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Dieciséis consideraciones sobre el terrorismo

Fuentes: Al Ahram Weekly

Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández

Todos los sucesos que se han ido produciendo en los últimos años y que han sido calificados como actos terroristas, desde los ataques sobre Nueva York y Washington hasta las bombas recientemente colocadas en Londres, son moralmente repulsivos y no tienen justificación alguna. Igualmente incontestable es el hecho de que hay una teoría, aceptada a niveles muy amplios y reiterada noche y día por políticos, comentaristas y medios de comunicación, acerca de los autores de esos actos, su afiliación religiosa y sus motivaciones. Los autores son Osama Bin Laden y sus cómplices, que se han unido en una organización llamada Al-Qaida; son musulmanes y sus motivaciones son múltiples. Su propósito es vengarse de Occidente, y particularmente de Estados Unidos, por sus agresiones contra los árabes y el Islam, especialmente en Iraq y Palestina. De ellos se dice también que actúan impelidos por un profundo sentido de resentimiento y odio, que, de forma alterna, se atribuye tanto a ciertas enseñanzas islámicas que de forma ostensible alimentan esos sentimientos, como a la envidia de los pobres árabes y musulmanes ante el bienestar del Occidente opulento y a su condena, sin más, de ese concepto ambiguo denominado «the American way of life». Se dice, además, que están inspirados por el deseo de aplicar la ley islámica en todos los aspectos de la vida, aunque nunca se explica con precisión qué es lo que eso implica, dónde se aplicaría y cómo debería cumplirse.

Aunque muchos consideran esa teoría como axiomática, yo no estoy aún muy convencido. Pero no aportaría nada si no reconociera que el escepticismo no aparece ni de lejos en conversaciones privadas o en comentarios públicos en prensa, radio y televisión. Por otra parte, mientras que las convicciones oficiales y públicas en la mencionada teoría se afirman con la confianza y seguridad más absolutas, los escepticismos privados se muestran tímidos, temerosos, como si hubieran perdido la esperanza por adelantado y temieran que el resto de gentes se pudiera burlar de sus puntos de vista.

Pero yo he aceptado ante mí mismo que tengo mis razones, y que puedo manifestarlas, para dudar de lo que he calificado como «hipótesis terroristas». Por un lado, intuyo que enumerando esas razones una tras otra en alguna parte podría dar lugar a argumentos más poderosos y convincentes que si las elaborara de forma separada. Por otro lado, siento que esta iniciativa servirá para apoyar los escepticismos de mis compañeros y les animará a expresar sus ideas. Quizá entonces, nuestros esfuerzos combinados alentarán a la gente a explorar explicaciones alternativas ante los sucesos mencionados anteriormente. ¿Quién sabe…? Quizá puedan terminar identificando hipótesis de naturaleza muy distinta.

Como he apuntado, mis pensamientos de por qué sigo sin estar convencido de las hipótesis terroristas se podrían volcar en una propuesta con dieciséis puntos. He decidido presentar esos puntos a los lectores de la forma más concisa posible, a fin de dejar espacio para que ellos los amplíen y puedan aportar sus contribuciones. Serían los siguientes:

  • Uno pensaría que tragedias de una magnitud tal que han llegado a cobrarse cientos de vidas inocentes y causado una inmensa destrucción, fomentando un sentimiento de incertidumbre cada vez mayor sobre la vida personal de uno mismo, de su familia y de su país, habrían estimulado consideraciones mucho más serias sobre sus causas, tomando además la precaución de ser tan exactos y justos como fuera posible a la hora de atribuir culpabilidades. En vez de ser así, ha ocurrido todo lo contrario. Cuantos más crímenes de ese tipo tienen lugar, más resueltamente y más rápidamente los dedos se levantan apuntando en la misma dirección. Un fenómeno tal ya resulta sospechoso en sí mismo.

  • Una de las máximas en las investigaciones criminales es tratar de identificar quién podría beneficiarse del crimen en cuestión. La lógica de esta máxima es evidente en sí misma, a pesar de ello precisamente lo que se aplica a los crímenes que estamos considerando aquí es todo lo contrario. Ciertamente, el Islam ha sido maliciosamente implicado a causa de esos crímenes y árabes y musulmanes han pagado, y continúan pagando, un precio desorbitado por ello. En la mayoría de los casos, los autores ni siquiera dejaron un indicio que pudiera neutralizarles sobre las razones por las que habrían cometido el crimen y qué es lo que quieren de nosotros. Uno tan sólo puede desconfiar de una hipótesis sobre el terrorismo que se nos presenta con un autor que no consigue beneficio alguno de su crimen.

  • Es curioso que en crímenes de esta magnitud no se tengan en cuenta otras posibilidades. Parecen ser ya demasiados los que tienen motivos profundamente interiorizados para el rencor y demasiados los que, asimismo, tienen problemas mentales tanto dentro de los países que han padecido esos crímenes como en el exterior. El hecho de que se hayan dado varios casos de escolares con un perfil elevado de alteraciones mentales que han disparado contra sus compañeros de clase y profesores por razones que sólo ellos conocen, debería al menos hacer que nos paremos a pensar. Con todo, la norma parece ser la de que siempre que se coloca una bomba, de forma automática y universal, los pensamientos convergen sobre el barbudo delincuente del desierto de Arabia.

  • Supongamos, en consideración al argumento expuesto, que la hipótesis terrorista es tan ampliamente aceptada porque es la que tiene mayor sentido. ¿Debería esto eliminar la necesidad de considerar otras teorías alternativas? ¿No debería el esfuerzo intelectual, cuando investiga para remediar un problema, estar a la altura de la gravedad del problema? ¿No debería esta gravedad extrema obligarnos al menos a escuchar otros puntos de vista? Aparentemente no. Cuando se toca este tema parece que, de forma asombrosa, las mentes se cierran y que cualquier idea que se aleje de los aforismos reglados es condenada de forma brusca como «teoría conspirativa», lo que es muy irónico si consideramos que la propuesta de que Bin Laden y sus compinches están en algún lugar conspirando y planificando secretamente sin indicio alguno de que toda esa actividad se está produciendo hasta que estalla el desastre, es precisamente lo que a mí me parece la teoría conspirativa por excelencia.

  • Las investigaciones no cesan y se detiene a sospechosos por doquier. A pesar de todo, especialmente en comparación con la copiosa información que conseguimos acerca de los crímenes y de sus víctimas, a uno le sobrecoge la escasa información que tenemos acerca de los autores mismos. ¿Dónde nacieron y dónde crecieron? ¿De qué entorno social provienen y qué tipo de educación recibieron? Si están presos, ¿cuál fue la esencia de sus confesiones, si es que hubo alguna, o en qué razones justifican sus actos? Todas estas cuestiones siguen pendientes a pesar de las pistas vitales que en la buena dirección podrían proporcionar sus respuestas para poder llegar a extirpar las fuentes del terrorismo. Uno no puede por menos que preguntarse cuánta información procedente de estas investigaciones se está ocultando al público y por qué.

  • ¿Por qué han fracasado todos los intentos para arrestar a los dirigentes de esa organización a la que se atribuyen tales crímenes? Es muy chocante que oigamos tan pocas cosas sobre esos esfuerzos a pesar del inestimable beneficio que para el mundo supondría la captura de esos individuos. ¿O tenemos que creer que ese dirigente barbudo y sus edecanes son tan astutos e ingeniosos que pueden burlarse y eludir a los ejércitos más poderosos y a las agencias de inteligencia más hábiles del mundo?

  • Las sospechas de uno se disparan además cada vez que se nos obsequia con una grabación de vídeo que de algún modo fue a parar a manos de una estación de satélite bien conocida y que presenta a ese dirigente famoso, o a alguno de sus compinches, metralleta en mano, prometiendo más muerte y destrucción. Esa estación de satélite pertenece a un país con lazos muy estrechos con la nación que encabeza de forma ostensible la lista de objetivos de ese dirigente terrorista. ¿Por qué esa nación no ha persuadido a ese gobierno en el que se sitúa la estación satélite para que impida la propagación de esas cintas de vídeo? Tendría una razón legítima para poder hacerlo así – si la hipótesis terrorista es correcta; esas grabaciones pueden incitar a otros con tendencias terroristas a actuar siguiendo esas inclinaciones. Las cintas de vídeo plantean otra pregunta. En uno de las historias de Ali Babá y los cuarenta ladrones, Murjana, la sirvienta de Ali Babá, encarga a alguien que siga a los ladrones hasta su escondrijo. Pero antes toma la precaución de dotar a su agente de un saco lleno de harina después de haber hecho un agujerito en su fondo para que la harina vaya saliendo y deje un rastro. Así es como fue posible descubrir el paradero de la cueva de Ali Babá y arrestar a los ladrones. ¿Es posible que el mundo de las agencias de inteligencia sea incapaz de idear un ardid parecido para seguir la pista de los mensajeros de cintas de vídeo de regreso hacia sus maestros?

  • El precio que el suicida-bomba paga -su vida- parece excesivo para lo que espera conseguir con su acto. ¿Realmente cree que reventando algunos túneles de metro en Londres o incluso las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York, al coste de su propia vida, logrará la liberación de Iraq o Palestina? Si es así, nos enfrentamos a una mentalidad especialmente antinatural y carente de lógica.

  • Parece razonable esperar que aunque muchos hayan empeñado sus mentes en hacerse estallar a sí mismos con la esperanza de alcanzar algún tipo de recompensa espiritual por su sacrificio, al menos unos cuantos deben haber tenido algún pensamiento acerca del acto horrible en el que se iban a embarcar y que, entre esos cuantos, al menos uno o dos podrían haberse dirigido a la policía y, arrepentidos, haber revelado los nombres de sus cómplices o de los que les sometieron a un lavado de cerebro. Hasta donde conocemos, todavía no ha aparecido ni uno solo. Resulta muy conveniente para alguien que los suicidas-bomba lleven a cabo su propósito de forma ineluctable.

  • Lo que se conoce sobre la vida de Bin Laden es totalmente inconsistente con las acciones que se le atribuyen en la actualidad. Como joven rico y ocioso, empleó gran cantidad de tiempo y dinero en la búsqueda de placeres sensuales en los locales nocturnos de Beirut. Más tarde, se unió a los combatientes financiados por EEUU contra la ocupación soviética de Afganistán. Ese sí es un buen cambio en la vida de uno. Nos causa desasosiego y duda que una persona pase la primera mitad de su vida como un derrochador sin principios y la segunda parte como un fanático religioso listo para sacrificarlo todo en aras de algún ideal.

  • Es también un hecho bien conocido que la familia de Bin Laden tenía, y probablemente aún tiene, estrechas conexiones con los niveles más altos de las comunidades políticas y financieras de EEUU. No es extraño, pues, que un miembro de esa familia ofreciera a EEUU sus servicios contra los soviéticos en Afganistán y en algún lugar más. Lo que sí es extraño es que esa misma persona formara después una organización terrorista con el propósito de atentar contra EEUU y sus amigos y aliados.

  • Es interesante señalar cuán rápidamente se intensificó el terrorismo tras el decisivo cambio histórico que supuso el fin de la Guerra Fría, el colapso de la Unión Soviética y la aparición de EEUU como el líder de un orden global unipolar. Con todo, se necesita poco esfuerzo para comprender que las razones que se citan comúnmente como causa de este aumento del terrorismo se retrotraen a fechas mucho más lejanas de los pasados quince años. Las injusticias israelíes contra los palestinos se han estado enseñoreando durante más de medio siglo. Ni hay nada particularmente nuevo en los argumentos del odio y resentimiento contra Occidente, pero lo que queda sin explicar es precisamente qué es lo que ha hecho que se radicalicen tanto esos sentimientos como para producir el dramático estallido terrorista.

  • Incluso aunque árabes y musulmanes tuvieran algo que ganar con esas actividades terroristas, hay otras partes que están mejor situadas para ganar mucho más. Árabes y musulmanes tienen muchos enemigos y cuanto más triunfen éstos tildándoles de terroristas más fácil les resultará justificar su actitud brutal con los pueblos árabes y musulmanes, la invasión y ocupación de sus países y la redefinición del mapa de Oriente Medio.

  • Difícilmente puede ser una mera coincidencia que esta región que ha sido calificada como el principal campo de cultivo del terrorismo sea también la región que contiene cantidades enormes de una materia prima vital y costosa que, en el período de la historia actual, es una fuente de rivalidad entre muchas naciones poderosas y entre muchas compañías importantes que tienen poder para movilizar ejércitos y medios de comunicación que cumplan sus mandatos. Creo que bien podrían aplicarse aquí las palabras del estadista británico y escritor político Edmun Burke: «No es sino con incredulidad que escucho a algunos difamar a aquéllos a los que se disponen a saquear. Me siento bastante escéptico de los vicios que se inventan o exageran cuando a través del castigo se busca obtener beneficio. Un enemigo es un mal testigo; un ladrón es aún peor».

  • El aumento del terrorismo ha ido acompañado de la publicación de miles de libros, estudios, informes y comentarios que hablan mal de árabes y musulmanes. Sus defectos, reales o inventados, viejos y nuevos, se ponen al desnudo y son objeto de minuciosa disección, incluso aquéllos que no pueden conectarse con facilidad con el terrorismo. ¿Qué conexión se puede establecer entre el estatus de la mujer en el Islam, o la débil contribución de los árabes a la investigación científica y tecnológica avanzada, y el terrorismo?

  • A muchos nos sorprendió con cuanta rapidez tras el 11-S Washington desencadenó su acción militar contra Afganistán y después contra Iraq y aumentó su presencia militar en Ucrania, otra región rica en petróleo. Esos hechos han dejado claro que los planes para esas invasiones y presencias militares habían sido diseñados muy bien antes del 11-S. La «asombrosa coincidencia» proporcionó el pretexto para llevar esos planes a cabo. Una consideración científica del problema requiere reducir al mínimo el factor de la coincidencia, un principio que uno pensaría que se podría aplicar a todo, cuanto más a una coincidencia como ésta y que ha resultado tan favorable para ciertos arquitectos políticos.

(*) Galal Amin es profesor de Economía en la Universidad Americana de El Cairo.

Texto original en inglés:

http://weekly.ahram.org.eg/2005/759/op32.htm