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¿Hambre cero o diez en anorexia?

Fuentes: El Sucre

Con falta de comunicación, el IBGE presentó una gran confusión. Al divulgar la investigación sobre la obesidad en Brasil no aclaró que los datos recogidos excluyen a los niños y jóvenes, y no significan que la gordura sea sinónimo de barriga llena. Al contrario. Desde el comienzo del Programa Hambre Cero enfaticé, en muchas conferencias […]

Con falta de comunicación, el IBGE presentó una gran confusión. Al divulgar la investigación sobre la obesidad en Brasil no aclaró que los datos recogidos excluyen a los niños y jóvenes, y no significan que la gordura sea sinónimo de barriga llena. Al contrario. Desde el comienzo del Programa Hambre Cero enfaticé, en muchas conferencias y entrevistas, que en Brasil el hambre es gorda. Eso mismo. Al contrario de Africa, donde el hambre se encarna en cuerpos escuálidos, piel y huesos, exhibidos en las fotos de Sebastián Salgado, en nuestro país la ausencia de nutrientes esenciales y la falta de higiene (agua contaminada, carencia de red de saneamiento, etc.) provocan alteraciones glandulares y se manifiestan en síntomas tan frecuentes en las áreas habitadas por la población de renta baja.

Son también del IBGE los datos propagados por el Hambre Cero: que hay más de 11 millones de familias viviendo con una renta por debajo de la línea de la pobreza o, dicho de otro modo, que el 40 % de la población vive con un ingreso inferior a $ 1 por día. ¿Es posible que alguien se alimente sanamente con tan escasos recursos?

En Brasil hay hambre. Y mucha. No tanto por la falta completa de alimentos cuanto por la carencia de alternativas o variedad nutricional. Y especialmente por la falta de ingresos que permitan a millones de personas el acceso al mercado de consumo de la canasta básica. Miles de familias pasan el año a base de mandioca (planta de cuya raíz se hace harina). Con frecuencia la televisión muestra calangos (raíz comestible de una palmera) y cactus sirviendo de alimentos a los hambrientos del semiárido nordeste.

La obesidad constituye también una preocupación del Hambre Cero, que incluye, entre su amplio catálogo de programas, la educación nutricional. Comer de más o seguir dietas que llevan a la anorexia refleja la falta de información sobre la necesidad de una alimentación nutritiva. Sobre todo en las escuelas, donde los niños y jóvenes se llenan en los cafetines de exceso de azúcares y de grasa saturada. La misma porquería que vende el tendero de la esquina se consume dentro de la escuela. ¿No sería bueno que cada institución de enseñanza desarrollara un programa de huertos para ayudar a sus alumnos a romper prejuicios en relación al consumo de verduras y hortalizas?

El Hambre Cero no es una política pública que trata sólo de aplacar el hambre. Su objetivo es estructural: promover la inclusión social de millones de familias con una renta per capita inferior a los $ 30 mensuales. En un país en que el 10 % más rico de la población concentra en sus manos el 45.7 % de la riqueza nacional, mientras el 50 % más pobre está obligado a dividir entre sí el 13.5 % de esa renta nacional (datos del IBGE), resulta evidente, primero, el tamaño de nuestra desigualdad social, y segundo, la urgencia y pertinencia del Hambre Cero como prioridad del gobierno Lula.

El programa Bolsa Familia, que se destaca entre los varios que componen el Hambre Cero, llega este mes a 6.5 millones de familias beneficiarias. Aunque por acá o por allá se den algunos casos de corrupción o de abuso, que el gobierno ha castigado con rigor, el alcance positivo ha contribuido a reducir la desnutrición y la mortalidad infantil, a aumentar los puestos de trabajo en áreas de escasez (gracias a la circulación de riquezas, merced al bono) y a detener el flujo migratorio hacia las grandes ciudades. Sobre todo permite a los beneficiarios el consumo adecuado de alimentos y concientiza de que son ciudadanos y tienen derecho a las políticas públicas. Los recursos públicos destinados a los más pobres no son un gasto sino una inversión.

Repito: los datos del IBGE abarcan apenas el segmento adulto de nuestra población. Nuestro índice de mortalidad infantil registra 30 muertes por cada mil nacidos vivos. Un dato alarmante, cuya causa principal es el hambre, aunque se cubra con eufemismos tales como desnutrición, diarrea, fiebre alta, etc. Son los niños las víctimas principales de la falta de alimentación en cantidad y calidad suficientes.

Creo que, en estos tiempos navideños, el IBGE confundió al delgado Jesús del pesebre con el gordo Papá Noel del consumismo. Y se olvidó de recordar que la gordura en exceso, así como el hambre, reduce nuestro tiempo de vida.