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El teatro de los torturadores

Escuchas, Samuel Beckett?

Fuentes: Counterpunch

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Los torturadores tropiezan los unos con los otros, y consigo mismo. El campeón de la tortura va corriendo por el Congreso tratando de rescatar una boleta de autorización excepcional para sus esbirros de la CIA. Su jefe, el Comandante-en-nada-de-nada trastabilla en todas sus frases mientras trata de decir por qué la tortura no es tortura, mientras sub-mal-entiende la definición de tortura. La CIA da tumbos en su propio secreto para mantener ocultos sus «sitios negros» sumidos en la tortura, Los fantasmas de Abu Ghraib han convertido a Irak en un campo de minas de geniecillos que estallan sobre cada lengua bífida. Y ahora los torturadores chocan literalmente los unos con los otros, dejando al descubierto las guaridas del otro y haciendo una de las mejores imitaciones del capitán Renault en la historia de la hipocresía. Están horrorizados, horrorizados de verdad, de saber que pueda existir la tortura.
¿Escuchas, Samuel Beckett?
El teatro de lo absurdo fue una invención franco-irlandesa patentada después de «El Mito de Sísifo» de Camus. Es ahora una especialidad iraquí-estadounidense con raíces literarias propias. en las Mil y Una Mentiras, Sherazada ha sido reemplazada por un gabinete de concubinas, los Cheney, las Rice y los Rumsfeld y los comodines se alternan en el tejido de sus cuentos imaginarios para el Rey George que, a falta de una virgen nocturna que decapitar una vez que se ha aburrido de ella (los cuentos de sus actuales concubinas no son ni de lejos tan convincentes como los de Sherazada como para inspirar indulgencia), se da por satisfecho con el sacrificio de dos o tres soldados estadounidenses anónimos bajo su comando: El mismo principio, un harén diferente.
Las concubinas sacan su espectáculo a la calle, y montan versiones públicas de la hora de los cuentos del Rey durante la mayor parte de la semana en uno u otro escenario amigo en preparación del escenario más congenial de todos – el circuito de la perorata del domingo por la mañana – en el que los ´negros´ de las concubinas crean el marco propicio para el cuento oficial con adjetivos simpáticos y con «por otras partes» y cumplen la tarea de convertir esas matinés dominicales en una clínica quiropráctica de inclinaciones: ¿Cómo van a explicar las concubinas la cámaras de tortura del Ministerio del Interior de Irak, que están sólo medio enterradas bajo sus propias narices?
No necesitan hacerlo. No hace falta explicarlas. Los torturadores iraquíes siempre estuvieron a la altura de la hora récord. Hasta ahora sólo han sido sobrepasados por sus patrones estadounidenses. Las cámaras de tortura reveladas esta semana son dirigidas por la Organización Badr, «una milicia con estrechos vínculos con Irán, como lo formulara hoy el New York Times, en su lenguaje eternamente deferente en el uso de adjetivos aletargadores y apañadores. La organización Badr en Irak es dirigida por Bayan Jabr. Jabr fue escogido como ministro del interior con apoyo estadounidense, como lo escribí en junio: «El ministro del interior Bayan Jabr es un activista chií que se unió al Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Irán durante los años de Sadam, luego dirigió la oficina del consejo en Siria. La rama militar del consejo es la milicia Badr, que, como informara Knight Ridder ‘ha logrado, un poder enorme desde las elecciones iraquíes de enero y que ahora es acusada de realizar un campaña de terror contra la minoría musulmana suní de Irak, que incluye secuestros, amenazas y asesinatos. La milicia Badr está dedicada a la destrucción de los suníes con el mismo fanatismo ciego con el que Hamas está dedicado a la destrucción de Israel. Badr es suministrada y entrenada por la Guardia Revolucionaria de Irán, que también suministra y entrena a Hezbolá, la milicia basada en Líbano clasificada como organización terrorista por el Departamento de Estado'».
En otras palabras, el «descubrimiento» de que los bandidos de Jabr han estado torturando a suníes en los suburbios de Bagdad (en la «banlieu» como dicen los franceses: una forma geográfica de convertir un problema en algo más periférico de lo que es en realidad) es una sorpresa sólo para aquellos que o no han observado lo obvio, y según Knight-Ridder, algo sobre lo que ya se ha informado; o para los otros que se siguen embelesando con los pronunciamientos oficiales del cuerpo de concubinas de la Casa Blanca más que con los hechos reales. Es virtualmente imposible que en un sitio como Bagdad, donde los secretos constituyen el pan de cada día en cada café, las fuerzas de la coalición no hayan sabido lo que ocurría en los sótanos del Ministerio del Interior, a manos de milicias que la propia coalición ha utilizado con mucho gusto como testaferros para hacer su trabajo. Después de todo la política de «entrega» – el hábito aprobado por el presidente de transferir sospechosos a los carceleros de otros países para ejercicios que oficialmente no son permitidos en prisiones estadounidenses – es política oficial estadounidense. Los sitios negros constituyen política extraoficial estadounidense. Cualquiera que piense que Irak no tiene su propia red de sitios negros, aprobados y alentados en secreto por la ocupación estadounidense, está leyendo la versión de Sherazada de las Noches Árabes.
Pero quién descubre qué y cuándo no es tan importante como lo que queda en descubierto. Cuando los «liberadores» y los «liberados» son torturadores, que hacen su trabajo en los mismos sitios y (generalmente por encargo de los estadounidenses) de la misma manera como solía hacerlo Sadam, no queda mucho barniz sobre el cuadro del propósito o la credibilidad de la ocupación. No queda un esqueleto por debajo. Sólo el grito silencioso de la condena que nadie quiere escuchar. En este teatro del absurdo, hasta el público contribuyente que paga por el espectáculo es sordo.
Una última ironía absurda. El 15 de diciembre, habremos estado en Irak exactamente mil días, coronando el Día de Navidad como más que Mil y Una Noches retóricas. ¡Qué regalo! La única cifra que importa de este lado del escenario, por supuesto, es que hasta entonces nos quedan sólo 39 días para hacer las compras.
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Pierre Tristam, es escritor editorial y columnista de Daytona Beach News-Journal, Florida. Para contactos: [email protected].