En la tarde que Paulo Freire comenzó a ser alfabetizado, en el suelo de la quinta de su casa en las afueras de Recife -estado de Pernambuco, Brasil-, con palabras que nada tenían que ver con el mundo adulto sino con el suyo propio, teniendo como pizarrón la tierra y como tiza una ramita de […]
En la tarde que Paulo Freire comenzó a ser alfabetizado, en el suelo de la quinta de su casa en las afueras de Recife -estado de Pernambuco, Brasil-, con palabras que nada tenían que ver con el mundo adulto sino con el suyo propio, teniendo como pizarrón la tierra y como tiza una ramita de árbol, el mundo del niño no fue violentado sino penetrado y comprendido. Tal vez desde entonces los sueños de Paulo Freire comenzaron a ser históricamente viables. Hace algún tiempo, en una conversación Paulo Freire decía: «Perdidos están los que no sueñan apasionadamente, que no son románticos. Yo sueño con que nunca más se vacíen las calles. Que nunca más los líderes políticos se sirvan de las plazas llenas para poder negociar arriba. Sueño con que aprendamos todos a asumir democráticamente los cambios. Sueño con una sociedad reiventándose de abajo hacia arriba, donde todos tengan derecho a opinar y no apenas el deber de escuchar. Este es un sueño históricamente viable, pero demanda que la gente anteayer hubiese descruzado sus brazos para reinventar esa sociedad».
Esas palabras pintan entero a Paulo Freire, quien comenzó con sus métodos pedagógicos en el estado brasileño de Pernambuco para más tarde trasladarlos a todo Brasil… y al mundo.
La cara fea de la escuela Con el golpe militar de 1964 en Brasil vienen la cárcel y los años de exilio. Años plenos de trabajo, invitado por diversas naciones para que brindara su experiencia como educador. Y así anduvo por Guinea-Bissau, Santo Tomé y Príncipe, Angola, Cabo Verde, Nicaragua y Granada. Regresó al Brasil y entre 1988 y 1992, fue Secretario de Educación de Sao Paulo. «Nuestra preocupación central al frente de la Secretaría de Educación fue cambiarle la cara fea a la escuela municipal -decía Paulo en aquel momento». Dificultades económicas, edificios en mal estado, programas antiguos, son algunas de las realidades que afectan a las escuelas en América Latina. ¿Sería esa la cara fea de la escuela?. «Nuestra escuela pública siempre fue una escuela autoritaria y elitista. El exceso de autoridad del poder con relación a las escuelas, es la causa de los obstáculos que encuentran los hijos de los trabajadores, los hijos de las ‘favelas’, primero para entrar a la escuela y después para permanecer en ella. Gran parte de los niños de las clases populares en todo Brasil no entra a la escuela -hay ocho millones en edad escolar fuera de las aulas- y los que entran son reprobados luego. Irónicamente ese fenómeno se llama ‘evasión’ escolar».
Cosas del lenguaje Paulo Freire siempre pensó que enseñar a leer y escribir a esos niños exige otra comprensión del lenguaje. «Eso implica reconocer que hay una sintaxis propia de las clases populares -decía-. Cuando esto no se toma en cuenta, se están poniendo obstáculos al proceso de aprender a escribir y leer. Es un absurdo que en las escuelas primarias de las áreas populares, se subraye con rojo ‘errores’ de idioma como la concordancia entre el verbo y el pronombre. En Brasil decimos ‘a gente’ que significa nosotros. La gente popular dice ‘a gente llegamos’ en lugar de ‘a gente llegó’. Yo pregunto ¿quién determinó que ‘a gente llegó’ es lo válido? ¿Quién dijo que este es el portugués llamado patrón culto? Si hay un patrón culto es porque hay uno que no lo es. ¿Quiénes hablan lo inculto? Las masas populares. Allí ya se plantea la cuestión de poder con respecto al lenguaje. La gramática aparece como un instrumento de poder y represión. No es que defienda la tesis de que los niños populares deban seguir diciendo ‘a gente llegamos’. Deben aprender a decir ‘a gente llegó’ y conocer la razón gramatical por la cual dicen eso. Pero antes tenemos que respetar la sintaxis popular. Respetar la identidad de su cultura, de su sabiduría. Y para que los niños populares aprendan el llamado ‘patrón culto’, debemos partir de su patrón, por lo tanto de su lenguaje, demostrándole que ellos también hablan bonito».
Esas mismas palabras las dijo siendo Secretario de Educación, y la prensa tituló «Freire no quiere que los profesores corrijan». «Miren como es posible distorsionar y hacer un mal tremendo -comentaba Paulo en esa ocasión-. Un gran número de profesores, un poco ingenuos, quedaron convencidos de que no tenían que corregir nada. La educación es una acción que implica corrección, autocorrección y un permanente proceso de crecimiento de cada uno. No se crece sin corrección. La cuestión es saber cómo corregir, por qué, en función de qué y para qué».
Algunos niños aprenden a leer y escribir superando el primer momento de expulsión, pero son reprobados después en distintas disciplinas. «Esto ocurre -enfatizaba el pedagogo brasileño-, porque la escuela les impone una forma de apreciación que no se corresponde con el tipo de experiencia social que esos niños tienen. Cambiar la cara a la escuela es, en el fondo cambiar la organización de los programas de estudio, es alterar la comprensión metodológica de la enseñanza, la comprensión de lo que significa ‘enseñar’, de lo que significa ‘aprender’. Y eso no se hace por decreto. Pero no se puede democratizar la escuela de una manera autoritaria porque sería un contrasentido. Cuando uno se da cuenta de eso, descubre que hay algunos caminos para lograr ese objetivo. El principal es el convencimiento de los profesores, la formación científica permanente del cuerpo docente».
Pensar creativamente Las dificultades encontradas por Paulo Freire al frente de la Secretaría de Educación fueron muchas. Tal vez eso afirmó la teoría de los que señalan que para modificar la educación primero hay que cambiar la sociedad. «Con la experiencia de la práctica uno percibe que no hay que esperar a que la sociedad cambie -comentaba-. La mejor manera que tendríamos de no hacer nada, sería esperar que la sociedad cambie, porque ahí no cambia nada. En la alcaldía estuvimos metidos en el subsistema oficial, una burocracia que hizo todo lo posible para perjudicar nuestro trabajo, sin embargo se hizo bastante».
Otra forma de autoritarismo es la segregación con niños que no cumplen los patrones de aprendizaje exigidos por la escuela. Son los niños derivados a lo que en muchos países se denomina ‘Escuelas Especiales’. «En Brasil -comentaba sonriendo-, son pésimas. Los niños de esas escuelas son normales pero son reprimidos. Los test, para percibir la inteligencia o la habilidad son absurdos. Me comentaban el caso de tres niños de Sao Paulo que fueron considerados incompetentes desde el punto de vista del ritmo y en relación al aprendizaje de lectura y escritura. Inmediatamente después de ser considerados incapaces, empezaron a bailar un zamba acompañándose con una caja de fósforos, mostrando la creatividad que tenían. Es terrible que nos dejemos caer en la trampa de la falsa cientificidad, afirmando cosas que no son».
Otro motivo de debate es la «capacidad» de ciertos «educadores» para castrar la creatividad de los niños. «Uno de los problemas más importantes que tenemos en este fin de siglo -decía Freire-, por el alto desarrollo tecnológico es la pérdida de la curiosidad y la creatividad. Cada vez queda un espacio más pequeño para la curiosidad y la creatividad. Algunos pocos, lejos de las grandes masas, producen conocimientos al servicio de una minoría que comanda el mundo desde el poder. Estas minorías son las únicas que se están dando el lujo de pensar creativamente, de indagar y desarrollar su curiosidad. Ellas piensan curiosamente para que las mayorías no piensen. Los educadores pueden jugar un papel fundamental para cambiar esa realidad».
Paulo Freire falleció a los 75 años y hasta el final estuvo creando, pensando, escribiendo y reflexionando. Tal vez por eso, todavía encontraba una forma fluida de comunicarse con la juventud. «Hay que aprender con los jóvenes -decía-, y entender cómo ellos entienden la vida, que no es necesariamente igual. Para mi el rock es una locura. Esa desarmonía, ese barullo… Pero eso tiene que ver con el tiempo histórico de la juventud. Yo no puedo esperar que esta juventud inquieta, decepcionada con los viejos, en conflicto con si misma y su tiempo quiera ‘boleros’. Su forma de expresar la vida y la comunicación es la anticomunicación. Yo tengo el derecho de que no me guste, pero tengo el deber de entender y no simplemente decir esto no sirve. Mi criterio de la belleza es diferente».
Una charla con Paulo Freire dejaba múltiples enseñanzas, dejaba su humanismo, su humildad, su sabiduría. Cuando conversaba enseñaba, pero también aprendía. Siempre estaba aprendiendo, apostando a la pedagogía de los sueños.