Que Giovanni Sartori es racista a nadie le sorprende: media Europa lo es y la otra lo padece. Lo que es menos sabido es que Giovanni Sartori es un completo ignorante, hasta el punto de que cuando habla del islam los musulmanes nos quedamos perplejos. No es que su visión del islam sea crítica, es […]
Que Giovanni Sartori es racista a nadie le sorprende: media Europa lo es y la otra lo padece. Lo que es menos sabido es que Giovanni Sartori es un completo ignorante, hasta el punto de que cuando habla del islam los musulmanes nos quedamos perplejos. No es que su visión del islam sea crítica, es que habla de otra cosa. Es como si a un cristiano le viniese un malayo y le dijese: «el cristianismo es incompatible con la malayidad, y eso porque el cristianismo no tiene dogmas ni tiene nada que ver con sacrificio alguno». Supongo que los cristianos quedarían tan perplejos como los musulmanes ante las palabras de Sartori. Si ha sacado su visión del islam de una telenovela o de un panfleto neonazi, no lo sé, ni me interesa. Seguramente lo tomará de Bernard Lewis, que ofrece una síntesis de lo uno y de lo otro. En todo caso, seguro que no la ha tomada de un estudio de las fuentes del islam, ni siquiera es probable que haya leído un sólo libro sobre el islam escrito por un pensador mu sulmán, sea antiguo o moderno, persa o indonesio, racionalista o místico, devoto o ilustrado…
Sostiene Sartori que «el Islam es incompatible con la democracia».
Comentario: La conexión entre islam y democracia es más profunda de lo que parece. Aunque suele decirse que el islam es un modo de vida integral, que abarca todos los aspectos de la vida, hay que señalar con extrañeza que ni el Corán ni la Sunna nos proponen un modelo unívoco de gobierno. Dejando aparte las consideraciones éticas (del tipo «prohibir el mal y ordenar el bien»), el único precepto sobre el modelo de gobierno que vincula a los musulmanes es el principio de la Shura (la consulta mutua): «…[los creyentes] tienen por norma consultarse entre sí.» (Corán 42, 38). En otro versículo, el Corán se dirige al Profeta Muhámmad en los siguientes términos: «Y consulta con ellos en todos los asuntos de interés público.» (Corán 3, 159). Los arabistas suelen presentar a Muhámmad como un monarca todopoderoso, un profeta investido de un poder absoluto. Nada más lejos de la realidad. En la mezquita de Medina se reunían todos los miembros de la comunidad, mujeres incluidas, para di scutir y buscar soluciones de consenso a los problemas que se planteaban. Todos podían opinar, a todos se escuchaba. Como prueba concluyente, se conocen decisiones tomadas de forma colectiva en contra de la opción defendida por el propio profeta, lo cual da que pensar. En base al principio coránico de la shura, creemos que el sistema de gobierno que más se adapta a los principios del islam es el de la democracia participativa. Al decir esto, no pretendemos insinuar que en la Arabia del siglo VII existiesen partidos políticos, un censo electoral y urnas donde depositar los votos para escoger entre candidaturas diferentes. Lo que afirmamos es que la shura como órgano de participación de todos los miembros de la comunidad en las decisiones colectivas es un principio coránico esencialmente democrático. Teniendo en cuenta esto, se entiende que hoy en día numerosos movimientos islamistas aboguen por un sistema democrático, como un antídoto a las tiranías impuestas por occidente en el mundo islámico.
Según Sartori: «Lo que para nosotros es un conflicto cultural, para el Islam es un conflicto religioso. Yo no considero a un musulmán como un infiel, pero él a mí sí».
Comentario: Sartori ignora completamente el concepto de pluralismo religioso en el Corán, y lanza la idea de que el musulmán considera como «infieles» a todos aquellos que no sean musulmanes. Esto no es más que una muestra grotesca de su ignorancia. Desde el punto de vista del Corán, la diversidad es un signo de la capacidad creadora de Al-lâh (30:22). La pluralidad de formas de adoración es algo querido por Al-lâh (22:67). El Corán afirma que todas las religiones reveladas son vías de salvación legítimas (2:62). Estas formas de adoración diversas y legítimas tienen su origen en revelaciones sucesivas, venidas del mismo Dios (16:36). El Corán afirma que todos los profetas gozan del mismo rango a los ojos de Dios, y exhorta al musulmán a creer en todas las tradiciones reveladas (3:84, 2:136). Desde el momento en que las considera todas las religiones reveladas por el mismo Dios, sin que exista superioridad de ninguna de ellas sobre las otras, el musulmán tiene la obligación de creer en todas ellas (42:15). Mientras se le permita practicar su religión, el musulmán tiende a respetar las diferencias como un bien, y a dejar que las cosas sigan su camino (109:6). Esta plena aceptación de la diversidad se extiende también a los ateos y a los politeístas (9:6). Todo esto tiene su base en que la idea de ‘imponer la fe’ es absurda (2:256). Rechazar la revelación es una posibilidad humana, ante la cual es creyente no tiene nada que decir (80:11-13). En consecuencia, el Corán nos conmina a dejar en paz a aquellos que rechazan la revelación (18:29). Así pues, se equivoca Sartori cuando piensa que a un musulmán le preocupa lo más mínimo su condición de ateo. Simplemente, eso es asunto suyo. No lo consideramos un «infiel». Simplemente: no lo consideramos. Por el contrario: él si considera a los musulmanes en bloque negativamente, como «infieles» a su ideología.
Sostiene Sartori que «hay tres criterios para establecer la supervivencia en diversidad. El primero es la negación del dogmatismo, es decir, precisamente todo lo contrario que predica el islam».
Comentario: En el islam no existen dogmas porque el simple hecho de que no existe un magisterio dogmático. Hasta un niño sabe que si no hay Iglesia no hay posibilidad de establecer unos dogmas ni una ortodoxia única, y que esta ausencia de institución religiosa nos aboca a una pluralidad de doxias, diferentes doctrinas surgidas de la interpretación de la palabra revelada, sin que ninguna de ellas deba ser considerada válida por todos los creyentes, ni pueda sustituir a la revelación en sí. Para la mayoría de los musulmanes, no existe ninguna clase de autoridad espiritual que tenga derecho a imponer un dogma. Por ello, no es de extrañar que esos dogmas brillen por su ausencia. Desafío al señor Sartori a que mencione un sólo dogma islámico. La verdad es que el islam (sometimiento a la Realidad Única) y el dogmatismo son incompatibles.
Sostiene Sartori que «el pluralismo tiene una larga historia en Occidente. Comienza al final de las guerras religiosas del XVII», mientras que en el islam el pluralismo es desconocido.
Comentario: El pluralismo en el mundo islámico tiene una historia mucho más larga que la de Occidente. Las sociedades musulmanas han sido, tradicionalmente, pluriétnicas, plurireligiosas y pluriculturales. Para el musulmán, la variedad de razas, religiones y culturas es un signo de la actividad creadora de Al-lâh. No hay nada más ajeno al islam que la homogenización de los diferentes en base a un patrón inamovible. Como muestra, la variedad de pueblos que compusieron el mundo otomano: Bosnios, serbios, kurdos, armenios, turcos, cristianos nestorianos, monofisitas, ortodoxos, judíos sefarditas, judíos árabes, judíos musulmanes, tártaros, búlgaros, kazakos, cosacos, uzbecos, chechenos. cada una de estas palabras designa a un grupo de personas según su origen, su religión, su lengua o su raza. Todas estas comunidades lograron sobrevivir bajo la protección del islam, conservando su lengua, su idiosincrasia y sus tradiciones. Frente a esto, los estados-nación occidentales han sido forjados bajo la tiranía de una religión, una etnia y una lengua, que se han impuesto como hegemónicas en todo un territorio. Para un musulmán español, oír que la sociedad occidental es una sociedad pluralista y abierta produce asombro. Uno piensa en los campos de concentración, el racismo, la discriminación, el totalitarismo, el absolutismo, el colonialismo, el imperialismo, el nacionalismo, la emergencia de los diferentes estados-nación oprimiendo minorías. Nos guste o no, esta es la historia de Europa, desde el principio al fin, salvo raras excepciones.
Sostiene Sartori que: «el Islam es, al cien por cien, incompatible con la sociedad pluralista y abierta en Occidente».
Comentario: Este es el núcleo de todo su discurso: la incompatibilidad entre los musulmanes y la sociedad occidental. Si esta tesis sea cierta, yo (musulmán occidental) no existo. ¿Qué puedo decir? Tan sólo digo: existo. ¿Acaso no será el propio Sartori, al cien por cien, incompatible con una sociedad pluralista y abierta?
Dice Sartori: «El dilema de los países de religión islámica es que pueden ser bastante laicos sólo si son dominados por un dictador. Si desaparece el dictador, vuelven a convertirse en regímenes teocráticos.»
Comentario: Este presunto intelectual de izquierdas aboga por la intervención de occidente en el mundo islámico, con el fin de establecer dictaduras militares que impongan el laicismo, con el argumento de que el islam es una religión teocrática y autoritaria. Incluso la idea (ya intervensionista) de promover la democracia en el mundo islámico le parece absurda. Se comprende que serán necesarias más guerras preventivas.
Dice Sartori: «Los dejas votar, y eligen a un régimen tipo iraní, por lo que es verdaderamente absurdo que nos cuenten que uno interviene para llevar la democracia.»
Comentario: Sin duda, Giovanni Sartori es un ignorante. En Irán, tras la revolución del 79, el presidente elegido por sufragio universal fue Bani Sadr, un intelectual de izquierdas educado en el Quartier Latin parisino. El triunfo del laico Bani Sadr contra el candidato de los ayatol-lâhs vino a demostrar que los revolucionarios iraníes no buscaban instaurar ninguna teocracia, sino acabar con una dictadura. Jomeini impugnó las elecciones e impuso la «tutela de los juristas», que no fue votada por los iraníes, como pretende Sartori. En Pakistán, Benazir Bhuto ganó dos elecciones generales. En Indonesia, otra mujer sin velo, Megawatti Sukarnoputri, fue elegida presidenta de un país donde viven 180 millones de musulmanes. En Malasia, la democracia funciona desde hace más años que en España. En estos países, los partidos islamistas apenas cuentan para el electorado. En el Iraq ocupado, los llamamientos más sonoros a la democracia proceden del hawza ilimiyya, el consejo chiíta. El Ayatol-lâh al-Sistani defiende que sea un órgano electo, y no un consejo designado por Estados Unidos, quien debería redactar la constitución de todos los iraquíes. En las calles de Bagdad, han tenido lugar grandes manifestaciones pidiendo el fin de la ocupación y el principio de la democracia, después de la pantomima de elecciones made in USA. Si tenemos en cuenta que en la India y en los países occidentales los musulmanes también participan en el juego de las urnas, nos damos cuenta de que a principios del siglo XXI la mayoría de los musulmanes del mundo eligen a sus gobernantes por la vía electoral. Claro que unas elecciones no bastan para definir una «verdadera democracia». En Turquía existe un régimen democrático mediatizado por una oligarquía militar, lo mismo que en Argelia, Nigeria, Marruecos, Egipto y Mauritania. Todos estos países son considerados pro-occidentales, lo cual no quiere decir que apuesten por los derechos humanos y la libertad de conciencia. Significa que ponen la riqueza de sus naciones al servicio de intereses extranjeros. Si nos fijamos en los países musulmanes donde existen tiranías, casi todos ellos son aliados de occidente.
Dice Sartori: «Los dejas votar, y eligen a un régimen tipo iraní…»
Y si dejas votar a los americanos eligen a Bush, y los italianos a Berlusconi, y los alemanes a Hitler, y los israelíes a Sharon… Estos tipos no tienen remedio: no votan según mis convicciones. Por tanto, sería mejor no dejar votar a americanos, italianos, alemanes e israelitas. En líneas generales, no encuentro un sólo gobierno de mi agrado en toda Europa, ni considero que hayamos llegado a un nivel aceptable de democracia.
Sostiene Sartori que el multiculturalismo en sí es una ideología perniciosa, que Oriana Fallaci está en lo cierto en sus ataques al islam, que el choque de civilizaciones es una realidad inevitable y que las guerras preventivas van a ser cada vez más necesarias. Sostiene que el islam es una religión totalitaria, y que el aumento de la inmigración islámica «es una amenaza para las democracias occidentales».
Comentario: ¿Vale la pena seguir rebatiendo las ideas de este «intelectual de izquierdas»? Creo que va siendo hora de despertar de la ceguera. El peligro real para la democracia occidental no es el islam sino la islamofobia. Fraga y los demás electores del nuevo premio príncipe de Asturias lo saben perfectamente, por eso le han votado… Pero lo más patético de todo es la insistencia de Sartori en hablar del islam como si fuera una persona. ¿Cómo es posible que un pretendido intelectual (siquiera mediocre) se atreva una y otra vez a personalizar el Islam de esta manera: «dice el Islam, para el Islam, según el Islam»? Y yo me pregunto, todo eso, ¿cuándo y dónde se lo ha dicho el tal Sr. Islam al Sr. Sartori? ¿Hay grabaciones del evento, del encuentro entre dos distinguidos caballeros? Siempre, frente a ese misterioso Sr. Islam, aparece la palabra mágica «nosotros». Nosotros y el Islam. ¿A quién se refiere ese «nosotros»? Yo soy occidental, y no deseo en absoluto ser metido en el mismo saco que Sartori. Simplemente, no creo que Giovanni Sartori tenga derecho a ponerse a si mismo y sus valores como prototipo de la civilización occidental, con lo cual todos aquellos que no compartimos sus valores quedamos excluidos de ese «nosotros» arbitrario. Todo ello revela la base teocrática de su pensamiento: Santiago y cierra Europa.