No son pocos los jóvenes escritores, o aspirantes a escritores, don José, que se miran en usted como en un espejo. Que se llenaron de ese tipo de utópicas ilusiones que en este tiempo no abundan, cuando su Premio Nobel llegó precedido y seguido, respectivamente, por los de Günter Grass y Harold Pinter. ¿Qué empezaba […]
No son pocos los jóvenes escritores, o aspirantes a escritores, don José, que se miran en usted como en un espejo. Que se llenaron de ese tipo de utópicas ilusiones que en este tiempo no abundan, cuando su Premio Nobel llegó precedido y seguido, respectivamente, por los de Günter Grass y Harold Pinter. ¿Qué empezaba a pasar, si es que empezaba a pasar algo, que estremecía hasta las conciencias de quienes normalmente no saben ver más que las noticias y sus derivaciones económicas? ¿De nuevo unidas la estética y la ética en la labor del escritor? ¿De nuevo la labor del escritor como una misión? ¿De nuevo la denuncia, desde el compromiso, de quienes creen que lanzar mensajes por un mundo mejor es cosa de telegrafistas? Porque los jóvenes que le tenían como referencia, a usted como a Grass y a Pinter, eran los descendientes legítimos de quienes en otro tiempo tenían de guías a Camus, a Sartre, a Pavese, a Moravia, a Mann, a Hesse, a Malraux, a Greene…
Los tres se unieron ustedes en la protesta al embargo contra Cuba. En la alegría por el avance de la revolución bolivariana. En la esperanza del resurgir de los pueblos indígenas. En saber y decir que la izquierda, la verdadera izquierda, la izquierda que tiene como punto omega la utopía, es la izquierda independiente, tan puramente independiente como sólo puede serlo en la obra de un escritor.
Los que en España se jactan de izquierdismo los conoce usted muy bien. Como ya no pueden ser -no se atreven a ser- ni siquiera republicanos, se refugian en el progrerío y se conforman con dar su visto bueno a las bodas gay, el divorcio, los supuestos legales del aborto, la eutanasia y la política aguada, centrada, del PSOE. En materia de enseñanza, por ejemplo, porque, a la laboral, ni la miran desde lejos.
¿Qué hace usted continuamente a su lado, señor Saramago? Eso nos desconcierta. Nos desconcierta que no haya habido botadura de un nuevo invento de la derecha económica, neoliberal, ultracapitalista, ésa que está enriqueciendo a los más ricos y empobreciendo más, si ello es posible, a los más pobres, en que, junto al Dios Padre del capitalismo español, Jesús Polanco; junto a la segunda persona, sentada a su diestra, Juan Luis Cebrián, no haya aparecido usted respaldándolos, sirviéndoles de coartada, como si estuviera a su servicio, como si trabajara a sueldo del Padrino, recientemente homenajeado por la Hispanic Society junto al mayor narcotraficante de México. ¿Sabe que ya algunos le llaman a usted ya la Tercera Persona o el Espíritu Santo?
¿Por qué lo hace? ¿Por qué bendice con su presencia, sus sonrisas, sus palabras, sus aplausos chanchullos indisimulados como el del premio Alfaguara? ¿Por qué avala a los escritores de esta cuadra, presentando sus libros, fotografiándose con ellos, cuando la mayoría, como Pérez Reverte, Muñoz Molina o García Montero representan lo contrario de lo que usted representa o muchos creemos que todavía representa? Si hay alguien que no necesita quedar bien más que consigo mismo es usted. ¿Es que usted no dice estar contra la economía de mercado? ¿Es que usted no denuncia a los medios de comunicación que, como los de Prisa, le hacen el trabajo al Imperio? ¿Es que usted no está contra la industria cultural? Demuestre que así es, por favor. Que al menos algunos conservemos la esperanza.
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