¿Quién fue? ¿Alguien recuerda al primer pobre diablo que en mala hora decidió secuestrar un avión comercial? Frente a la devastadora realidad del 11/9, 11/3 y 7/7, qué ridícula nos parece ahora la triste figura del infeliz que blandiendo un cuchillo con mano temblorosa ingresaba a la cabina de pilotos y anunciaba con voz adelgazada […]
¿Quién fue? ¿Alguien recuerda al primer pobre diablo que en mala hora decidió secuestrar un avión comercial? Frente a la devastadora realidad del 11/9, 11/3 y 7/7, qué ridícula nos parece ahora la triste figura del infeliz que blandiendo un cuchillo con mano temblorosa ingresaba a la cabina de pilotos y anunciaba con voz adelgazada por el miedo: «éste es un secuestro».
Primero aterrizaban en Cuba, pero una vez desatada la guerra santa los pasajeros fueron llevados a aeropuertos africanos, donde esperaban con el alma en un hilo mientras los secuestradores realizaban negociaciones interminables para liberar a sus compañeros de lucha.
Los secuestros realizados por desequilibrados mentales o amantes despechados se terminaron en 1976, después que un comando israelita asaltó en medio de una lluvia de balas en el aeropuerto de Entebbe el avión donde esperaban su suerte 100 pasajeros judíos secuestrados por extremistas palestinos. Y en los 30 años que mediaron entre los dos septiembres negros (la matanza de atletas israelitas en los Juegos Olímpicos de Munich y el derrumbe de las Torres Gemelas) descubrimos una verdadera «arma de destrucción masiva» que afectaría para siempre nuestro complaciente modo de vida: alguien dispuesto a inmolarse puede desestabilizar gobiernos y doblegar a millones de seres humanos.
Nadie llamó jamás «terroristas» a los kamikazes de la Segunda Guerra Mundial, pero son precursores de los pilotos del 11 de septiembre de 2001 y de los bombarderos de Londres. La diferencia es que los japoneses ofrecían la vida al emperador para equiparar fuerzas en una guerra convencional, y los jihadistas se inmolan en una guerra santa que confirma el choque de civilizaciones. (¿En qué guerra convencional se han causado 3 mil 500 muertes en cinco minutos? Y con excepción del diferente teatro de operaciones, ¿existe alguna diferencia ontológica entre las muertes civiles y las bajas militares?) La diferencia es que hoy se ataca a civiles para hacerlos conscientes de las acciones de sus gobernantes.
España marcó una nueva forma de ataque (trenes urbanos repletos de civiles rumbo a las actividades cotidianas) y al mismo tiempo confirmó una siniestra verdad de Perogrullo: el terrorista se escuda en la sorpresa mientras al gobierno sólo le queda reaccionar. ¿Blindaron las puertas de las cabinas de pilotos?: atacan trenes, cuyos andenes son vigilados por un puñado de policías somnolientos destinados a ahuyentar vagos y carteristas. ¿El swat team abre mochilas y maletines en los trenes de Nueva York?, pues exploran los innumerables «blancos suaves», como se dice en la jerga de seguridad nacional; blancos no vigilados que permiten ataques espectaculares: centros comerciales, hoteles, restaurantes, discotecas, estadios… ¿Habrá policías para todo?, porque si los gobiernos occidentales pretenden ganar la «guerra contra el terrorismo» estilo Bush, a balazos, como en el viejo oeste, habría que designar dos o tres policías por cada ciudadano, y además estar dispuestos a continuar desatando sangrientas guerras civiles en todos los países árabes: wahabistas contra musulmanes conservadores en Arabia Saudita, fundamentalistas contra el establishment pro estadunidense en Pakistán, y extremistas egipcios contra el gobierno dictatorial y oportunista de Hosni Mubarak: ¡pandemónium!
Confirmando el choque de civilizaciones anunciado por Samuel P. Huntington en 1993, a la jihad islámica se han sumado ahora fundamentalistas de todos los países árabes, y aun ciudadanos ingleses de religión musulmana, como en el caso de Londres. Así que la fórmula no puede ser más policías y menos garantías individuales, sino más inteligencia, creatividad y diplomacia. ¿Cuántos «terroristas» existen, cuántos policías, cuántos «blancos suaves»? Imposible detener la ola sin atacar el problema de raíz y sin discutir abiertamente causas y soluciones.
Los ataques contra Estados Unidos surgen por la alianza a ultranza con el Estado expansionista de Israel, y por los matrimonios de conveniencia con las dictaduras de Arabia Saudita y Pakistán. La primera es proveedora inagotable de petróleo barato, y al mismo tiempo corazón del wahabismo fundamentalista que produjo a Osama Bin Laden, y la segunda acepta dinero, armamento y bases militares al tiempo que alberga 12 mil madrasas donde se preparan millón y medio de estudiantes fundamentalistas. Por eso, disuadir dictaduras «convenientes», estabilizar la frágil economía de los pueblos musulmanes y apoyar la creación del Estado palestino son hechos que contribuirían a solucionar el problema. Condonar la diáspora palestina y erradicar las garantías individuales no es el camino. Es preciso reconocer que los conflictos convencionales del mundo occidental (entre príncipes, estados nación e ideologías) han dado paso al temido conflicto religioso entre oriente y occidente. El fundamentalismo islámico parece dispuesto a vengar siglos de pobreza, divisiones, derrotas militares y humillaciones. ¿Habrá quién intente convencer a Bush? Se antoja una tarea imposible…