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Sobre curas y animales

Fuentes: Radiochango

Cuentan que en tiempos de la República había frente al seminario de Cunqueiredo un albéitar, quien para se entendiera bien su actividad, aclaró en la placa de la puerta: «Se hacen curas de animales». Un chusco escribió con tiza en la puerta del seminario: «Se hacen de animales curas». Convivían también entonces en mi pueblo […]

Cuentan que en tiempos de la República había frente al seminario de Cunqueiredo un albéitar, quien para se entendiera bien su actividad, aclaró en la placa de la puerta: «Se hacen curas de animales». Un chusco escribió con tiza en la puerta del seminario: «Se hacen de animales curas». Convivían también entonces en mi pueblo un párroco y un alcalde que se llevaban como más tarde lo harían Peppone y don Camilo: a matar. Un día, para mofarse del alcalde librepensador, el cura le puso a su propio perro del nombre de Voltaire, que así llamaban de apodo a su vecino. Sin que pasara mucho tiempo, una buena mañana salió a la calle el perro del alcalde tonsurado, todo orondo con su coronilla en la cabeza. Otras barrabasadas cometíamos con los animales, como dar de fumar a los murciélagos (no sabíamos que los cigarrillos daban cáncer) , atar latas a los rabos de los gatos o separar a los perros cuando se afanaban en fornicar. Cada vez éramos más crueles. Diríase, y tal sea una ofuscación mía, que la evolución política conllevaba el maltrato a los seres vivos en general, de igual manera que lo iba haciendo con la especie humana. En lo que se refiere a España, tras los últimos estertores del franquismo, los primeros balbuceos de la socialdemocracia pueden ser representados por los suplicios infligidos por Felipe González a los bonsáis, y al mismo tiempo que el primer ministro reducía la talla de estos entes vivos, nos metía en la OTAN y ensanchaba el camino del imperialismo. De la misma manera, al neoliberalismo que nos acecha, rodea y embiste, le da por experimentar sus teorías con animales. Ya se hace en EE.UU y en Japón con lo que denominan los «bonsái-kittens». El principio está tomado de los bonsáis vegetales, pero con gatos. Se mete a un gato recién nacido en un frasco, como a los fetos en los laboratorios. Se les alimenta a través de un tubo de hospital y dos sondas se encargan de extraer orina y excrementos. La alimentación consiste en productos químicos destinados a ablandarles los huesecillos y a que puedan crecer oprimidos dentro de los botes. En ellos y de esa forma permanecen toda su vida, sin comer ni moverse. Hay tiendas de «Bonsáis-kittens» en Nueva York y Japón, y al paso que van las cosas, eso es lo que nos espera en Europa. ¿Quién nos puede salvar de esto y de sus consecuencias humanas? De lo segundo bien lo sé, pero no quiero utilizar estas columnas para hacer propaganda por el no en el referéndum. Y además, en España ya está consumado. Antes, en tiempos de Maricastaña, se creó la Sociedad protectora de animales, declarada de utilidad pública y dependiente del Alto Patronato del Presidente de la Republica. Pero hoy, sin República, ¿qué va a ser de los animales? El día de san Francisco de Asís ( el santo de los pajaritos) pasé por delante de la iglesia galicana de Santa Rita en París. Entraban en ella tortugas, conejos, perros, gatos, e incluso dromedarios, zebras, lamas y loros en jaula. Me asomé. Caso único. Se iba a celebrar una misa para ellos. Por lo visto se canta dos veces por año un oficio en latín y según el rito galo de San Pie V. Asistí a la homilía, en la que se corroboraba mi análisis: – los hombres no nos diferenciamos en nada de los animales, y el mismo sistema nos rige a todos – . El Gran Patriarca bendijo a bípedos, cuadrúpedos y alados : » Todos juntos, bendecid al Señor.» En este refugio me dije: «!Que el neoliberalismo nos coja bendecidos y confesados!