La crisis del movimiento revolucionario La cuestión fundamental a resolver para aquellos que nos consideramos revolucionarios es, justamente, cómo llegar a hacer la Revolución. Y hay que hacer hincapié en el verbo «hacer», porque implica que el cambio social de raíz no vendrá por «acción divina» o «causas naturales», ni por la «fatalidad» regida por […]
La crisis del movimiento revolucionario
La cuestión fundamental a resolver para aquellos que nos consideramos revolucionarios es, justamente, cómo llegar a hacer la Revolución. Y hay que hacer hincapié en el verbo «hacer», porque implica que el cambio social de raíz no vendrá por «acción divina» o «causas naturales», ni por la «fatalidad» regida por un supuesto determinismo histórico, sino por la acción consciente de, al menos, un sector importante de la población, en defensa de sus intereses y en el marco de la lucha de clases. Para aquellos que nos consideramos marxistas, el cambio social tiene a la Revolución como estrategia y al Socialismo -como transición a la sociedad sin clases, el Comunismo-, como objetivo.
Es evidente que así como el Capitalismo está en crisis (justamente, por ser un sistema que se desarrolla en base a la contradicción de intereses de clase irreconciliables, siempre lo está; es decir: el capitalismo es un sistema de permanente generación de crisis; lo que varía es la intensidad de éstas, y ello depende del grado de resistencia de las mayorías a ser explotadas y/o marginadas por las clases dominantes), el movimiento revolucionario mundial también lo está. Podemos buscar una de las causas en la inexistencia de una Dirección nítida, luego del fracaso del experimento soviético. Sirvan como ejemplos dos procesos emblemáticos: la Revolución Cubana sobrevive en permanente asfixia, y depende de esperar, fomentar y apuntalar experiencias antiimperialistas al menos en Latinoamérica, para tener esperanzas de subsistencia futura, lo cual la obliga en el mientras tanto -sin bajar la bandera de la dignidad- a adoptar políticas de mercado para captar inversiones de capitales externos; China ha girado claramente hacia el capitalismo, tanto que no sólo admite, sino que promociona, la existencia de 100 millones de ricos -muchos de ellos burócratas del PC Chino- en su sociedad «socialista». Podríamos incluir también una referencia a los gobiernos «frentepopulistas» de la «nueva ola» en Latinoamérica (PTen Brasil, Frente Amplio en Uruguay, incluso Kirchner y su peronista Frente para la Victoria), que directamente han renunciado a proyecciones de liberación social, mientras imponen a sus pueblos las recetas neoliberales exigidas por el imperialismo.
En definitiva, ya no hay verdades reveladas. En ese marco, la dispersión puede aparecer como consecuencia inevitable del proceso histórico. Sin embargo, creemos que la autoproclamación vanguardista, la acción de aquellos núcleos que actúan como si fueran los exclusivos poseedores de la verdad, el desprecio por el pensamiento del otro -prácticas que llevan a la división permanente y al sectarismo-, son datos concretos que apuntan a la responsabilidad de los sujetos que desarrollan la actividad político-revolucionaria. La peor expresión de esas prácticas es la burocratización, que termina siendo un fin en sí misma, por lo cual adquiere un carácter claramente reaccionario.
En Argentina, el movimiento revolucionario, sobre todo el marxista, ha dado -y sigue dando- pruebas acabadas de su incapacidad para constituirse en opción de poder para las mayorías asalariadas, desocupadas y sumergidas del país. Esta evidente incapacidad y su consecuente sucesión de fracasos ha abierto una instancia de aparente y -de ser genuina- auspiciosa autocrítica en las organizaciones de nuestro espacio político-ideológico. En consecuencia hoy está más vigente que nunca aquella cuestión que planteábamos al principio: ¿cómo aportar a crear las condiciones para entonces poder aspirar a hacer la Revolución?
La necesidad de la organización política de los revolucionarios
Por supuesto que, hoy y aquí, no es posible develar con certeza semejante pregunta, simplemente porque nadie tiene la respuesta: seguramente sería más fácil de hallar si intentáramos buscarla sumando todas las subjetividades que apuntan a ese objetivo, en vez de enfrentarlas. Pero sí sirve como disparador para mencionar ciertos planteos que hoy se están realizando en esa dirección, fundamentalmente en el intento de generar las herramientas necesarias para provocar el cambio social.
En primer lugar habría decir que, evidentemente, las condiciones objetivas para ese cambio existen desde que el primer hombre explotó a otro; y que en la actualidad somos testigos de la monstruosa expansión de esas condiciones, a la vista de las estadísticas que nos hablan de la miseria esparcida por el mundo, condición absolutamente necesaria para que una ínfima parte de la humanidad viva rodeada de privilegios. Baste mencionar que los cuatrocientos mayores potentados de la tierra reúnen riquezas que equivalen a juntar los ingresos de la mitad de la población mundial, es decir, de tresmil MILLONES de seres humanos; que las 5/6 de la población son pobres; que mil millones pasan hambre; o que millones de seres humanos mueren por año a causa justamente del hambre y de enfermedades curables.
La cuestión germinal, entonces, es cómo generar las condiciones subjetivas. Y es allí donde comienzan las responsabilidades de los revolucionarios para tratar de abordar con humildad, con sabiduría y en relación dialéctica los procesos históricos. Para nosotros, la lucha por la reivindicación de los derechos de los trabajadores y el pueblo no produce en sí misma conciencia revolucionaria. Hace falta el factor político.
Podemos volver entonces con mayores argumentos a lo que comentábamos más arriba; en Argentina, debido a la experiencia de continuos fracasos, se están revisando (y cuestionando) prácticas tales como la autoproclamación vanguardista, el sujeto revolucionario, el rol de las direcciones, de los partidos, la conformación de los frentes (ni hablar de las concepciones neo-anarquistas, que niegan la pelea por el poder y la apropiación de los medios de producción y servicio por parte de las mayorías explotadas y sumergidas, y se contentan con generar modos de producción y reparto semiprehistóricos, que terminan legitimando la socialización de la miseria y siendo funcionales a los intereses de las clases dominantes). Algunos de los replanteos más osados de sectores revolucionarios que se consideran marxistas (e incluso leninistas) llegan al extremo de plantear casi la prescindibilidad de una dirección al menos al principio del proceso, argumentando que la generación de un movimiento revolucionario puede darse independientemente de aquélla. Es más: hay corrientes de opinión que enfatizan que las revoluciones las hacen las masas, así, secas; déjenme expresar – a riesgo de ganarme la antipatía de muchos- que semejante frase no sólo es demagógica, sino también estrictamente falsa: las masas por sí solas (inmersas en la cultura impuesta por la burguesía, con todo lo que ello implica para el desarrollo de la conciencia de clase) no pueden hacer una revolución, para lo cual hacen falta varios atributos fundamentales: organización, dirección, conciencia de sí, conciencia para sí. Sin ellos, toda explosión popular no pasará de la categoría de estallido. Pruebas de ello sobran en la Historia, y la más reciente para los argentinos son las jornadas surgidas después del 19 y 20 de diciembre del 2001. Como aquéllos atributos sólo pueden introducirse hacia las masas desde fuera de la cultura impuesta por las clases dominantes, sólo a través de la organización y la práctica de los que visualizan el cambio revolucionario del ordenamiento social como única salida para lograr una sociedad justa se podrá cumplir esa tarea (lo cual no implica que esa vanguardia se geste independientemente de los movimientos sociales -algo imposible-, sino que lo hace en relación dialéctica con ellos).
Es a partir de ese razonamiento que surge la imprescindible necesidad de la herramienta política que genere las condiciones arriba descriptas. Para el que suscribe, esa herramienta se llama Partido de la Revolución, organización que hoy no existe y que hay que construir.
Muchos dirán que la sola existencia del Partido de la Revolución no es condición suficiente, que también es necesaria la consolidación de un movimiento revolucionario cuyo horizonte sea la revolución y el socialismo: un argumento absolutamente certero y más que obvio. Pero lo que nos parece imposible de pensar es un movimiento revolucionario que se geste sin la participación de una herramienta política que determine su dirección hacia aquellos objetivos (Mucho se ha polemizado sobre este punto y no es nuestra intención desarrollarlo aquí; sí estamos tomando posición al respecto).
En síntesis, para nosotros el partido no es condición suficiente, pero sí completamente necesaria, para transformar las luchas reivindicativas de las clases explotadas en un movimiento revolucionario.
Las características de la herramienta política
La organización que pretenda seriamente producir un cambio revolucionario en la sociedad no puede desdeñar la teoría científica que mejor ha explicado el desarrollo de la historia humana, la explotación del hombre por el hombre, y que ha definido al proletariado como la única clase potencial y verdaderamente revolucionaria dentro del sistema capitalista: el marxismo. Tampoco -pensamos- al leninismo, como desarrollo de las tareas organizativas para la praxis. Por eso considero fundamental la reivindicación del marxismo-leninismo como fuente ideológica de toda herramienta que se precie de revolucionaria; por supuesto sumándole los valiosos aportes que la han enriquecido a través de los años. Casi está demás aclarar que dicha ideología es todo lo contrario a un dogma: más bien es una herramienta para la acción que niega la posibilidad de lo dogmático al plantear la historia como algo no estanco, sino en continuo desarrollo, y la relación dialéctica entre los sujetos de cambio y los procesos históricos.
En definitiva, planteamos que la herramienta, como ya lo hemos venido desarrollando, debe definirse respecto a la ideología (marxista-leninista), a la identidad (comunista), a la estrategia (la Revolución) y al objetivo (el Socialismo para luego llegar al Comunismo).
Si bien podemos esperar consenso entre los compañeros respecto de este planteo, la cuestión comienza a complicarse en cuanto a los trazos más finos. Y es que muchas visiones habrá al respecto, y es lógico que así sea, como también lo es respetar esas subjetividades si es que queremos ser coherentes con lo que declamamos: ¿cómo sostener sino que queremos terminar con el capitalismo, entre otras cosas, porque cosifica al ser humano, si no somos capaces de tolerar al compañero que tiene algún matiz respecto a los caminos a tomar para llegar al mismo objetivo que nosotros? En definitiva, lo que creemos debe ser premisa para el desenvolvimiento interno de una organización verdaderamente revolucionaria es el que está basado en el respeto al derecho que cada compañero tiene de hacer sus planteos, sin que ello le signifique ser coaccionado por ningún núcleo corporativo: es decir, en palabras más simples, «aparateado» por un grupo que se considera o actúa como si fuese el dueño de la verdad.
En una organización de tal naturaleza, los lineamientos, las políticas, serán la síntesis de todas las subjetividades, y no la imposición de un grupo de «esclarecidos». Eso no significa hacer una opción por el «horizontalismo»: estamos convencidos de que debe haber una Dirección, pues ésta es completamente necesaria para coherentizar el funcionamiento, hacerlo operativo y repartir responsabilidades. De esta manera, la Dirección no será un grupo de poseedores de la Verdad, sino un conjunto de compañeros -los más aptos a criterio del resto de la militancia- que deberá tomar decisiones en base a la voluntad de esa militancia y no de la suya propia. Si a ello le sumamos reglas claras (Estatuto) que establezcan periódos de tiempo de duración de mandatos de no más de cuatro o seis años por ejemplo, que además no permitan la renovación de los cargos directivos (pero sí su revocación en cualquier momento), la organización adquirirá dos atributos superadores: será objetivamente antiburocrática, y tendrá la necesidad de generar cuadros permanentemente.
Además, el centralismo democrático sería por fin una realidad, y no la mascarada de un verticalismo a ultranza.
Semejante organización sería un real salto cualitativo en la historia de las organizaciones que se declaman marxistas y revolucionarias en Argentina. Creemos que el método del verticalismo autoritario, las prácticas burocráticas, la no tolerancia a las diferentes opiniones entre los que sostienen un mismo objetivo – cuyo origen identificamos a partir de 1924 en la URSS, seguramente condicionado por procesos históricos que éstas líneas no se proponen discutir-, atravesó a todo el movimiento revolucionario mundial, tanto a los que adherían a tal concepción como a sus opositores acérrimos. Eso es lo que produjo (y produce) la dispersión que atenta contra el objetivo revolucionario. Eso es lo que debemos dejar atrás.
Proponemos entonces una organización cuyo objetivo sea la lucha por el poder desde una perspectiva de clase, basada en la ideología del proletariado.
Que se plantee como premisa construir referencialidad y legitimidad ante el pueblo, constituyéndose en vehículo y continente de sus sueños, sus reclamos, sus reivindicaciones y sus luchas, esas que nos permitan a la vez generar el poder popular necesario para aspirar a lograr aquellos cambios revolucionarios que son nuestro objetivo.
Una organización que asuma la tarea fundamental de trabajar por la unidad de la izquierda revolucionaria y el campo popular.
Una organización que esté en condiciones de dar batalla en todo terreno donde se desarrolle la lucha de clases.
Una organización que en lo interno levante las banderas de la democracia proletaria, profundamente revolucionaria y antiburocrática, con mecanismos estatutarios que aseguren estos atributos.
Una organización donde se respete a ultranza el centralismo democrático.
Una organización donde el debate enriquezca y no sea motivo de ruptura.
Una organización que respete las subjetividades de sus miembros, cuyos lineamientos sean la síntesis de todas ellas.
Es decir, una organización cuyas políticas surjan del debate interno y fraterno de todos los compañeros.
Dejando atrás el verticalismo, asumiendo la necesidad de la coherencia de una línea definida, podemos resumir:
línea única sí (como síntesis), pensamiento único jamás.
Si somos capaces de concretar tal organización, habremos dado un paso gigantesco para la constitución de la herramienta política y el movimiento revolucionarios que necesita nuestro pueblo para su liberación.