Mira por donde, cuando uno ya comenzaba a temer que el futuro que se nos promete quedara en manos de los abogados y los ex presidentes, emerge poderosa otra especie profesional, la de los sicólogos, multiplicando su presencia y su concurso en todo el mundo. Además de atender sus consultorios y organizar seminarios en lujosos […]
Mira por donde, cuando uno ya comenzaba a temer que el futuro que se nos promete quedara en manos de los abogados y los ex presidentes, emerge poderosa otra especie profesional, la de los sicólogos, multiplicando su presencia y su concurso en todo el mundo.
Además de atender sus consultorios y organizar seminarios en lujosos hoteles para damas de alta alcurnia, como venía siendo habitual, de un tiempo a esta parte no hay accidente, atentado, catástrofe o simple pleito que no requiera el concurso de una legión de sicólogos para atender a las víctimas, a sus familiares, a los vecinos y hasta a los televidentes que siguieron en vivo y a todo color la masacre por televisión.
Si consideramos la inflación de conflictos que padecemos, muy pronto, ni siquiera las universidades dominicanas van a poder abastecer de sicólogos el mercado. Y ello cuando ya deben estar tomándose medidas para que, por ejemplo, la sicología amplíe su campo de acción y cada marine desplegado por cualquier infame guerra cargue, en su bien surtida mochila, un sicólogo de bolsillo que pueda reconfortar el cadáver y ayudarle a entender la conveniencia de haber perdido la cabeza en aras de todas las zarandajas que les proponen como excusa.
Los deportistas de élite también dispondrán de un sicólogo que, entre bola y strike, reconduzca los abatidos ánimos del derrotado y serene los ímpetus del triunfador.
Y ni qué decir de las multitudes de sicólogos que van a hacer falta para consolar a todos los damnificados de hipódromos, canódromos, casinos, bancas de apuestas, bancas deportivas, loterías y demás rifas, a las que habrá que agregar los sicólogos necesarios para socorrer a los automovilistas, los presos y los desempleados.
Y aún quedarán por atender los no nominados a premiación alguna, los candidatos derrotados y los funcionarios puestos en retiro que, sólo en queridas van a necesitar tres sicólogos de promedio y uno adicional cuando les retiren la yipeta.
En cualquier caso, y no lo digo como consuelo, si llegara a ocurrir que satisfechas todas las víctimas de todas las derrotas, nadie quedara padeciendo un tonto agobio, un simple desánimo o una vulgar depresión que llevarse al diván, siempre nos quedará la esperanza de que comiencen a deprimirse los sicólogos hasta que sólo nos sobreviva el trauma.