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El lesbianismo según Spike Lee

Un semental que todas pagan

Fuentes: Página 12

Spike Lee no se anduvo con chiquitas, pero sí con lesbianas: en su última película, un tipo es contratado a razón de cinco clientas por día, para embarazar a lesbianas con ganas de ser madre. Las quejas son mayúsculas y las acusaciones son diversas: homofóbico (las clientas gozan demasiado), machista (las chicas responden al cliché masculino de ser lindas y femeninas) y obvio (transforma al hombre en «objeto»). Pero las peores son las que lo señalan como larguero y aburrido.

El cine de Spike Lee nunca se destacó por su sutileza ni por su bajo perfil, y Ella me odia, su última película para cine, la primera después de la explosiva La hora 25, no es una excepción sino más bien todo lo contrario. Lo del perfil bajo, en todo caso, fue impuesto: Ella me odia se estrenó en EE.UU. a mediados del año pasado en muy pocas salas y fue vista por muy poca gente. Acá, como buena parte de las películas del director, ni siquiera pasó por los cines sino que acaba de salir directamente en video. Sin embargo -y pesar de su fama de paranoide-, Lee no salió denunciar a los gritos una conspiración gubernamental o corporativa o hollywoodense -que para él podrían ser lo mismo- destinada a mantenerlo apartado de su público y que, la verdad, teniendo en cuenta los múltiples argumentos incendiarios que se cruzan y superponen en Ella me odia -a veces con absoluta arbitrariedad-, no hubiera sido nada raro.

Spike va directo al grano, y enciende desde la primera imagen de Ella me odia la primera de las muchas mechas que arden en su película: una sucesión de billetes de dólar que flamean como banderas ocupando toda la pantalla, el último de los cuales es un billete de tres dólares en cuyo centro se encuentran el retrato sonriente de George W. Bush, y el sello de Enron estampado a su derecha. El asunto comienza en Progea, una enorme compañía farmacológica al borde del desastre y con uno de sus principales científicos al borde de una ventana a cuarenta pisos de la calle. Los directivos de la empresa (Ellen Barkin y Woody Harrelson, con algo más de pelo que de costumbre) saben que la administración no aprobará la vacuna contra el sida que estaban listos para lanzar al mercado y corren contra reloj para que empleados y accionistas paguen el pato de un endeudamiento multimillonario, traficando secretos, dibujando libros y destruyendo evidencias. Sólo que, justo antes de pegar el gran salto, el Dr. Schiller dejó la misión de denunciar el fraude en manos del joven y confiable vicepresidente (negro) de la compañía, John Henry Armstrong, quien junta valor, levanta el teléfono y se queda sin carrera por el resto de su vida. «Las carreras son ilusorias. Cásese y tenga muchos hijos», llegó a sugerirle el recién suicidado.

Y entonces da comienzo una segunda historia. Enterada de la suerte de John, su esposa y su nueva pareja (una mujer) lo visitan con una propuesta de negocios: que las embarace a ambas simultáneamente, sin «intermediaciones», por unos cuantos miles de dólares. Una fructífera experiencia piloto: pronto John se encuentra recibiendo en su casa a cinco lesbianas diarias para inseminarlas a 10 mil dólares el polvo.

Y entonces arreciaron las críticas. Spike Lee fue tachado de homofóbico (las clientas lesbianas de John parecen gozar demasiado del «trámite» de la inseminación), machista (las chicas tal vez sean demasiado lindas y de comportamientos demasiado femeninos, con lo cual John no estaría haciendo otra cosa que cumplir una fantasía masculina de cliché), obvio (la transformación de John en «objeto» como una alusión rudimentaria al machismo y, cómo no, a la esclavitud), sensacionalista, extenso y aburrido. Lo cierto es que la subtrama de chicas-con-chicas alcanzó para irritar a la mitad de las lesbianas que vieron la película (a pesar de que Lee contrató a una tal Tristan Taormino, especialista en educación sexual, para que introdujera a las actrices principales en la cultura lésbica) y que es difícil rebatir las acusaciones de petardismo cuando, como para que a nadie se le escape que esta historia fue inspirada directamente por los primeras planas del New York Times y del Wall Street Journal, Lee calca escenas del caso Enron (un empleado de Progea increpa a Woody Harrelson preguntándole si acaso «está bajo los efectos del crack») y de World.com y de otros casos ejemplares de apocalipsis corporativo. Y como si en todo esto no hubiera suficiente material para una trilogía épica, Spike suma al personaje de la bella lésbica, hija de un capomafia (Monica Bellucci yJohn Turturro, imitando sin pudor a Brando) y se despacha con un homenaje a «un héroe norteamericano olvidado por la historia»: Frank Wills, el guardia de seguridad que descubrió y denunció a los espías del Watergate.

Lo que sí está claro es que, a pesar de -y gracias a- las caóticas derivaciones de sus tramas y subtramas, Ella me odia es cualquier cosa menos aburrida. «Quise hacer un film que reflejara el mundo demente en el que vivimos -dice Lee-, dirigido a una Norteamérica en la que hay un gran nivel de apatía: están pasando muchas cosas por las que el país debería estar levantándose en armas, y la razón por la que no lo hacemos es que las películas, la televisión y la música son usados como opio para mandar a la gente a dormir. Que valga como ejemplo el hecho de que el ex presidente de Halliburton, que obtuvo un contrato de 800 millones de dólares sin licitación, hoy es el vicepresidente de los EE.UU.» Como Ella me odia se estrenó en agosto del 2004, la pregunta de rigor en cada una de las entrevistas promocionales fue -por supuesto- la de las elecciones presidenciales. «Lo único que sé es que si Bush gana, nos vamos a ir directo al infierno, y no tengo ganas de ir allí. No todavía», respondió una y otra vez Lee. Puede que, si así están las cosas, ya estemos por llegar o incluso que ya hayamos aterrizado. Sólo resta ver, entonces, cómo se las arregla a partir de ahora este provocador profesional para hacer sus películas incendiarias en medio de las llamas.