejero del gobierno de Mali. Tras ser director del Instituto Africano de Desarrollo Económico y Planificación, en la actualidad dirige el departamento africano del ‘Foro del Tercer Mundo’, en Dakar, Universidad de Naciones Unidas.