El poder intriga. Lo ejercí pocas veces: dirigente estudiantil, jefe de redacción. Más reciente, en 2003 y 2004, asesor especial del presidente de la República, con derecho a gabinete en Palacio de Planalto y una infraestructura nada despreciable: secretarias, móvil, viajes aéreos, vivienda, coche con conductor, todo pagado por el contribuyente. Mucho aprendí. Algunas lecciones […]
El poder intriga. Lo ejercí pocas veces: dirigente estudiantil, jefe de redacción. Más reciente, en 2003 y 2004, asesor especial del presidente de la República, con derecho a gabinete en Palacio de Planalto y una infraestructura nada despreciable: secretarias, móvil, viajes aéreos, vivienda, coche con conductor, todo pagado por el contribuyente.
Mucho aprendí. Algunas lecciones traigo de la cuna. Mi abuelo y mi padre también sirvieron en palacios de gobierno.
La persona revestida de poder -cualquiera que sea: síndico o gerente, policial o político- debería prestar atención a lo que de ella dicen sus subalternos. Vox populi. Pero no es lo que acontece en general. Prestamos más atención al juicio de los pares y superiores, en búsqueda de reconocimiento de quien tiene poder de ampliar nuestro poder.
Así, sobre los subalternos cae nuestro otro lado perverso que tanto esmeramos en esconder a los ojos de nuestros pares y superiores. Sin embargo, caballo indomado, si no somos contenidos por las riendas de la buena educación, ¡ay de los subalternos! Quien está por encima tiene el poder de amonestarlos, censurarlos, castigarlos y despedirlos. Como no nos amenazan, dejamos desbordar el demonio que llevamos dentro. Irrazonables, elevamos la voz, humillamos, insultamos, reprendemos, y por poco no llegamos a descargar sopapos a la víctima.
Dé a la persona una tajada de poder y sabrá quien de hecho ella es. El poder, al contrario de lo que se dice, no cambia a las personas. Hace que se revelen. Es como el artista a quien faltaban pincel, tintas y tela, o el asesino que, finalmente, dispone de arma. El poder sube a la cabeza cuando ya se encontraba destilado, en reposo, en el corazón. Como el alcohol, embriaga y, a veces, hace delirar, excita la agresividad, derrumba escrúpulos. Una vez invertida de la función o cargo, título o prebenda, la persona se cree superior y no admite que subalternos contraríen su voluntad, sus opiniones, sus ideas y sus caprichos.
A falta de una psicología del poder más sistemática, en la cual no faltan las valiosas contribuciones de Adler y Reich, recurro a los clásicos de la literatura. Desde la Biblia, destacándose los libros del Pentateuco, a las obras de Shakespeare, Kafka y nuestro Machado de Assis.
El dramaturgo inglés retrata bien las ambiciones y las intrigas del poder. El autor de La Metamorfosis revela su fase opresiva, la arrogancia, el modo cómo tiende a anular la dignidad del ciudadano común. Y Machado de Assis no hace menos, aunque con más sutileza, sin embargo incisivo.
Léase el cuento El Espejo. Allí, un tratado completo de patología del poder. El joven Jacobina, de origen pobre, es nombrado alférez. Descubre, pues, que «cada criatura humana trae dos almas consigo: una que mira de dentro hacia fuera; otra que mira de fuera hacia dentro.» (…) «Hay casos, por ejemplo, en que un simple botón de camisa es el alma exterior de una persona; y así también la polca, el voltarete (1), un libro, una máquina, un par de botas, una cavatina, un tambor etc.»
Recibido en la hacienda de la tía, Jacobina se asombra que todos lo traten de «señor alférez» (lo que me hace recordar que, en Planalto, todos son llamados «doctor» o «doctora», aunque el funcionario nunca haya pisado una facultad). Su «alma exterior» anula la «interior». Jacobina sólo se da cuenta de la aberración cuando se ve a solas en la propiedad. No es la soledad la que lo asusta. Es la propia insignificancia. Se había acostumbrado a mirarse sólo de fuera hacia dentro. Hasta que, uniformado, se contempla en el espejo. Recupera entonces el auto-estima, el orgullo, el «alma exterior» que le despersonalizara, castrándole la verdadera identidad.
No todos quienes ocupan el poder dejan que el «alma exterior» prevalezca sobre la «interior». Esos hacen del poder servicio y no temen el juicio de sus subalternos, ni tampoco las críticas. Pues saben que somos todos hechos de barro y soplo, y lo que importa en la vida es el equipaje subjetivo, no los aderezos objetivos.
Sin el ingenio de Machado de Assis, sin embargo inspirado en su poema La mosca azul, osé llevar al papel mi reflexión sobre el poder. Desembocó en el libro «La mosca azul», que la editora Rocco hace llegar este mes a las librerías. Mis dos años en el gobierno Lula me estimularon a compartir con los lectores mi punto de vista a partir de un punto: el Palacio de Planalto, corazón del poder.
(Traducción: ALAI)
– Frei Betto es escritor, autor de «Alucinado Som de Tuba» (Ática), entre otros libros. Pedidos de «A mosca azul»: [email protected]
(1) Juego de cartas (NDLT)