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Gabriel Albiac, Sádaba y el miedo del intelectual integrado a perder el sobresueldo

Fuentes: Rebelión

Con alguna tardanza he leído el artículo de Carlos Tena sobre Albiac, expuesto en Rebelión, del 4 de enero de 2006. Me trae desagradables recuerdos de una polémica ya habida en Rebelión. Y aunque comprendo perfectamente el desagrado por tanta baba de basilisco esputada por la derechota actual y comparto las ganas de contestar del […]

Con alguna tardanza he leído el artículo de Carlos Tena sobre Albiac, expuesto en Rebelión, del 4 de enero de 2006. Me trae desagradables recuerdos de una polémica ya habida en Rebelión. Y aunque comprendo perfectamente el desagrado por tanta baba de basilisco esputada por la derechota actual y comparto las ganas de contestar del mismo modo, en reciprocidad dialéctica de dirección contraria a tan sucio trabajo; simplemente, no podríamos aunque quisiéramos dar la réplica a ese nivel, tanto por rebajarnos nosotros a ello (imposibilidad de ser tan rastreros) como por inferioridad de fuerzas en semejante terreno de juego. En medios de comunicación de masas somos inferiores, luego sólo contamos con potencia en la inteligencia y no con el envío de palabrotas masivas, como bombas de racimo, hacia el adversario; por más que las pidan, busquen y les vinieran como anillo al dedo. Ellos tienen ese débil poder del insulto y lo ejercen, nosotros no lo tenemos, luego es vano ejercitarlo, además de contraproducente. Si nos arrastran al insulto y luego a la guerra nos matarán con sus misiles de verdad, ¡ese es su plan!

Luego ante todo lo que digan Albiac, Bueno o Losantos, indiferencia, no existen, ninguneo. Del mismo modo que cuando a Humphy Bogart le preguntaba un asqueroso en una película: «¿Me desprecias?», el héroe que representaba en la pantalla le respondió: «Si algún día llegase a pensar en ti probablemente te despreciaría». Ya sé que pido heroísmo de película pero habrá que procurar ser mejores que ellos, sin necesidad de tontear con lo políticamente correcto.

Lo que quiero decir es que no se trata de entrar en el juego del insulto ad hominem y la descalificación facilota, pues eso no entra dentro de la dignidad básica de un pensador cualquiera que pretenda alcanzar el respeto de alguien, pero se trataría en todo caso de que, personas con autoridad y prestigio suficiente, se expresasen evaluando la trayectoria, posicionamiento actual y consideración, que se le debe a un determinado personaje público. Sobre Gabriel Albiac, Gustavo Bueno o Federico Jiménez Losantos todo lo que se diga en el tono de la escuela del insulto que ellos con Zaplana lideran en este nuestro periodo especial de la política de la crispación y del parlamento gallinero, sólo les reportaría publicidad. Publicidad entre los que les imitan, como a unos Sócrates invertidos y entre los que les escuchan y aplauden en clónico fenómeno de masas.

Alguien más importante que ellos sería quién, en una sociedad de prestigio como es la nuestra (aunque a veces éste se construya fraudulentamente) pudiera darles alguna lección. Quizá un José Saramago pudiera tener prestigio suficiente como para aleccionar a sus inferiores, aunque ya el noble y excelente premio Nobel se declaró en el pasado a favor de Albiac, seguramente ignorando con quien se las había (o quizá porque aún en ese entonces no era ese personaje el que hoy es). Con lo dicho se deduce que yo, Felipa Gimena, no tengo una buena evaluación de la trayectoria intelectual de Albiac, Bueno o Losantos, pero tampoco soy quien para poder manifestarla públicamente con garantías de que la recepción no va a ser contraria a mis intenciones. De ese modo la omito y no manifiesto mi opinión que no vale mucho, ni mis injurias, que valen mucho menos aún, a la espera de que alguien que sea un importante intelectual y no una triste ama de casa como yo, corrobore mi modesta evaluación con su respetada pluma o la desmienta.

Por eso lo que me resulta inadmisible e inaceptable es el miedo y miedo es lo que tiene Javier Sadaba, al menos su igual, al pronunciarse sobre Gabriel Albiac en un foro de ElKarri:

«Hola Javier, enhorabuena por tu lúcida aportación en «La Pelota Vasca». Por cierto, ¿me puedas dar una opinión sincera sobre Gabriel Albiac? Un abrazo. Miquelen galdera Palma de Mallorca. Respuesta de Sádaba: Gracias también a ti. He sido amigo, incluso muy amigo, de Gabriel Albiac. Después, y como es natural, nos hemos distanciado. Hace unos días hemos coincidido en un acto y estuvo muy amable. Yo también respondí de la misma manera. Puedes imaginar que ideológicamente estamos a una distancia inmensa. Es lo que ha ocurrido con otros que también han sido amigos de Albiac». http://www.elkarri.org/euk/actualidad/entrevistas/object.php?o=1652

¡O sea que colegueo de amabilidad y cortesía cuando se coincide en aquellos lugares en donde los funcionarios del Estado se sacan sus sobresueldos! La gente se mata en consonancia con las palabras que los intelectuales emiten pero ellos se dan palmaditas en el hombro y comen en los hoteles de lujo en los que les pagan la estancia por dar discursos incendiarios que de ninguna manera están dispuestos a respaldar con las acciones de su vida cotidiana. Todo de palabrita, nada de obra. Pero si sólo es palabreo entonces nada vale. Todo aquel que no respalde sus palabras con obras es un farsante. ¿Cómo debía actuar Sadaba con Albiac dado sus diametralmente opuestas posiciones ideológicas? Pues desde luego no pegándose de puñetazos con Albiac, puesto que se trata de intelectuales y no de soldados, pero al menos sin mostrar amabilidad cínica ante la muestra de amabilidad cínica, sino rebatiendo sus argumentaciones y desenmascarando falacias en la tribuna pública, en el estrado de los actos públicos y en los espacios de pública escritura. Para eso no sería necesario seguir el juego de su crispación y en lugar de argumentos emplear insultos. Pero ¡Ah! si no se muestra colegueo y buen rollito no se le vuelve a invitar al que no cuenta su cosita y deja que el otro cuente su cosita. Después, al fin y al cabo, ya se sabe, se come invitado por los financiantes con el colega de profesión, cada cual coge su cheque y sus dietas y, hasta la próxima.

Habrá dignos profesores de universidad a quien nunca llamen a cenáculos de tertuliano público a sobre-sueldo de estrella de Salsa Rosa por no guardar la ley del silencio del sistema y que por decir algo molesto, no ya hacia el interlocutor y su ideología, sino hacia el sistema establecido, jamás llegarán a escalar en su carrera, promocionando como catedráticos o rectores; pero esos son los únicos con los que acontece el milagro del pensamiento. Sólo si la supervivencia básica, el pan del hijo o la vida propia corrieran peligro grave sería moralmente lícito callar ante la injusticia. Y hay quienes por haber dicho lo que pensaban han sido asesinados o han muerto (ellos y sus familias) de hambre y de miseria. Pero de los que hablo más aquí son de los que desean, anhelan y se esfuerzan infructuosamente por decir (no lo que piensan sino) lo que les conviene y lo que conviene, con la velada esperanza de que, encima, por ello se les persiga (no por los más poderosos, por supuesto), con la intención y motivo oculto de alcanzar así el prestigio, la gloria (y de paso, el dinerito) del perseguido de lujo.

Los que simplemente manifiestan lo que han investigado con información y argumentos racionales tras analizar teorías plurales son los que merecen alguna credibilidad. Estos últimos son los dignos de atención y, sobre los demás, aquellos cuyas vidas no se ven mermadas por su posición ética (lo que debe ser) frente al estado real de las cosas (lo que es), sólo se puede decir, en el caso de esos privilegiados que nada se juegan sino suculentas prebendas privadas para acrecentar las públicas: ¡Ay! ¡Qué miedo tenéis a que os saquen del circuito del sobresueldo!