La construcción de un eje estratégico entre Argentina, Brasil y Venezuela parece contar con la voluntad política de sus presidentes, abonada por la frecuencia de sus encuentros, pero los proyectos que le dan energía a esa integración enfrentan serias dudas.
Los mandatarios Néstor Kirchner, de Argentina, Luiz Inácio Lula da Silva, de Brasil, y Hugo Chávez, de Venezuela, acordaron reunirse nuevamente el 10 de marzo en la occidental ciudad argentina de Mendoza, la tercera vez en tres meses, para examinar la ejecución de variadas iniciativas conjuntas, definidas en diciembre en Montevideo y el 19 de este mes en Brasilia.
La construcción de un gasoducto de unos 8.000 kilómetros para transportar gas venezolano hasta Argentina, cruzando Brasil de norte a sur como un paso decisivo de integración energética sudamericana, es el proyecto más concreto que se espera concretar en unos seis años.
Pero en Brasilia se anunció también la intención de iniciar una integración en el área militar, a través de la creación de un denominado Consejo de Defensa de América del Sur y de un Banco del Sur para fomentar el desarrollo económico y la infraestructura integradora de esta región.
Además, la cooperación trilateral se extiende al área social, con prioridad en «la erradicación del analfabetismo en la región», en políticas de educación, ciencia y tecnología y también en las actividades de las emisoras de televisión estatal.
Son «devaneos y espejismos», según un editorial del diario brasileño Valor Económico, que calificó de «inútiles» el Banco del Sur y el Consejo de Defensa, mientras el gasoducto, apuntó, depende de evaluaciones sobre su factibilidad.
El liderazgo de esas ideas lo tiene Chávez, el único que habló con la prensa en Brasilia para anunciar los grandes proyectos y única fuente de la información sobre el Consejo de Defensa, no mencionado en la Declaración Conjunta de esa cumbre.
Un proyecto tan grande como el gasoducto compite con los avances del gas natural licuado (GNL), una forma de comercialización que tiene las ventajas de mayor flexibilidad, menor vulnerabilidad y menor costo ambiental, evaluó para IPS Giovani Machado, de la Coordinación de Posgrado en Ingeniería (COPPE) de la Universidad de Río de Janeiro.
El «Gasoducto del Sur», como lo apodó Chávez, costaría cerca de 20.000 millones de dólares, pero se trata de una estimación sin base concreta. Se espera que un grupo técnico defina y detalle el proyecto hasta julio.
Una iniciativa tan cara exige una compleja «ingeniería financiera» y una infraestructura fija, como el gasoducto, estará siempre sujeta a los «riesgos geopolíticos» abundantes en América Latina y a los altibajos de la demanda en economías poco estables, observó Machado, un experto en planificación energética.
El mercado de GNL crece rápidamente, abaratando esa alternativa recomendable por reducir riesgos de cambios repentinos de la situación, agravados por la dependencia de pocos proveedores, y porque en Brasil la población y la industria se concentran en áreas costeras, cercanas a los puertos, destacó.
Además el GNL tiene la ventaja adicional de generar electricidad al ser regasificado.
Para Brasil es mejor no meterse en una «aventura», aunque se compruebe la factibilidad del gasoducto. Sería conveniente implantarlo «paso a paso, por módulos», empezando por abastecer Manaos, capital del estado de Amazonas, y luego otros grandes centros consumidores, avanzando gradualmente hacia el sur, sugirió Machado.
El experto considera importante el proyecto para la integración sudamericana, pero recordó la necesidad de desarrollar mercados consumidores. La existencia de extensas zonas sin demanda a lo largo del trayecto posible puede hacer inviable el gasoducto, advirtió.
Es un proyecto complejo, «demasiado grande», pero puede ser un factor de movilización integradora, favoreciendo las industrias nacionales que proveerían los equipos y servicios para la construcción, matizó Theotonio dos Santos, profesor de economía internacional de la Universidad Federal Fluminense, en Niteroi, cercana a Río de Janeiro.
En su evaluación, las demás iniciativas son perfectamente factibles, aunque condenadas por la prensa conservadora.
Es evidente que Venezuela dispone de muchos dólares procedentes de su industria petrolera para aportar al Banco del Sur, pero también Argentina y Brasil poseen recursos disponibles, provenientes de los buenos saldos comerciales obtenidos en los últimos años, arguyó ante IPS.
Un banco de fomento regional, sumándose a las instituciones ya existentes, como la Corporación Andina de Fomento y el Fondo Financiero para Desarrollo de la Cuenca del Plata, sería importante para «potencializar» el papel de América del Sur en la economía mundial, opinó.
El peso regional es fuerte especialmente en materias primas. Chile, como fuente de más de la mitad del cobre exportado mundialmente, es «formador del precio» de ese metal en el mercado, pero no ejerce ese papel. Argentina y Brasil también son determinantes en el mercado de soja y de la carne, ejemplificó.
La industrialización sería impulsada por el «uso del mercado regional, permitiendo una mayor escala productiva» y un sistema financiero de fomento le seria benéfico, acotó Santos.
La seguridad regional integrada también sería factible, según Santos, por el ascenso de gobiernos de izquierda o nacionalistas en varios países sudamericanos y porque los militares, incluso los «derechistas», se dieron cuenta que Estados Unidos no es «un país amigo» ni le concede prioridad a América Latina.
Esa conciencia viene creciendo desde la Guerra de las Malvinas, en 1982, cuando Washington apoyó el dominio británico en las islas del Atlántico Sur, por cuya soberanía peleaba Argentina con apoyo latinoamericano y reclama hoy en el campo diplomático