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Petróleo, gas y gasoducto

Fuentes: La Jornada

¿Por dónde va a pasar el gasoducto sin Brasil y la Argentina? ¿O piensan hacer un gasoducto aéreo?, este habría sido el «estallido» de Néstor Kirchner al conocer el acuerdo alcanzado la semana pasada en Asunción por los presidentes Hugo Chávez (Venezuela), Tabaré Vázquez (Uruguay), Nicanor Duarte (Paraguay) y Evo Morales (Bolivia) para construir un […]

¿Por dónde va a pasar el gasoducto sin Brasil y la Argentina? ¿O piensan hacer un gasoducto aéreo?, este habría sido el «estallido» de Néstor Kirchner al conocer el acuerdo alcanzado la semana pasada en Asunción por los presidentes Hugo Chávez (Venezuela), Tabaré Vázquez (Uruguay), Nicanor Duarte (Paraguay) y Evo Morales (Bolivia) para construir un gasoducto que eludiera Argentina y Brasil (véase página 30). La información, contenida en la columna dominical de Joaquín Morales Solá en el diario porteño La Nación, nunca fue desmentida. Al parecer, la irritación alcanzó también a Luiz Inacio Lula da Silva pero, como se sabe, la diplomacia brasileña juega al perfil bajo y no trascendieron comentarios del presidente norteño.

Fragilidades y dependencias

En las anteriores crisis petroleras, sobre todo en la registrada en 1973, la disputa giraba en torno a los precios del crudo, jaloneo que permitía amasar ganancias a las grandes empresas o bien a las elites de las naciones productoras. Actualmente, en vista del cercano agotamiento del recurso petrolero, la estrategia de los países poderosos consiste en apropiarse directamente de las reservas más importantes del mundo. Esta diferencia, anotada por los principales analistas, puede ser útil para enfocar algunos de los problemas fundamentales del mundo actual, y cobra especial relevancia en los puntos calientes del mapa sudamericano.

«Las naciones que tengan petróleo tendrán futuro; las que no, dejarán de ser soberanas», sostiene Félix Herrero en el último número de Le Monde Diplomatique (edición Cono Sur). En su opinión, esa sería una de las razones de fondo de que el Consenso de Washington haya diseñado las políticas de privatización de empresas energéticas como una de sus prioridades.

En Sudamérica la situación de los diversos países incluye un amplio abanico que va de la total dependencia de las importaciones de petróleo y gas hasta la presencia de dos de los más grandes productores mundiales. Venezuela y Bolivia cuentan con grandes reservas de petróleo y gas y son importantes exportadores. Mientras el Estado venezolano recuperó el control de la empresa PDVSA, el gobierno boliviano se apresta a refundar YPFB para recuperar sus yacimientos hoy en manos de empresas multinacionales. En el otro extremo, Chile, Paraguay y Uruguay dependen de las importaciones, a tal punto que las relaciones chileno-argentinas, por la imposibilidad de este país de cumplir sus compromisos de abastecimiento de gas a Chile, atraviesan cíclicamente serias dificultades.

Los casos más emblemáticos, sin embargo, son los de Brasil y Argentina. El primero acaba de conseguir la autosuficiencia petrolera al poner en marcha la plataforma P-50 de Petrobras, que asegura al país una producción de 1.92 millones de barriles de petróleo diarios, suficientes para abastecer el mercado interno. No obstante, Petrobras tiene algunas dificultades que fuerzan a matizar lo que en principio es una excelente noticia, festejada por un Lula eufórico que se retrató con las manos empetroladas, imitando a Getúlio Vargas cuando inauguró la empresa en 1953. En todo caso, un tercio de la industria paulista depende del gas boliviano, por lo que la autosuficiencia petrolera está lejos de resolver los problemas energéticos del país.

El caso argentino es el opuesto y revela la destrucción del país que dejó la década neoliberal presidida por Carlos Menem. Un solo dato puede servir para ilustrar la catástrofe: en 1989, cuando comenzó la privatización de YPF, el país tenía reservas de petróleo para 14 años y de 37 para el gas. Ahora apenas tiene por delante nueve años de petróleo y 10 de gas en sus yacimientos. La responsabilidad hay que buscarla en la privatización: Repsol, gran beneficiaria del reparto menemista, tiene una tasa de reposición de 17 por ciento, o sea que de cada cinco barriles que extrae apenas repone uno, según el citado informe del Le Monde Diplomatique.

La actividad de mayor riesgo de las empresas de hidrocarburos es la exploración, por lo que dejaron de invertir en ese rubro para concentrarse en ganancias a corto plazo. De ese modo, mientras YPF perforaba un promedio anual de más de 100 pozos hasta su privatización, las multinacionales en 2004 sólo perforaron 34 pozos. Peor aún: En 2004 se extrajo 50 por ciento más petróleo y 150 por ciento más gas natural que en 1989. En estos momentos, los informes oficiales aseguran que el autoabastecimiento energético argentino está en peligro. La creación de ENARSA (Energía Argentina SA) por el gobierno de Kirchner busca subsanar parte del destrozo, pero se trata de una empresa que, a diferencia de YPF, no va a cubrir toda la cadena desde la prospección hasta la industrialización de los hidrocarburos.

¿Quién manda en la región?

Las insuficiencias y debilidades energéticas de los más importantes países de la región hacen que el gasoducto que unirá Venezuela con Brasil y Argentina sea una verdadera prioridad de la que puede depender la supervivencia de la industria de varios países, y hasta la viabilidad en el largo plazo de algunos de ellos. Quizá por eso la integración energética se reveló como uno de los temas más delicados del difícil momento que viven las relaciones interestatales.

En la cumbre de San Pablo -convocada a instancias de un Lula preocupado por la reunión de Asunción- los presidentes de Argentina y Brasil acordaron seguir adelante con el gasoducto, pero le pasaron factura a Chávez por su «creciente injerencia en asuntos delicados del sur del continente», según revela La Nación del jueves. «Es un infantilismo sumarse a un planteo de chicos contra grandes», le dijo Kirchner a Chávez en un «cara a cara» en el que participó también Lula. «Sólo quise ayudar. Al final, fui de bombero y salí quemado», atajó el venezolano. Lula no se quedó atrás y lo increpó por alentar al presidente Evo Morales contra Petrobras, empresa que controla los principales yacimientos gasíferos bolivianos.

Finalmente, Argentina y Brasil tomaron una decisión bilateral: el debate sobre el gasoducto se extenderá a todos los países de la región. «Todos los países de América del Sur deberán ser incluidos en la discusión, porque serán consumidores, productores o países de paso» del gasoducto, sostuvo el canciller brasileño, Celso Amorim, a Folha de São Paulo.

Chávez, fiel a su estilo, no dejó pasar la ocasión sin introducir un matiz. Sostuvo que el gasoducto debe ser la «locomotora» de la integración regional, y aclaró que su prioridad es la incorporación de Bolivia, que cuenta con las segundas reservas gasíferas luego de las venezolanas, para crear una gran red de encadenamientos que atravesaría todo el continente. Los tres mandatarios -«los tres mosqueteros» en palabras del venezolano- fijaron el mes de agosto como fecha para concluir los estudios de viabilidad del gasoducto que insumirá 25 mil millones de dólares y tendrá 10 mil kilómetros de extensión.

Luego, según Folha, «Brasil, Venezuela y Argentina invitarán a los presidentes de los otros países para una reunión», aún no fijada, «para explicarles en qué consiste el proyecto». Manda quien manda.