Mientras el gobierno de Bolivia nacionalizaba los hidrocarburos, el presidente de Uruguay anunciaba en Washington la salida del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), sumiendo a la más importante alianza regional en una crisis casi terminal de la que resultará muy difícil salir: las relaciones entre sus presidentes se han erosionado y la desconfianza ocupa ahora […]
Mientras el gobierno de Bolivia nacionalizaba los hidrocarburos, el presidente de Uruguay anunciaba en Washington la salida del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), sumiendo a la más importante alianza regional en una crisis casi terminal de la que resultará muy difícil salir: las relaciones entre sus presidentes se han erosionado y la desconfianza ocupa ahora el lugar de la necesaria solidaridad.
Tabaré Vázquez fue contundente. Dos días antes de su entrevista con George W. Bush anunció su intención de ‘desligarse como miembro pleno del MERCOSUR’ con el objetivo de concretar acuerdos comerciales con la superpotencia para ganar mercados para las exportaciones primarias de Uruguay. Además, y pese a que los ambientalistas argentinos despejaron el bloqueo del principal puente internacional, adelantó que seguirá adelante con las denuncias ante los organismos internacionales por ‘el daño provocado por las protestas contra las plantas de celulosa’. Apenas difundida la noticia, miembros del gabinete uruguayo desmintieron la eventualidad de una ruptura del MERCOSUR y voceros del propio Vázquez matizaron sus afirmaciones.
Sin embargo, los desmentidos no son creíbles, toda vez que Vázquez ha forjado todo un estilo de ambigüedades y vaivenes, afirmaciones contradictorias luego negadas por sus voceros.
Mes y medio atrás, en Caracas, aseguró en tono tajante, junto a Hugo Chávez, que Uruguay no firmará un TLC con Estados Unidos. La semana pasada, con el presidente Fox, en México, dijo lo contrario. Uruguay no puede pretender que un acuerdo con Washington sea recibido sin más por sus vecinos. Más aún cuando Vázquez sostiene que se trata de buscar ‘una nueva inserción de Uruguay en el mundo’ y asegura que su objetivo es ‘liberar al Uruguay’ de los problemas que le acarrea el MERCOSUR.
Los objetivos y el lugar donde fueron planteados, en medio de reuniones con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Interamericano de Desarrollo, no son de recibo cuando la región atraviesa una coyuntura que puede suponer un viraje de larga duración respecto a la tradicional dependencia de Estados Unidos y los organismos financieros.
En efecto, el litigio entre Argentina y Uruguay por las plantas de celulosa está en camino de resolverse. Los ambientalistas de la Asamblea de Gualeguaychú despejaron la ruta y levantaron el corte del puente internacional, principal argumento del gobierno uruguayo para mantener las espadas en alto. Ahora el diferendo se ventilará en instituciones internacionales, ya que Néstor Kirchner decidió presentar un reclamo ante el Tribunal de La Haya, que había condicionado a que los vecinos levantaran el bloqueo.
Los 100 mil manifestantes que desbordaron las inmediaciones del puente el pasado domingo, son fiel testimonio del potente rechazo y del masivo apoyo con que cuentan los ambientalistas. La forma democrática y horizontal con que funciona la asamblea, a la que acuden miles de vecinos, capaces de debatir y acordar durante horas, fue reconocida hasta por la derecha argentina.
La incapacidad de negociar y el apego de Vázquez a los acuerdos con megaempresas de celulosa pudo más, sin embargo, que la movilización social. Estamos ante un triunfo de las multinacionales y una derrota de la movilización social, en la cual un gobierno que se proclama de izquierda jugó un papel decisivo.
El grave momento que atraviesa la región requiere grandeza. Todo indica que se están desdibujando los alineamientos tradicionales y están emergiendo otros. El eje Cuba-Venezuela-Bolivia es ya una realidad, tanto en el terreno político como en la cooperación económica.
Por otro lado, parece insinuarse otro eje ‘estabilizador’ conformado básicamente por Brasil, Chile y Uruguay, con buenas relaciones con Washington, los organismos financieros internacionales y las grandes empresas. El papel de Argentina parece aún incierto, ya que si bien necesita mantener su sólida alianza con Brasil, comparte con el eje ‘bolivariano’ sus raíces afincadas en la profunda movilización y revuelta popular, que marca límites a cualquier gobierno. No era en absoluto absurda ni irreal la política de la administración Bush -expresada de modo directo por Condoleezza Rice- de apostar a Brasil como el gran estabilizador de la convulsionada región.
El gobierno de Lula ha adoptado una posición apaciguadora ante la nacionalización de los hidrocarburos por el gobierno de Evo Morales. Un medido comunicado oficial aplacó la ira del presidente de Petrobras y reconoció el derecho de Bolivia de controlar la comercialización, transporte e industrialización de los hidrocarburos ‘como acto inherente a su soberanía’. Pero hay contradicciones insoslayables.
Brasil depende en un 50 por ciento del gas boliviano; 75 por ciento del gas consumido en Sao Paulo, corazón de la industria de la décima potencia industrial del mundo, proviene de Bolivia. Como contrapartida, Petrobras produce 15 por ciento del producto interno bruto boliviano y son brasileños los que cultivan 30 por ciento de la soya en el separatista departamento de Santa Cruz. Lula moderó sus impulsos, pero todos los testimonios dan cuenta de su perplejidad ante el sorpresivo anuncio de Evo.
Síntoma de los nuevos tiempos, Lula, Kirchner, Evo y Chávez se reunieron para ver cómo seguir adelante y, sobre todo, para debatir el precio del gas que será uno de los ejes de la nueva política boliviana.
El daño irreparable infligido al MERCOSUR, que hasta hace un año parecía en condiciones de expandirse incluyendo a Bolivia y Venezuela, puede ser ahora el punto de partida de otra integración anclada en los hidrocarburos y en sociedades movilizadas. Sin embargo, tampoco es el momento de echar las campanas al vuelo. Hay demasiadas contradicciones sobre la mesa. Brasil sigue apostando al IIRSA, integración destinada a facilitar el flujo de mercancías Pacífico-Atlántico acorde con las necesidades actuales del comercio global digitado por las multinacionales. Un test decisivo será el proyectado Gasoducto del Sur: si se concreta será la primera gran obra Norte-Sur, orientada a comunicar a los países de la región a contramano de las expectativas de los mercados.