Cada avance que se registra en el proceso de integración latinoamericana, es respondido por el gobierno de los Estados Unidos, acompañado por las elites del continente, con nuevas cargas de profundidad que buscan desarticular y desbaratar ese proceso. Lamentablemente, encuentran aliados donde deberían cosechar rechazos. La XXX Cumbre del MERCOSUR, realizada la semana pasada en […]
Cada avance que se registra en el proceso de integración latinoamericana, es respondido por el gobierno de los Estados Unidos, acompañado por las elites del continente, con nuevas cargas de profundidad que buscan desarticular y desbaratar ese proceso. Lamentablemente, encuentran aliados donde deberían cosechar rechazos.
La XXX Cumbre del MERCOSUR, realizada la semana pasada en Córdoba (Argentina) fue un doble paso adelante. Por un lado, la presencia de Venezuela en el bloque tiende a consolidar los proyectos de integración que giran en torno a la energía. Así, se comenzó a avanzar en la concreción del Gasoducto del Sur que unirá Venezuela y Argentina pasando por Brasil e incluyendo a Paraguay, Bolivia y Uruguay. Este es un proyecto estratégico que por sí solo puede ser un impulso notable de la integración regional. Se avanzó también en la creación del Banco del Sur y el «bono del sur», que pueden ser elementos para captar capitales en vista de la concreción de algunas obras de infraestructura. La estrecha colaboración entre Argentina, Brasil y Venezuela está en la base de estos progresos.
En paralelo, la posibilidad de que se concrete el ingreso de Bolivia sería otro paso significativo en la misma dirección. Es evidente que la integración Sur-Sur atraviesa innumerables obstáculos, pero los pasos adelante -aunque puedan parecer pequeños- resultan significativos ya que van a contramano de las tendencias hegemónicas, abren grietas y fisuran el modelo imperante. En el mismo sentido se inscribe la reunión entre los ministros de Economía de Brasil y Argentina, Guido Mantega y Felisa Miceli, celebrada el martes 25 en Buenos Aires. Aunque el tema recibió poca atención mediática, tiene una relevancia inocultable: los dos países más importantes de Sudamérica acordaron dar los primeros pasos para eliminar el dólar en los intercambios comerciales bilaterales. Más aún: el ministro brasileño consideró que se trata del primer paso para «crear una moneda única» (Página 12, 25 de julio de 2006).
La decisión busca reducir los costos de intermediación que cobran los bancos por las operaciones cambiarias, dota de mayor personalidad al MERCOSUR y empieza a dar los primeros pasos para la creación de una moneda de la región. A nadie escapa la trascendencia de estas decisiones interrelacionadas, que suponen un desafío mayor a la hegemonía del decadente dólar.
Las elites del continente tomaron inmediata nota del asunto. El Wall Street Journal del 28 de julio, se despachó con un duro editorial contra el presidente Néstor Kirchner. Dice que «Kirchner y su gobierno, que integran algunos terroristas de los 70, han consolidado el poder y fomentado el odio social, al mejor estilo Castro durante los últimos tres años» (La Nación, 28 de julio de 2006). Va más lejos, incluso, al asegurar que la política de derechos humanos del presidente argentino no busca reparar los horrores de la guerra sucia sino «revivir el conflicto y la violencia».
Acusaciones tan gruesas, vertidas por un periódico «serio», parecen formar parte de un contraataque. Sobre todo porque se intenta separar al gobierno argentino de los de Brasil y Chile. El primero formaría parte del «eje del mal» regional, mientras los segundos serían serios y confiables. Vale la pena recordar que las elites rioplatenses vienen criticando con dureza el ingreso de Venezuela al MERCOSUR, con argumentos similares pero dirigidos al presidente Hugo Chávez. Y que es la primera vez que desde un medio vinculado a las elites estadounidenses se emite un mensaje que coloca a la Argentina junto a los archienemigos de Washington.
Pero desde el Norte no sólo llegaron improperios. El miércoles 26, un día después de la reunión entre los ministros de Economía de Argentina y Brasil y a cuatro días de la Cumbre del MERCOSUR, el gobierno de Estados Unidos propuso formalmente al gobierno uruguayo la firma de un Acuerdo de Promoción Comercial, similar al que firmó con Perú. En los hechos, y más allá de los nombres, se trata de un TLC (Búsqueda, 27 de julio de 2006). El problema para avanzar en la negociación bilateral, es que en Uruguay el Frente Amplio y la mitad del gabinete de Tabaré Vázquez se oponen a la firma de un TLC con Estados Unidos.
Desde hace un año en Uruguay se desarrolla una batalla, sorda y abierta, en torno a la firma de un TLC con Estados Unidos. Empresarios, ganaderos y partidos tradicionales están a favor. La izquierda, los sindicatos y los movimientos sociales se oponen. La fractura llega incluso al gabinete, donde el ministro de Economía, Danilo Astori, y el canciller, Reinaldo Gargano, encabezan las posiciones encontradas. Como en tantos otros temas, la decisión final será tomada directamente por el presidente Vázquez.
Más allá de lo que suceda con el caso uruguayo, debe hacerse notar la forma de operar del imperio. Siempre que se dan pasos para profundizar la integración regional, consigue introducir cuñas para atascarla. Sin embargo, es este un momento grave, de inflexión. Colombia, Perú y Chile ya tienen TLCs con Estados Unidos. Paraguay y Uruguay están tentados a firmarlo, en tanto la situación de Ecuador sigue siendo de parálisis a la espera del nuevo gobierno que saldrá de las próximas elecciones.
Si Uruguay o Paraguay firmaran un amplio acuerdo con Estados Unidos, estarían asestando un durísimo golpe a la integración regional. Para Argentina y Brasil sería un golpe mucho mayor que el tamaño de los vecinos que lo firmen, porque aquellos países se convertirían en plataformas para vulnerar la protección que necesitan las industrias brasileña y argentina. Vivimos un punto de inflexión porque los pasos adelante en la integración son aún incipientes y, por lo tanto, frágiles; y porque si Washington consigue sus objetivos, estaremos ante la concreción del ALCA, bajo otros nombres pero con idénticos objetivos.