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Objetividad y alienación: de la libertad de elegir a la promesa de ser elegido

Fuentes: http://arielaatoz.blogspot.com

Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala por Germán Leyens, revisado por Manuel Talens

Al principio fue la PALABRA, Dios hablando, seguida más tarde por la prohibición de lo figurativo, y los hijos de Israel se quedaron distantes en un mundo de palabras sin cosas. El diagnóstico de Freud propone esta condición de distancia como una neurosis obsesiva y Lyotard adopta la hipótesis de la psicosis [1]. Por ello, para evaluar el hecho distintivo del judaísmo tenemos que comenzar por liberarnos de los lazos de la corrección política.
Un análisis de los dos sinónimos ALIENACIÓN y DISTANCIAMIENTO personifica la brecha entre el punto de vista que se refiere a los seres humanos como celebradores de la libertad de elegir y la autoconvicción judaica de ser elegidos. Ser judío significa que como reacción a estar unido en una alianza mutua con Dios, en la que la expresión de su nombre está prohibida, los judíos se ven recompensados con la promesa de «ser elegidos». La adopción de una línea psicoanalítica sería útil para especificar la conducta política judía afligida por síntomas de distanciamiento. Argumento que la prohibición mosaica de la figura icónica es mucho más significativa que lo que los inventores de la expresión ‘tradición judeocristiana’ están dispuestos a conceder, y sobre la que intentan correr un velo. El reexamen del nacimiento de la expresión ‘tradición judeocristiana’ revela desde el punto de vista filosófico un intento judío de hacer caso omiso de la infinita divergencia entre el judaísmo y el cristianismo. La expresión, acuñada en 1964 en USA por 120 rabinos, fue una conspiración deliberada para excluir al Islam y dar la impresión de que el judaísmo y el cristianismo son religiones europeas monoteístas de la misma familia, que rinden culto al mismo Dios, comparten los mismos textos sagrados y los mismos estándares éticos. Fue forjada para crear un consenso religioso de que la adopción del judaísmo conjuraría el peligro del antisemitismo. Por lo tanto, antes de utilizar la terminología judeocristiana para demarcar la cultura europea de otras tradiciones, sería recomendable que se subrayara el parentesco entre el judaísmo y el Islam, en lugar de su pretendida proximidad con respecto al cristianismo. Como invención política, oculta el hecho de que no hay principios compatibles compartidos por el judaísmo y el cristianismo. Las dos religiones tienen valores éticos bastante opuestos y concepciones contrastantes de Dios y los seres humanos. Y, así, toda la historia occidental puede narrarse con referencia al perdurable choque que separó a las dos religiones.
Ya que los síntomas del distanciamiento se atribuyen a la identidad judía, tenemos que definir lo que significa el distanciamiento, a diferencia de la alienación. El distanciamiento se define como una morbilidad mental, una separación espiritual y mental del mundo, que se presenta como una ausencia de empatía por los asuntos terrenales. Por lo tanto, la observación del Otro sin compromiso emotivo, entre la neurosis y la psicosis, constituye el diagnóstico del distanciamiento.
La alienación, por otra parte, es un alejamiento del sentimiento impuesto al sujeto humano por circunstancias externas. En el mejor de los casos es una exteriorización intencional de experiencias; en el peor,es el caso en el que el hombre está condicionado para alienarse de lo que son realmente sus funciones y creaciones y, en lugar de controlarlas, ellas lo controlan (como en la teoría marxista). La alienación no es un estado mental intrínseco como el distanciamiento, sino algo condicionado.
En realidad, los judíos no están alienados, sino distanciados. A través de la historia, la presencia de judíos fue evidentemente central en todos los asuntos terrenales. Más de un 50% de los puestos en la administración Bush están en manos de judíos. Podemos identificar a judíos como iniciadores de ideologías y como figuras centrales que iniciaron reformas y revoluciones sociales y culturales. Esto prueba claramente que los judíos no están alienados, sino distanciados de las funestas consecuencias de sus acciones. A pesar de que se los considera el eterno Otro por antonomasia, la presencia judía y su indiscutible influencia es evidente en todos los campos de la vida política y cultural. Se sugiere que la adhesión al papel de Otro por antonomasia, con inclusión de las tendencias separatistas, se relaciona con una trascendencia de lo figurativo, que queda sólo dentro del juego de palabras y sin iconos. El judaísmo se caracteriza por la prohibición de representar a Dios en imagen. Se rinde culto a un Dios que no puede verse. La percepción sensorial vino después de la idea abstracta. ¡El oído escucha la escritura, y la escritura proviene de un Dios ausente! Así que lo que se considera como un triunfo judaico de la intelectualidad sobre la sensualidad, renuncia a la complimentaridad del discurso/figura.
Entre los salvajes, por ejemplo, prevalece lo figurativo y, por lo tanto, no tienen filosofía, ni política deliberativa. El salvaje resuelve el cumplimiento de su deseo dentro de la organización existente y mediante la fachada cultural ritual que satisface el deseo de saber. En la polis griega, a la inversa, el retor iniciaba un uso laico del discurso, en el que la palabra debe sonar racional. El nacimiento del logos dio a luz a la ciencia. En el helenismo, los rituales paganos fueron orientados hacia la era teatral y al teatro retórico. El helenismo convirtió lo mágico en mito, en teatro. Lo dionisiaco encontró la etapa apolínea de la retórica que conduce al camino de la lógica. Es la ruta que los occidentales han tomado desde entonces. En el judaísmo, la prohibición de la satisfacción figurativa de deseos se convirtió en neurosis e incluso en psicosis. Y cuando se deforma el equilibrio entre la triada natural significado-significante-referente, prevalece el distanciamiento. Por lo visto, el hecho de desechar el referente, incluyendo al significante, se ajusta al espíritu del posestructuralismo. Pero lo que se considera como una virtud según el posestructuralismo llegó demasiado lejos en el judaísmo, hasta la psicosis, es decir, al narcisismo y a la paranoia [2]. La tradición judía transformó la exclusión del icono figurativo en ritos ceremoniales repetitivos, en los que el ritualismo irracional compensa por el icono prohibido. En el sionismo laico, los rituales religiosos se vieron sustituidos por ceremonias patrióticas nacionalistas.
Según Lacan, el imaginario representado por lo figurativo contrasta con lo simbólico, articulado como un lenguaje discursivo. Los espacios de lo inexpresable que inspiran a la obra de arte provienen de elementos rechazados, ausentes como palabras audibles, pero retenidos como cosas visibles. El judaísmo excluye la figura, excluye lo mágico, excluye la reconciliación, se niega a admitir el parricidio y, por lo tanto, no hay arte en el judaísmo. Lyotard pregunta: ¿Dónde ubicar esta religión? La marca empírica de su diferencia es el odio que inspira: el antisemitismo. La circuncisión como alianza con la palabra está amputada de lo imaginario, sin lograr un ingreso al orden simbólico. Mediante la circuncisión, el judío se ve apresado en una doble negación, bloqueado dentro de lo simbólico, es decir ‘el nombre del padre’, mientras al mismo tiempo se censura el nombre del padre. Sin un orden simbólico, se bloquea también el acceso a la ciencia. Por ello, el judío se queda distante sin ciencia y sin arte, vaciado de deseo humano, donde se arruina el equilibrio entre el principio del placer y el de la realidad. En cuanto se reprime el deseo de matar a Dios, que es el motivo clave de la ciencia, y se niega el escape hacia el arte, los judíos se ven apresados por la psicosis, distanciados de la realidad, con la inclsuión de todos sus síntomas.
La diferencia entre la neurosis y la psicosis según sus respectivas posiciones con respecto al lenguaje es que el esquizofrénico trata las palabras como si fueran cosas, percibe la realidad por lo significado, sin significantes. La gente corriente hace frente a las palabras y su presentación de las cosas a través del ensayo y el error. Pero, mientras el neurótico se confunde con las discrepancias de la realidad, el esquizofrénico no tiene los medios para probar la realidad. El intento de recuperar cosas a través de su aspecto verbal, sin recurrir a imágenes, mientras todo permanece en el reino del lenguaje articulado, produce una actitud esquizofrénica, distante de la realidad. Termina en actos inhumanos, injusticias causadas sin siquiera un guiño. No es ser poco ético, sino carecer de un sentido de la ética. Mientras la neurosis es un choque entre el cumplimiento del deseo y la realidad, la psicosis ocurre cuando el sujeto se vuelve contra el mundo exterior, barruntando un enemigo (antisemitismo) tras cada esquina. Si dialéctica significa compromiso y reconciliación, el psicótico no es dialéctico. Por lo tanto, la política judía, incluido el sionismo, no manifiesta compromiso ni reconciliación.
La patología narcisista se reconoce por el egocentrismo y una falta de empatía. Cuando este trastorno se combina con un sentido de superioridad, genera hostilidad y paranoia que lega a futuras generaciones la misma mentalidad de víctima. Se manifiesta por la legitimación del robo de tierras de ausentes, declarándolo «una decisión sionista apropiada». En pos de la ‘supervivencia’ judía, el sionismo distorsiona la historia y justifica la discriminación. ¡Por lo tanto, el sionismo es tan poco ético como el judaísmo!
La actitud hacia la narración e historia del pasado es otra señal del distanciamiento y de la actitud poco ética del judío. El judío evade lo visible y así la historia se convierte en un texto religioso. No es realidad, sino palabras. Todas las tradiciones resucitan sus grandiosidades olvidadas mediante la reconstrucción del pasado. Mientras que la épica homérica recordó la gloria helénica, para los judíos ortodoxos, incluidos los sionistas laicos, el legado del pasado está grabado dentro de las páginas sagradas de la biblia. Hasta la actualidad todos los tipos de sionismo consideran la biblia como un documento legal que corrobora los derechos a la Tierra Prometida. En Grecia, el principio del placer reinó libremente en el homerismo, pero la religión judía excluye el principio del placer y, por lo tanto, prohíbe la base de la escritura histórica. Para los occidentales, la historia es una reactivación de los recuerdos en un intento de interpretar el pasado; para los judíos, la historia es una actividad teleológica que no está destinada a ayudar a comprender el pasado, sino que relata el curso de la historia para sus fines. La aparición del judaísmo mesiánico puede comprenderse a la luz de la actitud judía básica ante la historia. Creen que el advenimiento del Mesías será el fin de la persecución de los judíos y el día del Juicio Final de los gentiles. Mientras en otras religiones monoteístas el juicio de Dios se dirige a los individuos, en el judaísmo, el juicio de Dios está revelado en la historia de la nación. Se espera que el reino de Dios se materialice en un nuevo reino, bajo un mesías davídico. Pero la discrepancia en el judaísmo es que, a pesar de la promesa de Dios, Dios es remoto e invisible y las relaciones con sus creyentes están mediadas a través de la tradición de legalismo de los rabinos. Dios no encuentra el judío practicante en la vida diaria real, en la que los seres humanos encuentran a sus prójimos y se responsabilizan de cómo sus actos afectan las vidas de otros [3].
La penosa actitud histórica recayó sobre todos los tipos de sionismo. Aunque el sionismo religioso fue establecido sobre la base de las aspiraciones nacionalistas a ser elegidos, a la espera de que Dios restaure la antigua gloria del pueblo, los sionistas laicos, inspirados por las ideologías europeas del Siglo XIX, conspiraban a favor de un Estado judío nacionalista, racista. La derecha radical estaba dedicada a la idea primordial de sangre y raza, mientras que la izquierda estaba extáticamente confundida entre el socialismo internacional y las aspiraciones nacionales. Está claramente probado que el sionismo fracasó en el punto en el que el pensamiento ideológico pareció emanciparse de la esfera religiosa e intentar cumplir con la tarea de la desmificación. Yo argumentaría que el nacionalismo judío de nuestros días, manifestado por la conducta colonialista y racista israelí, se basa profundamente en el distanciamiento judío de la realidad. El hecho de que el sionismo laico nunca haya tratado seriamente de reflexionar críticamente sobre sus elementos contradictorios innatos es sintomático de la antigua psicosis de flotar en el reino de las palabras.
El Estado de Israel refleja una división entre los que perciben el judaísmo como basado en una alianza mutua entre los hijos de Israel y Dios, y los que están fijados en la idea de la categoría de Estado. Aparte del antagonismo entre las dos percepciones, como en el tiempo de los profetas, cada una de estas posiciones no permite la existencia de una comunidad judía bajo sus propias hipótesis básicas. En cuanto a la primera idea, mientras exista una promesa de continuar con el modo de vida judío y la ley de la Halachá, la existencia de un Estado judío independiente no es condicional; mientras que el punto de vista sionista, al propugnar la noción de la categoría de Estado, se traba en la terminología contradictoria de la definición de Israel como un Estado judío democrático. Por lo tanto, a partir del momento en que colocan el prefijo judío antes de la palabra Estado, desmantelan a renglón seguido el sentido de democracia. De todas las numerosas complejidades relacionadas con la noción de un Estado judío, quiero argumentar algo sobre las perplejidades asociadas con la noción de judíos laicos, que es una singularidad en sí misma. Para el ortodoxo, la identidad judía significa una práctica completa de la ley sin compromiso alguno y, por lo tanto, no causa ningún problema. Sus dificultades emergen precisamente en Israel como un Estado judío democrático y laico. La verdadera oscuridad sale a la luz cuando judíos laicos comienzan a lidiar con su identificación como judíos. La mayoría de los israelíes tratan de evitar este problema cuando pretenden que lo que une a todos los judíos es el antisemitismo, como si el antisemitismo fuera una característica inherente del mundo. Como reflejo de sus propias animosidades hacia los gentiles, los judíos están totalmente convencidos de que una necesidad innata del gentil consiste en explotar la máxima otredad del judío como chivo expiatorio. El plan de estudios israelí culpa a otras religiones, sobre todo al cristianismo, de orquestar el odio hacia los judíos a través de la historia, como si la predisposición segregacionista fuera una invención cristiana. Los libros para niños están saturados de inquisición y pogromos e ignoran las circunstancias que condujeron a esos eventos históricos. Los judíos israelíes lloran a sus niños muertos mientras hacen caso omiso de sus propias atrocidades, que llevaron al mártir palestino a perpetrar su desesperado acto.
Algunos judíos israelíes laicos recitan la consigna de que el judaísmo no es una entidad homogénea, que hay muchas versiones del judaísmo. Se identifican como judíos caracterizados por la gloriosa tradición cultural judía de erudición. Pero ese falso orgullo se derrumba fácilmente cuando se les pregunta qué quieren decir con cultura judía o cuáles son las principales virtudes de la erudición judía. Su ignorancia se basa en motivos religiosos y políticos, que desdibujan la narrativa sobre la caída de Jerusalén y el nacimiento del cristianismo. Los judíos en general, y los judíos israelíes en particular, carecen de conocimientos sobre los fariseos, los saduceos, y los esenos, como paradigmas oposicionales judaicos.
Beit Hallahmi (1993) en su libro Original Sins [Pecados originales] elabora una exhaustiva perspectiva general que aclara los antecedentes para la distorsión del hebraísmo en la tradición rabínica. La tradición rabínica es responsable de lo que se llama cultura judía o genio judío durante 2000 años de exilio. Achaca a esa tradición el origen de la segregación e intolerancia judías. En el exilio, después de la caída de Jerusalén, se hizo cargo la tradición judía y se convirtió en la fuerza propulsora detrás de todas las características de la identidad judía. El dictamen rabínico interpretó la ley dictada en los cinco libros de Moisés, la versión escrita de la tradición oral que fue reunida en seis volúmenes llamados la Mishná. Es el núcleo de la interpretación ulterior en el Talmud. Beit Hallahmi argumenta que la Mishná fue en realidad una nueva versión del judaísmo.
La tradición rabínica está vinculada a los fariseos, que trataron de modificar la dureza de la ley mediante la interpretación y la inferencia. En realidad, los que vincularon con éxito toda la vida, hasta en sus más ínfimos detalles a la observancia de la Ley, fueron los autoritarios. La escuela conservadora opuesta a los fariseos, los saduceos, rechazaba cualquier tradición establecida por la actividad escriba. Desaparecieron después de la caída de Jerusalén y la presentación de la ley por parte de los fariseos se convirtió en la piedra de toque de la erudición judía. El engaño desenfrenado sobre la profunda erudición judía prevalece entre los judíos. La tradición esplendorosa de erudición es en realidad una memorización de montones y montones de reglas como si se relacionaran con la ley judía. El judaísmo es una religión en la que el hombre en relación con Dios está concebido en términos legalistas, en la que la ética se equipara a la obediencia y el temor ante Dios. No hay teología en el judaísmo.
Estos espacios oscuros en la narrativa de su pasado ‘nacional’ causan aún más ignorancia, que termina en un distanciamiento de la realidad. Los mismos que ensalzan la cultura judía y su profunda erudición, carecen de todo conocimiento sobre el estilo del saber judío. El joven judío laico israelí no se ve frente a un rollo del Pentateuco o ante una página del Talmud. Pero aunque los judíos israelíes son totalmente ajenos al pilpul judío (método de interpretación del Talmud), son muy entusiastas cuando se trata de elogiar la erudición judía.
En un brillante artículo, Meron Benvenisti declara que el sionismo está condenado si no convierte su base ideológica. Yo argumento que lo que causa la conducta sionista no es la ideología, sino más bien una genuina morbosidad típica de la identidad judía. Yendo un poco más lejos, diría que no existe ninguna posibilidad de que cambie un pueblo afligido por la morbosidad del distanciamiento y que, por lo tanto, está condenado, a menos que decida redescubrir críticamente su ser interior a través de la autorreflexión y aprenda a ser más alienado que distanciado.
Notas
[1] The Lyotard reader, Oxford: Basil Blackwell 1989.
[2] Se llega a refutar la cercanía del postmodernismo y del posestructuralismo con respecto al judaísmo. El posestructuralismo como giro lingüístico se relaciona con la naturaleza artística del lenguaje en el que se desmantelan todas las oposiciones binarias. Como el judaísmo tiene que diferenciar entre lo laico y lo profano, judíos y gentiles, kosher y TRAIFAH, el judaísmo toma una ruta divergente del posestructuralismo.

[3] Butmann R., 1956, Primitive Christianity, (The Fontana Library)

http://www.thehandstand.org/archive/june2005/articles/thechosen.htm

http://thehandstand.org/archive/june2005/articles/edcell.htm

http://www.aup.fr/news/pastconf/programs/2005_imise.htm

www.geocities.com/lostraniero85

Texto original: http://arielaatoz.blogspot.com/2005/09/detachment-and-alienation-from-freedom_17.html

Traducido del inglés al español por Germán Leyens, miembro del colectivo de traductores de Rebelión y asimismo de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística ([email protected]). Esta traducción es copyleft.