Recomiendo:
0

El dóping nuestro de cada día

Fuentes: Rebelión

Hace unos días la policía española desarticuló un grupo que se dedicaba al tráfico de drogas para aumentar el rendimiento deportivo. En año olímpico, varios de los mejores atletas norteamericanos se han quedado en casa, tras hincharse durante años a sustancias hasta ahora no detectables por los laboratorios. La máxima figura del ciclismo mundial también […]

Hace unos días la policía española desarticuló un grupo que se dedicaba al tráfico de drogas para aumentar el rendimiento deportivo. En año olímpico, varios de los mejores atletas norteamericanos se han quedado en casa, tras hincharse durante años a sustancias hasta ahora no detectables por los laboratorios. La máxima figura del ciclismo mundial también ha sido acusado, y el mejor equipo español de los últimos años atraviesa su purgatorio personal por las declaraciones de un excorredor. Recordemos que para que la NBA comenzará a ir a los Juegos Olímpicos, primero se les tuvo que garantizar que sus jugadores no pasarían ningún control anti-doping, como sí hacen el resto de deportistas olímpicos. Como dicen muchos, cinco puertos de primera no se suben con un plato de pasta. Y es que el deporte de élite exige un rendimiento que sólo mediante ciertas sustancias se es capaz de realizar.

    Pero no sólo el deporte de élite es sacrificado. El trabajo de 40 horas semanales y un mes de descanso al año, las relaciones laborales capitalistas, los desengaños de cada edad, vamos, la vida en sí misma, también nos exige a muchos que por ella atravesamos, que nos droguemos para, al menos, soportarla y responder a los requerimientos que desde tantas instancias se nos exigen. Millones de españoles empiezan cada mañana con un café bajo la excusa de que «si no me tomo un café, no me despierto». Luego, a media mañana, es el momento de un segundo café para mantener el ritmo, e incluso de una caña, que nos relaje del trajín matutino y las tensiones laborales. Otros tantos millones toman su primera dosis de nicotina antes de ducharse, y son muchos los miles que con el desayuno comienzan su combinado de fármacos diarios a base de tranquilizantes y antidepresivos. Ahora se va conociendo que una mayoría de personas adultas son adictos a este mix psicoactivo de receta ambulatoria y venta en farmacias. Parece que no solo el deporte, sino la actividad humana cotidiana requiere de drogas que nos estimulen, que nos relajen, que nos tranquilicen o que ahuyenten el fantasma de la depresión.

El conflicto surge cuando optamos por consumir sustancias que no resultan beneficiosas para el sistema dominante. Si nos drogamos con alcohol, tabaco o tranquilizantes, podremos destrozar nuestros pulmones, desarrollar cánceres o convertirnos en geranios que miran la televisión. Pero todo irá bien: nadie nos atribuirá costumbres disolutas, ni nos atracará la policía por la calle. Los beneficios se fiscalizarán por la gran industria, y el Estado se llevará su parte con que costear el tratamiento que estas drogas produzcan. Ahora, si nos drogamos con setas que recojemos en el campo o con marihuana que cultivamos en nuestra terraza, la gran industria y las multinacionales del narcotráfico dejarán de recibir su parte (porque unas drogas sustituyen a otras), y el Estado mandará a sus Fuerzas de Seguridad a nuestra casa para restablecer el orden, arrancando las plantas y condenándonos al recetódromo oficial. Porque, para drogarse, uno va al bar, al estanco, a la farmacia o al supermercado, pero no se autoabastece. El autoabastecimiento es el mayor enemigo del sistema capitalista.
Además, parece que hay drogas que empantanan más el discernimiento, y éstas resultan idóneas para que nadie se pregunte el porqué de las cosas. Sin embargo, parece que otras nos animan a desaprender cómo desenseñar como se deshacen las cosas (que decía Lolo Rico en su bola de cristal). Y al Orden no le interesa que los ciudadanos anden aflojando unos tornillos por aquí, y montando este experimento por allá.

    Así que se promueven y fomentan aquellas sustancias que cooperan a la reproducción del orden social, y se persigue brujas, herejes, drogadictos y terroristas, que al fin y al cabo, todos son lo mismo. La evolución de la farmacología y el diagnóstico de enfermedades nos guía hacia la prescripción médica universal de algún tipo de soma para curar la ansiedad, la depresión, la histeria, o simplemente, el inconformismo. El inconformismo es una enfermedad peligrosa: nos descubre la explotación del hombre por el hombre, nos muestra nuestra fragilidad e ilumina las injusticias, a las que nos hemos acostumbrado como parte del paisaje. No es muy difícil imaginar un avance farmacéutico en el campo de los antidepresivos o tranquilizantes, con mayor capacidad de sublimar los deseos, las esperanzas y los sentimientos. Pero al tiempo, la industria responderá a la competencia de las drogas ilegales (o sea, las que no fiscaliza) y terminará por aceptar la necesidad de placer del ser humano, y probablemente las drogas oficiales del futuro no sólo taparán las frustraciones sino que además incorporarán la carga lúdica que hoy permiten otras drogas como el alcohol, el éxtasis o el cannabis. Es el mundo feliz en el que llevamos años entrando ante la derrota sucesiva de movimientos como la Ilustración, la democracia burguesa, el sindicalismo obrerista o la socialdemocracia.