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Feria del Libro de Durango: Más allá de lo puntual

La «Durangoko Azoka» sintetiza el auge del euskara

Fuentes: Rebelión/Maverick Press

Cuarenta citas anuales de la «Durangoko Euskal Liburu eta Disko Azoka» certifican la vigencia de un idioma proscrito por todos los medios, desde el fuego al desprestigio. La primera Feria del Libro y el Disco Vascos se inauguró en 1965, simultánea al borrador de la «Ley de Libertad de Prensa e Imprenta», tristemente célebre como […]

Cuarenta citas anuales de la «Durangoko Euskal Liburu eta Disko Azoka» certifican la vigencia de un idioma proscrito por todos los medios, desde el fuego al desprestigio. La primera Feria del Libro y el Disco Vascos se inauguró en 1965, simultánea al borrador de la «Ley de Libertad de Prensa e Imprenta», tristemente célebre como «Ley Fraga».

El decreto-ley llegó a exigir a unos «bertsolaris» el depósito previo ante la autoridad de «6 copias» de sus coplillas en euskara antes de improvisarlas por radio (Artículos 1 y 64). Surrealista, Franco temía a las musas etéreas. Su enemigo íntimo, Mola, ya había ejecutado un autodefé infamante en 1936, tras tomar Tolosa. Expurgados los libros en idioma vasco, los quemó. Vivos, como la recién clausurada «Durangoko Azoka 2005» ha corroborado.
Ininterrumpida desde sus tenderetes a la intemperie en el pórtico de la Iglesia de Andra Mari, hoy la Feria del Libro y el Disco Vascos se acoge a un sólido pabellón de 4000 metros cuadrados. Cobija unos 175 puestos de venta. Agréguense los conciertos en un local próximo, bibliofilia en el Museo de Arte e Histórico y otras convocatorias añadidas, y se obtendrá un registro aproximado de cómo vibra Durango en cinco días intensos cuya síntesis refleja el rescate intelectivo y lúdico de una esencia, la lengua vasca, o textos a ella referidos, que sucesivos regímenes, incluso los pintorescos «aperturistas», se empeñaron en extinguir o denigrar.

Sirva como termómetro de buena salud de las editoriales del sector presente en la «Azoka», que entre 2003-2004, dato de la Federación de Gremios de Editores del Estado, su ejercicio subió un 13%. Más allá del ritual, los títulos siguen en oferta durante todo el año en establecimientos del ramo, o mixtos.

La censura, ‘leit motiv’

El esfuerzo de supervivencia de un idioma maldito, sin hipérbole, durante cuatro décadas, fue ‘leit motiv’ de la «Azoka». Precedió el discurso inaugural de Juan Mari Torrealdai, «Lectura actualizada de la censura franquista», en euskara, por supuesto, a otras charlas que incidieron en el lápiz rojo, analfabeto, que zahirió sin tregua el idioma de los vascos. La abundancia de oferta infantil y juvenil adecuada al contexto en que crecen y otro rincón específico de tecnologías punteras completa un tinglado que atestigua, con su biodiversidad de temática, que ha llovido mucho, imperceptible e implacable sirimiri, desde los días sordomudos del euskara inhibido; y que cada vez más se aprende, conversa, lee, traduce, televé, sintoniza, pincha y cibernetiza en DVD, o bajándose ‘hits’ audiovisuales, lo que el Gran Inquisidor de Burdeos, Larteguy, definió en el siglo XVII como «lengua del Diablo». Un pionero, Ioannes Leizarraga, dio a la imprenta en 1571, encargo de la reina hugonota de Navarra Johanna III de Albret, la primera edición en euskara arcaico de las Escrituras en versión de la Reforma. A todo esto, y aunque el euskara fuese la tradicional ‘lingua navarrorum’, y pese a las muchas editoriales de la Comunidad Foral en la «Azoka» presentes, asombra la ausencia de patrocinios del Gobierno del enfurruñado Sanz. A quien se supone forofo del este año pujante Osasuna. En euskara, Osasuna significa «Salud». ¿Lo sabrá?

«Diccionario General» de Euskaltzaindia

Hostil a una «Cruzada» que martiriza a innúmeros curas en Euskal Herria al grito de «¡Viva Cristo Rey!», el clero vasco constituirá el primer núcleo de resistencia del euskara en la postguerra. Influyó no poco en ello su procedencia básicamente rural. Era el seminario el recurso del caserío con mucha prole para ilustrarla y alimentarla, a falta de Universidad y cosechas. Constituyó el huso de la madeja, desde la pugna por las clandestinas ‘ikastolas’ camufladas de catequesis para alfabetización de ciudadanía inquieta o comprometida, indígena o exógena, hasta la eminente Real Academia de la Lengua Vasca, Euskaltzaindia. Ésta, por cierto, ha presentado, tras 20 años de minuciosa labor, su último tomo, el decimosexto, del «Diccionario General Vasco». Anhelo predilecto de esta institución, enciclopedia exhaustiva, la filología o la necesidad literaria hallarán en este pormenorizado y elegante depósito de ciencia y paciencia 125.000 entradas y 280.000 subentradas. Cada tomo consta de unas 1.000 páginas y suman un total de 15.600. Registra más de 800 autores y 2000 obras de todas las épocas, hasta 1970. O sea, termina con un intensísimo y fluido ‘continuará’ lexicológico.

Fue decisiva, decíamos, la salvaguarda en catacumbas monásticas de un elemento endocultural tan sólido que, último recurso reaccionario, se quiso combatir reduciéndolo a folklore, pieza arqueológica o «Coros y Danzas». El empeño subterráneo por su dignificación, empero, no iba a cejar. Al igual que en la Edad Media, la cultura nativa florecerá en conventículos, como el de Lazkao, benedictino, en cuyos ‘barnetegiak’ (aprendizaje en pensión e internado) los licenciados en Magisterio se ilustran en un euskara paradigmático. Conformarán, al salir, los claustros de ikastolas y Escuelas Públicas actuales, donde el modelo «D», docencia en euskara con Lengua Española de asignatura (e inglés), se solicita cada curso en mayor proporción.

No todo es, acéptese, triunfalismo. Perdura el tic, siempre dependiendo de la comarca, de hablarle a la criatura en euskara y a la vecina en castellano. Diglosia, se llama el fenómeno, y sus causas son diversas. Entre ellas, el desprestigio y la insistencia irracional en la imposibilidad de aprendizaje por adultos de la locución vasca. Los ‘euskaltegiak’, centros de inicio y perfeccionamiento públicos, lo vienen desmintiendo. Pero son 40 años de «Azoka» contra otros 40 (o más) de franquismo puro o reciclado, y la onda expansiva del prejuicio jeroglífico o político en torno al euskara tardará aún en disiparse.

Muerte de «Aitzol»

La postguerra acarrea una abolición sañuda, no sin disimulos y permisividades taimadas, del «vascuence». El Movimiento se ha cebado en la creatividad literaria y tortura (el pelotón apunta mal adrede) y remata a José Ariztimuño, de firma «Aitzol», un cura insólito, escritor, adicto a la República y autor de «La democracia vasca». Marxistas y católicos han convivido en «contubernio» en territorio vascongado, con inevitables excepciones. A Ariztimuño suceden en el paredón u obligados a cavar su propia fosa un espeluznante número de clérigos vascos.

Ante la denuncia del lehendakari Aguirre, en diciembre de 1937, acerca de sacerdotes linchados en la Euskadi ocupada por los cuneteros de las JONS, otro lúgubre camarlengo del Caudillo, el primado Gomá, se lava las manos. «Falacia y disparate», replica. Clamará José Antonio Aguirre: «Afirmo, como es notorio, que los sublevados han asesinado a numerosos sacerdotes y beneméritos religiosos por el mero hecho de ser amantes de su pueblo». La estrategia cínica del fascio atribuía luego sus propios crímenes a «la barbarie rojoseparatista».

El cisma tácito

Una anécdota recopilada por uno de los muchos peregrinos del XIX atraídos por la mistérica Euskal Herria ilustra el relativo gentilismo de la clerecía en la cultura local. Un muchacho de Laburdi, dubitativo, consultó con el párroco qué rumbos debía seguir. «Hazte cura vasco», aconseja aquél. «Será que me haga cura». «No, no: cura vasco». Herbolarios, empíricos, duchos en psicología intuitiva, sabían latín y euskara. Comunicaban lo críptico. Así, entrados los 1960, el espacio obliga a elipsis, buena parte del clero en Euskal Herria cuelga las sotanas, incurre en matrimonio y se perfecciona en Universidades extranjeras. Muchos se incorporan como enseñantes a unas ikastolas aún embrionarias. Alcanzarían algunos cátedras de Universidad cuando ésta al fin se constituya en Leioa. Cosmopolitas, literatos, periodistas, se infiltran en la ilustración, la insuflan desde un ángulo más práctico que místico. No reniegan; pero debajo del ‘clergyman’ se vislumbran jerseis rojos. Unas doce mil firmas de laicos y órganos cristianos internacionales suscriben una carta dirigida por 339 curas al nuncio Antoniutti, 30 de mayo de 1960. En ella denuncian el «uso del tormento en comisarías». Franco tilda a los 339 de «clérigos separatistas» y el vicario del Vaticano de «traidores a Cristo». El cisma vasco, o la anomalía pastoral y disidente de parte de sus prestes, queda rubricado ‘a divinis’.

Premio para un escritor de ‘thrillers’

El premio que desde 1992 concede la «Azoka» de Durango a los más destacados promotores y escritores en euskara, la «Durangoko Argizaiola 2005», se concedió a los méritos de un jesuita, Gotzon Garate, cuya especialidad más llamativa es el relato de ‘suspense’. Su perspicaz protagonista es el detective Jon Bidarr. Garate recibió el galardón más allá de ese chestertoniano género, el ‘thriller’ (nada desdeñable) por su condición poligráfica y su intinerante y aventurera actividad. Libros de viajes como «New York, New York» o «India Harrigarria» dan cuenta de sus impresiones exóticas.

Nacido en Elgoibar en 1934, tras el bachiller se une en Loiola a la Compañía (que para desesperación del franquismo en Euskadi juega en casa). Especializado en marxismo y leninismo en Friburgo, «en búsqueda de un espíritu de justicia», ha publicado siete títulos al respecto. Doctor en Filosofía por la Complutense de Madrid y Licenciado en Teología por Innsbruck, obtuvo el doctorado en Filología Románica en Deusto, donde ejerce la cátedra de Literatura Vasca y enseña marxismo. En 1978 logró su empeño más vocacional : terminar Filología Vasca. Antropólogo, ha recorrido su microcosmos, los valles y caseríos, recopilando literatura oral de viva voz, luego plasmado en su «Atsotitzak-Refranes-Proverbes». Otra indagación, galicismos o hispanismos ajenos a lo neológico instrumental, la ha plasmado en su «Erdarakadak».

Homenaje a «Lauaxeta»

No todos los literatos exterminados por el fascio fueron religiosos. La «Azoka 2005» ha rendido homenaje musical al poeta de Laukinitz, Esteban Urkiaga, «Lauaxeta». Su agonía derivó de una intrepidez espontánea. Acompañó a un reportero inglés, tras el genocidio de Gernika, para que verificara y difundiese el incalificable desmán del Caudillo aliado con la Lufftwaffe nazi, justo cuando penetraban en las ruinas humeantes destacamentos de Falange. Cautivo, allí cayó acribillado como «espía».

En Bruselas, 1960, foro escogido para un Congreso de Dialectologías, el PNV en el exilio resume que «la lengua vasca ha sido proscrita» en la Enseñanza y burocracia, y que la ley se niega a registrar onomásticas como Iñaki, Imanol, Miren, Lorea. En las ciudades, el euskara desfallece. Incluso se borran las inscripciones de lápidas sepulcrales. A martillazos. De 700.000 vascoparlantes prebélicos, en 1954 se han perdido unos 200.000. Entretanto, la colonia vasconavarra en Madrid ve cómo las misas en «vascuence», obligatorias a través de una Real Orden antiquísima, sólo se celebran los domingos… a las seis de la mañana. El Pardo cumple.

En zonas labriega y costera se conserva un euskara marsupial, transmitido de madre a hijo. Cuando se toleren las primeras ikastolas, la infancia de los sectores que mejor conservan la lengua vernácula es enviada, para que estudie en castellano, a la Escuela Pública, cuyo control centralista está garantizado. El pretexto, que «el euskara ya lo tienen en casa». La burla pertinaz ante las crueles ventanillas administrativas hizo sentirse ignorantes y palurdos a quienes no dominaban el habla del «Imperio», complejo que aún se aprecia entre la población más longeva.

Las embarcaciones, por contra, encierran un espacio liberto, y los arrantzales inmigrantes se hacen bilingües. Los gallegos, trilingües. Nombrar al capellán a bordo es mal fario y, rumbo a Terranova, se refieren a él como ‘o tu xa m’entendes’. Generaciones sucesivas serán plenamente euskaldunes en territorio pesquero. Sin prescindir de su proverbial identidad de origen.

De Bruselas al Cono Sur

Revancha relativa, en noviembre de este año, de nuevo en Bruselas, el euskara se escuchó de forma oficial por primera vez en un organismo europeo, el Comité de las Regiones. El refrendo corrió a cargo del Comisionado del Lehendakari para las relaciones exteriores, José María Muñoa. Se cumple así el acuerdo de la CE, logrado en junio, de reconocimiento de lenguas cooficiales, Consejo de Europa incluido. No podía faltar el obstáculo a lo suscrito, y cuando se desee expresarse en euskara en sesión plenaria se deberá notificar de ello a la mesa presidencial con ¡siete semanas! de antelación. Otra elipsis finisecular.

No constituyen, Chile y Argentina, los únicos puntos neurálgicos donde los americanos descendientes de inmigrantes vascos (Simón Bolivar procedía de una familia oriunda de Zenarrutza, Bizkaia, asentada en Caracas desde el siglo XVI) sienten inquietud por sus raíces. La Universidad de Nevada es otra muestra en el Norte del continente. Miren Azcarate, Consejera de Cultura de la CAV, ha visitado esos dos países del Cono Sur. La Universidad y la Universidad Pontificia de Chile imparten lengua vasca a unos 300 alumnos. En cuanto a Argentina, Azcarate acordó la creación de una biblioteca de temas vascos y un lectorado con cobertura para aprendizaje del euskara, proyecto iniciado en 1990 y del que han surgido profesores de esa nación que lo gestionan ya, como otros muchos países de Ultramar, de forma autónoma. En Argentina constan 820 estudiantes y 42 profesores de euskara.

Última hora, el ‘bertsolari’ Andoni Egaña se ha adjudicado, en Barakaldo, la ‘txapela’ del Gran Concurso de la especialidad en la que competían ocho coplistas de prestigio. Un aforo de 13.000 personas, en el Pabellón de Congresos, asistió en llenazo a este litigio que exige 240 versos y 16 en la final para cada improvisador. Lo más novedoso, la traducción simultánea en inglés del reto. Citemos, pues, como conclusión a uno de los impulsores del euskara más veteranos, letrista de la mayoría de los cantautores de la iniciática generación del «Ez dok amairu» («No somos trece») y poeta de vanguardia. Dice Joxean Artze: «No se pierde el euskara porque quienes no lo saben no lo aprenden, sino porque quienes lo saben no lo hablan».

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