Cuando aún permanece en nuestra mente la imagen de un mundo islámico encolerizado por la publicación en un periódico danés de caricaturas sobre Mahoma, puede que no tengamos claro quienes, después de los muertos en las distintas refriegas, son los más perjudicados -los periodistas detenidos, los asaltados, los boicoteados, el miedo que hace coquetear con […]
Cuando aún permanece en nuestra mente la imagen de un mundo islámico encolerizado por la publicación en un periódico danés de caricaturas sobre Mahoma, puede que no tengamos claro quienes, después de los muertos en las distintas refriegas, son los más perjudicados -los periodistas detenidos, los asaltados, los boicoteados, el miedo que hace coquetear con una autocensura disfrazada de responsabilidad…-, pero si podríamos sacar sin equivocarnos la lista de beneficiados.
Así, en el podio estarían las sangrientas dictaduras que han abierto espitas y movilizado manifestantes (que serían masacrados sin piedad si cambiaran la protesta hacia los gobernantes o criticaran el estatus vigente), Siria puesta en la picota como «eje del mal» y que ahora guiña el ojo mientras hace observar que su laicismo baasita, capaz de saltarse cualquier derecho es preferible a una oleada integrista que mantendría el mismo nivel de libertades colectivas pero en una posición mucho más intransigente; Irán, jugadora en la partida de póker que dilucida cínicamente el presunto derecho de las potencias nucleares a reservarse la admisión en su club, mostrando una mano de ases apenas ocultos en la bocamanga, Israel que puede vender su política de terrorismo y apartheid como única fórmula de tratar con éxito a palestinos y demás musulmanes, EE.UU. que pone sobre la mesa la ocupación militar y la extorsión política como única moneda de cambio, todos los bufones que hicieron coro para justificar la injustificable invasión de Irak y que , al hilo de las manifestaciones, pretenden legitimar a posteriori su ridícula y rastrera postura…Ganadores hay muchos, faltan medallas.
Si aplicamos la lupa al conflicto encontramos un recorrido llamativo: la indignación por las caricaturas pasa casi desapercibida al publicarse éstas en septiembre, se muestra virulenta coincidiendo con la pugna nuclear y está cogiendo aire suficiente para mantenerse activa hasta el aniversario de la soez ocupación de Irak. Además, aprovechando los acontecimientos, desde nuestro país se ponen sobre la mesa propuestas ideológicas cuando menos curiosas:
– La idea del «respeto a las creencias de los demás», pero eso si, circunscrita sólo a las religiosas, no a la visión política o social, defendiendo el respeto máximo incluso a quienes eliminarían sin problema cualquier divergencia
– La bandera de una sacrosanta «libertad de expresión», pero enarbolada por grupos neos (conservadores, ultras, fascistas, nazis…) poniéndose a la cabeza de la reivindicación periodistas famosos por ser la voz de su amo o por pasar la lengua por cualquier trasero de cualquier dueño de un grupo de comunicación.
– La del peligro que tiene una religión cuando ocupa el escenario político y lo dicen desde una derecha que ha estado «tan a gustito» en las manifestaciones a la sombra de las sotanas más rancias o que tuvo como horizonte político favorito el nacional-catolicismo y mantiene en su programa la defensa de privilegios para la Iglesia católica en un estado teóricamente laico, o una pseudoizquierda empachada de comerse curas en la barra de los bares mientras firma compulsivamente conciertos educativos o mantiene acuerdos de financiación preconstitucionales.
En este campo revuelto, el intento de buscar cierta lucidez en el marasmo, de no desenfocar el debate, de no recurrir a las vísceras, de mantener alguna coherencia (la apuesta por un proyecto de sociedad laica, libre e igualitaria, por ejemplo) en el análisis, puede chocar con la incomprensión. Tal vez ha llegado la hora de proclamar en voz alta «¿Qué sociedad queremos?». Y al respondernos, sería bueno:
– Recordar lo que nos ha costado históricamente, sin llegar a conseguirlo de pleno, separar Iglesia y Estado; alejar la idea de Dios de la plaza pública.
– Ser capaces de distinguir entre quienes han defendido los derechos del ser humano a elegir y de quienes siempre han intentado la imposición forzosa de unas ideas tenidas como verdad revelada.
– Mantener que la idea de Dios, respetable para quien la tenga, no puede salir del ámbito de lo privado. Tan válido es tener una creencia religiosa como el carecer de ella. Es más deberíamos reformular la pregunta del millón: «Nosotros estamos a favor y defendemos su derecho a que ustedes crean en el dios que deseen. ¿Ustedes están a favor y defienden nuestro derecho a que nosotros no lo hagamos?» Nunca la fe en un Dios debe condicionar el debate político, público y menos aún si lo hace en forma de Dios tronante, vengativo, guerrero, intolerante… ¿Por qué una cosmovisión política que, por ejemplo, implique el igualitarismo social, llámese socialismo, comunismo, otra globalización, puede ser ridiculizada o escarnecida y otra cosmovisión que cambia la idea de paraíso en la tierra por la de un ser supremo e intangible que distribuirá premios y castigos debe tener bula?
– Mirar a la historia para conocer como en Europa los espacios de libertad se han ganado paso a paso, a través de luchas y siempre con el aliento de la intolerancia en el cogote.
– No abrir las puertas a un lenguaje hipócrita de «respeto cualquier pensamiento» si este se salta a la torera los derechos humanos, con el argumento de las costumbres ancestrales o de la tolerancia.
– Desactivar las causas del odio: pobreza, elites corruptas al servicio de las elites del mundo occidental, doble rasero en el tratamiento (Israel/Irak-Palestina) de los conflictos., Causas con un clarísimo origen político y social y que deben por tanto tener un tratamiento político, no religioso.
– Desactivar las causas del odio: pobreza, elites corruptas al servicio de las elites del mundo occidental, doble rasero en el tratamiento (Israel/Irak-Palestina) de los conflictos., Causas con un clarísimo origen político y social y que deben por tanto tener un tratamiento político, no religioso.
– Abandonar la mirada neo-colonial: si la opresión y la pobreza se manifiestan a través de la religión fallan nuestros planteamientos. En Europa hablamos de democracia cuando nos interesa, pero no como valor absoluto. Hoy molesta el dictador sirio, el clérigo intransigente chiíta, ayer fue Sadam, hoy igual que ayer mantenemos la genuflexión con los gobernantes de Arabia Saudi financieros de muchos terrorismos, Bin Laden era «nuestro hijo de puta rooselvetiano», combatiente de la libertad junto a Rambo cuando luchaba contra los soviéticos en Afganistán, Sadam, un gran amigo cuando hacía la guerra a Irán y empleaba el armamento y los gases vendidos por nuestros muy democráticos gobiernos…
– Poner sobre la mesa un nuevo contrato social: Ninguna religión puede estar por encima de los Derechos Humanos, de las libertades conseguidas, a ninguna religión se le debe consentir la invasión del ámbito público, salvaguardado como espacio de socialización en la tolerancia y en el respeto a la libertad y de intolerancia activa frente quienes atenten contra estos principios.
Una de las reflexiones más serias en estos días ha venido de la mano de un cómico, mister Bean: «Es absurdo criticar a alguien por su raza pero la religión es un conjunto de ideas y lo importante es que todas las ideas puedan ser sometidas a análisis» Seguramente haremos bien en desconfiara de quienes se toma tan en serio hasta el punto de ser incapaz de reírse de si mismo. La capacidad de burlarnos de nosotros mismos haría, como mínimo, una sociedad más divertida… y, seguramente, más tolerante.
O tendremos que seguir manteniendo lo expresado ya hace siglo y medio por Pi y Margall:»Toda religión se cree hija de Dios y como Dios, es absoluta. Toda religión se opone a todo pensamiento de progreso»