«El arte de hoy es tan bueno como el presente: Estados Unidos está en la mierda, hundiéndose profundamente, no sólo el poder sino a todos los niveles. ¿A dónde llegan sus tentáculos? Es un intento de control total», asegura rotundo el artista Gary Hill (California, 1951), uno de los autores audiovisuales de mayor impacto en […]
«El arte de hoy es tan bueno como el presente: Estados Unidos está en la mierda, hundiéndose profundamente, no sólo el poder sino a todos los niveles. ¿A dónde llegan sus tentáculos? Es un intento de control total», asegura rotundo el artista Gary Hill (California, 1951), uno de los autores audiovisuales de mayor impacto en los circuitos del arte. El autor expone Imágenes de luz en el Museo de la Fundación Juan March en Palma. La muestra recoge 17 obras, de 1977 a 2002, propiedad del Kunstmuseum Wolfsburg (RFA) con las que intenta «tocar el sonido, notar la luz, captar el pensamiento».
«En las próximas elecciones americanas, con las máquinas votantes, todo se acabará», apostilla Hill. «Soy un humano y según en que contexto se me puede llamar un video-artista, la vida y el arte se influyen mutuamente», aclara. Hill atrapa su melena en una coleta, calza esclavas y espera hacer surf en las costas de Mallorca. Ya probó el jamón, la paella y el vino tinto. Llegó a Palma tras perder el pasaporte en un taxi de Barcelona, olió la tinta reciente del catálogo que curioseó para los ojos de su novia polaca, antes de repasar milimétricamente todas sus instalaciones. En tono didáctico dio una conferencia sobre la gramática de su obra expuesta.
Un catalejo gira en una habitación oscura y proyecta en la pared un minúsculo haz de luz, un punto del horizonte, el mar. En otro rincón lanza las páginas de un libro de Heidegger, dichas y leídas sin pausa.
En una sala de clausura Hill se presenta a doble pantalla y narra con signos manuales una historia de cabras y ovejas. En monitores dispersos vocea, desparrama arena sobre un altavoz y mueve labios pictóricos. En los muros sellados que la puerta del recorrido abre y cierra sin parar ventanas cromáticas.
«Precisar el qué casi es una imposibilidad», indica, «hay que intentarlo pero no marcar el lugar y la reacción a la audiencia. Al entrar en el bosque no te han de decir esto es esto, ves por ahí. Es mejor perderse, buscar o ser encontrado. Pretendo crear cierto tipo de rechazo antes que hacer arte contemplativo, provocar una respuesta y hacer pensar».
Se sigue viendo el escultor que fue, aun en soporte digital. Explica y dibuja en el aire dos grandes instalaciones que estrenará en octubre en la fundación Cartier, en París. Aluden a EE UU y al Mundo tras el 11-S. «Yo soy de los que creen que la Administración sabía de la trama y a cierto nivel estaba involucrada», subraya. «¿Por qué la reserva federal es una propiedad privada?».
Busca el camino de la luz, encauzar miradas. Ha ideado una pantalla de seis metros de largo, pegada a una gran piscina de petróleo, con una pirámide trucada con 20 kilos de lingotes de oro con una leyenda: «para todo aquello que es visible existe una copia escondida». Una gran águila virtual, (son varios los iconos del dólar) bate las alas y choca con las torres y líneas eléctricas enormes, «las colisiones hacen saltar latigazos sonoros. Rompen la barrera del sonido. El ave en su aleteo baja y hace mover el crudo. Es como una casa de naipes».