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Anagrama anuncia el premio de su concurso de ensayo

Rafael Rojas: con alegría y emoción

Fuentes: La Jiribilla

Anagrama acaba de anunciar el premio de su concurso de ensayo, otorgado esta vez a Rafael Rojas por Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano. Ya desde el título se trasluce una hoja de ruta: luego de 1959, Rojas parece suponerle al intelectual cubano un paso a paso que lo llevaría, primero, […]

Anagrama acaba de anunciar el premio de su concurso de ensayo, otorgado esta vez a Rafael Rojas por Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano.

Ya desde el título se trasluce una hoja de ruta: luego de 1959, Rojas parece suponerle al intelectual cubano un paso a paso que lo llevaría, primero, a la «disidencia», luego «al exilio» y finalmente a lo que expresa su titulaje: la muerte.

Algo así buscaba mucho tiempo ya, sin encontrar, El País. No hay que olvidar que hace unos meses ese periódico llegó a reproducir un texto de una supuesta analista política, escondida bajo el seudónimo de Theresa Bond. Hasta el día de hoy lo único conocido de Theresa Bond, además de su pertenencia al staff de El País, es que es la esposa James Bond, fallecida en unos de los capítulos de la serie que protagoniza el agente 007.

Pero esta vez El País ha tenido a quien echar mano y publicita el premio de Rojas. También lo hace El Nuevo Herald, que recibe el privilegio de autorizo a la publicación de las páginas introductorias del libro premiado.

Y a esa Introducción, de momento a falta de más, se remitirán estas letras. Desde la segunda línea el autor plantea uno de los dos objetivos que intentará en su libro: «la diversa manera en que los intelectuales de la isla se enfrentaron al drama de 1959». Desde ahí, el autor comienza a torcer la historia a su conveniencia. No hay que leerla dos veces para ver que a resultas de esa línea, de pronto, el drama cubano comenzó con la Revolución. Para Rojas, los asesinados durante la dictadura de Fulgencio Batista no cuentan. Tampoco cuenta la conservadora cifra de un 30% de analfabetos. Mucho menos que la industria nacional brillara por su ausencia, que tras más de cincuenta años de «república» Cuba no apuntaba a ser otra cosa que un garito de juegos mal administrado, donde hasta los gánsters se importaban de la mafia norteamericana.

Nada eso importa. Según Rojas, el drama solo comienza en 1959, justo cuando se firma la primera ley de la Revolución, la Reforma Agraria, distante en mucho de ser socialista. Muy al contrario, fue una decisión del todo contraproducente si se mira con las anteojeras de los manuales de marxismo: de la noche a la mañana hizo aparecer en la geografía cubana la totalidad de ¡¡¡cien mil nuevos poseedores de propiedad privada!!!, la peor pesadilla para cualquier comunista ortodoxo. Ortodoxia que Rojas no ahorra al clasificar sovietskayamente en tres tendencias a los intelectuales cubanos: la católica ―Lezama―, la comunista ―Guillén― y la liberal ―Ortiz―… ¡Que bajen del cielo todos los santos y la Academia de Ciencias de la URSS y lean juntos el capítulo 8 de Paradiso al ritmo del Sóngoro Cosongo, en el bufete de Ortiz! Por cierto, Ortiz tuvo discípulos tan «liberales» como los comunistas Pablo de la Torriente Brau y Rubén Martínez Villena.

Si la Reforma Agraria fue dramática, no lo fue precisamente para la intelectualidad cubana que, como regla, no poseía tierras que le pudieran ser confiscadas. De hecho, la mayoría de la tierra cubana ni siquiera estaba en manos de cubanos… y ahí es que se encuentra el pollo del arroz con pollo de ese supuesto drama: casi toda la tierra redistribuida por la Revolución era propiedad norteamericana. Cuando más tarde se nacionalizó la poca industria instalada en la Isla, también resultó que los documentos de propiedad estaban a nombre de norteamericanos.

Entonces, el verdadero drama no fue para los cubanos, ni ocurrió en Cuba. El drama real fue para el gobierno de los EE.UU., que vio de pronto a un barbudo en su antigua colonia decir en voz alta: «United Fruit Company» o «Cuban Telephone Company» o «Texaco Oil Company» y en respuesta las miles de gargantas de los desposeídos de toda la vida le contestaban: «¡Se Ñamaba!».

Pero Rojas no da una segunda ojeada a lo que escribe, a contrapelo con la historia y contra la verdad. Baste para demostrar esto verle afirmar: «…entre 1959 y 1967, cuando fueron exterminados los últimos focos guerrilleros del Escambray…». Se impone pasarle un dato: desde 1965 terminó el conflicto en las montañas del Escambray, dos años antes de lo que Rojas fabula. Pero lo peor no es eso, que cualquiera se equivoca en un par de añitos. Lo grave es regalarle el título de «guerrilleros» a quienes enfrentaron a la Revolución escondidos en los recovecos de esas montañas, para así pretender igualarlos a quienes bajaron victoriosos de la Sierra Maestra.

¿Cómo nombrar «guerrilleros» a quienes se destacaron ―más que por alguna acción militar recordable― por asesinar a Conrado Benítez y a Manuel Ascunce Domenech? ¿Eran Conrado o Manuel militares? No. Ni siquiera eran parte de las tropas que combatían contra los alzados en el Escambray. El negro Benítez y el adolescente Domenech eran jóvenes voluntarios insertos en la campaña que liberó a los cubanos del analfabetismo.

¿Fue combatida aquella «guerrilla» por un ejército regular, bombardeadas sus posiciones indiscriminadamente por la aviación? No, eso solo le ha pasado a las guerrillas de verdad. A estos «guerrilleros» que se inventa Rojas, los combatió, y los derrotó, una milicia formada a las carreras, compuestas por campesinos, por obreros y también, mal que le pese a Rojas, por intelectuales. Más que derrotarlos, les tocó cercar el Escambray y darles caza, uno a uno, casi a mano. Que Rojas mire a los ojos de los asesinados, y repita, si puede, que aquello era una «guerrilla».

El colmo es que Rojas, cuando fantasea, no tiene para cuándo acabar, y sigue de largo hasta plantear: «una guerra civil entre un gobierno revolucionario y una oposición armada, tímidamente respaldada por Estados Unidos».

De eso debemos deducir que organizar la Brigada 2506 es una muestra de tímido respaldo. Ese 2506 corresponde al número que identificaba a uno de sus integrantes, muerto durante el entrenamiento militar de dicha brigada y de ahí, para no ser muy exigentes con las cifras, podemos deducir que la brigadita sumaba más de dos millares de hombres sobre las armas. ¡Y qué armas! La brigada contaba con su propia fuerza aérea ―para no decir mucho, disponía de más aviones que la aviación de combate cubana. Tenía, además, sus propios blindados, su artillería ligera y pesada, sus paracaidistas, y numerosa infantería.

La Brigada 2506 fue estrepitosamente derrotada en menos de 72 horas, tras su desembarco por Bahía de Cochinos. Y fue derrotada por las mismas milicias que después se ocuparían de limpiar el Escambray.

No terminó con eso lo que Rojas califica de «tímido respaldo» del gobierno de los EE.UU. Ni comenzó ahí tampoco. Antes la CIA se ocupó de volar en la rada habanera el vapor francés La Coubre, que traía a bordo las primeras armas que comprara la Revolución. Luego, ese «tímido respaldo» implicó rodear la Isla con la cohetería nuclear norteamericana y amenazar al mundo entero con la hecatombe atómica. Si eso es «timidez», qué cabría esperar de un apoyo resuelto…

Pero Rojas continúa: «Durante tres décadas, ese exilio, con escasos recursos y el desinterés de Washington, intentó derrocar militarmente al régimen de Fidel Castro por medio de sabotajes, atentados, e infiltraciones de comandos en la isla».

Daría risa… si no terminara por ofender a quien tenga dos dedos de frente y la memoria clara. Con escasos recursos, Rojas, no se financian los dos mil dólares cash que prometió Posada Carriles a Ernesto Raúl Cruz León ―quien ni siquiera es cubano, sino un mercenario salvadoreño, pues Posada no encontró entre el «exilio» a nadie dispuesto a exponerse― por cada una de las bombas que pusiera en La Habana en 1997 y que produjeron cuantiosos daños materiales, no pocos heridos, y segaron la vida al turista italiano Fabio Di Celmo.

Este es solo un ejemplo. Quedan miles. Sin exagerar. En Cuba sobreviven más de tres mil civiles mutilados, producto de eso que Rojas en su ligereza llama «derrocar militarmente», y solo contra Fidel se contabilizan más de 600 atentados. Eso no se hace a bajo costo ni con escaso presupuesto.

Lo de «el desinterés de Washington» ya linda con lo perverso. Ese desinterés mantiene un férreo bloqueo sobre Cuba por más de cuatro décadas. Ese desinterés paga el salario de numerosos funcionarios del Departamento del Tesoro, desvelados en su tarea de impedir que la Isla compre una aspirina. Ese desinterés es el que prohíbe por ley a los «exiliados» viajar a Cuba. Solo les permite hacerlo cada tres años, si demuestran antes que solo visitarán a su familia, y de paso reduce la familia, jurídicamente, a padre, madre, hijos o hermanos. Ese desinterés hace que ni tu abuelo ni tu tío ni tu prima sean tu familia. Ese desinterés es tan desinteresado, que ha impuesto la nominación de «exilio» a los miles que antes de esa ley visitaban la Isla todos los años. Ese desinterés es tan claro, que ha tenido que impedir a esos «exiliados» ir de vacaciones al país en el cual, supuestamente, se les perseguía.

Para no ir más lejos, ese desinterés de Washington acaba de entregarle para el año fiscal 2005 un total de 200 000 dólares, a través de la National Endowment for Democracy, a la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana, para financiar el diario digital Encuentro en la Red y la propia revista Encuentro, que Rojas dirige.

En algún punto de su Introducción, el autor enfila su rumbo hacia la intelectualidad. Entonces dictamina: «Escasea, sin embargo, en la cultura cubana, el acto de pensar el exilio desde el ensayo […] Dicha escasez está relacionada con la precariedad que caracteriza al pensamiento cubano, tanto en filosofía como en la literatura», y con afirmación semejante queda decretado el funeral de toda la intelectualidad cubana que, a diferencia de Rojas, solo puede esperar el sueño eterno de las «tumbas sin sosiego».

A partir de ahí, el esfuerzo se concentra en más de lo mismo. Lo curioso es que mientras se empeña en mostrar que la Isla se debate en el olvido de su pasado, él mismo falsea y contrafalsea ese pasado.

Y de pronto, se torna oráculo, y profetiza cómo será ―ya él lo ha entrevisto- el futuro de Cuba: «más parecido a San Juan o Río de Janeiro que a Miami o Los Angeles». Eso, la verdad, no nos dice mucho sobre otra cosa que sobre el propio Rojas. No era su intención, pero se le escapa ―ya advertimos antes que él prescinde de dar una segunda lectura a lo que escribe― cuál sería para Rojas el modelo a copiar en la Cuba mejor que él recetaría: Miami.

No hay mucho más, al menos hasta que esté disponible el texto completo. Por lo pronto, ahí tenemos a Rojas, en sus palabras para El País, «con alegría y emoción», cual pionerito que ganará la emulación, respaldado por los «escasos recursos del exilio» y todo el enorme «desinterés de Washington».

 
http://jiribilla/2006/n257_04/257_17.html