La lucha transformadora por el poder y el futuro venezolano ha entrado en una nueva fase: los planes de guerra, las armas y el campo de batalla han cambiado. Descifrar el nuevo teatro de operaciones de la revolución es vital para el triunfo de las fuerzas progresistas. Un modelo apropiado para pronosticar el futuro de […]
La lucha transformadora por el poder y el futuro venezolano ha entrado en una nueva fase: los planes de guerra, las armas y el campo de batalla han cambiado. Descifrar el nuevo teatro de operaciones de la revolución es vital para el triunfo de las fuerzas progresistas.
Un modelo apropiado para pronosticar el futuro de la revolución tiene que tener por concepto clave la categoría «poder» y, al menos, cuatro referentes explicativos: 1. el Presidente, 2. la elite económica, 3. las instituciones y, 4. las masas. En la interacción de esos sujetos de poder se decidirá el futuro de la revolución bolivariana y, probablemente, de América Latina.
1. En cuanto al Presidente Hugo Chávez hay pocas incógnitas: sigue siendo el principio rector subjetivo del proceso. Su capacidad de movilización de masas, sus dotes de vinculación comunicativa y carismática, su creatividad para acuñar nuevos conceptos y su talento táctico han conservado su posición de hegemón de esa transformación ininterrumpida desde hace cinco años.
Las ovaciones de pie de amplios sectores del empresariado venezolano, argentino, brasileño y colombiano, que han suscitado sus últimas reuniones con los representantes del capital latinoamericano —preparadas silenciosa y diligentemente por el Ministro de Producción y Comercio, el expiloto de combate Wilmar Castro Soteldo— han generado entre algunos revolucionarios de la Patria Grande un debate acerca de una posible desviación del rumbo popular del proceso.
Y preocupados se preguntan: ¿El retorno de la manada empresarial al rebaño del buen pastor Hugo Chávez significa que la revolución morirá asfixiada por la táctica del abrazo del oso?
Los primeros indicios empíricos después del 15 de agosto no indican que el Comandante esté en peligro de perder el rumbo o de flaquear ante el gran poder económico. Mientras en Lula vemos la tragedia de un líder popular -y el concepto más adecuado para entenderlo no parece ser «traición», sino «tragedia»- siendo destruido por el poder y la vorágine de la razón de Estado y los representantes de ella en su entorno, nada indica que Hugo Chávez va por ese camino.
Él camina, por supuesto, sobre un piso lleno de metras (canicas) que, teóricamente lo podrían hacer caerse en un momento dado. Sin embargo, la estrategia de optimización del triunfo del 15 de agosto que observamos, no parece haber perdido direccionalidad ni audacia, de tal manera que en este momento no se observa ninguna desviación en la programática ni en la personalidad del principal poder subjetivo en Venezuela.
2. El segundo factor de poder, las elites económicas venezolanas, a su vez, parecen haber decidido en su mayoría, que la política económica del «New Deal» venezolano no sólo no es peligrosa para sus intereses, sino que más bien es el modus vivendi normal del empresariado burgués en todo el Primer Mundo.
En la economía mixta -o, dicho sin condón semántico, en el capitalismo de Estado que, dicho sea de paso, es el único que ha existido en este mundo- la coexistencia entre capital y Estado es beneficioso para ambos. Desde el punto de vista de su interés de clase es, por lo tanto, absurdo, que el empresariado se enfrente al Estado en una guerra sin cuartel, como la que ha habido en Venezuela.
¿Cómo se explica, entonces, la «anomalía» de sus cinco años de subversión anti-gubernamental? La respuesta está en el paso de la monarquía absoluta a la monarquía constitucional que significaba para ellos el advenimiento del gobierno Chávez.
El control plutocrático de FEDECAMARAS (Federación de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción de Venezuela) sobre el Estado y la sociedad venezolana en la era pre-Chávez era total y absoluto. De hecho, existía un teléfono rojo entre los Presidentes de turno y los Presidentes de FEDECAMARAS, a través del cual el Presidente plutocrático dirigía al Presidente político.
Los nombramientos de los ministros y altos funcionarios de la burocracia civil, incluyendo los altos puestos en las universidades, siguieron las indicaciones del poder oligárquico, al igual que los ascensos de los coroneles y generales en las Fuerzas Armadas y la policía, teledirigidos desde la «Comisión de Seguridad y Defensa» que el organismo mantiene hasta el día de hoy.
Resistirse violenta y subversivamente al proyecto del bolivarianismo era, por lo tanto, una reacción casi orgánica de un estamento feudal de poder absoluto ante el peligro de democratización del proyecto de Chávez. Nada tenía que ver con la supuesta amenaza del «Castrocomunismo» y demás «paja ideológica», con la cual los barones del capital y los aristócratas del dinero inundaron y pervirtieron la mente de muchos ciudadanos.
La aceptación de ser un poder limitado en un Estado moderno, conforme a la norma de los países avanzados, se mantendrá vigente entre esa mayoría empresarial, mientras la recuperación y el desarrollo económico le garantice sus intereses de acumulación. La actual tregua política con el gobierno es una función de esa garantía.
En el momento que el proyecto económico de la revolución, que es esencialmente keynesiano (desarrollista), no pueda garantizar más las tasas de ganancia respectivas, esa mayoría tratará de regresar a la monarquía absoluta, reunificándose con el sector empresarial antagónico al gobierno que pretende destruirlo al costo que sea.
3. La tercera variable de poder que decide sobre el futuro, reside en el control de las instituciones más importantes. La distribución estadística normal del poder en un sistema social moderno consolidado muestra una alta concentración en la cúpula del Estado, particularmente en el gabinete militar, económico y político; una concentración media en las instituciones y una densidad casi cero entre los ciudadanos.
Todo grupo que pretende llegar al poder del Estado en una sociedad contemporánea, tiene que optar por una o varias de las cuatro estrategias que tiene a su disposición: a) la vía electoral; b) la vía insurreccional; c) el golpe de Estado y, d) la acumulación de poder a través de la ocupación gradual de las instituciones.
La opción «d» es la preferencial de los grupos de poder que dentro del oficialismo tratan de posicionarse para heredar o tomar «el trono». Dado que las grandes instituciones son burocracias, los métodos de la guerra burocrática son los más empleados: las cábalas, el abuso de poder, el sabotaje a la productividad y eficiencia del otro, el cerco, la tergiversación de la información, las amenazas, la coima y la monopolización de los accesos al poder central, el Presidente, para excluir a las demás corrientes y grupos que son considerados rivales en la lucha por la apropiación y monopolización de un producto escaso: el poder central.
Tres motivos principales nutren esa dinámica, que es muy dañina para construir una democracia real: el acceso al dinero, incluyendo por la vía de la corrupción; la ambición del poder en múltiples formas y las diferencias en torno al carácter político-social del futuro venezolano.
En todas las instituciones venezolanas importantes existe esa lucha subterránea de corrientes y grupos, que tratan de expandir su control sobre los puestos y presupuestos burocráticos con métodos que a veces parecen ridículos, pero que pueden ser eficientes para liquidar a los rivales, aunque pongan en peligro la unidad de las fuerzas de transformación y también, la eficiencia de gestión del proceso.
El nombramiento de un nuevo ministro, por ejemplo, que no pertenece al grupo que controla ese ministerio, puede ser motivo de obstaculizaciones de ese grupo que dejan al novato en situaciones de ridiculez o «ineficiencia» pública que merman el apoyo presidencial y pueden llevar a su destitución y sustitución por un representante del grupo original.
Lo que corresponde al instinto de territorialidad en los depredadores salvajes que defienden su coto de caza a muerte, es en el proceso social esta fragmentación y feudalización de las instituciones públicas en beneficio de los intereses particulares de los delfines del poder y en detrimento del proyecto como totalidad transformadora.
Dentro de esta lógica sucede, por ejemplo, que un general patriótico bolivariano no cumpla con su presencia protocolaria en un acto público del Presidente, porque por «un error» no fue invitado. Los medios de la derecha y los medios coludidos con los conspiradores inician inmediatamente una campaña que «explica» a los ciudadanos que el General tiene diferencias con el Presidente y que por eso no asistió.
Poco después tiene que acudir a otro evento público del Mandatorio en un pueblo X. Dos horas antes del evento recibe una llamada de autoridades superiores que le indican que el evento del Presidente Hugo Chávez se ha cambiado al pueblo Y, y que tome de inmediato un helicóptero para acudir a ese pueblo.
Al investigar la «información» descubre que es una mentira. Si hubiera caído en la trampa, hubiera quedado nuevamente mal con el Presidente. Su sustitución o renuncia forzada abriría el cargo y el control de la institución al grupo de los conspiradores que habrían removido a un militar bolivariano insobornable, sin cuya actuación durante el golpe de Estado la revolución bolivariana hoy día posiblemente ya no estaría en el poder.
4. El último subsistema trascendental, las masas populares, también participa en la lucha por el poder que es, en el fondo, la lucha por la nueva institucionalidad. Al igual que el sistema en su totalidad, este subsistema se encuentra en una fase de transición: está dejando atrás su estado sólido de masas y metamorfosea hacia el estado fluido de la vanguardia.
Tal proceso que en la física se llama «transiciones de fase» y que implica la posibilidad de un salto cualitativo del sistema hacia un estado cualitativamente diferente, choca con las estructuras verticales estatales, sociales, partidistas y mentales, tanto heredadas como nuevas.
Este choque entre lo nuevo y lo viejo, lo participativo y lo vertical-vicioso, es frecuentemente presentado por los dueños del acceso al Palacio de Gobierno como un proceso de insubordinación o indisciplina de las bases sociales, es decir, de manera distorsionada, con el objetivo de lograr la intervención presidencial en su favor.
Un ejemplo de dicho conflicto es el nombramiento de los candidatos a las elecciones municipales y regionales de noviembre del 2004. En la alcaldía de Páez, Estado de Portuguesa, por ejemplo, la candidata del oficialismo, Zenayda Linares, es de formación socialcristiana (copeiana), pero fue nominada desde Caracas por el partido «Podemos» y avalada por el Partido Quinta República del chavismo.
Los cinco candidatos alternativos, de los cuales cuatro pueden considerarse chavistas, decidieron no aceptar la imposición de Linares y han acordado con las bases sociales organizadas (Unidades de Batalla Electoral, UBE) medirse en unas elecciones primarias. Los que pierdan, apoyarán al ganador. Habrá, por lo tanto, una candidata oficial «chavista» y otro candidato chavista nombrado por las bases del movimiento.
Muchos de los aspectos del proceso bolivariano reseñados aquí son sociológicamente normales en toda sociedad y todo proceso de transición. Pero no todo proceso de transición tiene la importancia trascendental para los pueblos latinoamericanos, que la Revolución Bolivariana.
Es vital para el futuro de este proceso que la vanguardia popular avanza y se constituya en un auténtico centro de poder, que en igualdad y alianza con el Presidente pueda garantizar la construcción de la democracia participativa y la destrucción de la Doctrina Monroe.
La autoasimilación de las masas como vanguardia en alianza estratégica con el Presidente, pasa necesariamente por la concretización de los contenidos de la revolución.
Esa tarea teórica y la organización resultante de ella decidirán el futuro de la Revolución Bolivariana y de la Patria Grande.