No había que pecar de retrógrado para concebir un escenario donde la esperanza deviniera fuego en extinción, acaso rescoldo, ceniza. Con la desaparición, en largo y apurado dominó, de todo un campo socialista, y con la desintegración de la ciclópea Unión Soviética, incluso en las filas de la izquierda muchos pensaron que el cese del […]
No había que pecar de retrógrado para concebir un escenario donde la esperanza deviniera fuego en extinción, acaso rescoldo, ceniza. Con la desaparición, en largo y apurado dominó, de todo un campo socialista, y con la desintegración de la ciclópea Unión Soviética, incluso en las filas de la izquierda muchos pensaron que el cese del enfrentamiento entre los dos bloques socioeconómicos, políticos, ideológicos, marcaba con hierro candente la hora cero del consiguiente derrumbe del Movimiento de Países No Alineados (NOAL).
«¿Para qué hará falta éste ahora, cuando la historia llegó a su meta, a su fin irreversible?», debe de haberse ufanado más de uno en las exultantes hileras de derechistas hechos a imagen y semejanza de teóricos como el inefable Fukuyama. Para qué haría falta, sí, habida cuenta que precisamente el enfrentamiento de los dos mundos irreconciliables otorgó a los NOAL esencia, nombre, razón de existencia.
Pero quienes pensaban de esa guisa dejaban de apreciar el fenómeno de modo concreto; el fenómeno como prisma, constituido por miríadas de ángulos tan claros como un día meridional. Porque para aquellos que desprecian los cantos de sirena del neoconservadurismo intelectual resulta sumamente nítido que, mientras el imperialismo se erija en hecho, será más que necesario un foro de discusión y exposición de los intereses de los países menos privilegiados, como asegura en artículo enjundioso el académico, diplomático y periodista cubano Leyde Ernesto Rodríguez.
Coincidimos con él en que, «en el momento internacional actual, no solo resulta perentoria la elevación de su liderazgo (de los No Alienados) en defensa del Sur, sino, además, la elaboración de una estrategia común para desplegar cierta capacidad de desarrollo ideológico y una orientación política unificada contra el imperialismo y sus manifestaciones, muchas de las cuales ya han sido identificadas en distintas regiones del sistema internacional».
Siguiendo esa línea de pensamiento, el trabajo futuro de la enorme agrupación -116 países la integran- «podría entroncarse directamente con la lucha de los pueblos, de las fuerzas políticas de izquierda y de los movimientos sociales por la construcción de un sistema mundial más justo y acorde con las aspiraciones de las masas populares en todas las regiones y países».
Y no solo ello. Como bien expone Rodríguez, la dinámica de las relaciones entre la naciones de todo el planeta se modifica permanentemente, y emergen diferentes áreas de convergencia, en las que se torna impostergable exigir una real cooperación en el eje Norte Sur de los vínculos globales, «porque la unión de los países con posiciones afines en torno a distintos temas de la agenda de los NOAL trasciende la conflictual división geográfica Norte-Sur del sistema internacional frente a los legítimos anhelos de supervivencia de toda la humanidad».
Supervivencia. Anhelo quemante, compartido. Anhelo que a Cuba, por ejemplo, le brota del alma nacional, porque desde siempre ha estado en peligro, ante la ambición geopolítica de su enemigo jurado: los Estados Unidos de Norteamérica. Y menciono a Cuba no por estrecho chovinismo. La enarbolo en estas líneas porque precisamente en su capital, La Habana, se celebrará la próxima cumbre de los NOAL, la decimocuarta, del 11 al 16 de septiembre, tras lo cual, continuando con la tradición del grupo, asumirá la conducción de éste por un período de tres años.
Cuba sabe de anhelo de supervivencia, decía. Por eso buscará las más novedosas y menos formales soluciones que confluyan en la decisiva unidad de acción, a pesar de la diversidad, la complejidad y las contradicciones inherentes a un orbe donde la hegemonía está en la «cancha» de los EE.UU, la Unión Europa y otras potencias capitalistas aliadas.
¿Alguien se atreverá a poner en duda el aserto de que la Isla hará todo lo posible por la unidad de acción en pro de la gente, preterida en otros lares y por otros grupos? ¿Alguien consciente colocaría en entredicho la decisión de cambiar las reglas de juego tras haberse dotado a la agenda de esta Cumbre de un contenido real, de un paradigma? Quien dude no vería a dos pasos la mole enorme de la esperanza. Y, por cierto, debería acogerse a la operación Milagro, aquella que le devolvería la vista, gracias a una Cuba que, en voz de Fidel, ha propuesto el acercamiento real a los pueblos mediante un proyecto de alfabetización para el Tercer Mundo, un plan para la formación emergente de médicos y un programa que privilegia el ahorro, provee la seguridad energética y preserva valiosos recursos naturales.
Haría bien en operarse… aunque, en honor a la verdad, hay cosas que solo se ven con los ojos del alma.