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Un tal Marcel Duchamp

Fuentes: Rebelión

Todos los puntos cardinales del arte o la estética contemporáneos tienen como referencia necesaria el pensamiento y obra de Marcel Duchamp. Nadie como él produjo en el amanecer de nuestro siglo los rompimientos vanguardistas y revolucionarios que son soporte para el repertorio de experiencias expresivas vigentes. En 1913 rompió con la pintura y produjo sus […]

Todos los puntos cardinales del arte o la estética contemporáneos tienen como referencia necesaria el pensamiento y obra de Marcel Duchamp. Nadie como él produjo en el amanecer de nuestro siglo los rompimientos vanguardistas y revolucionarios que son soporte para el repertorio de experiencias expresivas vigentes. En 1913 rompió con la pintura y produjo sus primeros Ready Made. Antes que Picasso, DADA o el Surrealismo… antes que cualquiera.

Activista de la emancipación conceptual, mago revelador de secretos, reinaugurador del pensamiento y humorista irreverente; demostró la fragilidad del objeto artístico ante la potencia intelectiva del creador; sentenció a muerte el decorativismo del arte; repuso el amor y el erotismo como razón y sustancia del acto creativo; provocó el parto contemporáneo de la acción plástica y fue pieza fundamental en el nacimiento y evolución de los movimientos artísticos más importantes del siglo XX. «En torno a este hombre, verdadero oasis para los que aún buscan, podría librarse, con especial agudeza, el asalto capaz de liberar la conciencia moderna de esa terrible manía por la inmovilidad que no dejamos de denunciar» André Breton.

De los desplantes y provocaciones con que Duchamp inquietó a la producción artística a principios de siglo, se desprende una especie de no-escuela influenciadora y guía, hoy aún insuficientemente estudiada o valorada. Hay en la inteligencia y obra de Duchamp una endemoniada simplicidad compleja, propia de un genio extravagante que estuvo en contacto con los secretos de la expresión humana. Y están, sobre todo en la inteligencia y obra de Duchamp, las pócimas alquímicas que dominan al tiempo para eso, tan preciado y enigmático que llamamos «vigencia permanente». Magia real.

A Duchamp se le sataniza por afirmar que el artista no crea sino que elige entre objetos fabricados o naturales. Encuentra correspondencias o relacione en lenguajes privados que irradian conexiones ocultas. Eso duele a ciertos exquisitos que se creen tocados por un don extraterrestre. Duchamp propuso una actitud resolutoria para lo artístico donde no caben, como valor moralista, las maromas eficientistas de los iluminados. Tomó objetos ya hechos, «lo más antiestéticos posible», cuyo grado de ambigüedad facilitara una especie de renacimiento interior. Les cambió de nombre y los hizo cómplices de otros objetos. Los llamó arte.
Puso además en tela de juicio todas las valoraciones y apreciaciones esteticistas sectarias, de un mercado del arte dominado por mercaderes objetualistas. Pero sobre todo sostuvo a ultranza las potencias amenazantes de la inteligencia que es capaz de trascender los límites de todo preconcepto o canon. Abrió sin ambages las puertas de la historia a propuestas renovadoras no subordinadas por los imperios burgueses del gusto amaestrado.

Henri Robert Marcel Duchamp nació el 28 de julio de 1887 en Blainville-Crevon. Estudió el bachillerato de filosofía y letras y al igual que sus hermanos dejó todo más tarde para dedicarse a la pintura y escultura. Participó del Movimiento Dadaísta fundado en 1916 y luego se sumó al Movimiento Surrealista. » Una cara cuya admirable belleza no se impone por ningún detalle conmovedor, de la misma manera todo lo que se le pudiera decir al hombre se deslizaría sobre una placa pulida no dejando percibir nada de lo que ocurre en las profundidades, la mirada burlona, su ironía sin indulgencia, que expulsa al rededor la más ligera sombra de concentración y constata el problema que se tiene en permanecer por fuera completamente amable, la elegancia en lo que tiene de más fatal y por encima de la elegancia la soltura verdaderamente superior, así me pareció Marcel Duchamp a quién no había visto nunca , en su última estancia en París. Algunos rasgos de su inteligencia que yo había captado me hacían suponer maravillas de él. André Breton.